Authors: Vicenç Navarro & Juan Torres López & Alberto Garzón Espinosa
Tags: #prose_contemporary
Y en segundo lugar porque es fácil comprobar que las propuestas que hacen los neoliberales no responden a verdades científicas o evidencias empíricas sino a creencias puramente ideológicas que, en muchas ocasiones, incluso chocan, como veremos, con el sentido común más elemental.
Si fuera verdad que las medidas neoliberales consiguen realmente lo que dicen que van a conseguir, se permitiría su discusión abierta y plural porque sus defensores podrían demostrar de forma fehaciente que bajar salarios o reducir el gasto social aumenta el empleo, o que privatizar las pensiones o los servicios públicos aumenta su cobertura y calidad, como dicen.
Lo que hacen, sin embargo, es imponerlas sin respetar las preferencias sociales, sin que haya un auténtico debate democrático sobre ellas. Evitan el debate y las imponen como si fueran directrices técnicas inapelables porque saben que no es cierto lo que mantienen, que nada de lo que afirman se puede demostrar. La realidad muestra sin ningún tipo de dudas que cuando se han aplicado las medidas que ahora nos están proponiendo siempre ha bajado la calidad de vida, del trabajo y la cantidad de empleo existente y que sólo han mejorado los beneficios de los banqueros y de las grandes empresas.
Y todo esto es lo que hemos querido desvelar con este libro a nuestros lectores.
Lo escribimos, pues, con el propósito de divulgar la falsedad en que se basa esa idea tan difundida de que no hay alternativas, para demostrar que sí las hay y que, además, son más eficaces para salir de la situación en la que nos encontramos, para crear empleo decente y estable y para generar bienestar social.
Y, por supuesto, mucho más justas y humanamente satisfactorias.
No hemos pretendido hacer un libro académico, razón por la que sólo hemos aportado las referencias bibliográficas esenciales y no nos hemos extendido en los razonamientos y las demostraciones más complejas, pero los lectores y las lectoras que estén interesados en profundizar más en los temas que abordamos aquí no tendrán muchas dificultades para encontrar multitud de trabajos que confirman nuestras tesis a poco que se esfuercen por ir más allá del pensamiento ortodoxo que tanto abunda. Tampoco es, ni pretende serlo, un prontuario de soluciones o un programa político aunque lo hemos querido concluir con propuestas concretas para demostrar que no estamos hablando simplemente de generalidades, sino que hacemos un análisis del que se derivan opciones políticas que tenemos al alcance de nuestra mano si la ciudadanía se empeña en que medidas como las que proponemos se pongan en marcha.
En suma, el libro es el resultado de nuestro deseo de satisfacer una demanda muchas veces sentida cuando hemos dado en los últimos tiempos docenas de charlas, seminarios o conferencias tratando de aclarar lo que estaba pasando y de aportar soluciones, sobre todo a personas que nos escuchaban sin tener formación económica alguna. Por eso hemos procurado escribirlo, incluso cuando se refería a asuntos ásperos y complicados, con la mayor sencillez y claridad para que los pueda entender todo el mundo (algo muy despreciado, por cierto, por muchos economistas neoliberales que parecen creer que hay más rigor científico cuanto más ininteligible es el lenguaje que se utiliza).
Y finalmente nos satisface reconocer que este libro se escribe pensando de forma particular en esos miles de personas a quienes se lo hemos dedicado, a quienes desde el 15M han salido a la calle reclamando un debate realmente democrático sobre la crisis y sobre las soluciones más justas que se le pueden dar. Pero también a quienes, sin haber salido a las calles, sabemos que ven con simpatía lo que está ocurriendo porque también comparten el ideal de justicia de «los indignados» y porque —aunque todavía no hayan ido a ninguna manifestación— saben que crear más desempleo y pobreza, bajar cada vez más los sueldos, los salarios y las pensiones, permitir que miles de familias pierdan sus viviendas, dejar sin financiación y sin clientes a las pequeñas y medianas empresas o a los trabajadores autónomos, o destrozar el medio ambiente... no se puede considerar de ningún modo que sea una verdadera solución de los problemas económicos. Y que, en consecuencia, saben que es necesario poner en marcha otras políticas alternativas.
VICENÇ NAVARRO, JUAN TORRES LÓPEZ
y ALBERTO GARZÓN ESPINOSA
Barcelona y Sevilla, julio de 2011
Las causas de la crisis mundial Para tratar de resolver cualquier tipo de problema hay que empezar por conocer las causas que lo han provocado. Hacer un buen diagnóstico de los males que aquejan a un paciente es el primer paso para sanarlo, e igualmente ocurre en el campo económico.
