Por otro lado, Lucas no menciona a Lebeo Tadeo por ninguno de los dos nombres; este Lebeo podría ser el Leví hijo de Alfeo que Marcos menciona y, por tanto, el hermano de Santiago hijo de Alfeo. En lugar de a Lebeo, Lucas incluye a:
Lucas 6.16.
Judas
(hermano
[9]
)
de Santiago...
Éste no se refiere en absoluto a Judas Iscariote, pues Lucas lo incluye por separado como el último de la lista, claro está.
Lucas 6.16. ... y
Judas Iscariote, que fue el traidor.
Pero si hay un segundo Judas que es el hermano de Santiago (presumiblemente hijo de Alfeo), ¿es, entonces, ese Judas hijo de Alfeo otro nombre de Leví, hijo de Alfeo; y es ese Judas el publicano Leví, y no Mateo?
Es difícil saberlo. El original griego de Lucas 6.16 se limita a decir «Judas de Santiago»,
[10]
lo que sería más lógico traducir por «Judas hijo de Santiago» que por «hermano de Santiago». Si ese Judas es hijo de alguien llamado Santiago, se pierde entonces la relación con Leví.
El relato de Lucas de la vida de Jesús después del bautismo es muy semejante al que hallamos en Mateo y Marcos, los otros evangelios sinópticos, y por tanto podemos pasarlo por alto sin comentarios. Sin embargo, Lucas añade u omite detalles que ilustran de manera significativa su enfoque diferente. Al fin y al cabo, se le considera gentil, mientras que Mateo es sin duda judío de origen.
Así, Lucas incluye textos que tratan a los gentiles de manera favorable. Por ejemplo, Lucas cuenta la historia del centurión que suplica a Jesús que cure a su criado. Al contar el mismo episodio, Mateo no se esfuerza por describir al centurión gentil; dice simplemente que es un centurión (v. cap. 5).
Pero Lucas otorga al centurión una fe y una humildad conmovedoras. El centurión no se considera merecedor de acercarse a Jesús y, en cambio, envía a su presencia a unos ancianos judíos (a los que no puede suponerse excesivamente inclinados a favor de los gentiles) para que supliquen por él:
Lucas 7.4.
Llegados éstos
(los ancianos)
a Jesús, le rogaban con instancia, diciéndole: Merece
(el centurión)
que le hagas esto,
Lucas 7.5.
porque ama a nuestro pueblo y él mismo nos ha edificado la sinagoga.
Lucas también muestra sus simpatías hacia las mujeres. Así, en el relato de la natividad se centra en María mientras que Marcos se ocupa fundamentalmente de José. Lucas describe a un Jesús que hasta puede sentir afecto hacia las prostitutas. Así, cuando Jesús come con un fariseo:
Lucas 7.37.
Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, la cual, sabiendo que estaba a la mesa en casa del fariseo...
Lucas 7.38.
se puso detrás de Él,
[11]
junto a sus pies, llorando...
El fariseo se muestra desdeñoso hacia la mujer, pero Jesús encuentra aceptable su contrición, perdona sus pecados y da a su anfitrión una lección de la que el fariseo sale bastante mal parado.
Justo en la conclusión de este episodio menciona Lucas a las mujeres que seguían a Jesús. Esto es característico de Lucas, pues los otros evangelios sinópticos sólo mencionan a los hombres:
Lucas 8.1. ...
le acompañaban los doce
(apóstoles)
Lucas 8.2. y
algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades. María llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios;
Lucas 8.3.
Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes, y Susana y otras varias...
María Magdalena se menciona en primer lugar, y a veces se supone que era la «mujer pecadora» del episodio inmediatamente anterior, pero esto no tiene una justificación clara (v. cap. 5). Juana y Susana tampoco se mencionan en otro sitio, aparte de Lucas.
Al escribir desde el punto de vista de un gentil, Lucas omite los versículos de Mateo y de Marcos que retratan a un Jesús hostil a los no judíos. Lucas no cuenta el incidente de la mujer cananea que le pide curación para su hija y que acepta humildemente el calificativo de «perros» que Jesús dirige a los gentiles (v. cap. 5).
Al describir el momento en que Jesús envía a predicar a los apóstoles, Lucas omite el pasaje en el que Jesús les prohibe entrar en ciudades de gentiles o de samaritanos y declara que su propia misión se circunscribe a los judíos (v. cap. 5).
En cambio, Lucas incluye una parábola, ausente en los demás evangelios, que se cuenta entre las más famosas de las atribuidas a Jesús y que predica el universalismo.
