Read Hijos del clan rojo Online
Authors: Elia Barceló
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico
Se dio cuenta de que estaba empezando a pensar como una auténtica paranoica: «ellos», «los otros».
La puerta del número 1, un gran portón de madera oscura, se abrió sin que saliera nadie a la calle. Lena entró justo a tiempo de ver a la mujer con la que había hablado subiendo la escalera delante de ella. Pero ahora ya no parecía una anciana paseando a su perra, sino una mujer activa y mucho más joven.
En el último piso, su guía entró en la vivienda de la derecha, Lena la siguió, y la puerta se cerró detrás de ellas.
—¡Papá! —llamó la mujer por encima de su hombro, sonriente, sin dejar de mirar a Lena—. La hija de Bianca está aquí.
Daniel estaba saliendo del cuartel cuando lo alcanzó Peter, un compañero que iba en la misma dirección.
—¿Vas al centro? —le preguntó, con una palmada en el hombro.
—Sí.
—Yo también. Si quieres, te llevo. Tengo el coche ahí al lado.
Peter era vienés y, aunque era de su unidad, Dani no tenía demasiada relación con él porque, sobre todo desde que salía con Lena, trataba de irse a Innsbruck los fines de semana para verla y no tenía tiempo para los compañeros del cuartel. Además, Peter era homosexual y, cuando se vestía de civil, como en ese momento, tenía un gusto demasiado exhibicionista para él. No habría tenido nada en contra de una chica que llevara vaqueros con unos diamantitos bordeando los bolsillos traseros; sin embargo, tratándose de un chico que caminaba a su lado, era algo que no le acababa de gustar. Pero el centro estaba lejos y la temperatura había caído por debajo de los diez bajo cero, así que aceptó encantado.
—¿Vas a algo concreto o sólo a dar una vuelta? —preguntó Peter mientras trataba de poner en marcha el motor, que debía de haberse quedado congelado.
Por un momento pensó mentirle, pero luego decidió que no tenía por qué avergonzarse de lo que iba a hacer.
—Quería echar una mirada a las tiendas.
—¿Regalos de Navidad o ropa para ti?
Daniel era hijo de madre española y padre tirolés, y aunque a su parte española le habría parecido normal, a su parte tirolesa le molestaba un poco esa familiaridad, esas preguntas que sólo habrían sido aceptables en un amigo. Sin embargo, había viajado lo suficiente como para saber que algo así era natural y no le habría dado ninguna importancia si esa pregunta se la hubiera hecho en inglés un tipo al que acabara de conocer en cualquier otro país.
—Porque, si es ropa lo que quieres comprar, puedo echarte una mano.
—¿Qué pasa, no te gusta cómo me visto? —preguntó Dani, algo picado.
—Pero ¡qué susceptible eres, tío! Tú hazme caso y verás lo que dice tu novia cuando te vea. Porque tienes novia, ¿no?
Estuvo a punto de contestarle «¿A ti qué te importa?», pero acabó por decirle simplemente que sí.
—¿Desde hace mucho?
—Vamos a cumplir un mes.
—¡Qué estupendo! Entonces vas a comprarle algo para el aniversario, ¿es eso?
Dani estuvo a punto de ponerse colorado porque era eso precisamente lo que tenía previsto y además sabía bastante bien lo que quería comprarle, aunque no estaba demasiado seguro de si era lo más adecuado. Tenía miedo de que Lena lo encontrara precipitado, pero le hacía una ilusión enorme comprarle un anillo, una sortija, o una pulsera fina, algo que pudiera llevar siempre puesto y que dijera bien a las claras que estaban juntos, que ella quería estar con él. Había pensado en algo muy sencillo, de plata, con algún grabado o una piedra discreta, pero ni siquiera sabía dónde buscar. Quizá Peter, siendo de Viena, tuviera idea.
—¿Quieres una joya o la cosa no va tan en serio? —siguió preguntando Peter sin mirarlo, atento al tráfico.
