Frank abandona la reunión. Bastante tiempo ha perdido ya con Dalüge. Un avión lo aguarda para llevarlo acto seguido a Berlín, donde tiene una cita con Hitler. Confía que el genio político del Führer no ceda el paso a su rabia proverbial. Tal como fue la entrevista telefónica de ayer, más le vale ser muy convincente. En el avión, Frank prepara cuidadosamente la exposición de las medidas que preconiza. Con el fin de no pasar por un blando, recomienda invadir la ciudad de carros de combate, desplegar regimientos, cortar algunas cabezas, pero, una vez más, evitar las represalias masivas. Aconseja, antes bien, presionar a Hácha y a su gobierno con la amenaza de suprimir la autonomía del Protectorado y de poner todos los organismos checos, sea cual sea su naturaleza, bajo control alemán. Más todas las medidas de intimidación habituales, presiones, chantaje, vejaciones, etc., pero, por el momento, bajo forma de ultimátum. Lo ideal sería proceder de manera que los propios checos les entreguen a los paracaidistas.
Las preocupaciones de Pannwitz son diferentes. Su terreno es la investigación, no la política. Colabora con dos superdetectives enviados por Berlín, que todavía siguen pasmados por las «proporciones catastróficas» del caos con que se han encontrado al llegar. Delante de Dalüge se callan, pero se quejan a Pannwitz de haber precisado una escolta para poder regresar a su hotel sanos y salvos. Sobre el comportamiento de los perros rabiosos de las SS, su diagnóstico no tiene paliativos: «Están completamente locos. No van a encontrar el camino para salir del caos que ellos mismos están creando, y menos aún van a encontrar así a los asesinos.» Hay que actuar con más método. En menos de veinticuatro horas, los tres investigadores ya han obtenido algunos resultados nada desdeñables: gracias a los testimonios recogidos, están a punto de reconstruir con bastante exactitud la evolución del atentado, y poseen, aunque todavía un tanto vaga (¡estos jodidos testigos nunca pueden ponerse de acuerdo en lo que han
visto
!), una descripción de los dos terroristas. Pero siguen sin tener ninguna pista para llegar hasta ellos. La buscan, sin embargo, lejos de la agitación de la calle, escudriñando en los dosieres de la Gestapo.
Y encuentran aquella vieja foto hallada en el cadáver del valeroso capitán Morávek, el último de los Tres Reyes, el jefe de la red, abatido en un tiroteo en un tranvía hace dos meses. En esa foto, el guapo Valčík tiene un aire inexplicablemente abotargado. Pero no cabe duda de que es Valčík. Los policías no cuentan con ningún indicio que relacione ese nombre con el atentado. Pueden pasar al dosier siguiente o decidir sacar partido de esta fotografía
a ver qué pasa
. Si fueran como Maigret, a eso se le llamaría tener olfato.
Hanka, joven checa y agente de enlace, llama a la puerta de los Moravec. La conducen hasta la cocina. Allí encuentra, sentado en un sillón, a Valčík, a quien conoce de cuando era camarero en Pardubice, la ciudad donde ella vive con su marido. Siempre tan afable, la sonríe a la vez que se excusa: se ha torcido el tobillo y no puede levantarse.
Hanka tiene el encargo de transmitir el informe de Valčík al grupo de Bartoš, que se ha quedado en Pardubice, para que éste pueda informar a Londres con ayuda de la «Libuše», la valiosa radioemisora. Valčík le ruega a la joven que no mencione su herida. Como responsable de «Silver A», el capitán Bartoš sigue siendo oficialmente su jefe de misión. Pero desde el principio desaprueba el atentado. En cierto modo, Valčík se ha transferido él mismo de «Silver A» a «Antropoide». Visto el cariz de los acontecimientos, considera que sólo tiene que rendir cuentas a sus dos amigos, Gabčík y Kubiš, que espera que estén a salvo, a Beneš en persona, si acaso, y tal vez a Dios (me han dicho que era creyente).
La joven vuelve corriendo a la estación. Pero antes de tomar el tren, se queda paralizada ante un nuevo cartel rojo. Telefonea inmediatamente a los Moravec: «Deberían venir a ver una cosa interesante.» En el cartel aparece la foto de Valčík, y debajo:
100.000 coronas de recompensa
. Sigue después una descripción relativamente imprecisa del paracaidista, suerte que se añade al hecho de que la foto sea poco parecida. Se menciona su verdadero apellido, pero el nombre y la fecha de nacimiento (que lo rejuvenece cinco años) son erróneos. Una pequeña nota al final recuerda lo sabroso de los avisos de busca y captura: «La recompensa será entregada con la mayor discreción.»
Pero hay mejores cosas que ver que ese cartel.
