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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (41 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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Eso arrancó un bufido a la Selladora. Miles continuó.

—Aunque el ba y Russo Gupta cometieron ambos delitos en Graf, los cometieron primero en los imperios de Cetaganda y Barrayar. Considero que tenemos prioridad. Y aún peor: su mera presencia continuada en la Estación Graf es peligrosa porque, se lo prometo, tarde o temprano sus furiosas víctimas cetagandanas los seguirán. Creo que ya han saboreado lo bastante la medicina cetagandana para que imaginar a los auténticos agentes cetagandanos cayéndoles encima sea realmente desagradable. Entréguennos a ambos criminales, y nos perseguirán a nosotros.

—Hum… —dijo ella—. ¿Y su flota comercial retenida? ¿Sus multas?

—Déjelo… bajo mi responsabilidad. Estoy dispuesto a transferir la propiedad de la
Idris
a la Estación Graf, en pago de todos los gastos y multas. —Añadió prudentemente—: Tal como está.

Ella abrió los ojos de par en par.

—La nave está contaminada —dijo, indignada.

—Sí. Así que no podemos llevárnosla, de todas formas. Limpiarla podría ser un bonito ejercicio de entrenamiento para sus equipos de biocontrol. —Decidió no mencionar los agujeros—. Incluso con esos gastos, saldrán ganando. Me temo que el seguro de los pasajeros tendrá que cubrir el valor de cualquier cargamento que no pueda ser recuperado. Pero espero que la mayor parte no necesite pasar por cuarentena. Y pueden dejar que se marche el resto de la flota.

—¿Y sus hombres, los que están detenidos?

—Dejaron marchar a uno de ellos. ¿Lo lamentan? ¿No pueden permitir que el valor del alférez Corbeau redima a sus camaradas? Ése ha sido uno de los actos más valientes de los que he sido testigo. Verlo entrar allí desnudo y sacrificándose por salvar la Estación Graf sabiendo lo que le esperaba…

—Eso… sí. Eso fue notable —concedió ella—. Para cualquiera. —Lo miró, pensativa—. Usted fue también por el ba.

—Lo mío no cuenta —dijo Miles automáticamente—. Yo ya estaba… —Se tragó la palabra «muerto». No estaba, maldición, muerto todavía—. Yo ya estaba infectado.

Ella alzó las cejas, con curiosidad.

—Y si no lo hubiera estado, ¿qué habría hecho?

—Bueno… Ése era el momento oportuno. Tengo una especie de don para calcular el momento oportuno.

—Y para el lenguaje ambiguo.

—Eso también. Pero el ba era sólo mi trabajo.

—¿Le ha dicho alguien que está bastante loco?

—De vez en cuando —admitió él. A pesar de todo, una lenta sonrisa asomó a sus labios—. Aunque no mucho desde que me nombraron Auditor Imperial. Es útil.

Ella hizo una mueca, muy suave. ¿Se estaba ablandando? Miles lanzó la siguiente andanada.

—Mi petición es humanitaria, también. Creo… espero, que las damas haut cetagandanas tengan algún tratamiento en sus anchas mangas para su propio producto. Propongo llevar al práctico Thorne con nosotros… corriendo con los gastos, para que comparta la cura que tan desesperadamente busco para mí mismo. Es de justicia. El herm estaba, en cierto sentido, a mi servicio cuando resultó infectado. En mi grupo de trabajo, si le parece.

—Mm. Los barrayareses cuidan de los suyos, al menos. Una de sus pocas cosas positivas.

Miles abrió la mano en un gesto igualmente ambiguo de reconocimiento por aquel leve cumplido.

—Thorne y yo trabajamos ahora con un margen de tiempo que no espera debates de ningún comité, me temo, ni el permiso de nadie. Este paliativo —indicó torpemente el filtro sanguíneo—, nos consigue un poco de tiempo. En este momento, nadie sabe si será suficiente.

Greenlaw se frotó el entrecejo, como si le doliera.

