HHhH (34 page)

Read HHhH Online

Authors: Laurent Binet

Tags: #Bélico, Histórico

BOOK: HHhH
8.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

La situación de Valčík, en tanto que su participación en los hechos todavía no ha sido claramente establecida, es quizá un poco menos delicada. Pero pasearse por una Praga en estado de máxima alerta, cojeando y herido de bala, no permite sin duda afrontar el inmediato futuro con serenidad. Encuentra refugio en casa de un colega y amigo de Alois Moravec, empleado como él en el ferrocarril, resistente y protector de paracaidistas como él, y como él casado con una mujer totalmente leal a quienes luchan contra el ocupante. Ella es quien deja entrar a Valčík, muy pálido, a quien conoce bien por haberlo recibido, alojado y escondido a menudo, pero a quien llama Mirek porque ignora su verdadera identidad. A cambio, como por toda la ciudad corre ya el rumor, le pregunta nada más verlo: «Mirek, ¿estás al corriente de que ha habido un atentado contra Heydrich?» Valčík levanta la cabeza: «¿Ha muerto?» Todavía no, le dice, y Valčík baja la cabeza de nuevo. Pero ella no puede sustraerse de hacerle la pregunta que la está quemando en los labios: «¿Estás en el ajo?» Valčík tiene aún fuerzas para sonreír: «¡Vaya idea! Mi corazón es demasiado blando para eso.» Ella ha tenido ocasión de calibrar la pasta de la que está hecho ese hombre y, en consecuencia, sabe que está mintiendo. Valčík, por otra parte, lo hace de manera refleja y no espera que lo crea. Ella no se percata en absoluto de que está cojo, pero le pregunta si necesita alguna cosa. «Un café muy cargado, por favor.» Valčík le pregunta también si ella podría ir a dar una vuelta por la ciudad para informarle de lo que acontece. Luego él también tomará un buen baño, porque le duelen las piernas. La mujer y el marido se dicen que tal vez haya caminado demasiado. Hasta el día siguiente por la mañana, cuando encuentren rastros de sangre por las sábanas, no se darán cuenta de que lo han herido.

El cirujano llega al hospital a eso de las doce en punto y enseguida comienza la operación.

A las doce y cuarto, Frank traga saliva y llama a Hitler. Como era previsible, Hitler no está nada contento. Lo peor es cuando Frank debe confesarle que Heydrich circulaba sin escolta, en un Mercedes descapotable y encima sin blindar. Al otro extremo del hilo, para variar, aúlla. Las vociferaciones hitlerianas pueden significar dos cosas: por una parte, ese hatajo de perros que constituye el pueblo checo va a pagar cara su audacia; por otra parte, ¡cómo es posible que Heydrich, su mejor elemento, un hombre de su envergadura, de su importancia para el buen funcionamiento de todo, todo el Reich, ha podido ser tan cretino para dar pruebas de una negligencia tan culpable, sí, culpable! La cosa es sencilla, inmediatamente hay que:

1. Fusilar a 10.000 checos.

2. Ofrecer 1.000.000 de Reichmarks a cualquiera que contribuya al arresto de los criminales.

Hitler siempre ha sido aficionado a las cifras, a ser posible redondas.

Por la tarde, Gabčík, acompañado de Libena, porque una pareja levanta menos sospechas que un hombre solo, va a comprar un sombrero tirolés para pasar por alemán, un sombrerito verde con una pluma de faisán. E, inesperadamente, su disfraz funciona por encima de las expectativas: un SS de uniforme lo llama. Le pide fuego. Gabčík, ceremoniosamente, saca su encendedor y le enciende el cigarrillo.

Yo también me voy a encender uno. Me siento un poco como un grafómano neurasténico errando por Praga. Creo que voy a hacer una pequeña pausa.

Pero no hay pausa que valga. Hay que pasar este miércoles.

