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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Islas en el cielo (8 page)

BOOK: Islas en el cielo
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Uno de los acontecimientos más interesantes de la vida en una estación espacial es la llegada del cohete correo de la Tierra. Los grandes navíos interplanetarios llegan y se van; pero no son tan importantes como los diminutos cohetes amarillo brillantes que mantienen al personal de la estación en contacto con sus familias. Los mensajes radiales están muy bien, pero no pueden compararse con las cartas y con los paquetes que llegan de casa.

El correo de la estación hallábase instalado cerca de una de las cámaras de entrada, y por lo general se agolpaban allí casi todos aun antes de que se conectara el tubo al cohete-correo. No bien llegaban los sacos de correspondencia eran abiertos y ordenadas las cartas. Después se dispersaban todos con lo recibido.

El afortunado que recibía un paquete no podía guardárselo mucho tiempo para sí solo. La correspondencia del espacio es muy cara, y en los paquetes solían llegar aquellos lujos que no era posible obtener en la estación.

Me sorprendió descubrir que tenía una buena cantidad de cartas, la mayoría de ellas procedentes de desconocidos. Casi todas provenían de muchachos de mi edad que me habían visto en televisión y deseaban saber cómo era la vida en la Estación Interior. De haber contestado todas, no habría tenido tiempo para nada más. Lo que es peor, no podía darme el lujo de responder, aunque hubiera dispuesto de tiempo para hacerlo, ya que el estampillado me hubiera llevado todo mi dinero disponible.

Pregunté a Tim qué podía hacer al respecto y me respondió :

—Quizá sea un poco cínico, pero creo que casi todos andan a la pesca de timbres del correo espacial. Si te parece que debes contestar, espera hasta que vuelvas a la Tierra. Así te resultará mucho más barato.

Eso es lo que hice, aunque temo que muchos sufrieron una gran decepción.

Recibí también un paquete con algunas golosinas y una carta de mamá en la que me decía que me protegiera del frío. No dije nada respecto a la carta, pero el contenido del paquete me hizo muy popular durante un par de días.

Pocos habrá en la Tierra que no hayan visto en la televisión la serie «Dan Drummond, Detective del Espacio». Casi todos habrán visto a Dan seguir la pista a los contrabandistas interplanetarios o contemplado sus batallas eternas contra Jarvis el Negro, el más diabólico de los piratas del espacio.

Cuando llegué a la estación, una de mis sorpresas fué la de descubrir lo popular que era Dan Drummond entre el personal. Si estaban libres, y aun estando de servicio, los componentes de la estación jamás dejaban pasar uno de los capítulos de sus aventuras. Claro que todos fingían interesarse sólo por divertirse un poco, mas esto no era verdad. En primer lugar, Dan Drummond no es tan ridículo como los personajes de otras novelas episódicas que se presentan en televisión. En realidad, los detalles técnicos son muy acertados, lo cual indica que los productores reciben consejos de gente experta. Existe la sospecha de que les ayuda con el libreto alguien que reside en la estación espacial, pero hasta ahora no se ha podido comprobar que así sea. Aun el comandante Doyle ha estado bajo sospecha, aunque es muy difícil que nadie se atreva a acusarlo abiertamente.

Todos estábamos muy interesados en el episodio del momento, ya que concernía a una estación espacial situada en la órbita de Venus. El
Reina de la Noche
, nave pirata de Jarvis, se estaba quedando sin combustible, de modo que los piratas proyectaban abordar la estación para llenar de nuevo sus tanques. Si al mismo tiempo podían llevarse un poco de botín y algunos rehenes mejor para ellos. Al finalizar el episodio, la nave pirata se acercaba a la estación y todos nosotros nos preguntábamos qué estaría por suceder.

Jamás ha existido la piratería en el espacio, y como sólo una sociedad propietaria de millones puede darse el lujo de construir navíos siderales y proveerlos de combustible, resulta difícil comprender cómo podía esperar Jarvis hacerse rico en sus empresas. Esto no nos impedía divertirnos con la novela, pero el detalle solía causar discusiones muy acaloradas respecto a las posibilidades del delito en el espacio. Peter van Holberg, que pasaba mucho tiempo leyendo revistas sensacionalistas y contemplando las novelas que se proyectaban en la televisión, estaba seguro de que se podría hacer algo si uno era realmente decidido. Divertíase inventando toda clase de crímenes ingeniosos y preguntándonos de qué manera era posible impedir que se cometieran. Todos opinábamos que había errado su verdadera vocación.

La última aventura de Jarvis el Negro hizo pensar mucho a Peter, quien anduvo un día o dos por todas partes, calculando qué valor podría tener el contenido de la estación para un pirata interplanetario. Llegó a la conclusión de que la suma era impresionante, especialmente si incluía el valor de los fletes. Si Peter no hubiera estado meditando de esta guisa, jamás se hubiera fijado en el extraño comportamiento del
Cygnus
.

