Naturalmente, pensar en dos cosas es bastante inútil si ambas líneas de pensamiento son idiotas. Pues mientras jugaba mentalmente a plantearse su vanidad y su naturaleza competitiva, también se había estado concentrando en Wang-mu, y su mano se había extendido para tocarla, y por un momento ella se apoyó en él, aceptó su contacto, hasta que su cabeza reposó contra su pecho. Y entonces, sin previo aviso ni provocación por su parte que él advirtiera, ella de repente se apartó y empezó a caminar hacia los samoanos que estaban congregados en la playa alrededor de Malu.
—¿Qué he hecho? —preguntó Peter.
Ella se volvió, desconcertada.
—¡Lo has hecho bien! —dijo—. No te he abofeteado ni te he dado con la rodilla en tu kintamas, ¿no? ¡Pero es la hora de desayunar… Malu está rezando y tienen más comida que hace dos noches, cuando pensamos que reventaríamos de tanto comer!
Y los dos caminos separados de la atención de Peter cayeron en la cuenta de que tenía hambre. Ni él ni Wang-mu habían comido nada la noche anterior. En realidad, no recordaba haber dejado la playa para acostarse en aquellas esterillas. Alguien tenía que haberlos traído. Bueno, no era extraño. No había ni un solo hombre ni una sola mujer en la playa que no pareciera capaz de coger a Peter y partirlo como si fuera un lápiz. En cuanto a Wang-mu, mientras la observaba correr hacia la cordillera de samoanos reunidos al borde del agua, pensó que era como un pájaro que volaba hacia unas cabezas de ganado.
No soy un niño y nunca lo he sido en este cuerpo, pensó Peter. Así que no sé si soy capaz de tener ansias infantiles y grandes romances adolescentes. De Ender tengo esta especie de comodidad en el amor; no son grandes pasiones arrebatadoras lo que espero sentir. ¿Será suficiente la clase de amor que siento por ti, Wang-mu? Tocarte cuando lo necesite, y tratar de estar aquí cuando tú me necesites. Y sentir tal ternura cuando te mire que quiera interponerme entre tú y todo el mundo: y sin embargo alzarte y llevarte por encima de las fuertes corrientes de la vida. Al mismo tiempo, me alegraría estar siempre así, en la distancia, observándote, viendo tu belleza, tu energía, mientras tú miras a esos gigantes y les hablas como una igual aunque cada movimiento de tus manos, cada sílaba pronunciada por tus labios indica que eres una niña… ¿es suficiente que sienta este amor por ti? Porque lo es para mí; es suficiente que cuando mi mano tocó tu hombro tú te apoyaras en mí y que cuando me notaste perdido pronunciaras mi nombre.
Plikt estaba sentada a solas en su habitación, escribiendo sin cesar. Se había estado preparando toda la vida para este día, para escribir la oración del funeral de Andrew Wiggin. Hablaría en su muerte… había investigado sobradamente para hacerlo; podría hablar una semana entera y no agotar ni una décima parte de lo que sabía acerca de él. Pero no hablaría durante una semana. Hablaría durante una sola hora. Menos. Ella lo comprendía, lo amaba; compartiría con otros que no le conocieron lo que era, cómo amaba. Les diría que este hombre brillante, imperfecto pero bienintencionado y lleno de un amor lo bastante fuerte para infligir sufrimiento si era necesario había cambiado el curso de la historia. Que la historia era diferente porque él vivió, y que también diez mil, cien mil, millones de vidas individuales cambiaron también, fueron reforzadas, clarificadas, elevadas, aumentadas o al menos hechas más constantes y fieles por lo que él había dicho y hecho y escrito en su vida.
¿Y diría también esto? ¿Diría lo amargamente que una mujer lloraba a solas en su habitación, no por la pena de que Ender hubiera muerto, sino por la vergüenza de comprenderse a sí misma finalmente? Pues aunque ella había amado y admirado (no, adorado a este hombre), sin embargo cuando murió no sintió pena alguna, sino alivio y excitación. Alivio: ¡La espera ha terminado! Excitación: ¡Ha llegado mi hora!
Naturalmente, eso era lo que sentía. No era tan tonta como para esperar tener más fuerza moral que la humana. Y el motivo por el que no lloraba como lo hacían Novinha y Valentine era porque les habían arrancado una parte importante de sus vidas. ¿Qué han arrancado de la mía? Ender sólo me dio unas migajas de su atención, pero poco más. Solamente estuvimos unos cuantos meses juntos mientras fue mi maestro en Trondheim; una generación más tarde nuestras vidas se tocaron de nuevo durante unos cuantos meses aquí; y en ambas ocasiones él estaba preocupado, tenía cosas y personas más importantes que atender. Yo no era su esposa. No era su hermana.
Sólo era la estudiante y discípula… de un hombre que había terminado con los estudiantes y nunca quiso discípulos. Así que por supuesto no me han arrancado una parte importante de mi vida porque él sólo fue mi sueño, nunca mi compañero.