—Sí, desde luego… Desde luego debe usted… ¡Oh, demonios! —Tomó aliento—. Muy bien. Quédese con sus prisioneros y sus pruebas y todo el maldito lote… y con Thorne… y márchese.

—¿Y los hombres de Vorpatril detenidos?

—Ellos también. Lléveselos a todos. Sus naves pueden marcharse, menos la
Idris
. —Arrugó la nariz en gesto de disgusto—. Pero discutiremos el importe restante de sus multas y gastos más adelante, cuando la nave haya sido tasada por nuestros inspectores. Más tarde. Su gobierno podrá enviar a alguien para esa misión. No a usted, preferiblemente.

—Gracias, señora Selladora —canturreó Miles, aliviado. Cortó la comunicación y se desplomó contra las almohadas. El pabellón parecía girar a su alrededor, muy despacio, con sacudidas cortas. Al cabo de un momento, decidió que el problema no era de la habitación.

El capitán Clogston, que había estado esperando junto a la puerta a que el Auditor terminara aquella negociación de alto nivel, avanzó para observar un poco más el filtro sanguíneo. Luego trasladó su mirada a Miles.

—Problemas de ataques, ¿eh? Menos mal que alguien me lo ha dicho.

—Sí, bueno, no queríamos que lo confundiera con un exótico síntoma cetagandés. Es bastante rutinario. Si sucede, no se deje llevar por el pánico. Me recupero yo solito en cosa de unos cinco minutos. Normalmente me produce una especie de resaca después, aunque no es que pueda notar la diferencia en este momento. No importa. ¿Qué puede decirme del alférez Corbeau?

—Comprobamos el hipospray del ba. Estaba lleno de agua.

—¡Ah! ¡Bien! Eso pensaba. —Miles sonrió con lobuna satisfacción—. ¿Puede declararlo libre de biohorrores, entonces?

—Teniendo en cuenta que ha estado caminando por esta nave en pelotas, no hasta que estemos seguros de haber identificado todos los posibles elementos que pueda haber soltado el ba. Pero en el primer análisis de sangre y de tejidos que hicimos no apareció nada.

Un signo de esperanza… Aunque Miles trató de no considerarlo demasiado optimista.

—¿Puede enviarme al alférez? ¿Es seguro? Quiero hablar con él.

—Creemos que lo que tienen el hermafrodita y usted no se contagia por contacto ordinario. Cuando estemos seguros de que la nave está limpia de todo lo demás, podremos quitarnos estos trajes, lo cual será un alivio. Aunque los parásitos podrían contagiarse sexualmente… Tendremos que estudiar eso.

—No me gusta tanto Corbeau. Envíemelo, pues.

Clogston dirigió a Miles una mirada extraña y se marchó. Miles no estaba seguro de si el capitán no había entendido el chiste malo o simplemente lo consideraba demasiado penoso para merecer una respuesta. Pero la teoría de la transmisión sexual provocó un nuevo rosario de desagradables especulaciones en la mente de Miles. ¿Y si los médicos descubrían que podían mantenerlo vivo indefinidamente, pero no deshacerse de los malditos bichos? ¿No podría tocar a Ekaterin durante el resto de su vida más que a través de la imagen de holovid…? También le sugería una nueva serie de preguntas que hacerle a Guppy sobre sus recientes viajes…

Bueno, los médicos cuadris eran competentes y recibían copias de las descargas médicas barrayaresas; sus epidemiólogos estaban ya sin duda trabajando en ello.

Corbeau atravesó las biobarreras. Ahora llevaba mascarilla desechable y guantes, además de la túnica médica y las zapatillas de paciente. Miles se sentó, apartó la bandeja y se abrió su propia túnica, dejando que la pálida telaraña de las viejas cicatrices producidas por la granada de aguja sugirieran lo que pudieran sugerir a Corbeau.

—¿Me mandó llamar, lord Auditor? —Corbeau inclinó la cabeza con un gesto nervioso.

