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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (14 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Otro caso era que los trozos de hueso de un conjunto de extremidades amputadas o de la articulación de la cadera, eran guardados y transportados hasta Hohenlychen para ser implantados en los soldados alemanes heridos durante la guerra.

Pero estos experimentos no se ciñeron exclusivamente en torno a los huesos, llegaron como bien decíamos, hasta los sistemas muscular y nervioso. Semejantes intervenciones fueron diseñadas para probar la velocidad de mejoría de los músculos y los nervios para el uso de la cirugía plástica. Estas consistieron en la extirpación de los nervios y los músculos del muslo o la pantorrilla, pero sin condiciones básicas de higiene y salubridad. Los ensayos se realizaron sin una anestesia adecuada, sin cambiar las gasas, algodones y vendas por cada paciente. Se abandonaba a las enfermas sin ningún tipo de supervisión, a sabiendas que la reclusa podría tener una fiebre alta, perder las fuerzas y morir al intentar pedir ayuda.

Algunas de las supervivientes de estos macabros procedimientos, tardaban meses en recuperarse parcialmente. Muchas de ellas habían perdido parte de sus extremidades o se habían convertido en mujeres estériles sin capacidad de procrear. La impotencia era lo único que les quedaba hasta que un día, hablamos de los primeros meses de 1943, dijeron «¡Basta!».

En ese preciso instante, varias de estas prisioneras decidieron escribir una petición formal y expresa donde alegaban su radical oposición a la cirugía experimental que se estaba ejecutando tras los muros de Ravensbrück. La carta se hizo en secreto y a espaldas de María Mandel y significó un último aliento de valentía y fuerza para las desdichadas víctimas. Esta oportunidad, única por otra parte, era indispensable para informar a las altas autoridades del campamento acerca del trágico destino que les estaban imponiendo. Que lo descubrieran quizá salvaría sus vidas. O no… La misiva decía lo siguiente:

«Inmediatamente nos pusimos a escribir una petición. Escribimos una nota breve, que nosotras, prisioneras políticas y cuyas firmas aparecen abajo, preguntamos al señor Comandante, si sabía que en el campo se hacían cirugías experimentales a unas mujeres sanas —prisioneras políticas—. Dichas cirugías causan discapacidades e incluso la muerte. Nosotras, sujetas a las cirugías, protestamos contra dicho procedimiento. Lo firmamos todas y fuimos en filas de cuatro a entregárselo. Las mujeres que nos vieron caminar por la calle Lagrowa nos miraban con cara de pánico. Nadie más en el campo sabía qué estaba pasando. Hacía un día muy soleado. Despacito, pierna tras pierna, íbamos adelante. Los vendajes blancos contrastaban drásticamente con el color negro de la calle. El camino "nach Vorne" (alemán-al frente) nos pareció eterno. Al final llegamos y nos paramos enfrente del edificio, donde se ubicaba el despacho. El Comandante no quiso salir. Mandó una secretaria que nos dijo que las cirugías son "un invento histérico de las mujeres"»
[16]
.

Pese a los débiles intentos de estas jóvenes cobayas humanas por impedir que la máquina de destrucción masiva continuara, su petición fue declinada automáticamente. Las esferas superiores del campo de Ravensbrück hicieron oídos sordos y siguieron permitiendo la experimentación científica y criminal con personas de carne y hueso hasta 1945.

El coraje inicial de estas reclusas dejó de nuevo paso a la impotencia. Eran conscientes de que su destino final era la muerte y que Alemania jamás las permitiría sobrevivir. Mandel era una de las piezas del engranaje nazi que no les dejaría vivir con dignidad.

Por suerte para las mujeres enclaustradas en Ravensbrück, la
Oberaufseherin
fue asignada al campo de Auschwitz en otoño de 1942. Un suspiro de alivio inundó las calles de la Lagerstrasse. Según parece, los jefes estaban tan contentos con su trabajo que decidieron enviarla allí como un acto de promoción. Al enterarse de la buena nueva, Mandel se jactó que su nuevo puesto pretendía restablecer el orden e intensificar el terror entre los confinados.

NUEVO DESTINO: AUSCHWITZ

El 7 de octubre de 1942 María Mandel fue trasladada de Ravensbrück a Auschwitz II Birkenau en Polonia. Primeramente, ejercería como
Oberaufseherin
.

Las circunstancias que rodearon su traslado al nuevo campamento no fueron lo suficientemente claras. Se barajan varias hipótesis aparte de la supuesta y merecida promoción. Si bien, algunas conjeturas llevan a pensar que en realidad fue transferida a Auschwitz con el único fin de sustituir a Johanna Langefeld, quien no cumplía escrupulosamente con su función dentro del campo. De hecho, Mandel argumentó a su partida de Ravensbrück que iba a «estructurar» las cosas allí, por lo que podemos entender que existía una presunta desorganización o mal funcionamiento.