Me perdono a mí misma y sin embargo no puedo detener la vergüenza y la pena que siento, no porque Andrew Wiggin haya muerto, sino porque en la hora de su muerte me demuestro lo que realmente soy: una mujer completamente egoísta, preocupada sólo por su propia carrera. Decido ser la portavoz de la muerte de Ender. Por tanto el momento de su muerte sólo puede ser el logro de mi vida. ¿En qué clase de buitre me convierte eso? ¿Qué clase de parásito soy, una sanguijuela de su vida…?
Y sin embargo sus dedos seguían tecleando, frase tras frase, a pesar de las lágrimas que corrían por sus mejillas. En la casa de Jakt, Valentine lloraba con su marido y sus hijos. En la casa de Olhado, Grego y Olhado y Novinha se habían reunido para consolarse mutuamente, por la pérdida del hombre que había sido marido para ella y padre para ellos. Ellos tuvieron su relación con él, y yo tengo la mía. Ellos tienen sus recuerdos privados; los míos serán públicos. Yo hablaré, y luego publicaré lo que diga, y lo que ahora estoy escribiendo dará nueva forma y significado a la vida de Ender Wiggins en la mente de cada persona de un centenar de mundos. Ender
el Xenocida
; Andrew
el Portavoz de los Muertos
; Andrew, el hombre privado de soledad y compasión; Ender, el brillante analista capaz de taladrar el corazón de los problemas y de la gente sin que le detuviera el miedo o la ambición o… o la piedad. El hombre de justicia y el hombre de piedad, coexistiendo en un cuerpo. El hombre cuya compasión le permitió ver y amar a las reinas colmena incluso antes de tocar a una de ellas con sus manos; el hombre cuya fiera justicia le permitió destruirlas a todas porque creía que eran su enemigo.
¿Me juzgaría Ender severamente por mis feos sentimientos de este día? Por supuesto que sí: no me salvaría, conocería lo malo que hay en mi corazón.
Pero luego, tras haberme juzgado, me amaría también. Diría, ¿y qué? Levántate y habla en mi muerte. Si esperáramos que los portavoces de los muertos fueran personas perfectas, todos los funerales serían conducidos en silencio.
Y por eso escribió, y lloró; y cuando dejó de llorar, siguió escribiendo. Cuando el cabello que de él quedaba fuera puesto en una cajita sellada y enterrado en la hierba cerca de la raíz de Humano, ella se levantaría y hablaría. Su voz lo levantaría de entre los muertos, le haría vivir de nuevo en la memoria. Y ella también sería piadosa; también sería justa. Era una de las cosas que había aprendido de él.
«¿Por qué actúa la gente como si la guerra y la muerte
no fueran naturales?
Lo que no es natural es vivir toda la vida
sin levantar jamás la mano en un gesto de violencia.»
de Los susurros divinos de Han Qingjao
—Estamos haciéndolo todo mal —dijo Quara.
Miro sintió la antigua furia familiar surgir en su interior. Quara tenía una habilidad especial para enfadar a la gente, y no servía de ninguna ayuda que ella pareciera saber que molestaba a la gente y que encima eso le gustase. Cualquier otro de la nave podría haber dicho exactamente la misma frase sin que Miro pusiera pegas. Pero Quara se las apañaba para que sus palabras estuvieran cargadas de intención, como si pensara que todo el mundo menos ella era estúpido. Miro la amaba como hermana, pero no podía evitar odiar tener que pasar hora tras hora en su compañía.
Sin embargo, como Quara era de hecho la que más sabía sobre el lenguaje que había descubierto meses antes en el virus de la descolada, Miro no manifestó de forma audible su suspiro interno de exasperación, sino que giró en su asiento para escuchar.
Lo mismo hicieron los demás, aunque Ela se esforzó menos por ocultar su molestia. En realidad, no hizo ningún esfuerzo.
—Bueno, Quara, ¿por qué no hemos sido lo bastante listos para darnos cuenta antes de nuestra estupidez?
Quara pasó por alto el sarcasmo de Ela… o decidió ignorarlo.
—¿Cómo podemos descifrar un lenguaje a partir de la nada? No tenemos ningún referente. Pero sí archivos completos de las versiones del virus de la descolada. Sabemos qué aspecto tenía antes de que se adaptara al metabolismo humano. Sabemos cómo cambió después de cada intento de matarnos. Algunos de los cambios fueron funcionales: se estaba adaptando. Pero otros fueron para copiar: llevaba un registro de lo que hacía.
—Eso no lo sabemos —le corrigió Ela, quizá con demasiado placer.
—Yo sí lo sé —dijo Quara—. Además, aporta un contexto conocido, ¿no? Sabemos de qué trata ese lenguaje, aunque no hayamos podido descifrarlo.
—Bueno, ahora que has dicho todo eso —dijo Ela—, sigo sin tener ni idea de cómo nos ayudará esta nueva sabiduría a descodificar el lenguaje. ¿No es precisamente en eso en lo que has estado trabajando durante meses?
—Ah, sí. Pero lo que no he podido hacer es hablar las «palabras» que el virus de la descolada registró y ver qué respuestas conseguimos.
—Demasiado peligroso —dijo Jane de inmediato—. Absurdamente peligroso. Esta gente es capaz de crear virus que destruyen biosferas por completo, y es lo suficientemente insensible para utilizarlos. ¿Estás proponiendo que les demos precisamente el arma que usaron para devastar el planeta de los pequeninos, que probablemente contiene un registro completo, no sólo del metabolismo de los pequeninos, sino también del nuestro? ¿Por qué no abrirnos la garganta y enviarles la sangre?
Miro advirtió que, cuando Jane hablaba, los otros se quedaban un poco desconcertados. Quizás en parte su respuesta se debiera a la diferencia entre la actitud sumisa de Val y el atrevimiento de Jane y, en parte, a que la Jane que conocían era más parecida a un ordenador, menos dogmática. Miro, sin embargo, reconocía este estilo autoritario por la forma en que le hablaba al oído a través de la joya. En cierto modo, le resultaba un placer escucharlo de nuevo; también era preocupante oírlo surgir de los labios de otra persona. Val había desaparecido; Jane había vuelto. Era horrible; era maravilloso.
Como Miro no estaba tan desconcertado por la actitud de Jane, fue él quien rompió el silencio.
—Quara tiene razón, Jane. No tenemos años y años para resolver esto… disponemos sólo de unas semanas, de menos incluso. Necesitamos provocar una respuesta lingüística, conseguir que nos respondan y analizar la diferencia de lenguaje entre sus declaraciones iniciales y las posteriores.
—Revelamos demasiado —dijo Jane.
—Sin riesgo no hay ganancia.
—Demasiado riesgo y todos moriremos —dijo Jane maliciosamente. Pero en su malicia estaba la familiar ironía, una especie de soniquete que decía, sólo estoy jugando. Y eso procedía no de Jane (Jane nunca había hablado así), sino de Val. Dolía escucharlo, pero también era bueno. Las respuestas duales de Miro a todo lo que viniera de Jane le mantenían constantemente alerta. Te amo, te echo de menos, lloro por ti, cierra el pico; la persona con quien hablaba parecía cambiar en cuestión de minutos.
—Es sólo el futuro de tres especies inteligentes lo que nos jugamos aquí —añadió Ela.
Con eso, todos se volvieron hacia Apagafuegos.
—No me miréis —dijo—. Sólo soy un turista.
—Vamos —contestó Miro—. Estás aquí porque tu pueblo corre el mismo peligro que el nuestro. Es una decisión difícil y tienes que votar. En realidad eres quien corre más peligro, porque incluso los primeros códigos de la descolada que tenemos quizá revelen toda la historia biológica de tu pueblo desde que el virus se estableció entre vosotros.
—Entonces —dijo Apagafuegos—, eso significaría que ya saben cómo destruirnos y no tenemos nada que perder.
—No tenemos pruebas de que esa gente realice ningún tipo de vuelo espacial tripulado. Lo único que han enviado hasta ahora son sondas —dijo Miro.
—Por lo que sabemos —dijo Jane.
—Y no tenemos ninguna prueba de que nadie haya ido a comprobar lo efectiva que ha sido la descolada en la transformación de la biosfera de Lusitania al prepararla para recibir colonos de este planeta. Así que si tienen naves coloniales ahí fuera, o bien van de camino, por lo que no importa si compartimos esta información, o no han enviado ninguna, lo que significa que no pueden.
—Miro tiene razón —dijo Quara, dando un puñetazo. Miro parpadeó. Odiaba estar de parte de Quara, porque ahora sería el blanco del desagrado que todos sentían por ella—. O bien las vacas han salido del establo, con lo que no tiene sentido cerrar la puerta, o no pueden abrirla, así que ¿para qué ponerle un candado?
—¿Qué sabes tú de vacas? —preguntó Ela, despectiva. —Después de todos estos años viviendo y trabajando contigo, soy una experta —respondió Quara desagradable.
—Chicas, chicas —dijo Jane—. Controlaos.
Una vez más, todos menos Miro se volvieron sorprendidos hacia ella.
Val no habría intervenido en un conflicto familiar como éste; ni tampoco la Jane que conocían… aunque por supuesto Miro estaba acostumbrado a oírla hablar todo el tiempo.
—Todos conocemos los riesgos de dar información sobre nosotros —dijo Miro—. También sabemos que no estamos logrando ningún avance y que tal vez podamos aprender algo sobre el funcionamiento de este lenguaje después de un intercambio.
—No es un intercambio —dijo Jane—. Es dar sin más. Les damos información que probablemente no conseguirían de otra forma, información que puede decirles todo lo que necesitan saber para crear nuevos virus capaces de esquivar todas nuestras armas contra ellos. Pero ya que no tenemos ni idea de cómo está codificada esa información, ni de dónde están localizados los datos específicos, ¿cómo vamos a interpretar la respuesta? Además, ¿y si la respuesta es un nuevo virus para destruirnos?
—Nos están enviando la información necesaria para construir el virus —dijo Quara, llena de desdén, como si considerara a Jane la persona más estúpida que existía en vez de la más parecida a una deidad por su brillantez—. Pero no vamos a construirlo. Mientras sea sólo una representación gráfica en una pantalla…