El comisario Pannwitz, el hombre de gabardina negra que apareció por el hospital, al que la Gestapo había enviado para obtener noticias, es el encargado de la investigación. A la luz de los indicios dejados en el lugar del crimen, una Sten y una cartera con una bomba anticarro de fabricación inglesa en su interior, el origen del atentado no es ningún misterio: lleva la firma de Londres. Hace un informe para Frank, quien llama otra vez a Hitler. No ha sido la Resistencia interior la que ha dado el golpe. Frank desaconseja las represalias masivas, que sugerirían la existencia de una fuerte oposición entre la población local. Las ejecuciones individuales de sospechosos o de cómplices, con sus familias, para dar ejemplo, llevarán el asunto a sus justas proporciones: una acción individual, organizada desde el extranjero. Se trata ante todo de conjurar ante la opinión pública la enojosa impresión de que el atentado es la expresión de una revuelta nacional. Sorprendentemente, Hitler más o menos se deja convencer de esta relativa propuesta de moderación. Las represalias masivas se suspenden provisionalmente. Sin embargo, en cuanto cuelga, Hitler escupe sapos y culebras junto a Himmler. Así que los checos no quieren a Heydrich, ¿no? ¡Pues les mandaremos a alguien peor! Para ello se impone, necesariamente, un tiempo de reflexión, porque encontrar a alguien peor que Heydrich es difícil. Hitler y Himmler se devanan los sesos. Hay algunos Waffen SS de alto rango que serían bastante indicados para organizar una carnicería, pero están todos movilizados en el frente del Este, donde, en esa primavera de 1942, tienen mucho que hacer. Finalmente se conforman con la opción de Kurt Dalüge porque oportunamente se encuentra ya en Praga por razones de salud. La ironía quiere que Dalüge, jefe de la policía regular del Reich y recientemente nombrado Oberstgruppenführer, sea un rival directo de Heydrich. Con la diferencia de que aquél está lejos de hacerle sombra a éste. Heydrich siempre se refiere a él como «el estúpido». Si se despierta, va a sentirse francamente humillado. En cuanto se restablezca, habrá que ir pensando en cómo promocionarlo.

Y entonces se despierta. La operación ha transcurrido adecuadamente. El cirujano alemán es más bien optimista. Ha habido que proceder a extirpar el bazo, pero no ha habido ninguna complicación que destacar. La única cosa un tanto sorprendente es esa especie de mechones de pelo encontrados en la herida y dispersos por todo el cuerpo. Los doctores han dedicado un tiempo a interpretar de dónde procedía eso: por lo visto proviene del asiento de cuero del Mercedes, reventado por el impacto, que estaba relleno de crin de caballo. En la radiografía se temía que unos pequeños fragmentos de metal se hubieran alojado en los órganos vitales. Pero no es nada de eso, y el
gotha
germanopragués empieza a respirar. Lina, que no ha sido avisada hasta las 15 horas, está a su lado. Aún grogui, articula débilmente, dirigiéndose a su mujer: «Cuida de nuestros hijos.» En esos momentos no parece estar muy seguro de su futuro.

La tía Moravec está loca de alegría. Irrumpe en la portería y le pregunta al portero: «¿Se sabe algo de Heydrich?» Sí, saben algo, por la radio, no se habla de otra cosa. Pero también dan el número de serie de la segunda bicicleta abandonada en el lugar de los hechos. Su bicicleta. Olvidaron borrarlo. Su alegría decae inmediatamente y se transforma en un amargo lamento. Palidece, les reprocha a los muchachos su negligencia. Pero está dispuesta a acudir en su ayuda. Esta dama pequeña es decididamente una mujer de acción y no es momento de lamentarse. No sabe dónde pueden estar, pero tiene que encontrarlos. Incansable, vuelve a salir.

