— El mar sigue estando a sólo unos pasos —le advirtió Elassel, pero para entonces Jerian ya había recobrado la seriedad.
— Una inmensa manta —anunció— proveniente de Pharassa, con ese corpulento y rubio Canadrath a bordo. Dice que trae noticias de Taneth y no se le veía nada feliz. ¡Ah, Courtiéres lo acompaña!
— ¡Los haletitas! —exclamó Elassel automáticamente y guardó el laúd en la maleta de cuero que llevaba para los viajes. Ravenna y yo intercambiamos miradas, y ella asintió levemente con la cabeza. Ambos habíamos pensado lo mismo.
— Ahora estaréis tristes durante toda la vuelta —comentó Jerian con la intolerancia propia de un joven de diecisiete años por los problemas que no le conciernen directamente.
— No, no lo estaremos —respondí forzando una sonrisa.
Jerian conversó con alegría mientras descendíamos por el sendero en dirección a la playa, ya que la costa era el camino más directo hacia Lepidor. Existía un sendero propiamente dicho a través del bosque que comunicaba con la carretera. Pero cogerlo implicaba cruzar obstáculos y rodear la ladera de una pequeña colina, y ninguno de nosotros estaba dispuesto a perder tiempo. Supuse que Palatina habría regresado a la ciudad, ya que no se la veía sentada en ningún lugar al borde del acantilado, que tenía casi cuatro metros de altura (de hecho, una especie de muro marino de piedra que separaba la playa del bosque).
Pronto la ciudad estuvo a la vista en el otro extremo de la extensa bahía donde nos hallábamos. Algunos de sus edificios de piedra exhibían todavía andamios junto a las paredes y muchos jardines superiores habían desaparecido de los techos. Tal era el legado de la tormenta que habíamos desatado hacía ya más de un mes (irónicamente, con la intención de proteger la ciudad). Pero la mayoría de los daños ya habían sido reparados: se habían reforzado los muros y estaba en marcha la construcción de un nuevo portal entre el barrio del Palacio y el distrito Marino.
A medida que nos aproximábamos a la ciudad, mi mente intentaba con insistencia interpretar el mensaje de Jerian, en especial la presencia de Oltan Canadrath. La relación entre su familia y la nuestra era bastante superficial y había surgido hacía poco más de un mes, cuando ellos se habían puesto al frente de los refuerzos. Aunque los habíamos recompensado por su ayuda, para nosotros todavía eran casi unos desconocidos. ¿Por qué había recorrido, entonces, el hijo de lord Canadrath todo el camino hasta Lepidor portando malas noticias?
Entramos en la ciudad por el estrecho portal posterior del barrio del Palacio, accesible sólo a través de un pasaje de madera bajo los muros. Éste estaba cada día más desgastado a causa de la presión de las olas y las tormentas, pero nadie había sugerido aún reemplazarlo por un sendero de piedra, pues brindaría a los enemigos una eficaz ruta de acceso a la ciudad.
Los centinelas que custodiaban el portal posterior nos miraron con curiosidad a medida que nos acercábamos.
— ¿Habéis estado tomando baños de polvo, vizconde? —me preguntó uno de ellos con la mirada absorta en el cabello de Ravenna.
— Mi hermano ha estado practicando cirugía arbórea —respondí antes de que agregase algo más sugerente— Desgraciadamente, no se preocupó por analizar en qué tipo de árbol hacía su operación.
— Entonces puedes venir a podar mi olivo —le dijo a Jerian el otro centinela, mostrando una amplia sonrisa en su barbado rostro— , es un árbol tan enorme que te mantendría ocupado al menos durante una semana. Pasad un buen día.
El portal posterior comunicaba con una corta calleja, a pocos pasos del palacio. Las casas tenían todas las puertas abiertas por el calor, y dos ancianos que jugaban a las cartas protegidos por la sombra de un estrecho toldo nos saludaron cuando pasamos a su lado. La ciudad estaba más fresca que las afueras, escudada del sol por edificios de tres y cuatro plantas y por los toldos colgados a lo largo de las calles, que formaban una hilera continua. Se oía además por todas partes el agradable fluir de las pequeñas fuentes de los patios y las esquinas. Alguna vez, esas fuentes habían abastecido a casi toda la ciudad. Pero hacía alrededor de cincuenta años había llegado a Lepidor la idea, pronto convertida en realidad, de introducir cañerías directamente en las casas, y, desde entonces, la función principal de las fuentes pasó a ser la de mantener fresco el aire durante el verano.
En la entrada del palacio había dos centinelas más. Ambos se inclinaron para saludarnos y nos abrieron paso hacia el impecable patio situado a continuación. Ni siquiera pese a las severas medidas de seguridad impuestas desde la invasión creyeron necesario comprobar mi identidad. Como sucedía con las casas, la entrada del palacio estaba repleta de andamios y las puertas todavía no habían sido terminadas. Por ese motivo, al anochecer y al amanecer se levantaban y echaban abajo barricadas de madera.
