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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (5 page)

BOOK: Guardianas nazis
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La investigación continúa

Poco duró Koch en su nuevo destino. Pese a que sus internos probaron y conocieron de buena tinta sus lúgubres métodos, sus superiores volvieron a trasladarlo debido a su incompetencia. Majdanek se había convertido en uno de los campamentos con mayor número de fugas por parte de prisioneros de guerra soviéticos, algo intolerable. Su destitución fue menos severa de lo esperado. El apoyo de Himmler seguía salvándole el pellejo. De ahí que tan solo fuese degradado de rango y transferido a un puesto como administrativo en el servicio de seguridad postal de Saaz (Checoslovaquia), la actual Zatec.

Pero ni Morgen ni el príncipe Waldeck se habían olvidado del escándalo de corrupción en el que estaba metido el matrimonio Koch. Retomaron las pesquisas y durante más de ocho meses estudiaron cada uno de los puntos para dar con la clave. A lo largo de ese tiempo el «juez sabueso» descubre que el patrimonio de los Koch «había crecido en más de 100.000 marcos, algo imposible dado su salario. Que no había vivido de manera modesta ni humilde; que se había gastado gran parte del dinero en líos de faldas. Compraba constantemente lotería y apostaba a las carreras. Las investigaciones apuntaban que finalmente y sin ninguna duda más de 65.000 marcos fueron malversados».

Algo impactante también es que el comandante Koch se beneficiara ampliamente de la llamada «Noche de los Cristales Rotos» de noviembre de 1938, cuando un gran número de judíos fueron llevados hasta Buchenwald. Una vez allí se les ordenaba depositar los objetos de valor en grandes cajas. Cuando algunos de estos prisioneros fueron puestos en libertad se les hizo firmar un documento afirmando que el dinero, las joyas u otras posesiones de valor en realidad no les pertenecía. Koch ya se había encargado de confiscarlo todo para su provecho. Según Morgen, esta apropiación indebida ocurrió de la siguiente forma:

«Koch dio órdenes a uno de las peores criminales profesionales que Buchenwald ha visto nunca, y a quien le había hecho Kapo de la cantina de líderes, un tal Bernhard Meiners, para que comprase alimentos y "comida de lujo". Meiners fue protegido por (Koch) en todos los sentidos. Para él no había peinado corto; él se vestía de traje, conducía un coche y vivía fuera del campo. Estuvo viajando por toda Alemania, compraba todo lo que podía y vendía su mercancía sobre todo a los prisioneros, usando sus ganancias como capital flotante. Meiners reclama que él dio a Koch 90.000 RM que no estaban en los libros, mientras Koch solo confesó que recibió 40.000».

Ilse Koch no fue la víctima del engaño de su marido, como aparentemente quiso hacer creer en un primer momento. Morgen también tenía pruebas concluyentes de que la «Commandeuse» se había beneficiado de regalos y otras riquezas. Lucía abrigos de piel propios, sombreros, zapatos y vestidos, y hasta un atuendo especial para montar a caballo. Curiosamente, desde que Ilse contrajo matrimonio con Karl, esta pasó de usar ropa de segunda mano a incrementar su patrimonio de 120 marcos en 1938, a más de 25.000 en 1943. El astuto investigador había descubierto que el carácter de la amada esposa era tanto o peor que el del comandante.

Juicio en Weimar

Reunidas todas las pruebas y teniendo como parte principal del entuerto, no solo la malversación de fondos y la corrupción, sino el asesinato que ordenó Koch contra los médicos internos Kramer y Peix, Morgen pone sobre la mesa el informe de las SS y son detenidos. Ya no podían pasar por alto todas las barbaridades de sangre, sadismo y vejaciones que habían dejado tras de sí el dúo Koch en el campo de Buchenwald. Ni tampoco el continuo robo de dinero que en un principio iba destinado a las arcas del
Reichsbank
.

Himmler y el príncipe Waldeck son informados de lo sucedido y el comandante en jefe por fin se da cuenta del engaño y la traición de su mano derecha.

Los Koch fueron juzgados en dos ocasiones por un tribunal de las SS en Weima
R:
la primera a finales de 1943 y la siguiente un año después. Durante la vista judicial inicial Karl fue encontrado culpable; pero en relación con Ilse no se hallaron pruebas suficientes que la involucrasen en el caso de corrupción que se mencionaba. Quedó libre.

En febrero de 1944
Frau Shade
comienza una nueva vida. Sale de Buchenwald con sus hijos Artwin y Gisele y se marcha a un apartamento situado en Ludwigsburg, un suburbio de Stuttgart, que resultó ser la misma ciudad donde residía su cuñada Erna. Hasta 1947 Koch llevó una vida tranquila, bastante aislada y solitaria, a pesar de los rumores que se vertían en el vecindario en torno a ella. Según su casera, María Klaus, Ilse «recibía muchas visitas masculinas y organizaba fiestas que duraban hasta altas horas de la madrugada. Ella tenía mucho dinero porque ella no trabajaba». Uno de los caballeros que la cortejaba en su piso era un cuarentón austriaco llamado Willi Baumgartner.

