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Authors: David Safier

Tags: #Humor

Jesús me quiere (12 page)

BOOK: Jesús me quiere
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—A mí no me parece en absoluto mediocre. Al contrario, veo algo especial en ella.

—¿Algo especial? —La voz de Gabriel sonó ligeramente aguda—. ¿Estamos hablando de la misma Marie?

—Me ha hecho reír —lo interrumpió Jesús.

—¿Cómo, se ha tirado contra una pared? —preguntó Gabriel, y al instante se espantó de sí mismo. Notó que lo embargaba una ligera rabia hacia Marie. ¿No podía dejar en paz al Mesías?

—No, no se ha tirado contra una pared. ¿Cómo se te ha ocurrido? —preguntó Jesús, y Gabriel se alegró en ese momento de que Jesús fuera ajeno a la ironía.

—¿Le falta un poco de fe? —quiso saber Jesús.

—¿Un poco? —Gabriel suspiró levemente. Y añadió en pensamientos: si a ella le falta «un poco» de fe, Goliat sólo los tenía «un poco» grandes.

Jesús parecía pensativo.

—¿No pretenderás convertirla? —tanteó Gabriel—. No tienes tiempo, piensa en tu misión.

—Sólo quiero saber más cosas de ella —replicó Jesús, y se encerró en su habitación.

Gabriel se quedó mirando fijamente la puerta cerrada y se preguntó: «¿acabará sintiendo Jesús algo por Marie?». Gabriel se rió de sí mismo. Aquella idea era un desatino. Cierto que Jesús podía tener esos sentimientos, pero Marie no tenía ni de lejos la personalidad de María Magdalena. No tenía siquiera la personalidad de Salomé; como mucho, la de la esposa de Lot. Seguramente, Jesús sólo quería convertir a una oveja descarriada.

Capítulo 22

Después de lo que había vivido, pensé que no pegaría ojo en toda la noche. Casi me había ahogado y había huido de Sven descalza a través de Malente. La cabeza me bullía, pero mi cuerpo sólo quería entrar en coma. Me dormí en un tiempo récord y tuve un sueño descabellado: yo estaba ante el altar y Gabriel me hacía la pregunta del «Quieres», pero a mi lado no estaba el psicópata de Sven, sino Joshua. El crucifijo colgado detrás de él en la pared estaba vacío, se conoce que había bajado y se había puesto un traje de boda elegantísimo.

Yo respondía a Gabriel desde lo más hondo de mi corazón: «Sí, quiero».

Joshua se acercó a mí para besarme. Me tocó suavemente la cara con sus manos. Era maravilloso que te tocara. El corazón me latía con fuerza. Sus labios se aproximaron. Yo temblaba de la emoción. Su barba me tocó la cara y me electrizó. Iba a besarme… Yo lo deseaba tanto… Sus labios tocaron los míos… Entonces me desperté gritando.

Cuando por fin dejé de gritar, lo comprendí: ¡¿¡Mi subconsciente quería casarse con Joshua!?!

* * *

Miré la hora: eran las 8.56. ¿Ya era tan tarde? Al cabo de cuatro minutos, Joshua estaría en la puerta, siempre llegaba a las nueve para trabajar en el desván. ¡No quería verlo! ¡Le tenía demasiado miedo! En parte se trataba del miedo que probablemente sienten las mujeres en las películas de terror cuando saben que el sanguinario fetichista de la sierra mecánica se está acercando. Y en parte era miedo a mis propios sentimientos.

Me vestí a toda prisa, renuncié a cosas tan innecesarias como asearse, peinarse, lavarse los dientes y atarse los cordones de los zapatos, salí zumbando de casa y me caí de morros. ¡Mierda de cordones!

La hija de Swetlana estaba dibujando en la calle con una tiza, me vio caer y se tronchó de risa. Me levanté como pude, me até los zapatos y tuve que aguantar que la niña dijera:

—¡Vaya pelos!

