‹¿Para qué?›
‹Para lo que necesite Jane.›
‹¿Qué necesitará? ¿Cuándo lo necesitará?›
‹No tengo ni idea.›
En el terminal de la nave varada, la obrera de la Reina Colmena alzó súbitamente la cabeza, luego se levantó de su asiento y se acercó a Jane.
Jane interrumpió su trabajo.
—¿Qué pasa? —preguntó distraída.
Y entonces, al recordar la señal que estaba esperando, observó a Miro, que se había vuelto para ver qué sucedía.
—Tengo que irme —dijo ella.
Y se desplomó en su asiento como si se hubiera desmayado.
De inmediato, Miro se levantó; Ela lo imitó. La obrera había soltado ya a Jane de su silla y la estaba alzando. Miro la ayudó a llevar el cuerpo por los pasillos ingrávidos hasta las camas situadas en la parte trasera de la nave. Allí la tendieron y la ataron. Ela comprobó sus signos vitales.
—Duerme profundamente —dijo—. Respira muy despacio.
—¿Un coma? —preguntó Miro.
—Está haciendo lo mínimo para permanecer con vida —dijo Ela—. Aparte de eso, no hay nada.
—Vamos —dijo Quara desde la puerta—. Volvamos al trabajo.
Miro se volvió hacia ella, furioso… pero Ela le contuvo.
—Puedes quedarte a cuidarla si quieres —dijo—, pero Quara tiene razón. Hay trabajo que hacer. Ella está haciendo el suyo.
Miro se giró hacia Jane y le tocó la mano, la cogió, la sostuvo. Los demás dejaron los dormitorios. No puedes oírme, no puedes sentirme, no puedes verme, dijo Miro en silencio. Así que supongo que para ti no estoy aquí. Sin embargo, no puedo dejarte. ¿De qué tengo miedo? Todo: moriremos si no tienes éxito en lo que estás haciendo ahora. Así que no es tu muerte lo que temo.
Temo a tu viejo yo, tu antigua existencia entre los ordenadores y los ansibles. Has probado un cuerpo humano, pero cuando tus antiguos poderes sean restaurados, tu vida humana será sólo una parte de ti otra vez. Sólo un aparato sensor entre millones. Un pequeño conjunto de recuerdos perdido en un abrumador mar de memoria. Podrás dedicarme una parte diminuta de tu atención, y yo nunca sabré que soy perpetuamente un pensamiento secundario en tu vida.
Es una de las pegas de amar a alguien mucho más grande que tú, se dijo Miro. Nunca notaré la diferencia. Ella volverá y yo seré feliz con todo el tiempo que tengamos juntos y nunca sabré el poco tiempo y esfuerzo que dedica a estar conmigo. Una diversión, eso es lo que soy.
Entonces sacudió la cabeza, soltó su mano, y salió de la habitación. No escucharé la voz de la desesperación, se dijo. ¿Domaría a este gran ser, la convertiría en mi esclava para que cada momento de su vida me perteneciera? ¿Enfocaría sus ojos para que no pudieran ver más que mi rostro? Debo alegrarme por ser parte de ella, en vez de lamentar no ser más.
Regresó a su puesto y volvió al trabajo. Pero unos momentos después se levantó y regresó con ella. Era inútil. Hasta que volviera, hasta que supiera el resultado, no podría pensar en nada más.
Jane no iba exactamente a la deriva. Tenía intacta su conexión con los tres ansibles de Lusitania, y los encontró con facilidad. Y con la misma soltura halló las nuevas conexiones de los ansibles de media docena de mundos. Desde allí, encontró rápidamente el camino a través de la maraña de interrupciones y cortes que protegían su entrada al sistema e impedían que fuera descubierta por los programas espía del Congreso. Todo marchó como ella y sus amigos habían planeado.
