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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

Historia del Antiguo Egipto (3 page)

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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Como otros muchos pueblos de la Antigüedad, los antiguos egipcios fechaban los acontecimientos políticos y religiosos importantes no según el número de años transcurridos desde un punto fijo en la Historia (como es el caso del nacimiento de Cristo en el moderno calendario occidental), sino de los años pasados desde el ascenso al trono del rey actual (años de reinado). Por lo tanto, las fechas aparecen recogidas según el formato siguiente: «Día 2 del primer mes de la estación de
peret
del quinto año de Nebmaatra (Amenhotep III)». Es importante recordar que para los egipcios, al expresar las fechas en el modo en que lo hacían, el reinado de cada rey representaba un nuevo comienzo, no de forma filosófica, sino práctica. Esto significa que probablemente hubiera una tendencia psicológica a considerar cada nuevo reinado como un nuevo punto de origen, es decir, que esencialmente lo que cada rey hacía era recrear los mismos mitos universales de la realeza dentro de los acontecimientos de su propia época.

Un aspecto importante de la realeza egipcia durante todo el Período Faraónico fue la existencia de varios nombres diferentes para cada soberano. En el Reino Medio cada rey ya tenía cinco nombres (la llamada «titulatura quíntuple»), cada uno de los cuales se refería a un aspecto concreto de la realeza: tres de ellos hacían hincapié en el papel del rey como dios, mientras que los otros dos enfatizaban la supuesta división de Egipto en dos tierras unificadas. El nombre de nacimiento (o
nomen
), como Ramsés o Mentuhotep, iba precedido por el título «hijo de Ra» y era el único que se le daba al faraón nada más nacer. Por lo general suele ser el último en aparecer en las inscripciones que identifican al rey con la secuencia completa de sus nombres y títulos. Los otros cuatro nombres —Horas,
nebty
(«el de las dos señoras»), (Horas de) oro y
nesu-bit
(«el del junco y la abeja»)— se le otorgaban en el momento de su ascenso al trono y en ocasiones sus componentes pueden expresar parte de la ideología o intenciones político-religiosas del rey en cuestión. En cuanto a los soberanos de la Dinastía 0 y comienzos del Dinástico Temprano, sólo conocemos «nombres de Horas», por lo general escritos dentro de un
serekh
(una especie de representación esquemática de la puerta de acceso al palacio), sobre el cual aparece posado un Horas halcón. Fue uno de los últimos reyes de la I Dinastía, Anedjib (c. 2900 a.C.), el primero en poseer un nombre de
nesu-bit
(Merpabia); pero no sería hasta el reinado de Esnefru (2613-2589 a.C.), en la IV Dinastía, cuando este nombre se rodeó por primera vez por la familiar forma del cartucho (un lazo que lo rodea y quizá signifique la extensión infinita de los dominios reales).

El título
nesu-bit
se ha traducido a menudo como «rey del Alto y del Bajo Egipto», pero en realidad posee un sentido mucho más complejo y significativo.
Nesu
parece hacer referencia al inalterable rey divino (casi a la propia realeza), mientras que la palabra
bit
describe al actual y efímero poseedor de la realeza, es decir, al rey que ejerce el poder en un momento concreto del tiempo. Por lo tanto, cada rey era una combinación de lo divino y lo mortal, el
nesu
y el
bit
, del mismo modo que el rey vivo estaba relacionado con Horus y los reyes difuntos (los antepasados regios) asociados con Osiris, el padre de Horus. La tradición del culto a los antepasados reales difuntos nació de la creencia de los egipcios en que sus reyes eran encarnaciones de Horus y Osiris. Esta convención, mediante la cual el soberano actual rendía homenaje a sus predecesores, fue el motivo de la creación de las llamadas listas reales, que no son sino listados de nombres de soberanos escritos en los muros de tumbas y templos (las más importantes se encuentran en los templos de Seti I y Ramsés II en Abydos, de la XIX Dinastía); pero también sobre papiros (de los cuales sólo se conserva un ejemplo, el llamado Canon deliran) o en remotos grafitos en las rocas del desierto, como la lista de la mina de limolita de Wadi Hammamat en el Desierto Oriental. La continuidad y estabilidad de la realeza se preservaban realizando ofrendas a todos los reyes del pasado considerados como soberanos legítimos, como vemos que realiza Seti I en su templo de culto en Abydos. Se suele considerar que las listas reales formaron parte de las fuentes utilizadas por Manetón para compilar su historia.