Su madre le había enseñado alemán. Yo no era partidaria de ese tipo de entendimiento entre pueblos.

—Mi mamá tiene el pelo más bonito que tú —añadió, poniéndome verde con su acento bielorruso y una cantinela «na, na, na, na».

—¿Cuántos años tienes? —pregunté a la pequeña.

—Ocho.

—Pues si sigues así, no llegarás a los nueve.

Del shock, se le cayó la tiza de las manos. Entonces vi que Joshua giraba por la esquina. Salí corriendo como Forrest Gump después de inyectarse EPO. Entretanto, no paraba de rezar porque Joshua no me hubiera visto huir. Hasta que se me ocurrió pensar que, en lo que se refería a Joshua, quizás era mejor no rezarle a Dios.

Finalmente llegué al lago con la lengua fuera y me senté jadeando en una pasarela. Cuando recuperé el aliento, contemplé el agua, que refulgía bajo el sol. Ya había turistas paseando en botes de pedales. La brisa suave me acariciaba la piel. Lo que había ocurrido el día antes me parecía tan irreal como un sueño. Seguro que la salvación de Jesús había sido producto de mi imaginación. Ésa era la explicación lógica. Y también tranquilizadora, aunque tenía como consecuencia que dentro de poco oiría a menudo frases como: «Marie, estos señores jóvenes y fortachones te llevarán ahora a terapia de
electroshock
».

El hecho era que, en ese caso, Joshua y yo seríamos un par de locos. Él, de los que se creen que son Jesús; y yo, de los que ven a Jesús. O sea que hacíamos buena pareja. Podríamos tener juntos un montón de bebés-locos monísimos.

Un momento, no sólo quería casarme con él, ¿también quería tener hijos con él?

Como antes con Marc. Ya sólo me faltaba poner nombre a las criaturas. Estaba mucho más enamorada de lo que creía.

De lo que nunca había estado en la vida.

¡Mierda!

* * *

Justo acababa de darme cuenta de ello cuando oí una voz maravillosa a mis espaldas.

—¿Marie?

Joshua estaba en la pasarela. Me había seguido.

—Me alegro de verte —dijo con una sonrisa afable.

—Grdll —contesté.

—Me tienes miedo —afirmó serenamente.

—Brdll.

—Por eso huyes de mí.

—Frzzl.

—No temas.

Pronunció esas palabras con tanta dulzura que el miedo desapareció de mi cuerpo al instante.

—Tengo que hacerte una pregunta —dijo Joshua.

—Pregunta lo que quieras —le propuse. Sin aquel puñetero miedo, volvía a estar en condiciones de vocalizar.

—¿Querrías cenar hoy también conmigo?

No me lo podía creer. ¡Quería salir conmigo!

—Significaría mucho para mí —concluyó.

Lo decía sinceramente, lo noté. Aquello significaba realmente algo para él.

¡Eso significaba que yo significaba algo para él! Y eso, a su vez, significaba:
¡¡¡Yippie yippie yeah!!!

* * *

Esbocé una sonrisa de caballo consumidor de hachís y Joshua se sentó a mi lado en la pasarela. Muy cerca. Me temblaron las rodillas y sentí un hormigueo maravilloso en el estómago. Nuestros pies se balancearon juntos sobre el agua. Habría podido ser un instante maravilloso entre dos chiflados. Pero, por desgracia, Joshua dijo algo que destruyó mis esperanzas de que estuviéramos locos de atar.

—El lago está mucho más tranquilo que ayer.

—¿Estuviste tú también ayer en el lago? —pregunté asustada.

—Te llevé por encima del agua. ¿No lo recuerdas?

Así pues, no había sido una alucinación. Yo no le había contado a nadie aquella vivencia. ¿Cómo podría haberse enterado Joshua si no era porque había sucedido de verdad?

—Tú… tú eres realmente Jesús.

—Sí, claro.

—¡Oh! —me lamenté.

