Read Hijos del clan rojo Online
Authors: Elia Barceló
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico
¡Dani!
¿Por qué no pedirle que se encontraran en Amalfi? Para él estaba más cerca y así podían matar dos pájaros de un tiro. ¿Y si Lenny se presentaba allí también? No. Tendría que escribirle a Lenny diciéndole que ella iría a visitar a Clara y que si necesitaban más ayuda ya lo llamarían, pero que de momento no hacía falta que fueran los dos.
¿Y si Sombra se negaba?
No podía poner en peligro a Dani dejándolo acercarse a ella sin que Sombra lo hubiera aprobado. Sombra no tenía ningún problema para asesinar a quien fuera si creía que no era conveniente su presencia junto a Lena. Y eso sí que no. Dani tenía que estar a salvo.
Llegó al hotel agotada pero con el cerebro trabajando a tope. Dejó las bolsas tiradas junto al sillón y se metió en la ducha, esperando que el agua la calmara un poco, porque tenía la sensación de que no podría dormir, ya que no conseguía apagar su mente y los pensamientos daban vueltas y vueltas en su interior, cada vez más de prisa, como un remolino en el desagüe.
Sombra seguía ausente y eso, que en otro momento la habría animado muchísimo al proporcionarle unas horas de libertad de su constante presencia y tutela, ahora estaba empezando a angustiarla. ¿Y si le había pasado algo?
Aella misma le dio risa la idea. ¿Cómo iba a pasarle algo a Sombra? Nada ni nadie en el mundo podía representar un peligro para Sombra.
Se equivocaba.
Imre se guardó el móvil en el bolsillo del traje, borrando de su memoria con ese gesto la conversación que acababa de mantener con su hombre en el Congo, así como la orden que había dado de sofocar una rebelión de los trabajadores de las minas de coltán. Nada preocupante, de hecho. En cuanto hubieran muerto un par de cientos, los demás entrarían en razón. Siempre había sido así. Había dado ese tipo de orden tantas veces en su vida que ya le ocupaba mínimamente el pensamiento. En otros tiempos, quizá más felices, él mismo habría salido a caballo al frente de una partida de los suyos a imponer su voluntad por las armas. Ahora, el mundo se había hecho demasiado amplio, sus intereses ya no se limitaban a una zona que pudiera recorrerse cabalgando y sus gustos habían cambiado. La violencia física ya no le colmaba.
Perdió la vista en el paisaje de rascacielos de la ciudad que había elegido como residencia, una ciudad caótica, en pleno desarrollo, donde los edificios parecían surgir del suelo durante la noche, y crecían, como en una jungla, cada vez más altos, cambiando el aspecto de las calles casi de un día para otro: bellísimos edificios que reflejaban las posibilidades técnicas del siglo
XXI
junto a casas de dos y tres pisos de la época colonial, con sus fachadas blancas y sus gráciles columnas; templos budistas como juguetes pintados, pagodas de tejados rojos y verdes, brillantes como escamas de dragón; atrevidos puentes, y túneles que unían las dos orillas del Huang Pu; una ciudad donde todo se vendía y se compraba a velocidad lumínica, donde se hacían fortunas de la noche a la mañana y se deshacían con la misma rapidez, un juego en el que él siempre había sido maestro y que, poco a poco, estaba dejando de interesarle.
El chófer lo dejó a la puerta del edificio donde pasaba la mayor parte de su vida y, por unos segundos, el tiempo que necesitó para bajar del coche y entrar en el vestíbulo, el agobiante calor, húmedo como el de un baño turco, lo envolvió en un abrazo de serpiente.
Tomó el ascensor, pero en lugar de ir a su despacho, subió directamente a su apartamento, se encerró en la biblioteca y recorrió el largo camino hasta el jardín secreto sin atreverse a formular ni para sí mismo la razón que lo había llevado allí en mitad del día, ya que normalmente se trataba de un lujo que sólo se permitía al final de la jornada, como pago por el trabajo realizado.
Llegó al final del pasillo desnudo, salpicado de puertas iguales que no llevaban a ninguna parte, se quedó plantado frente a la pared del fondo y esperó hasta que el sistema reconoció su presencia y descorrió el panel que dejaba ver la última puerta. Apoyó las manos en la superficie, la puerta se abrió y volvió a cerrarse silenciosamente a sus espaldas.
La habitación, como siempre, estaba fresca y en penumbra. Las plantas y los árboles, gracias a la iluminación especial que les hacía poder prescindir de la luz del sol, crecían exuberantes, salpicados de orquídeas de todos los colores. Era como entrar en un bosque sagrado en plena noche de luna, con su olor a tierra húmeda, a flores y a vida. Le traía recuerdos de otro lugar, de otra existencia, de los momentos de auténtica felicidad que ahora le parecían tan lejanos y escasos.