Hay otros hilos que apuntan a que la supervisora intentó desobedecer a su superior e impedir su marcha a Auschwitz. El motivo era obvio, aquel recinto era nido y caldo de tifus, piojos y diferentes enfermedades acaecidas por las terribles condiciones de higiene y saneamiento que padecían sus habitantes. Mandel intentó renunciar a su cargo, pero su Comandante Fritz, le insistió que la decisión estaba tomada y que debía trasladarse a Auschwitz lo antes posible. Lo anecdótico de este caso es que la guardiana intentó justificar este hecho en el juicio, alegando que pasó por alto la orden de su superior, cuando todos sabemos que eso no era posible. La acusada jamás se atrevería a discutir la orden de un alto mando porque simplemente la obediencia era testimonio de su honorabilidad.

Sea como fuere, su nuevo destino le supuso un avance innegable en su carrera. Si su anterior puesto como
Oberaufseherin
llegó a dotarla de suma importancia y responsabilidades, Auschwitz no podía ser menos. En Ravensbrück se había convertido en un modelo a seguir para el resto de mujeres que servían al Tercer Reich. La veían como una luchadora nata.

Por el contrario, sus víctimas solo recibieron de ella continuas muestras de inhumanidad, soberbia y perversión. El nuevo campamento ubicado en Polonia suponía un verdadero desafío para la atroz Mandel. Auschwitz todavía no se había convertido en uno de los cementerios más sombríos y grandes de Europa. Con ella al mando pronto sus calles parecerían un camposanto.

La primera tarea que la confiaron nada más arribar fue la de crear un centro casi desde cero, para mujeres apresadas por su oposición y lucha contra el imperio del
Führer
. Aunque la labor no fue nada fácil, el reconocimiento adquirido por su anterior trabajo en el campo de Ravensbrück, hicieron que Mandel sorprendiera gratamente a su comandante el
SS-Obersturmbannführer
(teniente coronel), Rudolf Hoss. Así describió el oficial los primeros días en las instalaciones:

«En el campo de mujeres prevalecieron las peores condiciones en todos los sentidos. (…) Pronto llegaron a Auschwitz las supervisores de las mujeres —ninguna voluntaria— que tuvieron que construir desde cero el nuevo campamento en las condiciones más difíciles. Ya en la primera semana, la mayoría de ellas querían escapar y regresar a un lugar tranquilo, la vida agradable y tranquila en Ravensbrück»
[17]
.

La construcción de aquel
Frauenkonzentrationslager
(campo de concentración femenino) dentro del monstruo de Auschwitz, se hizo en Birkenau y supuso el traslado de 13.000 presos entre mujeres y niños. Este nuevo espacio fue una filial del primero, donde las condiciones de vida fueron físicamente mucho peor que en Auschwitz I.

Durante los primeros meses Hoss observó a la recién llegada María Mandel, a quien como
Oberaufseherin
le correspondía controlar todas las mujeres del campo de Auschwitz. Lo estaba haciendo tan bien que el comandante pretendía asignarla como única responsable de las prisioneras de este campamento y de los subcampos femeninos de Hindenburg, Lichtenwerden, Budy y Rajsko. Pero Himmler se oponía a que una señora fuese la directora del campo. Era totalmente inflexible con este tema. Por lo que se nombró como gerente al
Obersturmführer
(Teniente) Paul Mueller y a María Mandel como
Lagerführerin
(líder o jefa del campo femenino). Esta última, a pesar de tener un rango inferior al de un hombre, ejerció un dominio abismal sobre cada interna. La subordinación femenina desplegada fue absoluta.

EN CONDICIONES INFRAHUMANAS

Aquel nuevo campamento contaba con diversos refugios hechos de ladrillo y madera y construidos como si de una cuadra para caballos se tratase. En circunstancias normales aquellos establos albergarían a unos 52 caballos, pero en principio Mandel había ordenado colocar a 300 personas para comprobar su efectividad. Una vez definidas las barracas de cada bloque y como si estuviesen ajustando la capacidad de un almacén de alimentos, la
Lagerführerin
comenzó a utilizar dichas instalaciones a modo de pequeños cuarteles. Pasaron de convivir 120 personas a unas 1.000. Del espacio necesario para que cada individuo pudiese vivir de manera normal, solo disponían de 0,28 metros cuadrados y de 0,73 m³de aire. Es decir, si comparamos estos asfixiantes habitáculos con las cárceles que había en Polonia antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, estas últimas permitían que el recluso tuviese 13 m³de oxígeno en un espacio común y 18 m³en uno individual. La angustia de las reas era escalofriante.