—Sí. —Miles se rascó pensativo la nariz con la única mano que tenía libre—. Bien, héroe. Acaba de hacer un movimiento muy bueno para su carrera.

Corbeau se encorvó un poquito, cohibido.

—No lo hice por mi carrera. Ni por Barrayar. Lo hice por la Estación Graf, y los cuadris, y Garnet Cinco.

—Y yo me alegro de ello. No obstante, sin duda que querrán ponerle un par de estrellas de oro. Coopere conmigo y no le obligaré a recibirlas con el uniforme que llevaba cuando se las ganó.

Corbeau le dirigió una mirada atónita y alerta.

¿Qué pasaba hoy con sus chistes?

Iba de mal en peor. Tal vez estuviera violando algún tipo de protocolo del Auditor no escrito, y estropeaba el diálogo de todos los demás.

—¿Qué quiere que haga? —preguntó el alférez, bastante reacio—. Milord.

—Obligaciones más urgentes, por expresarlo con suavidad, me exigen dejar el Cuadrispacio antes de la completa conclusión de mi misión diplomática. Sin embargo, ahora que la verdadera causa y el curso de nuestros recientes desastres han sido finalmente sacados a la luz, lo que sigue debería resultar fácil. —«Además, no hay nada como la amenaza inminente de la muerte para obligarle a uno a delegar»—. Está muy claro que Barrayar hace tiempo que tendría que haber establecido un consulado diplomático en la Unión de Hábitats Libres. Un joven inteligente que… —«esté encoñado por una chica cuadri», no, «casado con», un momento, allí no lo llamaban así, se decía que estaban asociados, «sí, probablemente», pero eso no había sucedido todavía. Aunque Corbeau sería triplemente tonto si no aprovechaba esta oportunidad para resolver las cosas con Garnet Cinco de una vez por todas—. Que aprecie a los cuadris —continuó Miles tranquilamente—, y se haya ganado su respeto y su gratitud gracias a su valor personal, y no ponga ninguna objeción a cumplir una misión larga lejos de casa… Dos años, ¿no era? Sí, dos años. Un joven así estaría particularmente bien situado para defender de manera efectiva los intereses de Barrayar en el Cuadrispacio. En mi opinión.

Miles no podía decir si Corbeau tenía la boca abierta por detrás de la mascarilla médica.

Sus ojos, eso sí, se habían abierto bastante.

—No me imagino —dijo Miles— que el almirante Vorpatril vaya a poner ninguna objeción a destacarlo en este puesto. O en cualquier caso a no tener que tratar con usted en su estructura de mando después de todos estos… complejos acontecimientos. No es que yo hubiera planeado darle un voto betano en mis decretos como Auditor, se lo advierto.

—Yo… no sé nada de diplomacia. Yo recibí formación como piloto.

—Si aprobó los estudios para ser piloto militar de salto, ya ha demostrado que puede estudiar duro, aprender rápido y tomar decisiones veloces y precisas que afectan a las vidas de otras personas. Objeción descartada. Naturalmente, tendrá un presupuesto en el consulado para contratar a personal experto que le ayude en problemas especializados, en asuntos de leyes, de economía, de comercio, de lo que sea. Pero espero que aprenda lo suficiente sobre la marcha para juzgar si sus consejos son buenos para el Imperio. Y si, al final de esos dos años, decide dejarlo y quedarse aquí, la experiencia le daría una buena ventaja en el sector privado del Cuadrispacio. Si hay algún problema con todo esto desde su punto de vista… o desde el de Garnet Cinco, una mujer con la cabeza muy equilibrada, por cierto, no la deje escapar… Si hay algún problema, yo no lo veo.

—Yo… —Corbeau tragó saliva—. Lo pensaré, milord.

—Excelente. —«Y no se amilanaba al momento tampoco, bien»—. Hágalo.