Caminó hasta el centro de la enorme sala por los senderos que se insinuaban entre los árboles cargados de lianas, de los que goteaba el agua, punteando el silencio fresco. Allí, entre la fronda, una caja de paredes de cristal traslúcido dejaba entrever los contornos de un cuerpo femenino. A ambos lados de la caja, dos bancos algo más elevados permitían ver el interior y su ocupante. Imre había pasado muchas horas sentado en ellos, solitario, en silencio, contemplando el rostro de la mujer que yacía en la caja, alimentando su esperanza.
Se acercó, puso las dos manos a los lados de la cabeza de ella y acercó los labios al cristal, hasta empañarlo.
—Ennis —susurró—. Mi tesoro. Ya falta poco. Cada vez estamos más cerca de lograrlo. Duerme, mi amor. Sueña. Cuando despiertes, volveremos a estar juntos.
Permaneció junto a ella media hora más, contándole los últimos acontecimientos, dándole ánimos aunque sabía que no podía oírlo, y dándose ánimos a sí mismo. Su vida era larga, y aunque ya había consumido la mayor parte de su tiempo, aún le quedaba el suficiente como para esperar que todo saliera como estaba planeado y que se produjera el milagro.
—¿Se puede saber adónde vamos? —preguntó Lena por centésima vez, fastidiada por el silencio de Sombra y por el tiempo que llevaban ya en el coche alquilado.
Sombra se había presentado en el cuarto del hotel sin avisar, como siempre, y le había hecho recoger todas sus cosas en unos minutos porque tenían que marcharse. Hasta el momento, no se había dignado contestar a ninguna de sus preguntas, ni las que había hecho en voz alta ni las mentales.
—A las Cuevas del Águila —contestó Sombra de pronto, como si fuera la primera vez que oía la pregunta.
—¿A qué?
—Tienes que ver algo.
—¿Me has estado escuchando cuando te he contado lo que le pasa a mi amiga Clara?
—Sí.
—¿Me has oído también cuando te he dicho que tengo que ir a ayudarla?
—Sí, pero no es posible todavía.
—¡Ah, vaya,
todavía
! —enfatizó—. ¿Y cuándo será posible?
—Lo sabrás cuando lo sea. Si te tranquilizas, puedes estar segura de que irás y te encontrarás con el clan rojo.
—¿También ves el futuro? —preguntó con todo el sarcasmo que pudo. Sin saber por qué, no conseguía hablar con normalidad con Sombra; le fastidiaba en lo más profundo que fuera siempre él quien tomara las decisiones por los dos.
—A veces. Sombra te enseñará también a intuir los hilos del tejido del futuro. Es importante que sepas hacerlo.
—Así que es el próximo punto del programa.
—Uno de ellos.
Sombra había adquirido el aspecto que podría tener un coronel británico retirado pero en excelente forma física. Llevaba gafas muy oscuras, como casi siempre, el pelo rubio cortado a cepillo, los pómulos muy marcados y un bigotito de color arena en un rostro curtido y bronceado. Los músculos de sus brazos llamaban la atención. Si él pensaba que parecía un turista normal, debía de ser el único en pensarlo.
—Sombra —continuó Lena que se había dado cuenta de que su maestro parecía dispuesto a dar respuesta a sus preguntas y no quería perder la ocasión—, lo que cuenta Clara en su mensaje de que necesita sangre son tonterías suyas, ¿verdad? Alucinaciones, sueños… lo que sea.
El paisaje era plano y amarillento, como pelado, con árboles desnudos que se agitaban en el viento frío bajo un cielo gris.
—No. Cualquier hembra
haito
que haya quedado preñada de
karah
necesita sangre, a ser posible humana, para alimentar adecuadamente a su criatura.
Lena se quedó mirándolo.
—¿Siempre es así?
—Siempre.
—Entonces, cuando mi madre estaba embarazada de mí, ¿también era vampira?
—Los vampiros no existen.
—No seas tan literal y contesta mi pregunta, demonios.
—Eso sólo les sucede a
haito
. Tu madre era
karah
.
Karah
no necesita alimentarse de sangre durante el embarazo. Eso, ocasionalmente, viene después. Ahora basta de preguntas. Tienes que trabajar.
Lena suspiró, cerró los ojos y trató de relajarse en el asiento, archivando para más tarde la frase que Sombra había añadido como sin darle importancia, lo de «eso viene después». Ya estaba acostumbrada a que las conversaciones terminaran de esa estúpida manera, con esa insultante brusquedad. La cosa no tenía arreglo, de modo que inspiró hondo, cerró los ojos a la realidad y vio.
Frente a los ojos de su mente apareció un salón acogedor, vagamente esotérico, traspasado de luz, una luz de color índigo que hacía el ambiente dulce y también muy misterioso. Sombra, con su apariencia más frecuente —el hombre fibroso y fuerte, vestido de negro, de cabeza calva y ojos de fuego frío que parecía estar hecho de alambre de espino—, la esperaba sentado frente a una mesita baja de cristal iluminada desde abajo. Su rostro era una amalgama de planos y sombras. Detrás de él, una palmera en maceta, de hojas finas y amplias, ponía un marco a su figura y parecía inclinarse hacia él.