No se me ocurrió nada más. Ni «¡Estoy ante el Hijo de Dios!». Ni «¡Ha vuelto al mundo!». Ni «¡Es un milagro!». Sólo un «¡Oh!» bobalicón. Todo mi ser era un «¡Oh!» cansado, fatigado y abrumado.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Jesús, comprensivo.

—¡Oh!

—Marie, ¿estás bien? —Incluso parecía un poco preocupado.

Yo no estaba nada bien. No había sitio para alguien como yo en la existencia de Jesús.

—¿Por qué quieres salir a cenar precisamente conmigo? —pregunté quedamente.

—Porque eres una persona normal.

—¿Una persona normal?

—Exacto.

Hay cumplidos más brillantes. Miles. Y seguro que ya los había antiguamente, junto a los pozos de Palestina. Pero ¿por qué quería recibir cumplidos de Jesús? El simple deseo ya era absurdo. Ridículo. Patético.

Miré hacia el lago, que se iba calmando segundo a segundo. Ni una ola, ni tormenta ni rayos. Aunque habrían quedado de perlas con la constatación de que estaba sentada al lado de Jesús.

—Estás muy callada.

«Bien observado», pensé.

—¿Qué te pasa?

—No lo merezco. Deberías sentarte con el Papa o con alguien por el estilo.

«O pegarle un susto al Dalai Lama», completé en mis pensamientos.

—Tú lo mereces tanto como el Papa —replicó Jesús.

—Qué vas a decir tú. Al fin y al cabo, eres Jesús. Para ti, todos los hombres son iguales. Pero, créeme, no merezco sentarme a tu lado.

—Lo mereces.

Eso sólo demostraba que él no sabía que yo era una fracasada. Saber que no has hecho nada especial en la vida es una cosa. Constatarlo en presencia del Hijo de Dios, es otra.

—Tengo que pedirte un favor —dijo Jesús, y me miró profundamente a los ojos.

—¿Cuál?

—Sal hoy conmigo y haz lo que harías con cualquier otro.

—Pero tú no eres cualquiera.

—Cualquiera puede ser como yo, basta con quererlo.

Sí, claro. La próxima vez, yo también caminaré sobre las aguas.

—¿Por qué te apetece tanto? —pregunté.

—Porque… porque…

No le salían las palabras. Era la primera vez que lo veía titubear. ¿Sentía algo por mí? ¿Por eso quería quedar conmigo?

No, ¡ese pensamiento era una blasfemia! El Hijo de Dios no podía enamorarse de una criatura terrenal. Y menos aún de mí.

Jesús carraspeó y luego contestó con voz firme:

—Porque tengo curiosidad por saber cómo vive la gente de hoy en día.

O sea que era eso. Necesitaba una guía turística. Asentí débilmente. Y él se alegró de verdad.

* * *

Joshua se alejó de la pasarela y regresó a mi casa, a acabar de arreglar el tejado. Yo me quedé contemplando el lago: había aceptado una cita con Jesús. En la escala ascendente de «¿hasta qué punto puede ser mi vida delirante?», aquello alcanzaba un nuevo cénit.

Pero, si el Hijo de Dios quiere que le enseñes el mundo, ¿qué puedes decirle? ¿
Sorry
, prefiero ir a depilarme las cejas?

Me quedé un rato más allí sentada, intentando procesarlo todo. La idea de que una persona ridícula como yo se hubiera enamorado locamente de Jesús ocupaba el primer puesto de la lista de cosas por procesar. Sin embargo, me resultó bastante fácil hacerlo: el shock de saber que era Jesús había agarrotado mis sentimientos. Ya no sentía absolutamente nada por él. Gracias a Dios.

Sólo pensaba en qué haría esa noche con él. ¿Qué le gustaría hacer a alguien como Jesús? Comprobé que no tenía la más remota idea. Y, acto seguido, comprobé que no tenía ni idea de cómo era Él.

Para cambiar las cosas, fui a la preciosa librería de Malente y le pedí una Biblia a la dependienta.

—¿Qué versión? —preguntó.

