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Authors: Enric González

Tags: #Biografía, Viajes

Historias de Londres (18 page)

BOOK: Historias de Londres
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El indignado crispó la boca y los puños.

—Tú eres judío. Entonces —casi escupió— ¿cómo puedes ser del Arsenal?

El desolado siguió silencioso, masticando su espantosa traición.

El fútbol es un asunto de la máxima gravedad en Londres. Como dijo el clásico, el fútbol no es un asunto de vida o muerte: es algo más serio que todo eso. Hay gran afición por el criquet, y son inenarrables las transmisiones radiofónicas de ese deporte en el que pasan horas sin que ocurra nada, en el que todo se interrumpe a media tarde para que los jugadores tomen el té y en el que los encuentros pueden durar varios días. Admito que, pese a las denodadas explicaciones de Íñigo Gurruchaga y de David Sharrock, nunca pillé el intríngulis del asunto. También hay mucha afición por el rugby. Pero el fútbol es el fútbol. Aunque uno no sienta especial interés por las cuestiones balompédicas, suele acabar sabiendo cuál es su tribu y cuáles son sus colores. O al menos cuáles
no
son sus colores. Y si uno es judío, lo propio es ser blanco como un lirio, ser un
lillywhite
, ser un
spur.
Forzando las cosas, se puede ser un
don
, incluso un
hammer,
pero jamás un
gooner.

El fútbol londinense tiene dos cunas, la escuela religiosa y el taller, y está ligado al moderno desarrollo de la ciudad. El balón cayó en la ciudad en el último cuarto del siglo
XIX
, procedente del norte industrial, y proporcionó banderas y signos de
identidad
a los barrios extremos, las zonas de aluvión agregadas a Londres durante el largo reinado Victoriano. También forjó enemistades eternas. Como la del Arsenal, los rojos
gooners
, y el Tottenham, los blancos
spurs
, en la populosa ladera que desciende desde Hampstead hacia el Támesis.

Esta temporada (1999-2000), Londres tiene seis clubes en la Premier League inglesa. Y al menos otros tres son grandes instituciones, honrosos pedazos de historia en el mal trago de las divisiones inferiores: el Crystal Palace, el Queens Park Rangers y el Fulham.

Como de costumbre, conviene remontarse a la Exposición Universal de 1851. Los 200 trabajadores que instalaron el palacio acristalado que albergó la exposición permanecían juntos de lunes a sábado, en jornadas de 12 horas, y optaron por prolongar su comunión hasta el domingo para practicar el deporte que muchos de ellos, gente descendida del norte, habían conocido en Manchester, Leeds, Newcastle o Nottingham. En 1854 hubo que desmontar el palacio de su emplazamiento en Kensington y transportarlo hacia Dulwich, al sureste de la ciudad, donde fue instalado de nuevo. (Dulwich es una zona bonita, tranquila y fatalmente aburrida. Margaret Thatcher poseía una mansión en el barrio y a ella se encaminó en otoño de 1990, tras entregar su dimisión a Isabel II. Al cabo de unos meses, desesperada de hastío, regresó al centro de Londres.) En Dulwich, pues, aquellos 200 trabajadores reconstruyeron el edificio y siguieron jugando al fútbol, y en 1861 se constituyeron en club. En 1871, el Crystal Palace fue uno de los quince equipos que participaron en la primera edición de la copa de
football association
(el
football
a secas es una variante de lo que conocemos como rugby). El Palace no ganó. De hecho, el Palace nunca gana, pero eso tiene poca importancia. El club funcionó de forma intermitente hasta que en 1905 se formó por segunda vez, tan justo de dinero que pidió auxilio al Aston Villa de Birmingham y recibió una caja de camisetas con los colores azul y burdeos del club de las Midlands. Con esos colores se quedó. Conviene saber que el Palace guarda un respeto instintivo ante el Real Madrid. El equipo de Di Stéfano y Gento se avino a jugar en el partido inaugural del estadio del Palace, Selhurst Park, en los años cincuenta, ganó por 3 a 4, y marcó una profunda impresión entre los aficionados locales. La gente del Palace, que gusta de llamarse a sí misma
the eagles
(las águilas), es gente habituada a la derrota y a medrar en las divisiones inferiores. En su larga historia sólo han disfrutado de unos años de gloria, en los ochenta, una década en la que llegaron a clasificarse para jugar una competición europea, la Copa de la UEFA. Pero en el último momento las autoridades del fútbol continental concedieron el perdón al Liverpool, sancionado por la violencia de sus
hooligans
en la espantosa noche de Heysel, y decidieron que el equipo de Anfield Road tomara el puesto que le correspondía al Palace. La gente del palacio de cristal carga con una dura tradición de penas.