—Sí a las dos cosas. Pero no tengo mucho; había pensado en algo bonito, de plata. Un anillo tal vez.
—Tengo un amigo orfebre que hace cosas preciosas. Nos hará buen precio. ¿Cómo se llama la bella afortunada?
—Aliena.
—¡Qué preciosidad de nombre! Significa «la extraña», «la forastera», ¿lo sabías?
—No. A mí me sonaba a la película, a Alien. Y a ella también, por eso prefiere que la llamen Lena.
Estaban ya en el Ring, y Peter empezó a internarse por calles cada vez más estrechas y antiguas.
—¿Cuánto puedes gastar?
—No sé. Había pensado unos cien euros máximo. Es lo primero que le regalo y no quiero exagerar. Y ella es una chica muy sencilla.
—Por ese precio yo creo que podemos sacarle a Ossi una sortija con alguna piedra bonita. A todo esto, cuando entremos en el
atélier
, nos besaremos y me llamará Pippi. No se te ocurra reírte, ¿vale?
—¿Por qué me iba a reír? —preguntó Dani, mordiéndose las mejillas por dentro y tratando de mantener la expresión neutra.
Pippi soltó la carcajada al verle la cara, cerró el coche y entraron en un taller diminuto con un escaparate forrado de terciopelo negro para que se vieran mejor las cuatro o cinco piezas expuestas, exquisitas joyas en plata y oro con piedras semipreciosas.
Como ya le había anunciado, Ossi y Pippi se besaron mientras Daniel miraba fijamente, como si le interesaran muchísimo, los dos opulentos collares que estaban extendidos sobre el mostrador. Peter le explicó al orfebre lo que buscaban y Dani volvió a quedarse perplejo frente a la pregunta.
—¿Cuál es su piedra?
—¿Qué?
—La piedra de tu chica. —Dani no reaccionó—. Sabrás, al menos, de qué signo es, ¿no?
—Acuario. Creo. De finales de enero —dijo un poco vacilante.
—Sí. Acuario. Este año que viene, en marzo, comienza también la era de Acuario, su signo, la era del gran salto adelante de la humanidad. Una era en la que, con suerte, dejaremos de matarnos entre nosotros como hemos hecho hasta ahora, para unirnos y comenzar una nueva etapa de paz y solidaridad, que buena falta nos hace.
Daniel miró a Pippi, que sonreía curioso por ver su reacción, pero no dijo nada porque no se le ocurría nada que decir. Todo aquello le sonaba totalmente esotérico y ni siquiera sabía si podía haber algo sensato en el asunto o si sólo se trataba de tonterías inventadas por cuatro locos.
—No sufras, ya lo dejo. Vamos a lo que querías. Mira, hay varias piedras para elegir. Yo te las enseño así, sin montar, tú las miras, las tocas, las acaricias entre las manos y me dices si hay alguna que te diga algo especial.
—¿Cómo me va a decir nada una piedra? —Dani miró a Peter dejando bien claro que empezaba a pensar que Ossi estaba como una regadera.
—Tú prueba. Estoy seguro de que habrá una piedra que, por lo que sea, sientas que es la piedra de Lena, la que refleja su alma, la que condensa vuestro amor.
—La que más me guste, vamos.
Ossi se lo quedó mirando muy serio, con la cabeza ladeada.
—Para nada. Ni que fueras uno de esos nuevos ricos rusos horteras que compran lo más grande, gordo y caro que haya en la joyería.
Se fue a la trastienda y salió con un par de saquitos grises de los que fue sacando piedras pulidas de varios colores y las fue colocando sobre el mostrador, después de quitar los collares.
—Concéntrate y elige.
—Pero yo quería una sortija.
—Tú elige. Luego la montaré. Pippi y yo vamos a poner la tetera. Avisa cuando acabes.
