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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (2 page)

BOOK: Inquisición
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— ¿Están seguros? —preguntó alguien sentándose a mi derecha.

— ¿Acaso alguna vez no lo están? —respondió la primera voz mientras ascendía los últimos metros antes de girar y sentarse en la machacada hierba del camino.

—Los sacerdotes estuvieron fuera dos semanas el año pasado.

Su interlocutora cambió de posición, inspeccionó con detenimiento su laúd y quitó una ligera capa de polvo y semillas del mástil.

— Pero ésos eran los sacerdotes, que no tienen ni idea.

— Pues deberían tenerla, ya que son los únicos que pueden hacer pronósticos fiables.

Alcé los ojos hacia el despejado cielo azul, como si al hacerlo pudiese descubrir en algún punto los mismos signos que observaban los sacerdotes para decirnos que descendería la temperatura y las tormentas doblarían su potencia.

— El Instituto de Meteorología podría mejorar sus previsiones sobre la llegada del invierno si los sacerdotes le brindasen la oportunidad de hacerlo.

—No empecemos otra vez esa discusión, Cathan —dijo la recién llegada recostándose contra el tronco de un solitario cedro, lejos del bosque al borde del acantilado— Todavía nos quedan unos cuantos días de calor para sentarnos en el exterior, y no tiene sentido desperdiciarlos. Dispondremos de todo el tiempo del mundo para discutir cuando llegue el invierno.

— Y eso ¿cuándo sucederá?

— Cuando concluya este antinatural encantamiento cálido.— La joven vestía sólo una delgada túnica y sandalias pese a estar bien entrado el otoño— Como mucho, dos o tres días más.

Dos o tres días. Bueno, nada dura para siempre, y la verdad es que nunca hubiésemos esperado el repentino retorno de temperaturas estivales en una fecha del año tan tardía. Mejor todavía habría sido no tener que pasar tanto tiempo trabajando, ocupado en administrar los asuntos del clan durante la convalecencia de mi padre. Él hubiese podido recuperar su título, pero aún no estaba en condiciones de hacerse cargo del papeleo, así que acabé encargándome de todo. Eran tareas que aborrecía, pero no me parecieron tan terribles como en otros tiempos. Quizá porque ya había pasado por cosas mucho peores.

—¿Has hecho algo que sea útil?

—Eso depende del significado que le otorgues a la palabra «útil», Palatina —dijo Ravenna, que estaba sentada junto a mí con la espalda en el tronco del árbol. A su lado había un libro abierto apoyado contra el suelo, que llevaba un buen rato sin leer (por lo menos desde la última vez que había desviado mis ojos hacia ella).

— Útil como aseguraste que sería lo que hicieras. —La comprensión que exhibía Palatina de la gramática del Archipiélago era aún un poco esquemática a veces, pese a que ya había pasado dieciocho meses alejada del intrincado lenguaje de su tierra natal.

—Quieres decir que busco en este libro algo que obviamente no está ahí.

—Pues si no está ahí, ¿por qué te empeñas en buscarlo? ¿Por qué no pruebas a buscarlo en otro sitio?

—Tan pronto como nos digas por dónde debemos empezar...

Palatina puso los ojos en blanco y, con mirada ausente, tan incapaz como siempre de quedarse quieta, comenzó a retorcer un verde brote de hierba. De nosotros tres, sólo ella no había recibido con alegría la llegada del calor y la oportunidad de no estar demasiado activos.

Echando un vistazo antes de coger el libro una vez más, Ravenna reinició su lectura. Yo también poseía un ejemplar, pero no tenía ni idea de dónde lo había puesto. Ni siquiera recordaba habérmelo llevado allí... No, estaba en el fondo del baúl, en mi habitación, donde nadie se toparía con él accidentalmente y sentiría la tentación de investigar su contenido.

Me recliné un poco, intentando encontrar en la ancha raíz del árbol un espacio más confortable para mi cabeza. Verdaderamente hacía demasiado calor para hacer otra cosa que echarse a la sombra. Por otra parte, tampoco había necesidad de hacer nada más. Ya había cumplido con mi cuota diaria de papeleo —los otros miembros del clan se sentían igual de debilitados y la gente parecía reacia a hacer agotadoras colas o a presentar peticiones— Alejé de mi mente la idea de que, repentinamente, tendría trabajo de ese estilo en exceso cuando llegase el invierno.

Volví a cerrar los ojos y me puse a dormitar plácidamente, permitiéndome ignorar una molesta saliente de la raíz que se clavaba en mi espalda e incluso el muy irritante zureo de unas palomas en el bosque detrás de nosotros. Las palomas estaban bien en pequeñas dosis, pero el ruido que hacían me ponía nervioso en seguida. El sordo sonido de las olas en la playa a nuestros pies era mucho más grato y supuso un excelente acompañamiento cuando la intérprete de laúd comenzó a tocar una melodía unos minutos después. —Palatina, ¿cómo demonios hicieron los thetianos para ganar la guerra?— preguntó la lectora de repente. —¿Qué quieres decir?

