Hacia la luz (19 page)

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Authors: Andrej Djakow

BOOK: Hacia la luz
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—¡Humo!

Por fin, el mutante vio a Nata, y respiró aliviado. La joven se hallaba sobre un reborde de hierro a unos cuatro metros de la superficie. Nadie sabía cómo había logrado saltar hasta allí desde la lancha. Pero Martillo también la había visto y bajó con la cuerda para rescatarla. Humo profirió un grito triunfal y levantó hacia el cielo sus gigantescas manos. Entonces, la herrumbrosa barcaza tembló bajo sus pies y empezó a hundirse en el agua. Las repugnantes criaturas salieron de todas partes para arrojarse sobre el luchador. Los Stalkers abrieron fuego, pero todo fue en vano. En cuestión de segundos, el mutante desapareció bajo las aguas, sepultado por una montaña de cuerpos resbaladizos. Gleb apretó los puños hasta que le dolieron y gritó junto con todos los demás. Dejaron de disparar. Los Stalkers contemplaron con horror las aguas revueltas y gritaron al aire su impotencia.

El rostro de Martillo apareció en el borde del abismo. El guía se agarró a una plancha metálica, se apoyó en ella y trepó hasta arriba. Llevaba a Nata cogida a su espalda, aferrada con manos y pies al cuerpo del Stalker. La joven se deslizó hasta el áspero hormigón y empezó a sollozar.

—Déjalo, todo ha terminado. No puedes hacer nada. Deja de llorar. —Cóndor la abrazó y trató de calmarla, aunque él mismo no se sintiera mucho mejor.

Ksiva gritaba maldiciones. Arrojó una granada al vacío. La violencia de la explosión agitó fuertemente las aguas.

—¡Basta ya! —Cóndor se puso en pie y contempló a los suyos con mirada severa—. Agarrad al mocoso. Cargad con Farid. Seguimos adelante. ¡Tú nos guías, Martillo!

La carretera atravesaba en un trazo resuelto y rectilíneo la bahía del Neva y desaparecía a lo lejos. Los Stalkers avanzaron por el dique sin dejar de mirar al agua con ojos recelosos. El viento penetrante les agitaba la ropa. Las olas espumeantes se estrellaban sin cesar contra la barrera erigida por la mano del hombre. Los elementos saludaban con su espuma a los generosos huéspedes. Habían aceptado su dádiva.

11
EL RUBICÓN

Hay algo que motive más que el miedo? ¿Algo que influya en la misma medida en nuestros actos? ¿Qué significa el miedo para cada uno de nosotros? El miedo es inconstante y veleidoso. Ingenioso y artero. A menudo nos hace las cosas más extrañas. Por él lloramos y reímos, nos sometemos y nos volvemos traidores, sentimos miedo y vergüenza. Por él acusamos a otros de alarmismo, a la vez que llamamos «lógica prevención» a nuestros propios temores.

¿Tendríamos que avergonzarnos por nuestro miedo? ¿Combatirlo? ¿O más bien tratarlo con indulgencia? El miedo tiene, en verdad, un gran poder. Sin él, la vida es demasiado tranquila, incluso aburrida, y con él, puede volverse insoportable. Puede hacer que la vida se vuelva pálida y sin valor, o, al contrario, luminosa y rica.

¿En qué forma aparecerá? Eso depende tan sólo de él. Pero existe una regla igualmente válida para todo el mundo: no podemos tolerar que el miedo nos asalte con demasiada frecuencia. Mejor no atraerlo hacia nosotros. No dejarlo entrar en nuestra alma. Porque jugar con el miedo es peligroso. Y la apuesta que implica es demasiado elevada.

—¿Todavía falta mucho?

—Casi hemos llegado. Cuando hayamos dejado atrás esa curva, tendremos que bajar a un túnel. Si no está inundado, podremos recorrerlo hasta su otro extremo y salir a la isla.

Martillo echó una ojeada al plano.

—¿Y qué es lo que hay ahí encima? —Ksiva miraba con recelo las ingeniosas construcciones.