Los que afectan en estos momentos al que pretendemos explorar, la economía española, son fáciles de detectar y en realidad comunes a los que han sufrido o sufren otros muchos países como consecuencia de la crisis: un incremento extraordinario del número de personas en paro, el hundimiento de sectores enteros de la economía, la quiebra de miles de empresas o gobiernos que se han tenido que endeudar hasta niveles muy preocupantes para tratar de aliviar todo eso, entre otros.
Éstos son los problemas que tenemos que resolver pero para conseguirlo lo más importante es conocer bien sus causas.
A estas alturas casi todo el mundo sabe que la causa más inmediata de todo ello fue que bancos estadounidenses difundieron por todo el sistema financiero internacional, como una inversión muy atractiva y rentable, miles de productos financieros derivados de contratos hipotecarios que, cuando la economía se empezó a venir abajo, resultaron ser en realidad simple basura financiera que hizo quebrar a los bancos y a los inversores que los habían adquirido.
Cuando eso ocurrió, los bancos dejaron de conceder créditos y enseguida las empresas y los consumidores que dependen de esa financiación no pudieron seguir produciendo o comprando, lo que provocó una gran caída de la actividad económica y el aumento del paro, lo cual llegó a ser calificado como la Gran Recesión.
Los gobiernos inyectaron entonces miles de millones para salvar a los bancos creyendo que así se lograría que volvieran a dar crédito y llevaron a cabo planes de gasto multimillonarios para evitar que no cayera más el empleo y que no se siguieran cerrando empresas.
Pero bien porque fuese insuficiente, bien porque los bancos utilizaron el dinero para otra cosa, lo veremos enseguida, lo cierto es que lo único que se consiguió con ello fue aliviar o frenar un poco la parálisis económica que se había provocado pero no resolver completamente la situación.
El resultado fue que al disminuir la actividad cayó la recaudación de ingresos y que el gasto de los gobiernos se multiplicó, así que los déficits se dispararon y la deuda subió de forma acelerada.
Los bancos que habían provocado la crisis aprovecharon la necesidad de financiación de los gobiernos y entonces sí les prestaron grandes cantidades, aunque a costa de imponerles condiciones draconianas a través de reformas muy profundas basadas, sobre todo, en recortar el gasto social y los salarios para que la mayor parte posible de los recursos se dirigiera a retribuirles a ellos. Y con menos gasto, es decir, con menos capacidad de compra, las empresas volvieron a resentirse y su actividad de nuevo se vino abajo, lo que empeoró el empleo y llevó a economías como las de Grecia, Irlanda o Portugal a una situación mucho peor.
La sucesión de medidas equivocadas por parte de los gobiernos o, en realidad, de medidas dirigidas principalmente a que los bancos se recuperaran sin modificar las reglas de juego que habían dado lugar a la crisis es lo que ha llevado a que ahora, algo más de tres años después de que la crisis de las hipotecas basura se iniciara, no haya seguridad de haberla superado a pesar de que hace meses todos los gobiernos engañaban a su población diciendo que aparecían «brotes verdes» y que la crisis se aproximaba a su fin.
La realidad, como muchos economistas habíamos advertido, es que ni mucho menos estábamos en esa feliz situación. Al revés, puesto que no se habían querido poner sobre la mesa de operaciones las causas reales de la crisis y, por tanto, tomar medidas que le hicieran frente, lo normal era que el enfermo siguiera padeciendo los males que sufría desde el principio, e incluso en algunos países, agravados.
Así, muchos países, empezando por el todopoderoso Estados Unidos, tienen ahora, además de los problemas originales que dieron lugar a la crisis, otros muy graves como resultado de la deuda que han generado. En el momento de escribir estas líneas algunos, como Grecia, están siendo literalmente saqueados y han tenido que poner a la venta sus riquezas más preciadas; otros, como Irlanda y Portugal, han sido intervenidos, y España o Italia se encuentran bajo la amenaza y la extorsión constantes de los «mercados», sufriendo lo que nada más y nada menos que el presidente de la Junta de Andalucía calificó hace unos meses como «terrorismo financiero».
Esta historia es ya bastante bien conocida pero es insuficiente si se quiere actuar con eficacia para resolver todos los problemas que se han generado. No basta con conocer las causas más inmediatas de la crisis (los problemas financieros que la originaron) sino que hay que poner también en claro las circunstancias estructurales que dieron lugar a que estas últimas aparecieran.