Bata ha amasado su imperio antes de la guerra. Empezando con una pequeña fábrica de calzado en su ciudad, Zlín, desarrolló una inmensa empresa que cuenta con tiendas por todo el mundo y, sobre todo, en Checoslovaquia. Para huir de la ocupación alemana, emigró a América. Pero pese al exilio del dueño, los comercios continuaron abiertos. En la gran avenida Wenceslao, abajo del todo, en el número 6, se alza un inmueble que es una gigantesca tienda Bata. Esta mañana en el escaparate no hay zapatos expuestos sino otro tipo de artículos. Una bicicleta, dos carteras de piel y, sobre un perchero, una gabardina y una boina, cuerpos del delito hallados en los lugares del crimen, acompañados de una llamada a los testigos. Los transeúntes que se paran delante del escaparate pueden leer:
Considerando la recompensa prometida de diez millones de coronas por las indicaciones que lleven al arresto de los culpables y que será pagada íntegramente, conviene señalar que se busca respuesta a las cuestiones siguientes:
1. ¿Quién puede dar alguna información sobre los criminales?
2. ¿Quién se percató de su presencia en los lugares del crimen?
3. ¿A quién pertenecen los objetos descritos y, ante todo, a quién le falta esta bicicleta de señora, este abrigo, esta boina y esta cartera?
Cualquiera que pudiera suministrar la información solicitada y no la comunicara voluntariamente a la policía será fusilado con su familia, en los términos de la ordenanza del 27 de mayo sobre la proclamación del estado de sitio.
Todas las personas pueden estar tranquilas de que sus indicaciones serán recibidas de manera estrictamente confidencial.
Por otra parte, desde el 28 de mayo de 1942, los propietarios de casas, pisos, hoteles, etc., de todo el Protectorado están obligados a declarar ante la policía a todas las personas cuya estancia todavía no haya sido anunciada en las comisarías. La infracción a esta prescripción será castigada con la muerte.
SS-Obergruppenführ er
Jefe de la policía
adjunto del Reichsprotektor
de Bohemia-Moravia
K. H. Frank
El gobierno checo en el exilio declara que el atentado perpetrado contra el monstruo Heydrich es a la vez un acto de venganza, un rechazo del yugo nazi y un símbolo para todos los pueblos oprimidos de Europa. Los golpes dados por los patriotas checos son un testimonio de solidaridad enviado a los Aliados y de fe en la victoria final que resonará en el mundo entero. Nuevas víctimas entre los checos caen ya bajo las balas de los pelotones de ejecución alemanes. Pero este nuevo ataque de furor nazi también será aniquilado por la resistencia inflexible del pueblo checo y sólo servirá para reforzar su voluntad y su determinación.
El gobierno checo en el exilio anima a la población a esconder a los héroes desconocidos y amenaza con un justo castigo para cualquiera que los traicione.
En su apartado de correos de Zúrich, el coronel Moravec recibe un telegrama enviado por el agente A54: «Wunderbar — Karl.» Paul Tümmel, alias A54, alias René, alias Karl, no se ha visto jamás con Gabčík ni con Kubiš y no ha participado directamente en los preparativos del atentado. Pero con esa simple palabra, tras el anuncio de la noticia, se hace eco del poderoso sentimiento de euforia experimentado por todos los combatientes contra el nazismo en el mundo.
Suena el timbre de la portería. Es Ata, la hija de los Moravec, que viene a buscar a Valčík. El portero no quiere que se vaya. Podría vivir en el desván, en el quinto, nadie iría a buscarlo allá arriba… A Valčík le gustan los pasteles que le hace la mujer del portero, dice que son tan buenos como los de su madre. Aquí juega a las cartas escuchando la BBC. La primera noche se tuvo que esconder en el sótano porque un agente de la Gestapo pasó por el edificio, pero se siente seguro entre estas personas. Entonces, ¿por qué no se queda?, insiste el portero. Valčík le explica que ha recibido órdenes, que es un soldado, que tiene que obedecer y que ha de reunirse con sus camaradas. El portero no tiene por qué preocuparse, ya le han encontrado un refugio seguro. Lo único es que debe de hacer bastante frío. Le harán falta mantas y ropa de abrigo. Valčík coge su gabán, se pone un par de gafas verdes sobre la nariz y sigue a Ata, que es quien debe llevarlo hasta su nuevo escondite. Olvida en casa del portero el libro que su precedente anfitrión le había prestado. En el interior del libro está escrito el nombre del propietario. Éste salvará la vida gracias a ese olvido.
Capitulación y servilismo son las dos tetas del petainismo, un arte en el que el viejo presidente Hácha, ni más chocho ni menos chocho que su homólogo francés, ha pasado directamente a ser un maestro. Como testimonio de su buena voluntad, decide, en nombre del gobierno fantoche que él preside, doblar la recompensa ofrecida por la captura de los asesinos. Las cabezas de Gabčík y Kubiš pasan, por tanto, a valer diez millones de coronas
cada una
.