Miles sonrió, y lo despidió; Corbeau se retiró, cauteloso. En cuanto no pudo oírle, Miles murmuró un código en su comunicador de muñeca.

—¿Ekaterin, amor? ¿Dónde estás?

—En mi camarote en la
Príncipe Xav
. El simpático sobrecargo me está ayudando a llevar mis cosas a la lanzadera. Sí, gracias, eso también…

—Bien. Acabo de zafarnos del Cuadrispacio. Greenlaw se mostró razonable, o al menos, estaba demasiado agotada para seguir discutiendo.

—Tiene toda mi compasión. No creo que a mí me quede ya tampoco un nervio en funcionamiento.

—No te hacen falta los nervios, sólo tu gracia habitual. En el momento en que puedas llegar a una comuconsola, llama a Garnet Cinco. Quiero nombrar a ese joven idiota de Corbeau cónsul de Barrayar aquí, y encargarlo de que aclare todo el lío que he tenido que dejar a mi paso. Es justo: él ayudó a crearlo también, ¿no? Gregor me pidió específicamente que me asegurara de que las naves barrayaresas pudieran volver a atracar aquí algún día. El chaval está dudando. Así que díselo a Garnet Cinco, y asegúrate de que ella se encargue de que Corbeau diga que sí.

—¡Oh! Qué magnífica idea, amor. Harían un buen equipo, creo.

—Sí. Ella por su belleza y, hum… ella por su inteligencia.

—Y él por su valor, sin duda. Creo que podría funcionar. Tengo que pensar en qué enviarles como regalo de boda, junto con mi agradecimiento personal.

—¿Un regalo por asociarse? No sé, pregúntale a Nicol. ¡Oh! Hablando de Nicol.

Miles miró la figura cubierta por sábanas de la cama de al lado. Mensaje crucial entregado, Thorne se había sumido en lo que Miles esperaba que fuera sueño y no un coma incipiente.

—Estoy pensando que Bel debería tener alguien que lo acompañara y cuidara de él. O de sus cosas. Una especie de soldado de apoyo, vaya. Espero que el Nido Estelar tenga una cura para su propia arma… Tendrían que tenerla, contando con los accidentes de laboratorio y esas cosas. —«Si llegamos allí a tiempo»—. Pero parece que esto va a requerir cierta cantidad de desagradable convalecencia. No es que me haga mucha gracia a mí tampoco… —«Pero considera la alternativa»—. Pregúntale si está dispuesta. Podría viajar en la
Kestrel
contigo, y hacerte compañía, en cierto modo.

Y si ni él ni Bel salían vivos de ésta, se ofrecerían consuelo mutuo.

—Desde luego. Voy a llamarla desde aquí.

—Vuelve a llamarme cuando estés a salvo a bordo de la
Kestrel
, amor. —«Más y más a menudo.»

—Por supuesto. —La voz de ella vaciló—. Te quiero. Descansa un poco. Parece que lo necesitas. Tu voz tiene ese sonido de fondo de pozo que adquiere cuando… Ya habrá tiempo.

La determinación destelló en su propia y audible fatiga.

—No me atrevería a morir. Hay una feroz dama Vor que amenazó con matarme si lo hacía.

Miles sonrió débilmente, y cortó la comunicación.

Se sumergió durante un rato en un mareado cansancio, combatiendo el sueño que trataba de adueñarse de él, porque no podía estar seguro de que no fuera la enfermedad infernal del ba que le ganaba la partida, y podría no despertarse.

Advirtió un sutil cambio en los sonidos y voces que llegaban desde la cámara exterior, mientras el equipo médico pasaba a modo de evacuación. Pasó un rato, y un técnico se llevó a Bel en una plataforma flotante. Pasó otro rato, y la plataforma regresó, y el propio Clogston y otro tecnomed subieron a bordo al Auditor Imperial y su incipiente grupo de trampas de soporte vital.

Uno de los oficiales de inteligencia se presentó ante Miles, durante una breve pausa en la cámara exterior.

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