Sinceramente, no tenía ni idea de a qué se refería. ¿Había biblias distintas? ¿Y por qué? ¿Había versiones
remix
?

—La estándar —contesté, haciéndome la entendida.

La librera me vendió una Biblia.

Me senté en una cafetería, me tomé un
latte macchiato
, hojeé la Biblia y comprobé que el lenguaje, igual que tiempo atrás en las clases de confirmación, me aburría soberanamente, incluso ahora que tenía un interés justificado por el tema. Así pues, decidí echar mano del recurso que me pareció más indicado. Fui al videoclub de Michi y llamé a la puerta. Me abrió medio dormido y sin afeitar. Llevaba una camiseta con una frase de Yoda bastante apropiada para mi situación: «Olvida lo que has aprendido».

—¿Qué haces tú aquí? —dijo bostezando, y se frotó los ojos para desperezarse.

—Es que… es que… tenía ganas de verte —contesté.

—¿A las tantas de la noche?

—Son las once de la mañana.

—Lo que yo decía, a las tantas de la noche.

—Me gustaría ver un par de películas.

—¿Qué películas? —preguntó Michi.

—Sobre Jesús —respondí con timidez.

—Ese tal Joshua te tiene trastocada —afirmó, diría que con un leve deje de celos que me sorprendió.

—No, no —intenté excusarme. Pero, claro, después de todo lo que había vivido en los últimos días, no sonó muy creíble—. Puedo asegurarte que ya no siento nada por él.

Al menos, eso era cierto. Y a Michi le gustó oírlo. Entramos en el videoclub y puso en marcha la cafetera.

Me presentó una pequeña retrospectiva sobre Jesús en el televisor de pantalla plana del videoclub. Primero vimos
La pasión de Cristo
, la película de Mel Gibson sobre la crucifixión de Jesucristo.

—¿Qué mascullan? —pregunté, ya que no entendía nada de lo que decían los actores.

—Gibson rodó la película en arameo y latín —me explicó Michi, y yo pensé que, puestos a hacer, Gibson ya podría haber hecho que los personajes se comunicaran por el Código Internacional de Señales.

La pasión de Cristo
era una carnicería bastante cruel. Cine
gore
para fans de la Biblia. Y a los judíos los caracterizaban siguiendo la «benévola» tradición de la maquinaria propagandística de Goebbels. Al final de la película crucificaban brutalmente a Jesús, y las imágenes eran tan plásticas que me alegré un montón de no haber comido nada. No podía creer (y, sobre todo, no quería creer) que el hombre que esa misma mañana se había sentado conmigo en la pasarela hubiera sufrido todos aquellos tormentos.

Para contrastar, Michi me pasó después
Jesucristo Superstar
, el musical de los años setenta. Al cabo de unos minutos, empecé a añorar la película de Gibson, porque aquélla era aún más horrorosa: ¡Jesús cantando grandes éxitos!

El actor que lo interpretaba hacía más muecas que Louis de Funès, y también se le parecía. Sólo lo superaba el actor negro que interpretaba a Judas y bailaba por ahí con un modelito rojo de lo más discotequero.

Al cabo de un cuarto de hora, quitamos la película y miramos
La última tentación de Cristo
, de Martin Scorsese. Me gustó mucho más que las dos anteriores: en ésta, Jesús era de verdad un hombre. Vale, un hombre neurótico. Pero un hombre. ¿Quién no acabaría así con un padre tan dominante?

En la película, cuando ya estaba en la cruz, le ofrecían la posibilidad de casarse con María Magdalena y ser un mortal corriente, y esa escena te emocionaba. Te daban ganas de gritar: «¡Hazlo!».

Naturalmente, comprendí que la María de que me había hablado Jesús durante nuestra cita tenía que ser María Magdalena: le pregunté a Michi, muy versado en la Biblia, qué era exactamente: ¿Prostituta? ¿Esposa? ¿Amante? ¿Bailarina de
groovy-boogie
?

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