— ¡Al fin aparecéis! —resonó la voz de Palatina. Alcé la mirada y la vi de pie en el balcón del descansillo de la escalinata, junto al muro de la derecha— ¿Qué demonios te ha sucedido, Ravenna? ¿Te querías teñir el pelo?
— Ha sido Jerian —dije mientras mi hermano ascendía la escalera a toda prisa adelantándose a nosotros. Con la expresión más animada que le habíamos visto en muchos días, pese a su rostro preocupado, Palatina nos indicó que mi padre y sus invitados estaban en la sala de recepción. Ravenna y yo nos sacudimos el polvo de nuestro cabello tan bien como pudimos, empleando un pulido plato de bronce a modo de espejo.
— ¡Venga, que ya estáis bien! —exclamó Palatina— Si aparecen de modo inesperado, no pueden pretender que tengamos un aspecto inmaculado.
No me habría importado si sólo hubiese venido Courtiéres, el mejor y más antiguo amigo de mi padre, pero no me había visto con Canadrath más que en una ocasión. Y he de reconocer que aquella vez tampoco había dado una buena impresión: magullado y con los ojos hundidos, llevaba una larga túnica para ocultar las marcas de mis brazos y piernas. Mi aspecto actual suponía sin duda una mejora.
Un sirviente esperaba junto a la puerta de la sala de recepción y nos anunció sin formalidades.
— ¡Ah, aquí estáis! —dijo mi padre interrumpiendo su conversación con los otros dos hombres.
— Vizconde Cathan —agregó uno de ellos efectuando la reverencia acostumbrada hacia alguien de estatus similar— Me alegra verte gozando de buena salud.
Correspondí a su reverencia, absurdamente consciente de que los otros tres eran todos un poco más altos que yo. Oltan Canadrath, que acababa de darme la bienvenida, tenía una tez blanca y cabellos rubios inusuales en cualquier continente, y todavía mucho más en Taneth o el resto de Equatoria. Mi segundo encuentro con él confirmó la impresión que tenía de que estaba metido en asuntos no del todo apropiados. Con su crecida barba, su bigote y su impactante físico, debió de haber sido uno de esos piratas del norte que acosaron el Archipiélago en otros tiempos, haciendo de los ya desaparecidos bosques de Turia su hogar.
— Tiene razón, Cathan —añadió Courtiéres con expresión amistosa— Tenías muy mal aspecto la última vez que nos vimos.
Acabados los recibimientos, Palatina nos trajo bebidas y Oltan nos contó las novedades a Ravenna y a mí.
— Los haletitas han invadido Ukhaa y se han apoderado del delta —explicó sin rodeos— Ahora hemos perdido todos los territorios centrales y unos treinta mil guerreros haletitas acampan bajo nuestras narices.
— Como se trata de Taneth, todos los comerciantes nobles están buscando con desesperación cosas que los haletitas deseen comprar —dijo Courtiéres con sarcasmo. Puede que tuviese el aspecto de un oso, pero poseía una mente veloz y, por lo general, bastante más tacto que mi padre.
Oltan no se tomó a pecho esa ofensa.
— Creo que el conde está en lo cierto. Lord Barca y yo hemos buscado apoyo para iniciar una acción militar, pero las otras familias son reacias a perturbar lo que interpretan como un nuevo statu quo.
Se produjo un silencio. Cualquiera con algo de sensatez podía comprender que las noticias eran muy malas. Taneth podía ser una ciudad comercial construida sobre islas, pero estaba muy cerca de las tierras centrales y hasta entonces el ejército haletita había demostrado ser invencible. El futuro de Lepidor y de muchos de los clanes dependía de una Taneth gobernada libremente por la nobleza comerciante. Era impensable que siguiese siendo un centro mercantil bajo el dominio militar de los haletitas, en especial si éstos se mantenían fieles a su habitual política de saquear las ciudades capturadas. Sentí cómo se esfumaba mi buen humor.
— ¿Las familias no están haciendo nada en absoluto? —preguntó Ravenna.
Oltan negó con la cabeza.
— Nada de nada. Ah, sí, el Consejo de los Diez le envió una protesta al rey de reyes, pero es posible que también en ese caso hayan ahorrado en tinta.
— ¿Sabéis si los haletitas tienen pensado atacar la ciudad?
— Todavía no —respondió Oltan— Carecen de flota por el momento. Pueden complicarnos la vida, pero nada más, por ahora.
Comprendí entonces los motivos que habían traído hasta aquí al heredero de los Canadrath, una de las familias más importantes de Taneth. Lepidor poseía los yacimientos de hierro más gran des de Océanus y en breve seríamos también los más importantes fabricantes de armas. Oltan deseaba asegurarse de que éstas no acababan en manos de los haletitas.
— ¿Es que eso cambia algo? —preguntó mi padre, que vestía una holgada túnica verde que en otros tiempos había sido de vestir. No deseaba que el clan fuese consciente del daño que le había causado el veneno y, con esas ropas, no parecía tan demacrado. A pesar de eso, la mayor parte de la gente conocía su situación, aunque nadie decía nada. Los renombrados médicos de Courtiéres habían asegurado que con el tiempo recuperaría el peso perdido.