El 18 de diciembre de 1944 se inicia un segundo juicio en Weimar, que tiene como presidente del tribunal al
SS-Obersturmbannführer
(Teniente Coronel) Richard Ende. Karl desmiente todos los cargos que se le imputan de una manera enfática y asegura que todo ha sido un complot del príncipe Waldeck para desprestigiarle. Incluso alega en su defensa, que tan solo cumplía órdenes de sus superiores. Sus lamentos no acallaron la voz del tribunal, con Ende a la cabeza, encontrando a Karl Otto Koch culpable de corrupción por el robo de dinero y propiedades asignados al
Reichsbank
. Estas pertenencias debían de haberse ingresado directamente al Banco Central Alemán, en vez de a cuentas secretas de un banco suizo. El acusado además fue condenado por tres cargos de asesinato sin autorización durante su mandato en el campo de concentración de Buchenwald. Por estos crímenes la corte de las SS le sentenció a la pena capital. Es curioso cómo para los altos mandos del Reich fue más indignante la apropiación indebida de dichos bienes, que la tortura y la ejecución de prisioneros.

Por ende, a Ilse se le permitió regresar con sus hijos a su apartamento en Ludwigsburg mientras que su marido permanecía encerrado en la cárcel de Weimar a la espera de ser ejecutado ante un pelotón de fusilamiento.

Ejecución del comandante

No tardó mucho en morir… El 3 de abril de 1945 Karl Otto Koch fue trasladado en camioneta y con los grilletes puestos de la prisión de Weimar al que había sido su hogar durante los mejores años de su vida: el campo de concentración de Buchenwald. Una vez allí, fue llevado al campo de tiro cerca del edificio donde se realizaba la desinfección de los presos y atado a un palo de madera. El que fuera su último ayudante en el campo, Hans Schmidt, se acercó a él para vendarle los ojos. Koch rehusó de forma contundente. Ni siquiera quiso decir su última palabra.

Ante la mirada atenta del batallón armado, Schmidt dio la orden de abrir fuego. Una multitud de fogonazos derribaron al antiguo comandante, que cayó muerto
ipso facto
. Uno de los médicos que presenciaron el ajusticiamiento comprobó que Karl no tenía pulso y certificó su muerte a los cuarenta y siete años de edad.

Su cuerpo ensangrentado fue llevado directamente al crematorio, lugar que había utilizado en infinidad de ocasiones para deshacerse de sus prisioneros una vez despellejados, mortificados y bárbaramente asesinados. Por obra del destino Koch fue quemado en los hornos y reducido a cenizas, igual que miles de sus víctimas.

El juicio de Dachau

A partir del 6 de abril de 1945 los oficiales de Buchenwald dieron la orden de enviar a los judíos —en aquel momento había unos 100.000— a las llamadas «marchas de la muerte». Cuatro días después el general americano Eisenhower ordena que su 80ªDivisión libere el campo de concentración, y tras sus muros descubren una estela de horror y barbarie.

Derrocado el régimen del
Führer
Ilse Koch tenía miedo de ser descubierta, aunque ya había sido juzgada previamente por el tribunal militar de las SS.

Jamás huyó del apartamento que tenía a las afueras de Stuttgart hasta que el ejército americano de ocupación dio con ella poco después. Nadie sabe cómo la encontraron, simplemente sucedió.

«La Bruja» fue arrestada y sus hijos Artwin y Gisele se quedaron bajo la tutela de su cuñada, Erna Raible. Pese a que en un primer momento Koch creyó que sería juzgada por el desfalco a las arcas del Reich, lo cierto es que la sorpresa fue grande cuando conoció los verdaderos motivos. Las autoridades estadounidenses la acusaron de abusar, pegar, torturar y asesinar a los prisioneros del
Koncentrationslager
de Buchenwald en el periodo que estuvo como «Comandanta». Había llegado el momento de que sus actos no quedasen impunes.

En el impasse que permaneció en la prisión de Forman Kaserne en Ludwigsburg —más conocida como Läger 77—, Ilse llegó a leer artículos donde contaban cómo ordenó fabricar lámparas con piel humana tatuada, e incluso que la estaban acusando de perpetrar los crímenes más espantosos e inimaginables en época de guerra.

Tras dieciséis meses en el Lager 77, la
Zorra de Buchenwald
es trasladada a una celda del antiguo campo de concentración de Dachau, donde precisamente se queda embarazada. Los rumores apuntaban a que el padre era un prisionero alemán que trabajaba en la cocina del barracón. Otros, en cambio, daban por sentado que había sido obra de un guardia polaco. Ya hemos llegado al mes de abril de 1947.