—Es la salida para barcos S-1. Esos grandes arcos son las puertas de una esclusa flotante. La utilizaban para cerrar el canal cuando las tempestades amenazaban con provocar una inundación.

—Sí, en aquella época la ingeniería estaba muy avanzada. —El mecánico contemplaba con arrobo la maravilla técnica que había aparecido ante sus ojos—. Pienso que merecería la pena estudiar esa construcción. Puede que nos enviaran las señales luminosas desde allí.

Cóndor miró de reojo a Farid. El comportamiento del luchador había sido admirable, aunque era evidente el gran esfuerzo que estaba haciendo. Tendrían que hacer una pausa para recuperar el aliento.

—Vamos a hacer lo siguiente: Chamán, tú y yo iremos arriba mientras los demás exploran el túnel. En cuanto nos hayamos asegurado de que no hay peligro, bajaremos para reunirnos con vosotros.

—¿Es que vamos a pasar la noche debajo del agua? —le preguntó Ksiva, nervioso.

—¿Tienes miedo de que se te mojen los pies? —le respondió Martillo en tono cortante—. A tu compañero no le importó.

—¡… no le importó! —repitió Ksiva imitando su tono de voz—. Porque pensó con el miembro que no correspondía. No tendría que haberse dejado llevar por el romanticismo.

Nata dio media vuelta, colérica, y le pegó con todas sus fuerzas. El luchador cayó al suelo, se cubrió con la mano los labios lastimados y lanzó una mirada siniestra a la joven.

—Cierra el pico. —El rostro de Nata había palidecido, las aletas de la nariz le temblaban por el enojo.

—Escucha… donde no hay humo, tampoco hay fuego.

Cóndor dejó de mirar por los prismáticos y se los guardó en el mismo bolsillo donde llevaba los cartuchos. Mientras lo hacía, contemplaba al luchador con cara de estupefacción. Ksiva bajó la cabeza y se volvió hacia otro lado.

—Tienes razón. El fuego de Humo se ha extinguido… para siempre.

Los Stalkers se separaron. Chamán y Cóndor desaparecieron tras un muro. Martillo guió a su grupo por el túnel por el que antiguamente habían circulado los automóviles. Al final de una rampa de acceso inclinada en suave descenso, la carretera se dividía en dos túneles anchos y oscuros. El guía se detuvo en la frontera entre la luz y la oscuridad.

—Tened las armas a punto. Encended las linternas.

De pronto, Ishkari hincó una rodilla en el suelo, tembló de cuerpo entero y empezó a murmurar fervientemente un galimatías. Nata trató de conseguir que el sectario se levantara, pero éste la rechazó y la miró con ira.

—Contempla tu propia alma, doncella, y descubre si estás preparada para pasar el Rubicón. Preguntaos, hermanos, si en vuestros corazones perviven las impurezas del mundo, porque tan sólo la fortaleza de espíritu y de entendimiento alcanzará la Redención, mientras que a los débiles les aguarda el olvido.

Los Stalkers lo miraron, dubitativos, y contemplaron la oscuridad cada vez más negra que los aguardaba.

—Basta de parloteo, zumbado. —Sin pensarlo más, Martillo señaló la entrada de la derecha—. Vamos a ir por allí.

—Vaya, Stalker, ¿todavía estás cagado de miedo de que te pongan una multa?

El tayiko sonrió mostrando los dientes que el dolor le hacía apretar en exceso.

—Los hábitos son mala cosa, Farid. Hace una eternidad que no me siento tras un volante, pero todavía sueño con policías —le respondió con humor el guía.