La parábola viene motivada por la pregunta de un doctor de la ley; es decir, de un estudiante de la Ley mosaica o «escriba», como le denominaría Mateo. Pregunta a Jesús cómo puede alcanzarse la vida eterna, y el Maestro le reta a responder a su propia pregunta citando la Ley. El doctor de la ley contesta:
Lucas 10.27. ...
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.
La primera parte de la respuesta es una cita del Deuteronomio, que se considera fundamental en la doctrina del judaísmo:
Deuteronomio 6.4.
Oye, Israel: Yahvé es nuestro Dios, Yahvé es único.
Deuteronomio 6.5.
Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu poder.
La última parte de la cita del escriba pertenece a otra sección de la Ley:
Levítico 19.18. No
te vengues y no guardes rencor contra los hijos de tu pueblo. Amaas a tu prójimo como a ti mismo...
Jesús aprueba la respuesta, pero el doctor en la Ley hace otra pregunta:
Lucas 10.29. ...
¿Y quién es mi prójimo?
Su propósito es el de forzar una respuesta nacionalista, pues la observación del Levítico acerca de amar al prójimo como a uno mismo viene inmediatamente después de la referencia a «los hijos de tu pueblo». Por consiguiente, podría considerarse el mandamiento del Levítico como una estrecha restricción del amor del hombre hacia sus semejantes, limitándolo exclusivamente a su propio «pueblo».
Por tanto, Jesús pudo responder que sólo era necesario amar a aquellos que fuesen judíos o, de manera un tanto más general, a todos aquellos, judíos o no, que venerasen al Dios verdadero de la forma apropiada. Todos los demás caerían fuera de los límites del amor. (Esto era realmente lo que Jesús parecía decir en la historia de la mujer cananea que cuenta Mateo.)
Pero Jesús no dice eso en Lucas. En cambio, cuenta la famosa historia del hombre (presumiblemente judío) que, viajando de Jerusalén a Jericó, fue atacado por unos ladrones que le dejaron por muerto. Pasaron a su lado un sacerdote y un levita, sin molestarse en socorrerle. Ambos eran versados en la Ley, conocían sin duda el versículo del Levítico y se hallaban ante un prójimo (incluso en el sentido estricto de la palabra) necesitado. Sin embargo, no hicieron nada.
Lucas 10.30.
Pero un samaritano... llego a él, y, viéndole, se movió a compasión;
El samaritano salvó al viajero; Jesús pregunta:
Lucas 10.36.
¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en poder de ladrones?
Lucas 10.37.
Él
(el doctor en la Ley)
contestó: El que hizo misericordia...
Es decir, un hombre no es «prójimo» por lo que es, sino por lo que hace. Un samaritano de buen corazón es más prójimo de un judío, que cualquiera de sus correligionarios sin compasión. Y por extensión, podría sostenerse que la parábola enseña que todos los hombres son prójimos, porque todos pueden hacer buenas obras y sentir compasión sin tener en cuenta la nacionalidad. Amar al prójimo es amar a todos los hombres.
El término «buen samaritano» se ha utilizado con tanta frecuencia en relación con esta parábola, que se tiene la impresión de que todos los samaritanos eran especialmente buenas personas y de que sólo de un samaritano podía esperarse que ayudase a alguien necesitado. Eso quita sentido a la historia, porque en tiempos de Jesús los samaritanos eran gente odiosa y despreciada. El odio era reciproco, por lo que era lógico esperar que un samaritano
no
ayudase a un judío bajo
ninguna
circunstancia. Lo que Jesús quería demostrar era que
incluso
un samaritano podía ser un prójimo; y tanto más, cualquier otro.
El sentido de la parábola tal vez se comprendiera mejor en la Norteamérica actual si imagináramos que dejan por muerto a un granjero blanco del sur, que le ignoran un cura y un
sheriff
y que le salva un negro que trabaja como aparcero. Entonces, la pregunta de «¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo?» tendría un interés más profundo para nuestra época.
El hecho de que el nacionalismo samaritano era tan intolerante como el judío aparece en Lucas, que refiere que los samaritanos no permitieron a Jesús la entrada en su territorio cuando iba de camino a Jerusalén, porque no podían colaborar con nadie que tratara de visitar aquella ciudad, tan odiada por ellos.
Lucas 9.53.
No fueron recibidos
(por los samaritanos),
porque iban a Jerusalén.
Aquí también aprovecha Lucas la oportunidad para mostrar que la buena voluntad de Jesús se eleva por encima de consideraciones nacionalistas, aunque se le provoque. Santiago y Juan, los hijos del trueno (v. cap. 6), preguntan si no pueden invocar una lluvia de fuego sobre los inhospitalarios samaritanos, y Jesús responde:
Lucas 9.56. ...
el Hijo del hombre no ha venido para perder las almas
[12]
de los hombres, sino para salvarlas...