Hay bastante consenso sobre la naturaleza de la crisis financiera como resultado del comportamiento irresponsable de los bancos que creó un problema económico grave al provocar el caos financiero y paralizar la economía como consecuencia de la falta de crédito y, más tarde, el de la deuda pública.
Pero hay que tener en cuenta también el más importante problema de la deuda privada, de las familias y de las empresas, como resultado del descenso de la capacidad adquisitiva de la población a consecuencia de las políticas neoliberales (llevadas a cabo desde la época iniciada por el presidente Reagan en Estados Unidos y la señora Thatcher en Gran Bretaña) que causaron un descenso continuado de las rentas del trabajo.
Estas políticas, que en Europa se intensificaron con el fin de instaurar el euro, llevaron a crear un enorme problema de falta de demanda que se resolvió primordialmente con la disponibilidad del crédito y a que las rentas del capital se invirtieran de forma preferente en las actividades especulativas en lugar de en la economía productiva.
Aunque en este libro no podemos hacerlo con mucho detalle, para poder plantear soluciones de verdad a la crisis es imprescindible que aclaremos, aunque sea muy breve y superficialmente, todas las causas que desde hace casi treinta años vienen creando la situación económica, política y social en la que estamos y que hace inevitable que se produzcan crisis como la que estamos sufriendo
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A lo largo de la década de 1990 la masa salarial venía bajando en Estados Unidos a pesar del aumento de la población activa y eso estaba creando un problema grave de escasa demanda que se hizo especialmente peligroso después de los atentados de septiembre de 2001. La reducción de la masa salarial como porcentaje de la renta nacional (y ello a pesar del crecimiento de la población activa) estaba creando un problema grave de escasa demanda, resultado de la disminución de la capacidad adquisitiva de la población. Las autoridades económicas de Estados Unidos pusieron en marcha una política de tipos de interés bajos para tratar de apoyar a la actividad económica y proporcionaron incentivos para que los bancos dieran préstamos hipotecarios con mayor facilidad, lo que favoreció el acceso a la financiación externa que hizo que el negocio inmobiliario comenzara a crecer. Los hogares se endeudaban para comprar sus primeras o segundas viviendas y, por tanto, los precios comenzaron a subir.
Se formó entonces lo que se conoce como una «burbuja», en este caso inmobiliaria. Es decir, una situación en la que los compradores creen que los precios de algún producto van a subir indefinidamente y que, por tanto, será muy rentable comprar pensando sólo en vender con mayor o menor rapidez. Por otra parte se crearon incentivos dentro del sistema bancario que optimizaron el número de hipotecas independientemente de su calidad.
El afán de ganar cada vez más dinero ofreciendo créditos por doquier llevó a los bancos a ofertar las llamadas hipotecas subprime, que eran las que destinaban a gente poco solvente o con pocos recursos económicos y que, por tanto, tenían mucho más riesgo de impago. En Estados Unidos se popularizaron los llamados préstamos NINJA, que corresponden a las iniciales de «No Income, No Job, No Asset» (sin ingresos, sin trabajo y sin patrimonio), que eran mucho más arriesgados, pero también más rentables para los bancos por los tipos más altos que había que pagar por ellas.
Pero los bancos ofrecían tantos créditos que empezaban a encontrarse sin liquidez para seguir dándolos y entonces recurrieron a un procedimiento que ya se había utilizado antes aunque no en tan gran medida como se iba a utilizar entonces: la titulización de los activos
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Mediante este proceso el banco vende el derecho que lleva consigo el contrato de préstamo, el papel, a una entidad (normalmente un fondo de inversión) denominada «vehículo» (en general creada por los mismos bancos). De esa forma sale papel de su balance y entra liquidez (dinero contante y sonante que ya puede utilizar para seguir dando más créditos) y, además, transfiere el riesgo desde dentro hacia fuera de su balance.
Enseguida la entidad vehículo hace lo mismo: emite unos nuevos títulos (los mismos papeles que había comprado a los bancos con otros nombres) que vende a nuevos inversores.
Éstos suelen ser los grandes especuladores, los llamados inversores institucionales (bancos, compañías de seguros, fondos de pensiones, fondos de inversiones, hedge funds
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...), que se dedican a comprar y vender papel permanentemente, aprovechándose de las variaciones en su precio que a veces provocan ellos mismos.
Y así se difundieron las hipotecas iniciales en forma de productos financieros derivados de ellas por todo el sistema financiero internacional
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Pues bien, como las hipotecas que iban concediendo los bancos estadounidenses eran cada vez más arriesgadas y peligrosas trataron de disimular el peligro que realmente conllevaban.