Entraron en el túnel y trataron de localizar ruidos en la oscuridad. Al fin, Ishkari fue tras ellos dando traspiés: el miedo a quedarse solo lo había derrotado. Los pasos del grupo resonaron en la bóveda de hormigón del túnel. Bajo sus pies crujía la arena. Descubrieron un cochecito de bebé calcinado. Algo más tarde vieron los restos de un todoterreno volcado, con las puertas arrancadas. Por todas partes había huesos… con toda la apariencia de ser humanos. Los Stalkers siguieron avanzando con precaución. Cuanto más se adentraban en el túnel, mayor era la frecuencia con la que encontraban coches medio devorados por la herrumbre. Gleb se imaginó que mucha gente, llevada por el pánico, debía de haber conducido hasta allí tras ver la luz resplandeciente en el cielo. Que debían de haberse metido en aquella madriguera de hormigón con la esperanza de salvarse. Al contemplar aquellas deprimentes ruinas de un tiempo pasado, Gleb sintió una profunda tristeza. Aquel lugar olía a desolación, emanaba de él una frialdad más propia de una tumba.

—Una cripta… —parecía que Ksiva le hubiese leído el pensamiento—. Un lugar de muerte. Marchémonos de aquí.

—Haz el favor de dominarte. —Martillo siguió carretera abajo sin dejar de mirar en todas direcciones.

El desnivel había terminado. Gleb se imaginó que debían de hallarse hacia la mitad del túnel. Debía de haber agua sobre la bóveda de hormigón. El muchacho tiritaba de frío. Lo asaltaban pensamientos siniestros… las paredes no le inspiraban ya ninguna confianza. Gleb comprendió entonces por qué Ksiva había organizado tanto escándalo sobre el lugar donde acamparían para pasar la noche.

El guía se había quedado en un punto del que partían dos corredores laterales.

—Ese de la izquierda conduce hasta el túnel paralelo. Y el de la derecha debe de ser lo que buscábamos.

Pasaron por un pequeño almacén y llegaron a una sala con paneles de control para la instalación eléctrica. Al fondo había un voluminoso ventilador y una entrada de aire. Martillo echó una mirada a los Stalkers, y éstos, sin decir nada, lo comprendieron. Farid suspiró, aliviado, y se recostó contra la pared. Ksiva dejó el fusil de asalto, examinó todos los rincones con su contador Géiger y acto seguido se quitó con satisfacción la máscara. Nata buscó dentro de la mochila y sacó un paquete de biscotes y conservas.

—Eres una mierda, Nata. —Ksiva se tanteó con la lengua las encías hinchadas—. Me has hecho saltar un diente.

—Lástima que no te los haya hecho saltar todos —le respondió ella en tono mordaz—. La próxima vez, piénsalo bien antes de abrir la boca.

Gleb se dio cuenta de que el tayiko tenía problemas para sacarse el traje aislante. Se acercó a él y lo ayudó a quitarse el desagradable tejido de goma. Entretanto, la joven depositó un botiquín sobre el suelo y lo abrió.

—Cuidado… así está bien. ¿Qué tenemos aquí? —Nata sacó la venda empapada en sangre que llevaba el tayiko y le examinó la espalda—. No tiene tan mala pinta. La costra está casi seca. Las heridas casi no se han inflamado. Has tenido suerte, Farid.

El tayiko sonrió y le guiñó un ojo a Gleb. Nata le inyectó la vacuna del tétanos, desenrolló su propio saco de dormir, se metió dentro y se arrimó a la pared. Nadie tenía ganas de hablar. Durante el camino habían pensado en otras cosas —la marcha les había exigido toda su concentración—, pero había llegado el momento de pensar en la muerte de Humo.

Cóndor y Chamán regresaron de su ronda de exploración y encontraron al grupo entero sumido en el mal humor y el silencio. El guía había oído los ecos de sus pasos en el túnel, les había salido al encuentro y los había acompañado hasta la pequeña cámara. Martillo y Cóndor deliberaron y luego bloquearon la salida con un pesado transformador.

—No hay nada. —El mecánico había leído la muda pregunta en la mirada de su compañero y se sentó al lado de Farid—. No se ve un alma por ninguna parte. Incluso las ratas se han escondido.

Los Stalkers enmudecieron. Miraban al vacío como alelados. La llama del hornillo perdía fuerza. El tayiko se acercó como pudo para prepararse un té.

—¿Cómo te encuentras, Farid? —le preguntó Cóndor.