El Canon de Turín, un papiro ramésida fechado en el siglo XIII a.C., es la lista real egipcia que más información proporciona. Comienza en el Segundo Período Intermedio (1650-1550 a.C.) y se remonta con razonable exactitud hasta el reinado de Menes, soberano de la I Dinastía (c. 3000 a.C.), e incluso más allá, hasta alcanzar una prehistoria mítica durante la cual los dioses gobernaron Egipto. La duración del reinado de cada rey aparece recogida en años, meses y días. También proporciona cierta base para el sistema de dinastías de Manetón, pues a finales de la V Dinastía sitúa una cesura (véase el capítulo 5).

Las listas reales no tienen que ver tanto con la historia como con el culto a los antepasados: el pasado se presenta como una combinación de lo general y lo individual, siendo celebradas la constancia y universalidad de la realeza mediante el listado de los diferentes poseedores de la titularidad regia. En su comentario del
Libro II
de Heródoto, Alan Lloyd escribe: «Como en su intento por situar acontecimientos concretos en el marco de una ley o principio generales todos los estudios históricos incluyen lo general y lo particular, entre ambos siempre se produce tensión, que en el caso de Egipto se resolvió abrumadoramente a favor de lo particular». El conflicto entre lo general y lo particular es, indudablemente, un factor importante en la cronología y la historia del Antiguo Egipto. Por lo general, los textos y objetos que forman la base de la historia egipcia transmiten una información que es o bien general (mitológica o ritual) o bien particular (histórica), por lo cual el quid para realizar una reconstrucción histórica consiste en diferenciar tan claramente como sea posible entre ambos tipos de información, teniendo en cuenta la tendencia egipcia a difuminar los límites entre ambas.

El egiptólogo suizo Erik Hornung describe la historia de Egipto como una especie de «conmemoración», tanto de la continuidad como del cambio. Del mismo modo que el rey vivo puede ser considerado como sinónimo del dios halcón Horus, sus súbditos (a partir como mínimo del Primer Período Intermedio) terminaron por identificarse al morir con el dios Osiris. En otras palabras, los egipcios estaban acostumbrados a la idea de representar a los seres humanos como una combinación de lo general y lo particular. Por lo tanto, su sentido de la Historia comprendía en la misma proporción lo específico y lo universal.

El papel de la astronomía en la cronología egipcia tradicional

En general, la tarea del historiador contemporáneo que estudia el Antiguo Egipto consiste en intentar combinar en un conjunto todos los fragmentos de información disponibles, que proceden de las biografías de particulares en las paredes de sus tumbas, las listas reales en los muros de los templos, las estratigrafías de las excavaciones arqueológicas y un amplio etcétera de otras fuentes de información. Durante la época faraónica, ptolemaica y romana, las cronologías «absolutas» tradicionales tienden a basarse en complejas redes de referencias textuales, donde se combinan elementos como nombres, fechas e información genealógica en un marco histórico general que es más fiable para unos períodos que para otros. Los llamados Períodos Intermedios han demostrado ser unas fases especialmente delicadas, en parte porque solía haber más de un soberano o dinastía reinando simultáneamente en diferentes regiones del país. Los registros conservados de observaciones del orto helíaco de la estrella Sirio (el Can) sirven tanto de eje para la reconstrucción del calendario egipcio como de vínculo esencial de éste con la cronología en general.

La diosa Sopdet, conocida como Sothis en el Período Grecorromano (332 a.C.-395 d.C), era la personificación de la «estrella del Can», que los griegos llamaban Seirios (Sirio). Suele ser representada como una mujer con una estrella sobre la cabeza, si bien su representación más antigua —en una tablilla de marfil del rey Djer de la I Dinastía (c. 3000 a.C.) encontrada en Abydos— la muestra como una vaca sedente con una planta entre los cuernos. Como en el sistema de escritura faraónico se utiliza una planta como ideograma con el significado de «año», es posible que los egipcios ya hubieran establecido la relación entre la aparición de la estrella del Can y el comienzo del año solar incluso a comienzos del tercer milenio a.C. Sopdet, junto a su esposo Sah (Osiris) y su hijo Soped, formaba parte de una tríada que era un paralelo de la familia compuesta por Osiris, Isis y Horus. Por lo tanto, aparece descrita en los
Textos de las pirámides
como unida a Osiris para dar a luz a la estrella de la mañana.

Por lo que respecta al calendario egipcio, Sopdet era la más importante de las estrellas o constelaciones conocidas como decanos, y la «aparición sothíaca» coincidía con el comienzo del año solar una vez cada 1.460 años (más exactamente cada 1.456 años). Sabemos que una de estas raras coincidencias del orto helíaco de Sopdet con el comienzo del año civil egipcio (o «año errante», como es descrito en ocasiones, puesto que se va retrasando con respecto al año solar aproximadamente un día cada cuatro años) tuvo lugar en 139 a.C., durante el reinado del emperador romano Antonino Pío, gracias a que el acontecimiento fue conmemorado con la acuñación de una moneda especial en Alejandría. Con anterioridad se produjeron ortos helíacos en 1321-1317 a.C. y 2781-2777 a.C.; el período transcurrido entre cada uno de ellos se conoce como ciclo sotíaco.