¡
Siéntate
!
Su conversación era mental. Obedeció.
Antes de que Lena pudiera darse cuenta de cómo lo había hecho, Sombra colocó sobre el cristal de la mesa varias imágenes traslúcidas que brillaban como diapositivas.
Haito
llama Tarot a estas imágenes. ¿Las has visto antes
?
Sí. Mi madre las usaba. Me explicó algunas cosas, pero no sé mucho
.
Aquí tienes los arcanos del I al V: el Mago, la Sacerdotisa, la Emperatriz, el Emperador, el Sumo Sacerdote. Poco a poco las conocerás todas. Sombra quiere que aprendas sus líneas, sus números, sus colores, sus símbolos. Entre otras muchas cosas que irás sabiendo, cada una de ellas representa a un clánida que encontrarás a lo largo de tu viaje. Cuando sepas quién es quién y qué simbolizan, podrás manejarlos. No dejes que ellos sepan que sabes
.
¿
Soy yo una de ellos, Sombra? ¿Quién soy yo
?
Ésta es la carta que te representa. El Mundo. El término del viaje
.
El maestro puso una carta sobre la mesa que llevaba el número XXI y mostraba a una muchacha desnuda con dos cetros en la mano elevándose hacia el cielo azul entre los símbolos de los cuatro evangelistas, o eso le pareció.
¿
Son esos los cuatro evangelistas: Mateo, Marco, Lucas y Juan
?, preguntó, orgullosa de recordar los nombres.
Son, desde que la Iglesia cristiana decidió usarlos en su propia simbología. Pero, de hecho, son mucho más antiguos y representan a los cuatro clanes: el toro es el elemento de tierra, el clan rojo; el león es el fuego, el clan negro; el águila es el elemento agua, el clan azul; el hombre o el ángel el aire, el clan blanco. La figura femenina que hay en el centro, rodeada por la corona de laurel, es la quintaesencia, el quinto elemento. Tú, Lena.»
Puso otra carta junto a la de ella. Era un joven con un traje floreado recortado contra un cielo violentamente amarillo, caminando despreocupadamente por un paisaje rocoso y a punto de dar el paso que lo llevaría a caer al abismo. Su número era doble: el XXII y el 0.
Éste es tu contrario
.
¿
Mi enemigo
?
Tu contrario. Piénsalo en términos de orden y caos, de yin y yang, de la tensión de la que surge la chispa
.
Mi
uke
,
dijo, usando la palabra que en aikido designa al atacante.
A veces
uke
, a veces tori. Igual que tú
.
Me gusta. Me gusta porque es verdad
.
Lena se quedó un tiempo mirando las cartas, fijándose en los detalles, en los colores, disfrutando de su belleza y de la sensación de que había mundos encerrados en aquellos simples dibujos, mundos que aprendería a reconocer y a utilizar.
Y ¿quién eres tú?,
preguntó al cabo de un rato.
Nadie
.
Pero ¿quién eres? ¿Qué carta es la tuya
?
Tuvo la sensación de que la respuesta tardaba en llegar, como si dudara.
Ningún arcano me representa
.
¿
Quién eres de verdad
?
Ya lo sabes. Sombra
.
—Abre los ojos. —La voz que entraba por sus oídos la sacudió. Hizo lo que le pedía su maestro y vio una ciudad parda en el paisaje pardo totalmente rodeada por una muralla medieval con gruesas torres redondas. Por un momento tuvo la sensación de que habían abandonado el siglo
XXI
y que, por alguna razón que no podía comprender, estaban en el pasado. Miró a Sombra, inquieta.
»Ávila. En la actualidad —añadió. Al parecer sabía perfectamente lo que ella acababa de sentir.
—Es impresionante.
Él no contestó, como solía hacer cuando consideraba que no era necesario. Al cabo de unos minutos, cuando la ciudad se hubo perdido en el retrovisor, volvió a hablar.
—Vuelve a concentrarte. Irás viendo los arcanos uno tras otro, para que vayas memorizándolos, sintiendo sus significados. Cuando sientas que no puedes más, relájate y descansa. Si te duermes, Sombra te despertará al llegar.
El techo estaba tan lejos que se perdía en las tinieblas. El suelo bajo su cuerpo era duro, de piedra, pero no estaba frío, lo que podía significar que llevaba tanto tiempo allí que su propia temperatura había calentado las losas.
No sabía dónde estaba. Ni siquiera sabía quién era. Pero recordaba el momento de su muerte, el momento en que le llegó la revelación de que había usado mal su vida, de que todo era un engaño, de que no había ángeles ni demonios y de que Israfel no existía.