Además, las paredes que habían fabricado para esta especie de cuartelillos, estaban elaborados con una mampostería de tan solo 12 centímetros, con unos techos sin tejas, suelos sin azulejos llenos de tierra y una única puerta de entrada. En esta situación y debido sobre todo al terreno pantanoso donde se ubicaron, tenemos que imaginarnos en pleno invierno cómo el frío entraba por cada grieta de la pared o de la techumbre, haciendo insoportable la vida en su interior. Ni siquiera las dos estufas que colocaron en cada uno de los cuarteles eran capaces de calentar aquellos establos. Y es que debido a la rapidez con la que se construyó este nuevo emplazamiento, no hubo tiempo ni para el aislamiento. Aunque podemos presuponer que si lo tuvieron, tampoco hicieron nada al respecto. Al fin y al cabo, «hasta el niño en la cuna debe ser pisoteado como un sapo venenoso. Vivimos en una época de hierro, en la que es necesario barrer con escobas de hierro», afirmaba con contundencia Heinrich Himmler en septiembre de 1941.

El momento de dormir era siempre el más complicado. Mil personas conviviendo codo con codo, sin apenas libertad de movimientos y con tan solo tres pisos de camas. Se trataba de obsoletas literas que si en un principio pretendían albergar a cuatro internas, en los momentos de gran congestión seis de ellas tenían que compartir catre. Era del todo inaguantable. En las primeras semanas y antes de aquel hacinamiento masivo, las condiciones eran más o menos tolerables. Pero una vez que Mandel inició la etapa de acumulación de gente, aquellos cuarteles se convirtieron en verdaderas máquinas de matar. Durante el desbordamiento las mujeres pasaron a dormir en el suelo o de pie porque ya no había más sitio. Aquella angustiante situación sin luz y ninguna clase de saneamiento o baños, provocaba asfixia, crisis nerviosas y agotamiento en las prisioneras. Sufrían de insomnio, era imposible descansar adecuadamente.

La propia María Mandel recordaba ante el tribunal que la juzgó en Cracovia en 1947 cuáles eran las condiciones de vida en los barracones de Birkenau:

«El sitio no había sido canalizado, el barro llegaba hasta las rodillas, en los módulos no había suelo, las paredes tenían concavidades húmedas y fangosas, había una grave falta de agua. Tanto por dentro de los bloques como por fuera, había cuerpos amontonados y nadie los retiraba».

La alimentación de las confinadas también se vio dañada hasta límites insospechados. Tanto mujeres como hombres habían llegado a una delgadez tan extrema que su peso no alcanzaba los 35 o 40 kilos. Cuando la supervisora nazi gritaba que comenzase la revista diaria, se podían observar a verdaderos esqueletos humanos, consumidos y agónicos, aguantar sin fuerzas, para no ser enviados automáticamente a la cámara de gas o a las celdas de castigo y tortura.

Era evidente que las comidas que les ofrecían no llegaban ni al mínimo necesario y elemental de los requisitos propios de la nutrición. De forma frecuente les cocinaban sopa con carne podrida o descompuesta de animales como caballos y empleaban sobras para aderezar el guiso. Cualquier trozo de molla era aceptable.

Tal fue la insuficiencia alimentaria, que el organismo de los supervivientes inició un declive abismal. Comenzaron a enfermar y a tener continuas diarreas y enfermedades o afecciones intestinales. La inanición y la extenuación los estaba conduciendo, poco a poco, a la muerte.

La escasez de alimentos y de buenas y salubres instalaciones dieron paso también a la falta de ropa apropiada para las reclusas. Mientras Mandel y sus cómplices se resguardaban de las bajas temperaturas con buenos abrigos, las internas vestían un uniforme a rayas de algodón que para nada les protegía contra el frío y la humedad. Este fue el inicio de cuantiosos decesos por hipotermia y entumecimiento. No podían llevar nada más que aquel característico traje. No conformes con eso, las propias guardianas evitaban a toda costa que sus insignificantes presas se mudasen de ropa habitualmente. De hecho, una de las primeras epidemias graves que hubo y que causó la muerte de cientos de mujeres, fue que recibieron la ropa mal lavada y con ello la transmisión de infecciones.

«Durante la epidemia el hospital estaba más que lleno. A los enfermos no se les cuidaba. El médico venía de vez en cuando, firmaba unos papeles y a los enfermos ni los miraba. Las prisioneras enfermas de los bloques tenían miedo del hospital. Entonces las contagiadas se quedaban al lado de las sanas y la epidemia se expandía»
[18]
.

Otro apartado importante de su uniforme eran los zapatos, una especie de zuecos incómodos y muy duros que producían abrasiones y llagas. Era imposible caminar con ellos. Tal y como hizo anteriormente en el campo de concentración de Ravensbrück, la supervisora en jefe volvió a prohibir el uso de zapatos a sus internas. No obstante, estos escabrosos métodos que ya había puesto en práctica antes, no consiguieron el beneplácito del comandante. No le prestó excesiva atención cuando se enteró, y por tanto, no revocó la orden de restricción de Mandel.

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