El Tribunal por fin se reúne el día 11 para celebrar el juicio contra los inculpados. Un total de 31 personas, treinta hombres y una sola mujer, Ilse Koch.

Antes de dar comienzo la vista el capitán Emmanuel Lewis, abogado defensor de los acusados y procedente de las oficinas militares americanas, pide la venia a la corte para tomar la palabra:

«Durante las dos últimas semanas la radio y la prensa alemana y estadounidense han estado repletas de alegaciones en contra de los acusados. La fiscalía no ha perdido la oportunidad de calificar a esta gente como archicriminales sin darles la ocasión de responder a los cargos. No negamos el derecho de la prensa a informar sobre los hechos, pero este caso fue tratado en los diarios antes de ser traído a este tribunal de justicia, y pedimos permiso para sondear a los miembros de la corte de forma individual»
[4]
.

A lo que el Presidente de la Audiencia, el General Emil C. Kiel, contesta:

«Kiel: Ningún miembro del tribunal se ha formado una opinión. Puesto que no hay motivo para el desafío, el tribunal se declara debidamente constituido. ¿Cómo se declaran los acusados?

Lewis: Como abogado de la defensa entro en una declaración de no culpable para todos los acusados»
[5]
.

Este fue el principio de un largo juicio donde Lewis replicó absolutamente todos los supuestos cargos de asesinato, torturas y ensañamiento por parte de sus clientes.

Uno de los primeros testigos del Fiscal William Denson fue el exprisionero del campo de Buchenwald, Eugen Kogon, ya mencionado con anterioridad. Este describió al Tribunal cómo les afeitaban el vello del cuerpo y luego les pasaban a un tanque para desinfectarles. Si no obedecían las reglas del campamento, acababan recibiendo fuertes palizas y amenazas de muerte.

El quinto día del juicio los testigos comienzan a mencionar a Ilse Koch como una de las mayores instigadoras del salvajismo vivido en el recinto. El doctor Kurt Sitte, prisionero en Buchenwald desde 1939 hasta la liberación, aportó uno de los testimonios más incriminatorios contra la
Commandeuse
. Sitte espetó que durante su estancia en el departamento de patología donde él trabajaba, conocía de primera mano que bronceaban piel humana. Además, certificó haber visto en una ocasión un marco para una pantalla de lámpara en el laboratorio y que colegas suyos, que ocuparon su lugar antes que él, ya sabían de la existencia de una pantalla fabricada con la epidermis de una persona. Su destinataria: la señora Koch.

A continuación el doctor Sitte señaló que había escuchado a los reclusos mencionar que Ilse anotaba los números y nombres de los que tenían tatuajes. Es decir, que la acusada llevaba un control de los individuos que podrían ser asesinados para convertir su piel en algún objeto decorativo.

Según su declaración, el superviviente habría presenciado personalmente el abuso que Ilse Koch ejercía contra los prisioneros:

«Cada vez que se acercaba un grupo de presos que trabajaban alrededor de su casa o de otros funcionarios, sus guardias de las SS intensificaban su violencia contra los reclusos golpeando y azotando con más severidad que de forma habitual. Ilse Koch permanecía allí a veces durante más de una hora y miraba este "cuadro". También frecuentemente tomaba parte activa, golpeando con su fusta cuando ella iba de camino hacia el picadero. En otras ocasiones, ella llamaba a un guardia de las SS para "castigar" a un preso que tuvo la mala suerte de llamar su atención. Repetidas veces se le vio tomando los números de esos prisioneros que luego fueron puestos en el "búnker de arresto" después de su regreso al campamento, ya sea para ser castigado en uno de los modos habituales después de un par de días (es decir, los azotes en el "Bock", donde los brazos colgaban de un árbol), o bien el castigo más cruel, que sería ser dejado allí en el "búnker" por un tiempo indefinido. Durante aquellos periodos en el "búnker" su sádico guardián, Som-mer, podría ejercer su ingenio para buscar métodos especialmente refinados de tortura. En estos días (1940-1941) un gran porcentaje de aquellos que fueron llevados al búnker fueron asesinados allí».

A este testimonio tan impactante, le siguieron otros donde el doctor Sitte afirmaba que tanto Ilse Koch como sus hijos disfrutaban con el espectáculo de ver a los internos caer rendidos hasta la extenuación por el ejercicio extremo al que eran sometidos en las largas jornadas de Buchenwald. E incluso aquel donde el abogado defensor de Ilse, el capitán Lewis, trataba de justificar la eliminación de tatuajes de algunos presos del campo, aludiendo que esto era debido a las investigaciones científicas que el Dr. Wagner realizaba a delincuentes habituales. A lo que el testigo respondió: «En mi época, la piel fue arrancada de los prisioneros tanto si eran criminales como si no. No creo que un científico responsable pudiese definir esta clase de trabajo como ciencia».

Las pruebas

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