Además de los navíos regulares había otros que tocaban la estación dos o tres veces por mes. Por lo general llevaban misiones especiales y a veces efectuaban expediciones a los planetas exteriores. Cualquiera fuera la ocupación de sus tripulantes, la gente de la estación se enteraba siempre de todo.

Pero nadie sabía mucho respecto al
Cygnus
, salvo que figuraba en el Registro del Lloyd como un fletero de mediano tamaño a punto de ser retirado del servicio, ya que estaba en funcionamiento desde hacía cinco años sin que le hubieran efectuado el menor arreglo o ajuste. Atrajo muy poca atención cuando llegó a la estación y ancló (sí, tal es la expresión que se usa) a unos quince kilómetros. La distancia era mayor que lo acostumbrado; pero esto sólo podía significar que el piloto era demasiado cauto. El caso es que allí se quedó y todas las tentativas de descubrir qué misión llevaba fracasaron por completo. Nos enteramos de que llevaba una tripulación de dos personas, y lo descubrimos sólo porque ambos llegaron hasta la estación en sus trajes espaciales a fin de informar su presencia en las cercanías. No dieron fecha de partida y se negaron a decir de qué se ocupaban, lo cual, si bien era extraño, no tenía nada de ilegal.

Naturalmente, esto dio pábulo a numerosas teorías. Una de ellas era que la nave había sido fletada en secreto por el Príncipe Eduardo, quien desde hacía años deseaba navegar por el espacio. Al parecer, el Parlamento Británico no le permitía hacer el viaje, ya que el heredero del trono era una persona demasiado valiosa para que arriesgara la vida en entretenimientos tan peligrosos. Empero, el príncipe era un joven tan decidido que a nadie le sorprendería que apareciera un día en Marte, luego de haberse disfrazado para anotarse con nombre supuesto en la tripulación de cualquier navío sideral.

Pero Peter sostenía una teoría mucho más siniestra. La llegada de una nave misteriosa ajustaba perfectamente con sus ideas sobre el crimen interplanetario. Si uno quería asaltar una estación espacial —argüía—, ¿de qué otro modo iba a hacerlo?

Nos reíamos de él, señalando que el
Cygnus
no había hecho otra cosa que despertar sospechas en lugar de evitarlas. Además, era una nave pequeña y no podía llevar una tripulación numerosa. Probablemente no tenía a bordo más que los dos hombres que se presentaron en la estación.

Empero, para ese entonces estaba Peter tan entusiasmado con su idea que no quiso escuchar razones, y como nos divertía la situación, le dejamos seguir adelante y hasta le animamos a ello, aunque no lo tomamos en serio. Los dos hombres del
Cygnus
solían acudir a la estación por lo menos una vez al día a fin de retirar la correspondencia de la Tierra y leer diarios y revistas en el salón de lectura. Esto era muy natural si no tenían otra cosa que hacer, pero a Peter le resultó extraordinariamente sospechoso. Según él, aquello probaba que estaban explorando la estación a fin de conocer bien todos los pasajes y cámaras.

—Para guiar a un grupo de abordaje armado de machetes, ¿eh? —comentó alguien en tono sarcástico.

Pero de pronto presentó Peter nuevas pruebas que nos hicieron tomarle más en serio. Había descubierto en el Departamento de Comunicaciones que nuestros huéspedes misteriosos recibían continuos mensajes de la Tierra empleando una banda especial de radio que no usaban los servicios comerciales u oficiales. No era esto ilegal, ya que operaban en una de las bandas libres, pero el detalle resultaba muy raro, y, lo que es más, usaban un código especial para comunicarse.

Peter estaba muy entusiasmado.

—Esto demuestra que están dedicados a algo muy raro —declaró con firmeza—. No se portarían así si estuvieran ocupados en negocios honrados. No diré que se dedican a algo tan anticuado como la piratería. Pero ¿y si fueran contrabandistas de drogas?

—No creo que el número de adictos en las colonias marcianas y venusianas puedan rendirles muchos beneficios —comentó Tim Benton.

—No pensaba que llevaran la mercancía hacia allá —replicó Peter con desdén—. ¿Y si hubieran descubierto una droga en uno de los planetas y la trajeran de contrabando a la Tierra?

—Esa idea la sacaste de una de las últimas aventuras de Dan Drummond —le acusó uno de los muchachos—. Ésa del año pasado que ocurría en las tierras bajas de Venus.

—Sólo hay un medio para averiguarlo —continuó Peter sin ceder—. Voy a echar un vistazo por mi propia cuenta. ¿Quién me acompaña?

No hubo voluntarios. Yo me hubiera ofrecido, pero sabía que no me lo permitirían.

—¿Qué pasa? —preguntó Peter—. ¿Es que todos tienen miedo?

—No tenemos interés —dijo Norman—. Tengo otras ocupaciones mejores para perder mi tiempo.

Para la sorpresa de todos se adelantó Karl Hasse.