Los dos hombres que se presentan a la puerta de la iglesia no vienen a misa. La iglesia ortodoxa San Carlos Borromeo, hoy rebautizada iglesia de San Cirilo y San Metodio, es un edificio macizo pegado a un lateral de la calle Resslova, calle en pendiente que sale de la plaza Carlos y baja hacia el río, en pleno corazón de Praga. El maestro de escuela Zelenka, alias «tío Hajsky» de la organización Jindra, es recibido por el padre Petrek, sacerdote ortodoxo. Le lleva un amigo. Es el séptimo. Se trata de Gabčík. Le hace penetrar por una trampilla en la cripta de la iglesia. Allí, en medio de los nichos de piedra en los que antaño se ponía a los muertos, se reencuentra con sus amigos Kubiš y Valčík, pero también con el teniente Opálka y otros tres paracaidistas, Bublík, Švarc y Hrubý. Uno por uno, Zelenka los ha reunido aquí porque a la Gestapo, que continúa registrando sin descanso en los pisos de la ciudad, no se le ha ocurrido todavía la idea de buscar en las iglesias. Sólo queda un paracaidista de quien no se tiene ninguna noticia: Karel Čurda. Es inencontrable, nadie sabe dónde está, ni si está escondido o detenido, ni siquiera si vive todavía.
La llegada de Gabčík causa sensación en la cripta. Sus camaradas corren a abrazarlo. Reconoce a Valčík, teñido de moreno, luciendo un fino bigote marrón, y a Kubiš, con el ojo hinchado y el rostro aún señalado, que le manifiestan expresivamente su alegría por volver a verlo. Gabčík, emocionado, llora, o ríe a carcajadas. Es evidente que se siente muy feliz de reencontrar a sus amigos casi sanos y salvos. Pero está desolado por el giro que han tomado los acontecimientos. Una vez terminados los saludos, Gabčík empieza una amarga letanía a la que sus amigos van a tener que habituarse: entre una mezcla de excusas y de lamentaciones, maldice a esa jodida Sten que se encasquilló en el preciso momento en que apuntaba a Heydrich. Todo es por mi culpa, dice. Lo tenía delante de mí, era hombre muerto. Y luego esa mierda de Sten… Todo es demasiado estúpido. ¿Y está herido? ¿Lo hiciste tú, Jan? ¿Gravemente? ¿Tú crees? Muchachos, estoy totalmente jodido. Todo es por mi culpa. Tendría que haberlo rematado con el Colt. Disparaba a todas partes, tuve que salir corriendo, con el otro gigante pisándome los talones… Gabčík se siente avergonzado y sus amigos no consiguen consolarlo. No es tan grave, Jozef. Lo que hemos hecho ya es enorme, ¿no te das cuenta? ¡Al mismísimo verdugo! ¡Lo habéis herido! Heydrich está herido, es verdad, él lo vio caer, pero dicen que se recupera lentamente en el hospital. De aquí a un mes, estará de nuevo trabajando, y quizá más que antes, eso seguro, las bestias como él jamás se cansan. De todos modos, los nazis siempre han tenido una suerte insultante para escapar de los atentados (me acuerdo del de Hitler, en 1939, que debe dar su discurso anual en su famosa cervecería de Múnich entre las 20 y las 22 horas pero abandona la sala a las 21:07 con el fin de no perder su tren, y la bomba explota a las 21:30, matando a ocho personas). Lamentablemente, «Antropoide» ha fracasado, no piensa en otra cosa y ha sido por su culpa. Jan no tiene nada que reprocharse. Arrojó la granada, casi no le acertó al coche pero en definitiva es quien hirió a Heydrich. Menos mal que Jan estaba allí. No han cumplido su misión, pero gracias a él han dado en el blanco. Ahora ya se sabe que Praga no es Berlín y que los alemanes no pueden comportarse aquí como en su propia casa. Aunque no se trataba de meter miedo a los alemanes, no era este el objetivo de Antropoide. Quizá, después de todo, el objetivo fuera demasiado ambicioso: jamás se ha matado a un dignatario nazi de semejante nivel. ¡Pero qué estoy diciendo! Sin esa porquería de Sten, le habría ajustado las cuentas, a ese cerdo… ¡La Sten, la Sten!… Una verdadera mierda, ya les digo.
El estado de Heydrich empeora brusca e inexplicablemente. Un fuerte acceso de fiebre se apodera del protector. Himmler ha acudido a su cabecera. El largo cuerpo de Heydrich se extiende desfallecido bajo una corta sábana blanca empapada de sudor. Los dos hombres filosofan sobre la vida y la muerte. Heydrich cita una frase sacada de la ópera de su padre: «El mundo es un organillo que Nuestro Señor toca y todos debemos bailar según su música.»
Himmler pide explicaciones a los médicos. La curación del paciente les parecía en buen camino pero de pronto se ha declarado una violenta infección. Quizá la bomba contuviera algún tipo de veneno, o sean las crines del asiento del Mercedes, que han traspasado el bazo, hay varias hipótesis, no sabrían decir cuál es la buena. Pero si, como creen, se trata de un principio de septicemia, la infección se propagará muy rápidamente y la muerte se producirá en cuarenta y ocho horas. Para salvar a Heydrich, haría falta algo que el Reich no posee en ninguna parte de todo su inmenso territorio: penicilina. Y no va a ser Inglaterra la que se la proporcione.
El 3 de junio, la radioemisora Libuše recibe este mensaje de felicitación, dirigido a «Antropoide»: