Entre los delegados, llegó un hombre anciano y vestido con las ropas de un monje celta, parecía un milagro que aquel hombre, casi centenario, hubiese viajado desde las lejanas tierras del norte y hubiese llegado allí vivo: era Mailoc.
Baddo se llenó de gozo al ver a su antiguo mentor. Él le informó sobre Nícer y Munia, sobre todos aquellos que habían sido amigos de la reina en su juventud. Le contó que Fusco estaba cojo y que se había reconciliado con Nícer. Por él supo que Recaredo había llegado a un acuerdo con todas las tribus cántabras excepto, cómo no, con los roccones o luggones. Recaredo había nombrado a Nícer, su medio hermano, a quien ahora todos llamaban Pedro, duque de Cantabria. Nícer, hijo de dos razas, era el puente entre el mundo godo y los astur-cántabros. Pedro se estableció en la antigua fortaleza de Amaya.
El día anterior a la clausura del concilio se reunió con Mailoc y con Baddo en las estancias regias. Hizo que todo el mundo saliese de allí, después un criado trajo un pequeño cofre. Ordenó que el fámulo también se fuera y, cuando estuvieron los tres solos, lo abrió: dentro de él refulgía la copa sagrada brillando en toda su belleza. Al verla, en el rostro de Recaredo apareció un gesto de desolación y disgusto; tomó la copa y, entregándosela a Mailoc, le dijo:
—Ésta es la copa de poder que fabricaron los celtas. Por ella murió mi padre, por su poder fue derrotado y muerto Hermenegildo. No quiero que nadie más sea dañado por ella. Sólo podrá utilizarse para el culto divino.
Después, mirando especialmente a Baddo, prosiguió:
—Mi madre, la reina innombrada, y tu padre, Aster, príncipe de los albiones, desearon que la copa estuviese en el norte, en el cenobio donde viven los hombres de paz, alejados del mundo. Nadie debe saber que está allí. Tú, Mailoc, que conociste a aquellos que lucharon por la copa, debes conducirla al lugar donde permanecerá escondida para siempre, olvidada de las luchas de los hombres.
El monje tomó el cáliz de manos del rey y levantó aquel vaso sagrado, que brilló bajo la luz del sol de mediodía, en la ciudad goda de Toledo.
—¡Quiera Dios que esta copa sea motivo de unión de los pueblos, no motivo de escándalo o división!
Mailoc abandonó la urbe regia, rumbo al norte. Supimos que fue atacado en el camino hacia Ongar.
La copa pareció desaparecer de los caminos de los hombres.
Pasaron los años y, un día, Recaredo partió hacia una campaña frente a los bizantinos, a una guerra que sería la última para él. En el cielo claro, sin nubes, cruzó un águila volando lentamente y a todos les pareció un buen presagio.
Unos días más tarde, Baddo supo que su esposo había sido herido en el frente de batalla. Llegó a Toledo en un estado de muy profunda melancolía. No hablaba, sufría una gran conmoción interior y se encerró en sí mismo. Pacientemente, la reina le veló, sentada día y noche junto a su lecho. El rey empeoraba y a sus espaldas los traidores maquinaban, queriendo servirse de Liuva como un títere en sus manos.
Enfermo y debilitado, el rey Recaredo acudió a Santa Leocadia a la coronación de su hijo, evitando que adoptase compromisos con los hombres del partido godo. Nombró a Gundemaro tutor de Liuva y gran chambelán del reino y, al glorioso general Claudio, jefe del Ejército.
Cuando Baddo y Recaredo regresaron de Santa Leocadia, el rey se sintió morir. Su cara enflaquecida, prematuramente avejentada y llena de arrugas, expresaba el más profundo dolor. Entonces su silencio de aquellos días se rompió.
—En el sitio de Cartago Spatharia vi a mi hermano, el decapitado, el hombre al que traicioné. Tenía una marca en el cuello y estaba igual que cuando éramos jóvenes.
—Tú no le traicionaste…
—Sí, sí que lo hice; entregué la copa a mi padre, en contra de lo que Hermenegildo me había pedido. Te digo que le he visto, le he visto en el asedio.
—Lo que dices no es posible… —dijo Baddo.
—No estoy loco, le vi. Durante todos estos días he estado dudando; pero ahora tengo la absoluta certeza de que él, Hermenegildo, ha vuelto para avisarme de que mi hijo Liuva no es digno de heredar el reino. Es un gran misterio. Si mi hermano está vivo, debéis encontrarlo y devolverle lo que es suyo. No confío en Liuva, he intentado hacerlo, pero él no es válido para ocupar el trono. Quiero que cuando yo muera, protejas a Liuva y reveles a Swinthila el misterio de la presencia de mi hermano en Cartago Spatharia y el secreto de la copa de poder.
Baddo se echó a llorar, no podía soportar separarse del que había sido su amigo, su compañero, el único amor de su vida.
—Se lo diré…
—Él es un águila, él es el águila que levantará el reino de los godos… Revélale el misterio de la copa sagrada, él sabrá lo que debe hacer…
—Ahora es un niño.
—Llegará a ser adulto.
Poco después, Recaredo, el hombre nuevo, el destinado a ser el rey que uniría a pueblos de distintos credos y razas, murió.
Las palabras de Baddo ahora sonaron ante Liuva, pronunciadas con un tono vigoroso por Swinthila:
Mi esposo, tu padre, el gran rey Recaredo, había reinado dieciséis años, fue el hombre nuevo, el mejor rey que nunca hubiese regido las tierras hispanas, amigo de la paz, hombre sereno y valeroso
.
Quizás, hijo mío, Swinthila, sabrás cómo Witerico traicionó a Liuva. No puedo soportar pensar que le han lacerado los ojos, que le han cortado la mano, a mi pequeño, al que le di de mamar, al que creció en la soledad del norte. Ahora me queda ya poco tiempo de vida. El traidor me ha condenado en un juicio inicuo. Witerico es un traidor, un renegado, un hombre cruel quien, movido por alguien, buscó la desgracia de la noble sangre de Recaredo, la que late en tus venas
.
Desconfía, hijo mío, de hombres como Witerico, de los fanáticos, de los que ven en la sangre un motivo de división, desconfía de los que se consideran superiores por su linaje al resto de los hombres
.
El traidor no actuó solo. La conjura es compleja y se extiende más allá de las fronteras de este reino. Hijo mío, Swinthila, busca al hombre que apareció en el cerco de la ciudad de Cartago Spatharia, el que hizo que tu padre enfermase de melancolía
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Busca al hombre que amargó los días de tu padre Recaredo, el hombre que maquinó la ruina de tu hermano Liuva
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Te conmino desde la tumba a que lo hagas
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Ahora que falta poco para el final de mis días, te desvelaré el secreto que encierra la copa, la copa de poder
.
Muchas veces hablé en Ongar de la copa, de sus extraños poderes. Lesso, el que fue el fiel amigo de Aster, el que murió junto a Hermenegildo, la había conocido, y Mailoc también sabía muchas cosas acerca de ella. Es una copa poderosa, pero actúa de modo diverso según se separen sus diversas partes
.
El que beba de la copa de oro, decorada en ámbar y coral, conseguirá el poder, sojuzgará a sus semejantes, que le verán como un hombre superior. Asile ocurrió a Leovigildo, el rey que venció en todas las batallas, el hombre poderoso al que todos respetaron. Pero la copa debe usarse con moderación, porque si no se hace así, el poder embriaga y el que la utiliza se esclaviza a ella. Además, el maligno la domina y conduce a que se beba sangre en ella. Conoce bien lo siguiente: el que beba sangre en la copa de oro morirá
.
Así murió Leovigildo, así murieron los jefes de los roccones y, en el pasado, el tirano Lubbo
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El que bebe de la copa de ónice, bebe de la copa en la que un día bebió el Señor. Será capaz de todo sacrificio sin desfallecer, y emprenderá el camino del bien
.
Asile ocurrió a Hermenegildo
.
Cuando las dos partes están unidas, la copa llega a su máximo poder. Se vuelve entonces extremadamente peligrosa; sólo el hombre de limpio corazón, el hombre que busca el bien, puede beber de ella y así encontrará el vigor, la salud y la fortaleza
.
El que bebe de la copa sagrada sin estar bien dispuesto bebe su propia condenación
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Hijo mío, Swinthila, recupera la copa sagrada y alcanza la posición que te corresponde. Después devuélvela al lugar donde debe estar custodiada: las montañas del norte
.
Sé, hijo mío, que utilizarás la copa con sabiduría y no permitirás que el pecado de la ambición manche tu corazón
.
Adiós para siempre, hijo mío, Swinthila, el mundo se acaba ya para mí. Me reúno ante Dios con mi padre Aster, con Urna, la mujer que fue mi madre, con mi amado esposo Recaredo, posiblemente pronto me encontraré con tu desgraciado hermano Liuva. Estoy en paz
.
La carta de Baddo finaliza con expresiones de amor hacia Swinthila y hacia Gelia, a las que el primero no hace excesivo aprecio, pareciéndole que son nada más que ternuras de mujer. Los ojos de Liuva están enrojecidos y húmedos.
Allí está todo lo que Swinthila quiere saber, el misterio de la copa sagrada; la que le conducirá hacia el trono de los godos. Utilizará la copa celta hasta embriagarse de poder. Sabe que debe evitar el vaso de ónice. Sobre todo, no debe utilizar las dos juntas porque su corazón no es limpio. Su corazón quiere llegar a la cima del reino godo para encontrar la venganza, para saciar su ambición. Swinthila desea más que nada en el mundo encontrarla, pero… ¿dónde está? Mira a Liuva, se da cuenta de que él lo sabe. Tendrá que ser paciente y escuchar de nuevo sus monsergas melancólicas, porque está seguro de que su hermano mayor, aquel desecho de hombre, sabe dónde encontrarla.
Liuva ha permanecido, durante toda la lectura de la carta, en silencio. A veces ha llorado. Otras, unos suspiros suaves, casi femeninos, han salido de sus labios. A Swinthila le pone nervioso su actitud.
—¿Qué piensas, hermano? —le pregunta.
—Que soy hijo de un gran rey… Que mi madre era una mujer digna de admiración que luchó por nosotros…
—Sí, sí—afirma Swinthila sin hacerle demasiado caso—. Escúchame, Liuva, debo saber dónde está la copa, nuestra madre sabía que debía ser mía… Necesito tu ayuda. ¿Sabes dónde está?
—Sí. Lo sé.
Se calla y su rostro permanece serio, en él hay una desconfianza patente.
—¿No me lo vas a decir?
—No lo sé.
—Incumplirás los deseos de tu madre.
—Quizá…
—¿Entonces…?
—Estás lleno de vanidad, eres presuntuoso y estás lleno de orgullo. La copa es peligrosa…
Swinthila desea estrangularle al oír aquellas palabras dichas con voz suave, pero se contiene y grita:
—Seré todo eso que tú dices, pero el deseo de nuestra madre era que yo poseyese la copa. Soy hijo del gran rey Recaredo y su único digno sucesor.
—Lo sé.
Liuva se levantó. Quizá recuerda sus celos de niño, las veces que se ha sentido menospreciado y rechazado por su padre; quizá piensa en su traición a Recaredo; quizás intuye que si su madre estuviera aquí le habría dado la copa a Swinthila.
Entonces le dice lentamente:
—La copa sigue en Ongar bajo la custodia de los monjes que sucedieron a Mailoc. Te ayudaré a conseguirla, pero júrame que la utilizarás para el bien.
—Lo juro. Ahora dime, Liuva, ¿quién es el traidor? Witerico…
—Sí. Él ya ha muerto, pagó sus crímenes…
—Pero la carta…
—Es oscura, parece mencionar a alguien más. Deberás desvelar la conjura, encontrar al renegado, al hombre que apareció en la batalla de Cartago Nova.
—Tú le viste.
—Sí. No le olvidaré nunca, era un hombre joven, quizá mayor que yo. Yo no conocí a Hermenegildo, pero los que le conocieron decían que aquel hombre de rostro lampiño y con una cicatriz en el cuello era la viva imagen del hermano de nuestro padre.
Swinthila se queda pensativo.
Aquel día los dos emprenden el camino hacia Ongar. Liuva con sus hábitos de monje, Swinthila como un peregrino que desea visitar el santuario en las montañas.
EL ÁGUILA
El tiempo perdidoEn la era DCLVIII, en el año diez del reinado de Heraclio, el gloriosísimo Swinthila, por gracia de Dios, tomó el cetro de poder.
I
SIDORO
D
E
S
EVILLA
,De origine Gothorum
,Historia Wandalorum, Historia Sueborum
En el camino hacia el valle, entre las montañas astures, Liuva y Swinthila permanecen callados. La carta de Baddo los ha inquietado de muy diferente manera. En Liuva se despierta de nuevo el dolor producido por los fantasmas del ayer. Ante Swinthila se abre la posibilidad de recuperar lo que de niño le ha sido arrebatado, su ánimo fluctúa entre la excitación y el orgullo. Caminan despacio, Swinthila ha dejado su caballo junto a la ermita; Liuva, a pesar de su ceguera, es capaz de guiarse por una senda recóndita que conoce al detalle. Desde tiempo atrás, cuando el invierno se volvía duro, y las nieves cubrían las montañas, Liuva solía refugiarse con los monjes de Ongar, recorriendo aquella trocha.
El ermitaño avanza con torpeza, midiendo sus pasos, sin dejarse ayudar por el guerrero. Así, Liuva conduce a Swinthila hacia Ongar por vericuetos escarpados, ocultos en las montañas. El terreno embarrado hace que el ciego se resbale dando traspiés hacia ninguna parte; Swinthila sujeta a Liuva, asiéndole del manto e impidiendo que llegue a caer; él se lo agradece, quizá sintiéndose humillado por su infortunio, y le confía:
—Falta poco para el convento de los monjes. Al llegar a lo alto de esta cuesta lo contemplarás.
—¿Cómo lo sabes, si no lo ves?
—De niño vine mil veces por estos parajes con madre. Allí, más adelante, a la derecha verás un árbol, en el aprendí a lanzar flechas, debe de tener aún las marcas…
Liuva, ligado de algún modo a la tierra que lo vio nacer, soporta a duras penas no poder divisar las cumbres que se elevan, nevadas, formando un techo sobre las brillantes praderas y los bosques oscuros. Escucha el ruido del agua manando por doquier.
—¿Por qué te ocultaste aquí, en el norte? —le pregunta Swinthila.
—Cuando Adalberto y Búlgar me liberaron, les pedí que me condujesen al lugar de mi infancia, a estas montañas perdidas; aquí Witerico no me encontraría. Los monjes me ayudaron; a temporadas viví con ellos. Después, me di cuenta de que tenían miedo a que el rey Witerico me descubriese y atacase Ongar, por eso decidí vivir solo. La soledad me gusta. Llegué a estar feliz conmigo mismo. Cuando estoy con otras personas me recuerdan que no puedo ver. Echo de menos poder ver…