La base de la cronología convencional de Egipto, que a su vez influye en la de toda la región mediterránea, la forman dos menciones en textos egipcios de apariciones de Sothis (fechados en los reinados de Senusret III y Amenhotep I). Estos dos documentos son: una carta procedente de Lahun, escrita el día 16, mes 4, de la segunda estación del año 7 del reinado de Senusret III; y un papiro médico tebano de la XVIII Dinastía (el Papiro Ebers), escrito el día 9, mes 3, de la tercera estación del año 9 del reinado de Amenhotep I. Asignando fechas absolutas a cada uno de estos documentos (1872 a.C. para el año 7 de Senusret III —Lahun— y 1541 a.C. para el año 9 del reinado de Amenhotep I —Ebers—), los egiptólogos han conseguido extrapolar un grupo de fechas absolutas para todo el Período Faraónico basándose en los registros de la duración de los reinados de los demás reyes del Reino Medio y del Reino Nuevo.

Pese a todo, no es posible tener plena confianza en las fechas absolutas mencionadas arriba, puesto que las fechas concretas dependen del lugar donde se realizaran las observaciones astronómicas. Se suele asumir —sin ninguna prueba real— que la observación tuvo lugar en Menfis o quizá en Tebas; pero tanto Detlef Franke como Rolf Krauss han sostenido que todas se realizaron en Elefantina. Por su parte, William Ward ha sugerido que es más probable que en todos los casos se trate de observaciones locales, lo que habría supuesto un retraso temporal en términos de las fiestas religiosas «nacionales» (es decir, que tanto las observaciones como las propias fiestas pueden haber tenido lugar en momentos y lugares diferentes del país). Esta constante falta de certeza significa que nuestros puntos de referencia astronómicos son un tanto vagos, si bien hay que mencionar que la diferencia entre las cronologías «alta» y «baja» (basadas en gran parte en el emplazamiento de los distintos puntos de observación) no suele ser mayor que unas pocas décadas en el peor de los casos.

Corregencias

Una de las particularidades de la cronología egipcia, origen tanto de confusión como de debate, es el concepto de «corregencia», una expresión moderna con la que se hace referencia a períodos en los cuales había dos reyes gobernando de forma simultánea, consistentes por lo general en un solapamiento de varios años entre el final del reinado de un faraón y el comienzo del siguiente. Este sistema puede haber sido utilizado, desde al menos el Reino Medio, para asegurar que la transmisión del poder tuviera lugar con los menores trastornos e inestabilidad posibles. También habría permitido que el sucesor elegido consiguiera experiencia de gobierno antes del fallecimiento de su predecesor.

No obstante, da la impresión de que el sistema de datación de las corregencias varió de un período a otro. Así, los corregentes de la XII Dinastía pueden haber utilizado fechas de reinado individuales, de tal modo que se produjeron solapamientos entre los reinados de los dos soberanos, produciendo lo que se conoce como fechas dobles cuando ambos sistemas se utilizaron para fechar un mismo monumento (véase el capítulo 7). Como en el Reino Nuevo no hay casos seguros de dataciones dobles, parece haberse utilizado un sistema diferente. Por ejemplo, durante los reinados de Tutmosis III (1479-1425 a.C.) y Hatshepsut (1473-1458 a.C.), las fechas parecen haberse contado con respecto a la subida al trono de Hatshepsut, como si ésta se hubiera convertido en soberana al mismo tiempo que Tutmosis III. Sigue siendo elemento de discusión si cada rey utilizó fechas separadas durante las posibles corregencias de Tutmosis III-Amenhotep II y Amenhotep III-Amenhotep IV. Los argumentos a favor y en contra de la corregencia de estos dos últimos reyes han sido revisados cuidadosamente por Donald Redford y después por William Murnane. Sin embargo, sigue habiendo una considerable controversia respecto a qué corregencias se produjeron realmente y cuánto tiempo duraron. Hay otros egiptólogos (entre los que se incluye Gae Callender, en el capítulo 7 de este volumen) que sostienen que nunca se produjeron corregencias de ningún tipo.

Las «épocas oscuras» y otros problemas cronológicos

Ya hemos mencionado algunos de los problemas que encontramos en la cronología egipcia, como la posible confusión que puede producir la conexión entre las observaciones astronómicas y fechas concretas, la falta de certeza respecto a qué corregencias ocurrieron realmente (en caso de que se produjera alguna) y la asunción de que los egipcios del Período Faraónico y posteriores databan los acontecimientos respecto a un año civil «errante» artificial de 365 días, el cual raras veces marchaba sincronizado con el año solar real.

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