— Lo que planteáis hace de nuestro comercio de armas una actividad casi cuestionable —agregó— En vista de que las armas enviadas a Taneth acabarán con toda probabilidad en manos indeseadas, embarcarlas hacia allí podría ser una mala idea.
«Acabarán en manos indeseadas.» Mi padre no se refería sólo a los haletitas. Es verdad que ellos representaban la amenaza inmediata, pero detrás de ellos estaban los sacerdotes, el Dominio, con sus sueños de cruzadas y sangre. Ya habían intentado una vez apoderarse de Lepidor por ese mismo motivo: fabricar armas para una futura cruzada. Después de todo lo que habíamos vivido, vendérselas sin más a sus aliados era algo impensable.
Por otra parte, la familia Canadrath había consolidado su fortuna vendiéndole armas al Archipiélago, el mismo sitio que el Dominio pretendía purificar con el fuego sagrado de los inquisidores.
— Entonces ¿queréis vender armas a alguien más? —preguntó Ravenna.
— Debemos hablar de este asunto con Hamílcar, ya que es él quien está obteniendo beneficios por transportar nuestro hierro y nuestras armas a Taneth, pero si existe mercado en el Archipiélago... es otra cuestión.
Hamílcar era nuestro socio oficial en Taneth, con quien habíamos firmado el contrato por el hierro. Y era también el hombre que había salvado nuestras vidas durante la invasión.
No vender armas a Taneth era una cosa, pero ofrecerlas para matar sacri era un asunto muy diferente. Percibí una leve sonrisa en labios de Ravenna. Para ella, los sacri eran los sanguinarios carniceros que habían destruido a su familia. Ni siquiera los consideraba seres humanos.
— Tengo más datos que quizá os sean útiles —intervino Oltan— Son sobre los dos sacerdotes que sobrevivieron al fallido derrocamiento que tuvo lugar aquí, el avarca Midian y... me parece que su nombre era Sarhaddon.
Me puse a escuchar con atención. Ellos habían sido los únicos dos supervivientes de las fuerzas del Dominio que intentaron apoderarse de Lepidor. Por eso, su destino actual podía ser un buen indicador del modo en que el Dominio había reaccionado ante los sucesos.
— Prosigue —pidió mi padre sin alzar la voz.
— Ambos regresaron a la Ciudad Sagrada, donde al parecer el primado Lachazzar los recibió en persona.
Esa no podía haber sido una buena experiencia. Apodado «el cocinero del Infierno», se decía que cuando sus subordinados fallaban en una misión, Lachazzar era proclive a acusarlos de pactar con los herejes. Pero las siguientes palabras de Oltan desmintieron el mito.
— Sarhaddon —continuó— ha sido ascendido a inquisidor con plenos poderes y enviado al Archipiélago. El inquisidor general ya se encuentra allí, con orden de aniquilar cualquier signo de independencia que surja en Qalathar.
— Nunca se rinden —comentó Ravenna con tristeza— Asesinaron a toda una generación, pero no fue suficiente. Invadieron el país pero no fue suficiente. Ya lo sabéis, las personas a las que torturan y envían a la hoguera son las que aprenden la lengua qalathari o preservan los archivos históricos de la dinastía.
— Lo siento, no me había percatado —advirtió Oltan en tono compasivo— Te tomé por una thetiana la última vez que nos vimos, pero debí de haberme dado cuenta de mi error al verte. Nadie nacido en Thetia se parecería a ti.
Canadrath tenía razón, pensé mientras Ravenna sonreía levemente, desaparecido ya su buen humor tras oír las noticias. Durante muchos años había intentado alisarse el pelo, soportado las irritaciones que el nuevo clima producía en sus ojos y pasado bastante tiempo al sol para acentuar la coloración natural de su piel, muy pálida para una qalathari. Casi había logrado parecer una thetiana, pero ahora, sus ojos marrones y su masa de rizos negros ya no dejaban lugar a dudas.
— ¿Y qué sucedió con Midian? —preguntó Courtiéres.
— Se le ha otorgado un cargo en el Archipiélago. No sé con seguridad de qué puesto se trata. No creo que sea un cargo muy importante, pero eso implica que sigue en el centro de los acontecimientos.
— ¿Por qué les ofrecerá Lachazzar una segunda oportunidad? —inquirió Palatina— Supongo que tiene muchos seguidores capacitados allí de donde proviene.
— No estoy seguro de eso —advirtió mi padre— Sarhaddon es excepcionalmente inteligente, aunque no lo demostrara mucho cuando estuvo aquí de monaguillo. Además, es extremadamente leal, y Lachazzar no es estúpido. Su derrota aquí no fue responsabilidad de Sarhaddon. En cuanto a Midian, proviene de una poderosa familia haletita, así que es casi indestructible, un miembro de la antigua nobleza del Dominio. Quizá los últimos sucesos hayan retrasado un poco su carrera, pero no hay duda de que algún día será exarca.