Por todas las zonas de la ciudad se pegan los habituales carteles rojos bilingües que se utilizan siempre que hay que comunicar algo a la población local, y éste, que quedará sin ninguna duda como la joya de la colección, proclama:

1. EL 27 DE MAYO DE 1942 SE HA COMETIDO EN PRAGRA UN ATENTADO CONTRA EL REICHSPROTEKTOR INTERINO, SS OBERGRUPPENFÜHRER HEYDRICH.

Para el arresto de los culpables se ha previsto una recompensa de diez millones de coronas. Cualquiera que dé cobijo a esos criminales, les proporcione ayuda o, conociéndolos, no los denuncie será fusilado con toda su familia.

2. En la región del Oberlandrat de Praga se proclama el estado de sitio a partir de la lectura de esta ordenanza en la radio. Se tomarán las siguientes medidas:

a
) Se prohíbe a la población civil, sin excepción, salir a la calle desde el 27 de mayo a las 21 h. hasta el 28 de mayo a las 6 h.;

b
) Cierre absoluto de pensiones y restaurantes, cines, teatros, lugares de recreo, y suspensión de todo el tráfico en la vía pública durante esas mismas horas;

c
) Cualquiera que, despreciando esta prohibición, aparezca en la calle será fusilado si no se para al primer requerimiento;

d
) Están previstas otras medidas y, en caso de que sean necesarias, serán anunciadas por la radio.

A partir de las 16:30 h, esta ordenanza es leída en la radio alemana. A partir de las 17 h, la radio checa empieza a difundirla cada media hora. A partir de las 19:40 h cada diez minutos, y desde las 20:20 h hasta las 21 h, cada cinco minutos. Supongo que quienes vivieron aquella jornada en Praga, si es que están vivos hoy en día, pueden todavía recitar de memoria el texto íntegro. A las 21:30 h, el estado de sitio se extiende por todo el Protectorado. Mientras tanto, Himmler ha vuelto a llamar a Frank para confirmar las nuevas directrices de Hitler: ejecutar inmediatamente a las cien personalidades más significativas que haya entre los rehenes encarcelados por prevención desde la llegada de Heydrich a Praga en octubre del año pasado.

En el hospital, se vacían los armarios de toda la morfina que pueda encontrarse para aliviar al gran herido.

Al caer la noche, se lleva a cabo una demente batida. 4.500 hombres de las SS, SD, NSKK, Gestapo, Kripo y demás Schupo, más tres batallones de la Wehrmacht ponen cerco a la ciudad. Con la colaboración de la policía checa, el número de hombres que participa en la operación es más de 20.000. Todas las vías de acceso son neutralizadas, los grandes ejes bloqueados, las calles cortadas, los inmuebles registrados, la gente registrada. Veo por todas partes a hombres armados saltar de camiones sin toldo, correr en formación de un edificio a otro, invadir los huecos de las escaleras con el martilleo de las botas y el ruido del acero, golpear en las puertas, gritar órdenes en alemán, sacar a la gente de su cama, poner patas arriba su piso, maltratarlos duramente y ladrarlos encima. Especialmente los SS parecen haber perdido por completo el control de sus nervios y van por las calles como locos furiosos, disparan a las ventanas que ven encendidas o que sencillamente están abiertas, porque temen en todo momento ser el blanco de francotiradores emboscados. Praga está más que en estado de sitio. Se parece a la guerra. La operación policial, tal como es ejecutada, sumerge a la ciudad en un caos indescriptible. 36.000 pisos son visitados por la noche para obtener un resultado irrisorio, en vista de los medios desplegados. Se detiene a 541 personas, entre ellas a tres o cuatro vagabundos, una prostituta, un delincuente juvenil y, eso sí, a un jefe de la Resistencia comunista pero que no tiene ninguna relación con «Antropoide». De todos ellos, se suelta enseguida a 430. Y no se encuentra ningún rastro de los paracaidistas clandestinos. O lo que es peor, no se tiene ni el menor asomo de un principio de pista. Gabčík, Kubiš, Valčík y sus amigos han debido de pasar una extraña noche. Me pregunto si alguno de ellos llegó a dormir algo. Me sorprendería mucho. Desde luego, yo duermo fatal en este momento.