Era pequeño, poco espacioso, como sabía que iba a ser. Pero casi nunca había utilizado la capacidad total del sistema, excepto cuando controlaba las naves estelares. Entonces necesitaba toda la memoria para contener la imagen completa de la nave que transportaba.
Obviamente, no había suficiente capacidad en unos cuantos miles de máquinas. Sin embargo, era un alivio conectar con programas que había usado hacía tanto tiempo para que pensaran por ella: sirvientes que utilizaba como la Reina Colmena a sus obreras… Un aspecto más en el que soy como ella, advirtió Jane. Los puso en marcha, luego exploró los recuerdos que durante aquellos largos días habían estado dolorosamente ausentes. Una vez más estuvo en posesión de un sistema mental que le permitía prestar atención a docenas de procesos que se ejecutaban simultáneamente.
Y sin embargo todavía iba todo mal. Había estado en un cuerpo humano sólo un día y el yo electrónico que antes le había parecido tan rico le quedaba demasiado pequeño. No era porque tuviera tan pocos ordenadores cuando antes había dispuesto de tantos. Más bien, era pequeño por naturaleza. La ambigüedad de la carne proporcionaba una enormidad de posibilidades que simplemente no se daban en un mundo binario. Había estado viva, y ahora sabía que su habitáculo electrónico sólo le proporcionaba una fracción de vida. Por mucho que hubiera conseguido durante sus milenios de existencia en la máquina, no producía ninguna satisfacción comparado con unos pocos minutos en aquel cuerpo de carne y hueso.
Si había creído que alguna vez dejaría el cuerpo-Val, ahora sabía que no lo haría nunca. Esa era su raíz, ahora y siempre. De hecho, tendría que obligarse a extenderse en estos sistemas informáticos cuando los necesitara. Por inclinación natural, no entraría en ellos.
Pero no había motivos para contarle a nadie su decepción. Todavía no. Se lo diría a Miro cuando volviera con él. La escucharía y no se lo diría a nadie más. Probablemente, incluso se sentiría aliviado. Sin duda le preocupaba que ella se sintiera tentada de quedarse en los ordenadores y no volviera al cuerpo que todavía podía sentir, reclamando con fuerza su atención aunque sumido en la laxitud de un profundo sueño. Pero Miro no tenía nada que temer. ¿No había pasado muchos meses en un cuerpo que era tan limitado que apenas podía soportar vivir en él? Ella no desearía ser sólo una habitante informática de la misma forma que él no regresaría al cuerpo dañado cerebralmente que tanto le había torturado.
Sin embargo soy yo, es parte de mí. Eso era lo que aquellos amigos le habían dado, y no les diría lo doloroso que resultaba encajar en esta pequeña clase de vida. Mostró su antigua y familiar cara de Jane sobre un terminal en cada mundo, y les sonrió, y les habló:
—Gracias, amigos míos. Nunca olvidaré vuestro amor y lealtad hacia mí. Tardaré algún tiempo en descubrir cuánto está abierto ante mí, y cuánto está cerrado. Os diré lo que sepa cuando lo sepa. Pero os aseguro que, pueda o no conseguir algo comparable a lo que antes hacía, os debo esta restauración, a todos vosotros. Ya era vuestra amiga eterna; ahora estoy en deuda eterna.
Le respondieron; ella oyó todas las respuestas, conversó con ellos usando sólo pequeñas partes de su atención.