— Estaban siempre borrachos. Mira, el sujeto que escribió esto era su sacerdote superior, pero en apenas una semana asistió a más fiestas que todo un regimiento de vividores.

— Nos gusta disfrutar de la vida —respondió Palatina— . Cuando tenemos tiempo libre no nos echamos a descansar bajo los árboles contemplando el mar con ojos extasiados y soñadores. —Si es tan bueno, ¿por qué no deseas regresar? Casi pude sentir la mirada que Palatina le dirigía, pero no me molesté en abrir los ojos. Palatina llevaba ya al menos una semana irritada, quizá un poco más, y ya me había acostumbrado.

— Dejad de discutir —intervino la intérprete de laúd sin interrumpir el fluir de su melodía— Perturbáis mi concentración.

— Te ruego que me disculpes, Elassel —dijo Palatina, sin que su tono de voz expresase lo mismo que sus palabras.

No hubo respuesta, y mi mente volvió a navegar a la deriva, muy lejos de las costas de Lepidor moteadas por el sol.

Conocía muy bien las razones del malhumor de Palatina. Todos lo sabíamos. Pero era lo que yo estaba haciendo, o en realidad lo que no estaba haciendo, lo que ella veía mal. Mientras Palatina estaba ansiosa y desesperada deseando nuestra partida, yo me conformaba con esperar... sin hacer nada. Eso sí, en mi decisión no me faltaba respaldo, ya que ninguno de los demás tenía la menor prisa. No le había dicho a nadie el motivo por el que aún estábamos allí, por qué permanecíamos tanto tiempo cuando era evidente que ésa no era una buena opción. Pretexté que tenía que cumplir con obligaciones del clan y, durante más de un mes, mientras mi padre se recuperaba de los efectos del veneno, no hicieron falta más excusas. Pero todos sabían que ésa no era la verdadera razón, que ningún aburrido papeleo requería mi presencia física, por muy importante que fuese para el clan. Mi madre y el consejero principal eran tan capaces como yo de encargarse de esas cuestiones y además tenían mucha más paciencia.

— ¿Me estoy excediendo al preguntarte si nos iremos cuando llegue el invierno? —dijo Palatina clavándome los dedos en un costado. La miré, indignado, y la luz del sol me cegó por un momento.— No pienso marcharme sólo porque cambie el clima. —Entonces ¿cuándo nos iremos?, ¿cuando caigan las estrellas y los océanos se desborden hasta cubrirnos por completo?, ¿cuando los sacerdotes abran la boca sin mencionar la palabra «herejía»?, ¿o quizá cuando todos hayan muerto de viejos?

— Ya te lo hemos dicho. No pienso partir hasta no tener una idea de hacia dónde debo dirigirme.

— Entonces ¿de qué te servirá permanecer en Lepidor? No hay nada aquí que pueda ayudarte de ninguna manera, con excepción de ese maldito libro.

— ¿Y adonde más podríamos ir?

— Podrías consultar en la biblioteca. Allí tienen cientos y cientos de libros, incluso antiguos pergaminos cubiertos de telarañas en los que seguramente encontrarás lo que buscas.

— O sea que toda la gente que ha recorrido enormes distancias para ocultarlo habría dejado finalmente mensajes por todas partes diciendo: «Aquí estamos». Palatina, sé que detestas no hacer nada, pero no podemos tomar decisiones precipitadas en este asunto. ¿Qué sucedería si lo descubriese la Inquisición? Si la Inquisición lo averiguase, sería el fin de todos nuestros desacuerdos con ella.

— ¿No merezco al menos que me digas qué es lo que esperamos? ¿No lo merecemos todos?

Miró a las otras dos mujeres en busca de respaldo, y yo hice lo mismo. Elassel estaba concentrada tañendo su laúd, al parecer absorbida por la música.

A mis espaldas, Ravenna volvió a cerrar el libro y clavó su grave mirada gris primero en mí y luego en Palatina.

— Esperáis a alguien, ¿no es cierto? Alguien en particular —añadió.

Me encogí de hombros algo molesto y en seguida asentí con la cabeza. Quizá no me había comportado de forma tan astuta como pensaba.

Palatina hundió el rostro en las manos, exagerando como era habitual en ella.

— Podríamos permanecer aquí para siempre. ¿Cómo es que no lo comprendí antes? Me hubiese ido en alguno de los otros barcos que zarparon. Cathan, Tanais puede tardar meses en regresar y nunca aparecerá donde tú lo esperes.

— Dijo que volvería cuando Lepidor estuviese nuevamente en calma.

— Pero entretanto podría tener que afrontar alguna rebelión del clan o encargarse de algún sacerdote problemático o del espía de alguien, y eso sin duda lo mantendrá alejado de nuestras costas durante semanas y semanas.

— ¿Acaso tú te embarcarías en una travesía sabiendo que no has consultado antes a un oceanógrafo? Es posible que Tanais no regrese cuando lo deseemos, pero estaba aquí cuando desapareció lo que buscamos, y si existe alguien que sepa dónde está, ése es Tanais.

— Entonces te deseo buena suerte —sentenció Palatina mientras se ponía de pie y se alejaba caminando a lo largo de la costa; por un instante, su silueta desapareció tras el tronco de un cedro.