[13]
En otro momento, Lucas introduce otra historia que no se encuentra en los demás evangelios y que tiende a mostrar a un samaritano bajo la luz del bien. Jesús cura a diez leprosos, pero sólo uno vuelve a darle las gracias:
Lucas 17.16. ...
Era un samaritano.
Lucas 17.17. ...
Jesús... dijo: ¿No han sido diez los curados? Y los nueve, ¿dónde están?
Lucas 17.18. ¿No
ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?
Lucas mantiene la actitud contraria a los ricos presente en Mateo (v. cap. 5). Cita unos comentarios de Jesús sobre los peligros de la riqueza:
Lucas 16.13.
Ningún criado puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y a las riquezas.
[14]
Lucas 18.25. ...
más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios.
En efecto, Lucas va más allá de Mateo, pues incluye una parábola famosa (que únicamente se encuentra en este evangelio) que ilustra esta postura inflexible contra los ricos:
Lucas 16.19.
Había un hombre rico...
Lucas 16.20.
Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de úlceras.
«Dives» es la palabra latina que significa «rico», de modo que en la versión latina de la Biblia el término «hombre rico» viene como «homo dives». Si dejamos el versículo parcialmente sin traducir, quedaría así: «Había un hombre, Dives...». Esto es lo que dio origen al error común de que en esta parábola el rico se llama Dives, de manera que se habla de «Dives y Lázaro». En realidad, no se nombra al rico; es simplemente un hombre admirable. En cuanto a Lázaro, es la versión griega del nombre hebreo Eleazar.
Pero cuando muere, el mendigo va al cielo:
Lucas 16.22. ...
murió el pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham...
Debido a este versículo, el «seno de Abraham» se ha convertido, en inglés, en sinónimo de «cielo», pero en relación con Lázaro su significación es mayor.
Esa frase se originó por los hábitos culinarios de la época. En la etapa de los reinos, los israelitas se sentaban en sillas para comer, tal como hacemos nosotros en la actualidad. Así, en relación con el banquete en que Saúl sospechaba de David a causa de la ausencia de éste, cuenta la Biblia:
1 Samuel 20.25.
Sentóse
(el rey)
en su sitio, como de costumbre, en la silla...
Pero los griegos (al menos las clases acomodadas) tenían costumbre de reclinarse sobre el codo izquierdo en sofás tapizados de poca altura, para comer con la mano derecha. Tal costumbre se extendió entre los estamentos superiores de otras naciones como señal de una forma de vida elegante y placentera. Semejante manera de comer dio origen a metáforas universalmente entendidas.
Si un anfitrión situaba a su derecha al invitado de honor, al reclinarse sobre el codo izquierdo, la cabeza de este último se aproximaría mucho al pecho del anfitrión. Por decirlo así, el invitado estaría «en el seno del anfitrión».
Si empleamos tal expresión en la actualidad, cuando los hábitos culinarios occidentales exigen, a todos los niveles sociales, que todo el mundo esté sentado y no tumbado, la frase de «en su seno» da origen a la idea de que un hombre recline la cabeza en otro, pero es una equivocación. Sería mejor que tradujéramos la frase a la metáfora análoga de la actualidad, diciendo: «el pobre murió, y fue llevado por los ángeles a la diestra de Abraham». Resumiendo, Lázaro no sólo fue al cielo, sino que ocupó el puesto de mayor honor, a la diestra del propio Abraham.
En cuanto al hombre rico, su destino fue muy diferente; fue al infierno. Además, no se trataba del seol del Antiguo Testamento, el lúgubre lugar del vacío infinito cuyo castigo fundamental era la ausencia de Dios (v. cap. 4). En tiempos del Antiguo Testamento, el infierno o seol poco tenía que ver con el castigo. Los israelitas consideraban premios y castigos como algo que se distribuía en este mundo y no en el otro.
Sin embargo, durante los siglos que los judíos soportaron a los opresores extranjeros, estaba claro que los ocupantes prosperaban y que los judíos padecían. Todo el problema del bien y del mal, de la recompensa y del sufrimiento, se hizo enormemente complejo desde el punto de vista teológico. El libro de Job es un ejemplo de la controversia que surgió en este sentido.
Como para la mayoría de los judíos era inconcebible que Dios fuese injusto, se dedujo que las manifiestas injusticias de este mundo se repararían en la vida futura. Los hombres virtuosos serían infinitamente recompensados en el cielo. Este concepto se deja sentir en el último versículo de Isaías, que forma parte del «Tercer Isaías» postexiliar (v. cap. 23). Tal versículo dice que aquellos que se salven: