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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (6 page)

BOOK: Guardianas nazis
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El tema de las lámparas fabricadas con la piel humana tatuada de algunos reclusos, fue el principal punto a tratar durante gran parte de la vista judicial de Buchenwald en Dachau. A lo largo de la misma se aportaron como evidencia tres piezas concretas que se rescataron de Villa Koch y un informe realizado por el U.S. Army's Seventh Medical Laboratory con fecha del 25 de mayo de 1945. El abajo firmante, el Mayor Reuben Cares, miembro del cuerpo médico y jefe de Patología, describió con todo lujo de detalles los trozos humanos aportados.

«PIEZA A: 13 × 13cm, es transparente y muestra la cabeza de una mujer en el centro y un marino con un ancla cerca de la orilla.

PIEZA B: 14 × 13cm, es transparente y es un tatuaje de varias anclas que descansa sobre un negro de masa indefinida. A la derecha de esta masa es la cabeza de un hombre.

PIEZA C: trapezoidal, mide 44 cm en la base. La parte superior es de 30 cm y los lados miden 46 cm. La piel es transparente y muestra dos pezones en la parte superior. Están separados 16 cm. Desde el nivel del pezón al ombligo hay 23 cm. El tatuaje de un ave de gran tamaño, con una envergadura de ala de 28 cm, se presenta en el centro de la piel, en la parte superior. Un dragón negro, con fuego saliendo de la boca, mide 28 cm de longitud y está presente en el centro de la piel. A la izquierda del dragón hay un hombre en una armadura, con una espada que parece atascada en el dragón. El tatuaje del hombre es de aproximadamente 22 cm de longitud.

EXAMEN MICROSCÓPICO: El tejido está formado por amasijos de colágeno que muestran ocasionales restos epiteliales de las glándulas y el sudor. Se observan gránulos de pigmento negro entre algunos de los amasijos.

Basándonos en los resultados, se puede concluir que las tres muestras son piel humana tatuada».

Durante la declaración del doctor Kurl Sitte y tras ver una copia del informe del Mayor Cares sobre estas piezas, el primero reconoce haber visto el tatuaje de la cabeza de un indio americano en el brazo de un interno. Y además apunta señalando la fotografía: «Es obvio que el hombre estaba vivo en ese momento». Las explicaciones que da al respecto son:

«Es un afortunado accidente que este trozo de piel no estuviera bronceado, en el caso de que lo estuviera, los informes normalmente no mostrarían con exactitud cuando fue llevado a cabo el proceso, pero como fue preparado en una solución de conservación, tanto la fecha del primer tratamiento y el día de finalización están registrados. Por eso somos capaces de probar que este tratamiento de la piel fue hecho unos días después de que sacasen las fotografías».

A partir de ahí el juicio contra los treinta y un acusados se convirtió en un desfile de testigos de la acusación, un total de diez, que tan solo querían narrar su terrible experiencia de abusos y maltratos recibidos de la ya afamada,
Zorra de Buchenwald
.

Los testigos, sus verdades y sus mentiras

Entre los declarantes que subieron al estrado se encontraba Joseph Broz, recluso que pertenecía a la cuadrilla de trabajo que estuvo en el exterior de la casa de los Koch durante el verano de 1941. Según su testimonio, Ilse descubrió a algunos de los hombres comiendo las bayas silvestres que crecían alrededor de su mansión. Estos reclusos estaban muertos de hambre, muy flacos. Broz asegura que la señora Koch le dijo a un guardia que pusiese fin a esa situación. Tanto él como el resto de sus compañeros fueron golpeados por los gendarmes.

Paul Schilling, otro expreso de Buchenwald, aseveró que el Comandante Karl Koch golpeó a un recluso después de que su esposa dijese: «Este sucio cerdo judío se atrevió a mirarme».

El siguiente testigo, Ludwig Gehm, garantizó haber visto a la señora Koch pegar con un palo o una especie de fusta a un prisionero judío en la cara y en todo el cuerpo.

Otro exinterno del campo de concentración, Josef Löwenstein, dijo al Tribunal que un miembro de la cuadrilla de trabajo fue fuertemente golpeado con un látigo después de que la comandanta contase a su marido: «Echa un vistazo a ese sucio canalla judío que está ahí, es demasiado perezoso para trabajar. Yo no quiero verlo nunca más. Todo lo que hace es mirar de todos modos».

Löwenstein también explica un segundo suceso, donde uno de los reos de la obra que estaba sufriendo cólicos y diarrea, se dispuso a hacer sus necesidades en el suelo. En ese momento Ilse Koch se acercó, llamó a un oficial de las SS para que supervisase la faena y le ordenó: «¿Has echado un vistazo a esto? ¿Tiene que ocurrir en mi presencia? Ponga fin a esto de una vez». Como castigo, el camarada nazi obligó al confinado a realizar un trabajo extenuante hasta que se desplomó. Löwenstein ratificó que el preso murió esa misma noche. No obstante, en el interrogatorio que le hizo el Capitán Lewis, salió a la luz que el único conocimiento que el testigo tenía sobre la muerte de dicho preso, se limitaba a un informe recibido en su barracón.

Uno de los presidiarios que quizá tuvo un contacto más personal con la familia Koch y en concreto con Ilse, fue Kurt Titz, que trabajó durante dos años como
Kalfaktor
, asistente en la casa. Titz corroboró la existencia de pantallas de lámparas elaboradas con piel humana tatuada en el hogar. También admitió haber birlado un poco de licor de las provisiones de los Koch y haberse emborrachado alguna vez. Cuando la señora Koch se enteró de esto último, ordenó a los guardias que le golpeasen y le colgasen de los brazos durante varias horas. Aquella circunstancia le hizo entender que el Comandante Koch y su esposa gobernaban juntos Buchenwald. Titz también corroboró que Ilse anotaba de forma regular los números de los presos que trabajan alrededor de su casa. Si hacían algo que la pudiese disgustar, daba parte a los guardianes y eran castigados inmediatamente.

Pero el abogado de Koch, el capitán Lewis, no estaba muy convencido de su declaración, así que en un intento de impugnar al testigo, le preguntó si era cierto que durante una de sus borracheras había roto los muebles de un salón y destruido parte de la ropa que se encontraba en el ropero de Frau Koch, y que fue en ese momento, cuando las SS lo sacaron de allí a rastras para castigarle. Para sorpresa de los allí presentes Titz admitió que era verdad.

Un nuevo testificante subió al estrado. Esta vez le tocaba a otro expreso, Herbert Fröboss, que contó que mientras él y otro interno estaban cavando una zanja, la señora Koch apareció «mal vestida». Cuando levantaron la vista hacia ella, dijo: «¿Qué estáis haciendo mirando hacia arriba?» y procedió a azotarles con su fusta. Fröboss además aseguró que Ilse había anotado el número de un preso que aparentemente había estado hablando de ella; el convicto fue llamado a la entrada y no se le volvió a ver jamás. Por último, el testigo manifestó haber contemplado un álbum de fotos y un par de guantes realizados a partir de piel humana, y estar presente durante la selección de un interno que tenía tatuajes. El individuo no tardó en desaparecer del campamento.

Otro de los testimonios aportados por la acusación fue Kurt Leeser, que expuso el caso del recluso, Josef Collinette, de quien dijo que le asesinaron por su tatuaje. La primera vez que Leeser aprecia ese tatuaje lo hace en la piel de su compañero cuando estaba vivo. Más tarde lo encuentra suelto en el laboratorio. Allí lo avista reconvertido en una pantalla de una lámpara.

Siguiendo con los declarantes, llega el turno de otro exprisionero, Ignatz Wegerer, que dice haber visto personalmente a la señora Koch abusar físicamente de confinados. Insiste que como trabajador del laboratorio de patología, estaba muy familiarizado con la fabricación a partir de piel humana tatuada de pantallas para una lámpara, estuches para navajas de bolsillo o cajitas para utensilios de manicura. Lo normal era que se realizasen específicamente para ella.

Poco a poco cada testigo fue lanzando acusaciones directas contra la que fuera esposa del comandante de Buchenwald. La prensa internacional —británica, alemana y estadounidense— puso en jaque a Ilse Koch, a la que directamente declararon culpable de algunos de los peores crímenes de la historia: incitación al homicidio y abusos y humillaciones a los reclusos del campo donde se paseaba regularmente.

El turno de la viuda «inofensiva»

El 10 de julio de 1947 fue el día clave para Ilse Koch. Por fin tenía la oportunidad de contar su verdad y de justificar todas y cada una de las acusaciones que se le imputaban. Tal fue la expectación que levantó su presencia que la sala del Tribunal estuvo al completo. Más de doscientas personas se congregaron entre periodistas, clérigos y ciudadanos corrientes que querían saber de primera mano la versión de la célebre «
Commandeuse
».

La viuda del ya fallecido comandante Karl Otto Koch se personó en el recinto de la Corte, caminó hasta el ascensor mientras era observada por una multitud de gente que allí se congregaba. Todos señalaban su vientre y murmuraban acerca de su evidente embarazo. Una vez en el estrado, tomó juramento y se sentó.

El primer turno de preguntas fue para su abogado, el capitán Lewis, quien puso sobre la palestra uno de los puntos más sensacionalistas de la vista: la presunta posesión de lámparas hechas con piel humana tatuada en su casa. A lo que ella respondió: «Nunca he oído hablar de pantallas de este tipo hasta este momento y nunca he visto ninguna».

Cuando Lewis la interrogó acerca de los objetos encontrados en su casa por las tropas americanas el día de la liberación de Buchenwald, Frau Koch repuso sin titubea
R:

«Eso era una pantalla que jamás estuvo en mi poder, porque si los estadounidenses encontraron una pantalla de lámpara en Villa Koch en 1945 —la casa que yo había evacuado ya en 1943— es imposible que fuese mía, y es posible que esta perteneciese a alguien que vivió en la casa después de mí».