Daniel se quedó mirando la superficie negra donde brillaban suavemente las piedras pulidas, como si fueran gotas de distintos líquidos: había una entre amarilla y marrón, con rayas atigradas, otra rojo oscuro que parecía tener un fuego en su interior, otra de un verde pálido, otra de color de rosa… pero la que atrajo inmediatamente su mirada produciéndole un fuerte deseo de tomarla en la mano fue una del tamaño de la uña de su dedo meñique que despedía un brillo suave, perlado, entre blanco y azul, como si estuviera hecha de rayos de luz de luna.
Se la puso en el cuenco de la mano izquierda y la acarició con el índice de la derecha. Era como acariciar la mejilla de Lena dormida, tan suave, tan perfecta, tan increíblemente a su lado. Se la imaginó en un anillo. Se imaginó a sí mismo poniéndoselo en el dedo. Se imaginó junto a ella, abrazados; Lena a su lado, vestida sólo con la piedra.
—¡La tengo! —gritó, entusiasmado hacia la trastienda.
Oyó la voz de Ossi.
—Déjame adivinar… has elegido la piedra de luna, ¿verdad?
—No sé cómo se llama, pero seguro que es una piedra de luna; no puede ser otra cosa. —La tienda era tan pequeña que podían hablar con un tono normal aunque no se vieran.
—Anda, ven a tomarte un té con nosotros. Y tráete la piedra.
Dio la vuelta al mostrador, apartó la cortina negra y se encontró en un taller mucho más grande que la tienda donde destacaba una gran mesa de trabajo con una potente lámpara-lupa apagada en ese momento. Pippi y Ossi estaban sentados a una mesa redonda alta, en dos taburetes. Una vela naranja ardía entre ellos.
—¿Cómo sabías que iba a elegir ésta? —preguntó, poniendo la piedra en la mesa.
Ossi se encogió de hombros, como si fuera evidente.
—Es una de las piedras de los Acuario; es femenina y lunar. Se dice que ayuda a predecir el futuro, que favorece la meditación y equilibra el yin y el yang. También ayuda a recordar e interpretar los sueños y, para los que practican el viaje astral, es útil para que no se rompa el cordón de plata, la conexión entre el cuerpo y el espíritu. En la India representa el tercer ojo y es una piedra sagrada, igual que en la antigua Roma, donde era un regalo entre amantes, porque se supone que aumenta la pasión entre los que se quieren. —Alzó las palmas de las manos y sonrió.
—Y tú te crees todo eso.
—Saber no es creer. Yo he aprendido muchas cosas sobre las piedras; lo que cada uno crea ya no es asunto mío, pero me parece que has elegido bien. ¿Tienes una foto de ella?
—¿De quién? ¿De Lena?
—No. Del hombre lobo —dijo con sorna.
Dani buscó en el móvil y le enseñó la que le había hecho la primera noche que durmieron juntos, donde llevaba el cabello suelto y una blusa blanca con un volantito en el escote. Pippi se inclinó sobre su amigo para verla también.
—¡Vaya, tío! Considerando cómo te vistes, nunca habría creído que tuvieras tan buen gusto —dijo, después de un silbido—. La chavala es preciosa. Cuídala y no dejes que se te escape.
Ossi hizo un par de diseños en un papel que ya estaba lleno de dibujos y se lo tendió.
—¿Te gusta algo así?
Asintió con la cabeza sin hablar. Ossi era un artista; acababa de darse cuenta.
—No te voy a poder pagar lo que vale esto, Ossi.
—Sí, ya. Me pasa mucho —contestó con total naturalidad, sin darle importancia—. Págame el material, aunque sea a plazos, y el resto ya me lo darás cuando puedas. ¿Qué estudias?
—Física. He hecho dos años, ahora estoy en la mili, como Peter, y en cuanto salga me lanzaré de cabeza. Ahora ya tengo claro que es lo mío. Quiero estudiar física cuántica.
—Cuando te den el Nobel no te libras de pagarme. —Se puso de pie—. ¡Venga, al cuartel! Pásate a recogerla pasado mañana.
—¿No prefieres cerrar el chiringuito y venirte a tomar una cerveza?
Ossi sacudió la cabeza.
—No. Estoy en vena. Tengo ganas de ponerme a ello.
Salieron al frío, que se había hecho mucho más intenso en el tiempo que habían estado en el taller; se metieron en el primer bar que les salió al paso y que resultó ser un sitio bastante cutre, pero muy acogedor, todo forrado en madera, y dos horas después seguían allí, bastante tocados ya pero felices y sonrientes, con el calorcillo del alcohol en la sangre. Sin darse cuenta, después de hablar de los compañeros y los oficiales, de fútbol, de esquí, de planes para Navidad y para el verano, habían pasado a hablar de planes para la vida, de sus familias, de sus recuerdos de infancia. Dani se sentía cómodo, relajado, como si en lugar de estar con un simple conocido estuviera con un amigo de siempre. Mejor incluso que con un amigo del colegio, porque ellos ya tenían su idea preconcebida de él, mientras que para Pippi todo era nuevo y podía mostrarse como era de verdad, sin sentirse obligado a mantener una imagen o a dar explicaciones por haberla cambiado.
—¿Ossi y tú sois…? —preguntó Dani cuando la conversación empezó a hacerse más íntima.
—¿Pareja? No. Ya no. Pero nos quisimos mucho.
—No parecía que fuera tu ex.
—No es mi ex. ¡Qué expresión más idiota! Ossi es Ossi. Sigue siendo uno de mis mejores amigos y siempre será el primer hombre del que estuve enamorado y también mi primer amante. Eso de «ex» es una marca de posesión, para que quede claro que, aunque ahora ya no te quiera o ya no lo quieras, durante un tiempo tuviste derechos sobre él y formas parte de su historia. Yo no pienso así. Y Ossi tampoco.
Hubo una pausa en la que los dos tomaron el último trago que quedaba en el vaso y pidieron otra cerveza con un gesto.
—¿Y Lena?
Daniel estuvo a punto de no contestar. Sin embargo, dio un largo trago a la cerveza recién servida y se lanzó, porque necesitaba hablar con alguien de lo que más le preocupaba, y tenía la sensación de que con Peter era posible.
—Estoy loco por ella, Pippi. La quiero de verdad, pero me da mucho miedo quererla así, y que ella lo sepa.
—¿Miedo a sufrir?
—Supongo que sí. Además de que ella es tan distinta a todas, tan especial… No, no pongas esa cara… Lo digo en serio, no sólo porque esté enamorado de ella. Sé que se acabará, que me dejará. Y a veces no sé si es mejor tenerla ahora y perderla, o cortar ya mismo para que no duela tanto después.
—¡Qué estupidez!
—¿Tú crees?
—
Sip
.
La respuesta de Pippi, tan breve y tan decidida, combinada con el gesto que hizo dejando caer la cabeza sobre el pecho, le provocó un ataque de risa tal que acabó en ataque de hipo. Cuando se le pasó, Pippi volvió a la carga.
—Parece mentira que esté usted en el ejército, soldado. ¿No te suena eso de vencer o morir? Pues ya sabes. Pero que nunca se diga que fuiste un cobarde. ¡Lucha por ella, pardiez!
Dani le había contado ya tantas cosas que decidió contarle también lo que de verdad le quemaba por dentro.
—No sé qué le pasa a Lena, pero estoy seguro de que tiene problemas. Me avisó de que no podría estar en contacto conmigo durante unos días, pero no es propio de ella. Es muy raro. Y tiene algo que ver con un notario o algo así. He intentado llamarla de todas formas, pero tiene el móvil desconectado; no me contesta por
e-mail
y, al final, por pura desesperación, he llamado a su padre al bufete (es abogado, como el tuyo), y salta un contestador diciendo que se ha tomado unos días de vacaciones.