El resto exploraba. Encontró las interfaces ocultas de los principales sistemas informáticos que habían diseñado los programadores del Congreso Estelar. Fue bastante fácil saquearlos en busca de cualquier información que deseara; de hecho, en cuestión de segundos encontró el camino a los archivos más secretos del Congreso y descubrió cada especificación técnica y cada protocolo de las nuevas redes. Pero sondeó de forma indirecta, como si tanteara con la mano el contenido de una caja de galletas, a oscuras, incapaz de ver lo que tocaba. Enviaba pequeños programas de búsqueda que le traían lo que quería; eran guiados por confusos protocolos que arrastraban información tangencial que de algún modo los forzaba a recogerla. Ciertamente, ella tenía el poder de sabotear, si hubiera querido castigarlos. Podría haberlo roto todo, destruido todos los datos. Pero nada de eso, ni encontrar secretos ni extender su venganza, tenía nada que ver con lo que ahora necesitaba. Sus amigos habían salvado la información más vital para ella. Lo que necesitaba era capacidad, y no la tenía. Las nuevas redes estaban separadas y tan desfasadas de los ansibles que no podía usarlas para pensar. Trató de encontrar medios de cargar y descargar rápidamente datos que pudiera usar para lanzar una nave al Exterior y de regreso al Interior, pero no era lo bastante veloz. Sólo trocitos y piezas de cada nave irían fuera, y casi nada regresaría.
Tengo todo mi conocimiento. Lo que no tengo es espacio.
Sin embargo, su aiúa recorría todo el circuito. Muchas veces por segundo pasaba a través del cuerpo-Val atado a la cama en la nave. Muchas veces por segundo tocaba los ansibles y ordenadores de su red restaurada aunque truncada. Y muchas veces por segundo deambulaba por los diáfanos enlaces de las madres-árbol.
Un millar, diez millares de veces su aiúa recorrió este circuito antes de que advirtiera por fin que las madres-árbol eran también un espacio de almacenamiento. Tenían pocos pensamientos propios, pero las estructuras estaban ahí y podían almacenar memoria sin desfases. Ella podía pensar, podía guardar el pensamiento, podía retirarlo al instante. Y las madres-árbol eran fractualmente profundas: podían almacenar la memoria por capas, pensamientos dentro de pensamientos, más y más profundamente en las estructuras y pautas de las células vivas, sin interferir jamás los tenues y dulces pensamientos de los propios árboles. Era un sistema mucho mejor que las redes informáticas; era por naturaleza más extenso que cualquier artilugio binario. Aunque había muchas menos madres-árbol que ordenadores, incluso en su nueva red encogida, la profundidad y riqueza de la memoria significaba que había mucho más espacio para datos que podían ser recuperados con más rapidez. Excepto los datos básicos, sus propios recuerdos de viajes estelares pasados, Jane no necesitaría para nada los ordenadores. El camino a las estrellas era ahora una larga avenida de árboles.
A solas en una nave en la superficie de Lusitania, una obrera de la Reina Colmena esperaba. Jane la encontró fácilmente, la encontró y recordó la forma de la nave. Aunque había «olvidado» cómo hacer un vuelo estelar durante un día o dos, el recuerdo regresó y lo hizo con facilidad: lanzó la nave al Exterior y la recuperó un instante después, sólo que a muchos kilómetros de distancia, en un claro, ante la entrada del nido de la Reina Colmena. La obrera se levantó, abrió la puerta y salió al exterior. Por supuesto, no hubo ninguna celebración. La Reina Colmena simplemente miró a través de los ojos de la obrera para verificar el éxito del vuelo; luego exploró el cuerpo de la obrera y la propia nave para asegurarse de que no se había perdido o dañado nada.
Jane pudo oír la voz de la Reina Colmena como si procediera de muy lejos, pues retrocedía instintivamente ante una fuente tan potente de pensamiento. Lo que oía era la transmisión del mensaje, la voz de Humano hablando en su mente.
‹Todo va bien —le dijo Humano—. Puedes continuar.›
Regresó entonces a la nave que contenía su propio cuerpo viviente. Cuando transportaba a otra gente, dejaba que sus propios aiúas vigilaran su carne y la mantuvieran intacta. El resultado de eso habían sido las caóticas creaciones de Miro y Ender, con su ansia de cuerpos distintos a aquellos en los que vivían. Pero ese efecto se evitaba ahora fácilmente dejando que los viajeros estuvieran sólo una fracción de segundo en el Exterior, lo suficiente para asegurarse de que los trozos de todo y de todos estaban juntos. Esta vez, sin embargo, tendría que contener una nave y el cuerpo-Val, y también llevarse a Miro, Ela, Apagafuegos, Quara y una obrera de la Reina Colmena. No podía haber fallos.