Sin embargo, y siguiendo con las respuestas que Ilse dio a los razonamientos de su abogado, habría que destacar que ella sí admitió haber paseado por el campo en alguna ocasión alegando que:

«eso fue en un momento en que los presos se encontraban ya en el recinto de la cárcel… Entonces había que recoger el correo casi todos los días. Yo siempre solía llevar a mis hijos delante. También era necesario comprar los alimentos que usábamos a diario. Podíamos hacer esto en el comedor, ya que para las mujeres que vivían allí estaba demasiado lejos de Weimar. Por otra parte, no había ferrocarril alguno en aquel momento y no se nos permitía utilizar los coches en tiempos de guerra. Todo esto fue fuera del recinto penitenciario».

Incluso contestó que no, cuando Lewis le preguntó si alguna vez había llevado consigo un látigo o una fusta. Según Koch, ni siquiera tenía por qué anotar el número de los prisioneros, ya que era «un ama de casa», dijo textualmente, y que su energía no abarcaba tanto entre la casa y los hijos como para llevar a cabo determinados incidentes que allí se habían escuchado. Negó categóricamente que su esposo le contase lo malo que ocurría en el campamento, sobre todo si se trataba de casos incompatibles con la dignidad humana. «Él trazó una estricta línea entre su hogar y su oficina», rebatió la acusada.

Koch también habló acerca de su arresto en Ludwigsburg en mayo de 1945, señalando que no tenía ni idea de por qué se la estaba relacionando con las atrocidades cometidas en Buchenwald. Ella se había enterado de dichas acusaciones gracias a la revista Life. El magazine publicó un artículo con una foto suya y con una serie de «barbaridades». Algo sorprendente de esta última declaración es que en ningún momento el reportaje que se divulgó el 8 de octubre de 1945 hablaba sobre Ilse, sino en este caso de la
SS Oberaufseherin
Irma Grese y sus perversiones con una fusta. Entonces, ¿por qué Koch mencionó algo así, si en realidad no se referían a ella? Casi con toda seguridad, porque estaba mintiendo descaradamente.

Asimismo, y durante el tiempo que estuvo en el estrado, Ilse refutó las afirmaciones de algunos testigos como Sitte, Fröboss y Titz que certificaron que ella había poseído artefactos hechos con piel humana o que había ordenado que los fabricaran. También negó las aseveraciones de los testigos que dijeron que montaba frecuentemente a caballo por el recinto, aduciendo que estuvo embarazada durante gran parte de su tiempo en Buchenwald. En definitiva, Ilse Koch aseguró que todos los testificantes que había presentado la acusación estaban mintiendo y que se habían puesto en su contra.
La Zorra
resaltó que era absolutamente inocente y que ignoraba los posibles abusos que pudiesen haber tenido lugar durante los más de seis años que residió en el centro de internamiento de Buchenwald.

Momentos antes de que concluyese el interrogatorio por parte del capitán Lewis hacia su testigo, Ilse Koch quiso decir unas palabras a través de la intérprete del Tribunal, Herbert Rosenstock:

«Se ha hablado mucho de mí en la prensa en los últimos dos años. No creo que exista una expresión en la lengua alemana demasiado vulgar que hayan usado contra mí. Aunque en estos dos años he logrado mantenerme a distancia de estas cosas para no sufrir mental y físicamente [sic] demasiado.

Por tanto, a pesar de esto, yo, como madre, no puedo mantenerme al margen mientras mis hijos llegan a estar en un estado en el que ni siquiera quieren ir al colegio. Son extremadamente tímidos y ellos no tienen el valor de hablarle a nadie sobre sus problemas reales.

En los periódicos, me pintan como la cima del sadismo, la perversión y corrupción. Me dicen que tengo una colección de objetos hechos de piel humana en mi casa y dicen cosas peores de mi vida privada. No tengo ni idea de quien está propagando estas historias. Ciertamente, es imposible saber cualquier cosa de mi vida privada a menos que alguien tuviese un dispositivo para hacerse invisible y, con ese dispositivo, entrar en mi casa a verme.

Las expresiones en los periódicos son del estilo más vulgar y la forma en la que fue publicado que no estaba bajo sospecha, sino que era un hecho que fuese dueña de pantallas de lámparas hechas de piel humana, sin que hubiese tenido lugar ningún juicio.

Sufrí suficiente durante los dieciséis meses que estuve encarcelada por la investigación. Durante este tiempo, hubiese sido muy fácil para mí conseguir papeles falsos y vivir en otro sitio bajo un nombre falso. También hubiese sido muy fácil cambiar mi imagen. Pero, sobre todo, teniendo en cuenta el hecho de que el juicio de mi marido (por las SS) dio lugar a mi absolución, yo no tenía ningún motivo para desaparecer. Ni siquiera se me pasó por la cabeza la posibilidad de que me llevaran a juicio porque nunca hice ninguna de las cosas que se han presentado contra mí».

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