Los grandes enemigos de los
eagles
son otra gente modesta, la del Charlton Athletic, cuyo grito de guerra es: «¡En pie si odias al Palace!». Los del Charlton lucen una espada en su escudo rojo y se llaman a sí mismos
valiants
o, más comúnmente,
addicks.
La rivalidad entre
eagles
y
addicks
se enconó cuando el estadio de los segundos, el Valley, fue cerrado por peligro de desplome, en 1985. El Charlton se vio obligado a jugar como realquilado durante siete años en el terreno del Palace. Fue una situación muy incómoda para ambos: tantos años de greña para acabar compartiendo vestuario. Los dos equipos se disputan desde siempre la hegemonía en el sureste. La tradición obrera del auténtico este de Londres, el East End, recae sin embargo en un club que se considera a sí mismo del norte y lleva la palabra
oeste
en su nombre: el West Ham.

El West Ham fue fundado en 1895, como equipo de los astilleros Thames Ironworks y también con los colores del Villa de Birmingham: azul y burdeos. Nació en el corazón del East End, junto al río, pero en 1904 se desplazó unos kilómetros hacia el norte y se instaló en su actual estadio de Upton Park. Los
hammers
, cuyo origen industrial y obrero pervive en su escudo (dos martillos cruzados) y en su fidelísima afición, son gente estable (han tenido sólo ocho entrenadores en más de un siglo) y orgullosa. Su año de gloria fue 1966. La selección inglesa ganó la final de la Copa del Mundo en Wembley gracias a los goles de dos
hammers,
Hurst y Peters, y al talento defensivo de otro
hammer,
el malogrado Bobby Moore. El West Ham suele caer simpático.

Con el Arsenal sucede más bien lo contrario. El Arsenal es el club más potente y glorioso de Londres. Para muchos, es también el más mezquino y el más favorecido por la fortuna.

El Arsenal nació, como el Palace y el West Ham, en unos talleres, los del Woolwich Arsenal, donde se fabricaban piezas de fundición para el ejército. La llegada de dos buenos futbolistas del Nottingham Forest, Beardsley y Bates, a la fábrica del norte de Londres, en 1886, fue el elemento decisivo para que 15 obreros del arsenal crearan un club. Decidieron llamarle Dial Square, pero tras unos cuantos partidos el nombre les pareció poco viril y lo cambiaron por el de Royal Arsenal, una combinación del barrio (Royal Oak) y de la fábrica (Woolwich Arsenal). Las camisetas, como en el caso del Palace, fueron prestadas, en este caso por el Nottingham Forest, y por esa razón el Arsenal adoptó el color rojo. El campo de Highbury fue alquilado y después adquirido a un colegio religioso (que les prohibió por contrato tocar un balón en Viernes Santo o Navidad) y doce años más tarde, en 1925, nivelado ante las protestas de los rivales: el gol sur estaba cinco metros más alto que el gol norte.

Antes que el Arsenal había nacido en el norte de Londres, en 1882, otro club, el llamado Hotspur (espuela caliente), que captó enseguida el interés de la gran comunidad judía de Golders Green. Luego hablaremos más extensamente de los Spurs. La rivalidad entre ambos equipos de la zona norte se convirtió en enemistad eterna en 1919, por una cacicada de los llamados
gunners
o, en castizo,
gooners
, en referencia a las armas que fabricaba el arsenal. La dirección de la Liga inglesa decidió ampliar de 20 a 22 el número de equipos en Primera División, y la solución obvia era que ascendieran los dos mejores clasificados de Segunda, como de costumbre, sin que esa temporada descendiera nadie. Dos clubes de Londres, el Chelsea y el ya llamado Tottenham Hotspurs, eran los últimos de Primera. Ese año, sin embargo, Liverpool y Manchester United habían amañado su partido para perjudicar al Chelsea, por lo que se decidió dejar de lado las clasificaciones. El dueño del Liverpool era a la vez presidente de la Liga y, cosas de la vida, íntimo amigo del entrenador del Arsenal, que había terminado quinto en Segunda División; el hombre del Liverpool amañó una votación entre los representantes de los clubes, tras la que el Arsenal se vio ascendido a Primera y los Spurs descendidos a Segunda. Vergüenza eterna.

Esa trampa fue el punto de partida de unos años prodigiosos para los
gooners.
En 1925 pusieron un anuncio en la prensa para buscar un entrenador y encontraron a un tal Herbert Chapman, que resultó ser el inventor del fútbol moderno. Hasta entonces, delanteros y defensas se amontonaban junto a las porterías, y el centro del campo era un desierto que se cruzaba a pelotazos. Chapman puso números en las camisetas e ideó la defensa en línea, con el resultado de que los delanteros contrarios se quedaron solos junto al portero y los árbitros tuvieron que aprenderse la regla del fuera de juego. Por aquellos días, el tren de vapor que transportaba a Londres a los equipos rivales del Arsenal emitía un pitido especial a su entrada en la estación de Charing Cross, para señalar que, incluso antes de apearse del ferrocarril, estaban ya en
offside.
El prestigio de los
gooners
se vio reforzado por otra victoria en los despachos: la estación de metro contigua a Highbury cambió su nombre de Gillespie Road por el de Arsenal. Una aportación adicional de Chapman, que resultó ser un
dandy
, se produjo en 1933, justo antes de un encuentro con el Liverpool. Ambos equipos vestían de rojo, y Chapman decidió que sus jugadores mantuvieran el rojo de sus camisetas, pero con mangas blancas. «Es más distinguido», opinó.