—Iré yo —manifestó—. Ya me está hartando todo este asunto, y es la única manera de conseguir que Peter deje de insistir.

El reglamento de seguridad no permitía que Peter hiciera solo un viaje tan largo, de modo que hubiera tenido que renunciar a sus propósitos si Karl no se hubiese ofrecido.

—¿Cuándo piensan ir? —preguntó Tim.

—Ellos vienen todas las tardes a buscar la correspondencia, y cuando estén ambos en la estación esperaremos el siguiente período de eclipse para salir.

Referíase a los cincuenta minutos durante los cuales pasaba la estación por el cono de sombra proyectado por la Tierra. En ese lapso era muy difícil ver objetos pequeños situados a cierta distancia, de modo que habría muy pocas probabilidades de que los descubrieran. También tendrían cierta dificultad en encontrar al
Cygnus
, ya que la nave reflejaría un porcentaje muy bajo de la luz de las estrellas y sería casi invisible a más de un kilómetro de distancia. Tim Benton les señaló este detalle.

—Pediré un radar portátil al depósito —manifestó Peter—. Joe Evans me lo dará en préstamo.

El radar portátil es un instrumento no mayor que una linterna y se usa para localizar objetos que se alejan de la estación. Tiene un alcance de varios kilómetros para cosas del tamaño de un traje espacial y podían ubicar una nave hasta mucho más lejos. No hay más que moverlo en el espacio, y cuando su rayo da contra algo sólido, se oye una serie de sonidos agudos. Cuanto más se acerca uno al objeto sobre el que da el rayo, tanto más continuos son los sonidos, y con un poco de práctica se pueden calcular las distancias de manera muy acertada.

Tim Benton terminó al fin por dar su consentimiento, imponiendo como condición que Peter se mantuviera todo el tiempo en contacto radial con nosotros y le dijera todo lo que fuera ocurriendo. Así, pues, lo oí todo por el altavoz de uno de los talleres, y me resultó muy fácil imaginar que estaba allí fuera con Peter y Karl, en la oscuridad salpicada de estrellas y con la Tierra sombría allá a lo lejos, mientras la estación iba quedándose atrás muy poco a poco.

Habíanse fijado muy bien en el
Cygnus
mientras reflejaba la luz del sol, esperando luego cinco minutos después que entramos en eclipse para lanzarse luego en la dirección correcta. Tan acertado fué su rumbo que no necesitaron usar el radar; el
Cygnus
apareció ante ellos en el momento preciso y ambos se detuvieron.

—Todo marcha bien —anunció Peter, y noté el entusiasmo en su voz—. No hay señales de vida.

—¿Puedes ver algo por los ojos de buey? —preguntó Tim.

Hubo un momento de silencio interrumpido sólo por la respiración de los dos aventureros y el crujido ocasional de los mandos de los trajes espaciales. Después oímos un golpe sordo y una exclamación de Peter.

—¡Qué descuido! —gruñó Karl—. Si hubiera alguien adentro creerían que es un asteroide.

—No pude evitarlo —protestó Peter—. Toqué sin querer el pedal del cohete.

Después oímos otros ruidos que nos indicaron que andaba por el casco.

—No veo el interior de la cabina —anunció a poco—. Está demasiado oscura. Pero es seguro que no hay nadie. Voy a entrar. ¿Anda todo bien?

—Sí. Los dos sospechosos están jugando al ajedrez en el salón —repuso Tim—. Norman se fijó en el tablero y dice que tienen para rato.

Así diciendo, rió entre dientes. Saltaba a la vista que se estaba divirtiendo con la aventura, la que a mí me resultaba muy interesante.

—Cuidado con las trampas —continuó—. Ningún pirata que se respete dejaría su nave a merced de cualquier invasor. Quizá haya un robot esperando en la cámara de entrada con una pistola de rayos.

Aun Peter opinó que esto era muy improbable y no vaciló en expresarlo así con bastante sequedad. Oímos otros ruidos vagos mientras avanzaba por el casco hacia la cámara de entrada, y luego hubo una larga pausa mientras examinaba las palancas y perillas. Son iguales en todas las naves, y no hay manera de asegurarlas por fuera, de modo que no esperaba encontrarse con ninguna dificultad.

—Ya se abre —dijo a poco—. Voy a entrar.

Sobrevino otro lapso silencioso. Cuando volvió a hablar Peter, su voz sonó mucho más débil, debido a la interferencia del casco de la nave, pero todavía nos era fácil oírle si levantábamos el volumen.

—La cabina de mandos parece normal —anunció luego con cierto desencanto—. Vamos a echar un vistazo a la carga.

—Es un poco tarde para mencionarlo —dijo Tim—, ¿pero se dan cuenta de que son
ustedes
los que están cometiendo el delito de piratería o algo por el estilo? Supongo que los abogados lo llamarían «violación de una nave privada sin el conocimiento de sus propietarios». ¿Sabe alguien cuál es la pena que se impone en esos casos?

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