—Esto se va a curar pronto, jefe. ¡Lástima por el traje aislante! Shaitan ha querido que se estropeara. Habrá que coserlo.

—Nosotros lo remendaremos. Y a ti también, no te preocupes. ¡Todo irá bien hasta el día de la boda! ¿Ya tienes con quién?

El desconcertado tayiko dio unos golpecitos en el suelo con la taza y sonrió, perdido en sus sueños.

—Sí, tan pronto como regresemos de esta expedición me casaré con ella.

—En el caso de que regresemos. —Ksiva tomó su propia taza de té y se la llevó a los labios, pero faltó poco para que se los escaldara—. No sé por qué, no tengo mucha fe en ello.

—¡Basta de hacer el cenizo! —le ordenó Cóndor—. Hemos llegado hasta aquí, de modo que también podremos continuar el viaje. Tan sólo tenemos que encontrar a los que hicieron esas señales.

—No le es dado a todo el mundo contemplar la luz del Arca.

Tan sólo a los Elegidos se les mostrará el camino hacia la Tierra Prometida…

Gleb se asustó al oír aquellas lúgubres palabras, pero el sectario había vuelto a callar. Estaba claro que la extraordinaria situación también lo había impresionado a él.

—Ven, Nata, este té es para ti. —Cóndor estaba en pie con una taza en la mano.

—Déjala que duerma, jefe. Necesita un descanso.

Cóndor le tendió la taza a Ishkari. Éste seguía sentado. Se agarraba una rodilla con las manos y los hombros le temblaban de frío, pero negó con la cabeza para rechazar el té.

—Bebe, maldito chiflado. Tienes que entrar en calor y reunir fuerzas. Debes de estar destrozado después de la caminata… Te digo que bebas. Es una orden.

El sectario tomó de mala gana un trago de la bebida caliente. En las tinieblas cada vez más densas se hizo de nuevo un sordo silencio. A nadie le apetecía conversar. Sólo se oían de vez en cuando los sollozos de Nata. La joven lloraba en sueños.

—Este lugar es malo. No hay nada como la destrucción y el peligro —dijo Ksiva por fin. Reflexionó brevemente y sacó una cantimplora del bolsillo del pecho—. No importa. El vodka limpia la radiactividad y eleva el ánimo.

—Deja eso —le ordenó Cóndor—. Esconde la botella. O todavía mejor, dásela al… al mocoso. Si la guarda él, estará más segura.

Ksiva arrugó la frente, pero cumplió la orden y le entregó la cantimplora al muchacho. Escupió irritado y se envolvió en su cazadora.

—Tendríamos que montar guardia.

—¿Para qué? Si alguien se mueve por el túnel, sin duda vamos a oírlo. —Cóndor miró a la joven, y luego se volvió hacia Ksiva y le habló en susurros—: Dime, por favor, ¡¿por qué diablos has arrojado esa granada?!

—¡Porque se lo habían comido, tío! ¡Estaba colérico! He pensado que así por lo menos equilibraría la balanza.

—¿Has pensado, dices? —lo interrumpió el comandante—. ¡Te aseguro que no lo has hecho, maldita sea! ¿No se te ha ocurrido que tal vez lo haya matado la explosión?

Ksiva enmudeció, desconcertado. La acusación lo había pillado por sorpresa.

—¿Piensas que lo he…?

—Quizá sí, quizá no. ¡Tienes que poner en marcha primero la cabeza, y únicamente después los reflejos! Escúchame bien, Ksiva: ¡Otra metedura de pata y te corto en pedazos! ¡Lo que necesito es un equipo, no una cuadrilla de psicópatas que se disparan entre ellos! Gleb apenas se enteraba de la discusión de los Stalkers. Los pensamientos avanzaban con dificultad por su cerebro. La tensión nerviosa empezaba a ser evidente. Hizo un torpe intento de darse la vuelta y golpeó una de las tazas de té con el pie. El líquido se derramó por el suelo. Pero Ksiva lo miró tan sólo un instante y le hizo un gesto tranquilizador. El muchacho respiró aliviado.

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