Pese a sus muchos seguidores, su prestigio y su
distinción,
el Arsenal (su gente le llama The Arsenal, con artículo) se ha caracterizado hasta muy recientemente por jugar el fútbol que se considera típicamente inglés, el patadón adelante, la carrera y la
melée
en el barrizal del área, con el añadido de ser cicatero con los goles. El grito de guerra en Highbury sigue siendo aún hoy
One nil to The Arsenal
(uno a cero para el Arsenal), al margen de lamentables frases racistas y antisemitas. Personalmente, no sufro cuando el Arsenal pierde.

Volvamos a los Spurs, los enemigos de los
gooners.
Nacieron en 1882 como Hotspur FC, como resultado de la fusión entre un club de criquet local y el equipo de fútbol de la escuela del barrio, cuyos alumnos eran mayoritariamente judíos. El color original era el azul marino, pero en 1899 se optó por la camiseta blanca, que dio origen al apodo de
lillywhites
, lirios blancos. Antes, en 1884, ya se había cambiado el nombre por el de Tottenham Hotspurs. Y se había jugado, en 1887, el primer encuentro contra el Arsenal, abandonado «por falta de luz» a 15 minutos del final, cuando los Spurs dominaban por 2 a 1: la victoria de los blancos no pudo inscribirse en los anales.

Los Spurs, el club al que supuestamente deben pertenecer los judíos londinenses, tienen un bonito estadio —con una grada poco gritona y con tendencia a aplaudir o abuchear como si asistiera a una representación teatral universitaria— con un bonito nombre (White Hart Lane, Callejuela del Ciervo Blanco) y un bonito historial. Pero, pese a las inversiones de su dueño, el áspero Alan Sugar, creador de los hace tiempo muy populares ordenadores Armstrad, llevan años quedándose a las puertas del éxito.

Otro club blanco (con franjas negras en la camiseta), antiguo y desafortunado, es el Fulham, nacido en 1879 por iniciativa del vicario de la parroquia de St. Andrews. Su estadio, Craven Cottage, está en una zona espléndida, al final de King's Road, junto al Támesis, donde se unen Fulham y Chelsea. El Fulham es un club salido de la nada que escala con tesón las más altas cimas de la miseria, a fuerza de errores y mala suerte. Se equivocaron al elegir terreno de juego, como se verá más adelante, al hablar del Chelsea, y han protagonizado patinazos memorables, como el de 1968, cuando descendieron de la Primera a la Segunda División. La directiva anunció, cargada de soberbia, que las banderas que adornaban la tribuna del río seguirían siendo las de los clubes de primera. «No vamos a comprar las banderas de los equipos de segunda para usarlas sólo un año», dijeron en la presentación de la temporada. En efecto, no hubiera valido la pena: al año siguiente estaban en Tercera. El Fulham se ha especializado en perder de forma dramática partidos de promoción para el ascenso. La adquisición del club por los Al Fayed, dueños de los almacenes Harrods y frustrada familia política de la princesa Diana, ha reanimado las esperanzas de la institución más infeliz del oeste de Londres.

Si el Fulham soporta calamidades en el suroeste, el
pupas
del noroeste es el Queens Park Rangers, más conocido como QPR. Fundado en 1886 como fusión de los equipos de dos escuelas religiosas, sufrió la primera desgracia en 1908, cuando pidió el ingreso en la liga nacional tras quedar primero en la liga del sur. Los Spurs hicieron con el QPR lo mismo que el Arsenal había hecho con ellos: maniobraron en los despachos y consiguieron para sí el ascenso a la competición de toda Inglaterra, a pesar de haber quedado quintos y a mucha distancia de los
rangers
en la liga del sur. Desde entonces, la curiosa camiseta a rayas horizontales azules y blancas no ha conseguido ningún éxito.

En el oeste de Londres, quien manda es el Chelsea. Un club irremediablemente pijo, hasta cierto punto artificial, insólitamente irregular, capaz de lo mejor y de lo peor.

El Chelsea fue el resultado del mordisco de un perro. Pero vayamos al principio, a 1877, cuando se creó un estadio en Stamford Bridge. El estadio se utilizó para el criquet y el atletismo hasta 1904, año en que fue adquirido por los Mears, una familia de constructores. Los Mears querían crear el estadio polideportivo más importante de Inglaterra y una pieza esencial de su plan consistía en alquilarlo al equipo local de fútbol, el Fulham. Pero los directivos del Fulham prefirieron seguir en el ya viejo Cottage. Gus Mears, irritado, decidió vender el estadio a la Great Western Railway Company, para que lo utilizara como almacén de carbón y materiales ferroviarios. A un amigo de Mears, Frederick Parker, se le ocurrió una opción alternativa: si el Fulham rechazaba Stamford Bridge, se podía crear un equipo a partir de cero. Mears, un tipo testarudo y de carácter feroz, no quiso ni debatir la propuesta. Parker citó a Mears poco después en el campo de orquídeas contiguo al estadio, propiedad también de la familia constructora, y el relato de ese encuentro, escrito por el mismo Parker, constituye la leyenda fundacional del Chelsea:

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