— Palatina sólo puede ponerse peor —afirmó Ravenna observándola— Y ella conoce a Tanais mucho mejor que tú.

— Eso no cambia nada. De cualquier modo debemos esperarlo.

— Lo sé, lo sé. Pero ¿qué sucederá si no viene? ¿Deseas permanecer aquí todo el invierno mientras la Inquisición conspira y pone a punto sus estrategias? Admito que aquí hemos vencido, pero son muy malos perdedores y si nos quedamos aquí, no haremos más que llamar su atención otra vez. Lo mejor es mantenernos en movimiento.

Se oyó algo en las ramas del cedro sobre nuestras cabezas, quizá una de aquellas endemoniadas palomas. El laúd de Elassel volvió a sonar, acompañado por un coro de cigarras.

— Si nos atacan, estarán reconociendo que todo lo que ocurrió no fue tan sólo producto de unos pocos renegados, y la gente empezará a preguntarse qué es lo que pretenden.

— Eso ya no tiene importancia ahora, Cathan. Y además un fundamentalista nunca olvida sus reveses. —Pues al parecer nadie los olvida.— Si eso incluye a nuestros aliados, entonces ¿por qué tanto malhumor?

Me cogió la mano y se volvió a por el libro, pero en ese momento se produjo un agudo crujido. Un segundo manojo de hojas de cedro cayó sobre ambos, acompañado de una lluvia de piñas. —¡Jerian!— Sacudí la cabeza intentando quitarme la fronda del pelo mientras Ravenna se sacudía las pequeñas ramitas del suyo. Al elevar la mirada distinguí la silueta de mi hermano de siete años, sonriéndonos con descaro. —¡Lo suponía!— dijo triunfante.

Estaba fuera de nuestro alcance, tres o cuatro ramas por encima de nosotros, pero antes de que pudiésemos agregar nada más oí un grito ahogado a mi derecha.

— ¡Maldito..., me llevará una eternidad limpiar mi laúd! Elassel colocó el instrumento en un sitio seguro, se levantó de un salto y corrió hacia el otro lado del árbol. La sonrisa triunfal se borró del rostro de mi hermano en apenas unos segundos, reemplazada por un gesto de sorpresa y miedo cuando Elassel trepó por el tronco en su busca con tanta facilidad como si estuviese caminando por la playa. Todavía no sabía dónde había aprendido. Elassel a forzar cerrojos o a trepar a árboles y paredes con la misma pericia con la que los comunes mortales suben escalones; sus destrezas, sin embargo, habían demostrado ser muy útiles en más de una ocasión.

— En opinión de Jerian, los adultos somos incapaces de trepar a los árboles —le susurré a Ravenna— Con un poco de suerte no se atreverá a repetir la broma.

— Espero que así sea —respondió ella quitándose el polvo— Vaya pinta que tienes.

— Mira quién habla. Creo que el estilo primitivo te sienta bien, en especial esa ramita en el pelo.

Las manos de Ravenna volaron hacia su masa de rizados cabellos negros antes de que se percatase de mi sonrisa y comprendiera que no existía tal ramita.

— Cathan, si no conociera tu historia, habría creído que Jerian y tú erais auténticos parientes.

De pronto, un halo de tristeza invadió su rostro y recordé lo que me había contado sobre su hermano menor, asesinado por una organización cercana a la Inquisición: los sanguinarios guerreros que se llamaban a sí mismos sacri, es decir «los sagrados». Fuesen o no sagrados, no había duda de que eran devotos. Devotos en su incansable entrega a la religión de derramar sangre.

Un flujo constante de protestas y disculpas nos llegaba ahora desde algún punto entre las ramas del cedro, un ruido que se hizo más intenso cuando Elassel reapareció desde detrás del tronco. Llevaba a mi hermano cogido de la muñeca.

— ¿Qué deseas hacer con él? —me preguntó intentando contener la risa. Elassel parecía ser completamente incapaz de mantenerse enfadada más allá de unos pocos minutos, salvo, por cierto, cuando se trataba de los haletitas. Odiaba a ese pueblo con tanta pasión que pensé que su habilidad como artista de la huida podría tener algo que ver con ellos. Sin embargo, Elassel nunca dijo nada al respecto y ninguno de nosotros se lo preguntó.

— No me disgustaría nada darle un buen remojón —sugerí señalando la playa, a pocos metros de donde estábamos.

— Tengo una idea mejor —intervino Ravenna y le susurró a Elassel algo al oído. Jerian llegó a oírlo y emitió un aullido de protesta.— Traigo novedades —aseguró entonces mi hermano, gritando para asegurarse de que todos le prestasen atención— Pero no os las diré a menos que me soltéis.

— Muy bien, lo haremos —accedió Elassel, pero antes de soltarle la muñeca se agachó para recoger un puñado de ramitas y cortezas, que esparció por el pelo de Jerian— ¿Cuáles son esas noticias? Jerian le dirigió una furiosa mirada y sacudió la cabeza para tener un aspecto más presentable.

— Unas personas importantes han llegado desde un sitio importante con un importante mensaje.

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