223

En la segunda planta del hospital, enteramente vacía de otros enfermos, Heydrich está echado en su cama, débil, con los sentidos embotados y el cuerpo adolorido, pero consciente. Se abre la puerta. Un guardia deja entrar a su mujer, Lina. Intenta sonreírle, está contento de que ella esté ahí. También ella se siente aliviada al ver a su marido en la cama, muy pálido, pero vivo. Ayer, cuando lo vio justo antes de la operación, inconsciente y totalmente blanco, creyó que estaba muerto; y cuando abrió los ojos, su estado no parecía ser mucho mejor. No se ha creído las palabras tranquilizadoras de los doctores. Y si los paracaidistas no han conciliado el sueño, la noche de ella tampoco ha sido muy buena que digamos.

Esta mañana le lleva una sopa caliente en un termo. Ayer víctima de un atentado, hoy ya en la piel de un convaleciente. La bestia rubia tiene la piel dura. Saldrá de ésta, como siempre.

224

La señora Moravec viene a buscar a Valčík. El valiente ferroviario en cuya casa ha dormido no quiere dejarlo marchar así como así. Le entrega un libro para que lo vaya leyendo en el tranvía y de ese modo poder ocultar su rostro:
Treinta años de periodismo
, de H. W. Steed. Valčík se lo agradece. Una vez que se ha ido, la mujer del ferroviario ordena su cuarto y, al hacer la cama, encuentra sangre en las sábanas. No conozco la gravedad de su herida, pero sé que todos los médicos del Protectorado están obligados, por mandato, a declarar a la policía cualquier herida de bala, bajo pena de muerte.

225

Gabinete de crisis tras los negros muros del palacio Petschek. El comisario Pannwitz hace un resumen: considerando los indicios recogidos en el lugar del crimen, sus primeras conclusiones son que se trata de un atentado planeado por Londres y ejecutado por dos paracaidistas. Ésa es también la opinión de Frank. Pero Dalüge, nombrado la víspera, se teme en cambio que el atentado sea la señal de un levantamiento nacional organizado. Ordena, como medidas preventivas, fusilar sin titubeos y reunir a todos los efectivos policiales de la región para intensificar la presencia de la policía en la ciudad. Frank está verde. Es evidentísimo que el atentado lleva la firma de Beneš, pero ése no sería el caso. Políticamente, le importa un comino saber si la Resistencia interior está implicada o no: «¡Hay que borrar de la opinión mundial la impresión de que se trata de una revuelta nacional! Debemos decir que se trata tan sólo de una acción individual.» Además, con una campaña de detenciones y ejecuciones masivas se corre el riesgo de desorganizar la producción. «¿He de recordarle la importancia vital de la industria checa para el esfuerzo de guerra alemán, Herr Oberstgruppenführer?» (¿Por qué he inventado esta frase? Sin duda porque la habrá dicho de verdad.) El visir creía llegada su hora. En lugar de eso, le imponen a ese Dalüge que no tiene ninguna experiencia como hombre de Estado, que no conoce nada de los asuntos del Protectorado y que apenas si debe de saber ubicar Praga en el mapa. Frank no es contrario a una demostración de fuerza: ya sabe que hacer reinar el terror en las calles no les perjudica. Pero ha aprendido las lecciones políticas de su maestro: nunca palo sin zanahoria. La redada histérica de la noche anterior ha demostrado con creces lo inútil que es este tipo de acciones. Una buena campaña de incentivos a la delación, bien llevada, sin escatimar en gastos, dará, por el contrario, mejores resultados.

Other books

Perdition by PM Drummond
Blood Pact (McGarvey) by Hagberg, David
King of the Mountain by Fran Baker
Overshadow by Brea Essex
On Green Dolphin Street by Sebastian Faulks
The Suicide Murders by Howard Engel
Wild Instinct by McCarty, Sarah