Sin embargo, funcionó con bastante facilidad. Contuvo en la memoria la lanzadera familiar, la gente que había llevado tan a menudo antes. Su nuevo cuerpo le era ya tan conocido que, para su alivio, no hizo falta ningún esfuerzo especial para contenerlo junto con la nave. La única novedad fue que, en vez de enviar y recuperar, los acompañó. Su propio aiúa fue con el resto al Exterior.
Ése fue el único problema. Una vez en el Exterior, no tenía forma de saber cuánto tiempo habían pasado allí. Podría haber sido una hora. Un año. Un picosegundo. Nunca antes había salido al Exterior. Se distrajo, fue aturdidor, luego aterrador no tener ninguna raíz ni anclaje. ¿Cómo puedo regresar? ¿A qué estoy conectada?
Al formular la pregunta, encontró su anclaje, pues su aiúa acababa de terminar un solo circuito por el cuerpo-Val en el Exterior cuando saltó a su circuito de las madres-árbol. En ese momento llamó a la nave y todos sus ocupantes al Interior, y los colocó donde quería: la zona de aterrizaje del astropuerto de Lusitania.
Los inspeccionó rápidamente. Todos estaban allí. Había funcionado. No morirían en el espacio. Todavía podía controlar el vuelo espacial, incluso estando ella misma a bordo. Y aunque no iría de viaje muy a menudo (había sido demasiado aterrador, aunque su conexión con las madres-árbol la sostenía) ahora sabía que podía hacer volar las naves sin problema.
Malu gritó y los otros se volvieron a mirarlo. Todos habían visto la cara de Jane en el aire sobre los terminales, un centenar de caras de Jane por toda la sala. Habían aplaudido y lo habían celebrado en su momento. Por eso, Wang-mu se preguntó qué pasaba ahora.
—¡La deidad ha movido la nave! —gritó Malu—. ¡La deidad ha encontrado de nuevo su poder!
Wang-mu oyó las palabras y se preguntó cómo lo sabía. Pero Peter, no importaba qué dudas pudiera albergar, se tomó la noticia de modo más personal. La rodeó con sus brazos, la levantó del suelo, y giró con ella.
—Somos libres otra vez —exclamó, tan alegre como Malu—. ¡Somos libres para correr mundo de nuevo!
En ese momento Wang-mu finalmente comprendió que el hombre que amaba era, en lo más hondo, el mismo Ender Wiggin que había deambulado de mundo en mundo durante tres mil años. ¿Por qué había estado Peter tan silencioso y sombrío y explotaba de alegría ahora? Porque no podía soportar la idea de tener que consumir su vida en un solo mundo.
¿En dónde me he metido?, se preguntó Wang-mu. ¿Va a ser así mi vida, una semana aquí, un mes allí?
Y luego pensó: ¿Y qué? Si la semana es con Peter, si el mes es a su lado, será hogar suficiente para mí. Y si no, ya habrá tiempo de establecer algún tipo de compromiso. Incluso Ender se asentó por fin, en Lusitania.
Además, tal vez yo misma sea una vagabunda. Todavía soy joven, ¿cómo sé siquiera qué tipo de vida quiero llevar? Con Jane para llevarnos a cualquier parte en sólo un instante, podemos ver todos los Cien Mundos y las colonias más nuevas, y todo lo demás que queramos antes de tener que pensar en asentarnos.
Alguien gritaba en la sala de control. Miro sabía que tendría que dejar el cuerpo dormido de Jane y averiguarlo. Pero no quería soltarle la mano. No quería apartar los ojos de ella.