Jesús me quiere (23 page)

Read Jesús me quiere Online

Authors: David Safier

Tags: #Humor

BOOK: Jesús me quiere
6.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Eh, tú, choco!

Satanás dejó de concentrarse en sus pensamientos. Dos
skinheads
adolescentes se le acercaron. Normalmente, los idiotas de los
skins
eran uno de sus grupos
meta
, y tener que vérselas en el infierno con tipos de esa calaña era otro aspecto de su trabajo que cada vez lo deprimía más… Pero aquellos
skinheads
iban en plan de bronca.

—Lárgate de nuestro pueblo, ¡negrata! —amenazó el más fuerte de los dos.

—Hazme el favor de correr a toda pastilla contra esa pared —le indicó Satanás con su voz femenina de cantante soul, y el
skin
, como le habían indicado, tomó carrerilla para lanzarse contra la pared de ladrillo más cercana.

Al verlo, el otro
skin
palideció.

—Y tú —le dijo Satanás— ve al gimnasio de kung-fu más cercano y dile al gran maestro: ¡amarillo de mierda!

—Eso está hecho —asintió el
skin
, y echó a correr.

Entonces Kata salió por fin de la consulta. No se fijó en el
skin
tendido en el suelo. Se sentía demasiado confusa. También se sentía aliviada, pero principalmente confusa. ¡El tumor había desaparecido! De manera milagrosa. Era increíble. ¿Tenían algo que ver con ello el
friki
de Jesús o el chiflado de Clooney? De repente vio a Alicia Keys. Kata se frotó los ojos.

—Hola —dijo Alicia Keys.

—Hola… —contestó Kata, no había motivos para ser maleducada.

—¿Me permites que me presente? Soy Satanás —declaró Alicia Keys.

Como prueba, se transformó, acompañado por un horrible olor a azufre, en un ser con el rostro de color rojo sangre, cuernos, pezuñas y un rabo bastante feo. Alrededor de su cuerpo ardían llamas que, evidentemente, no quemaban a Satanás. Se mostró así sólo durante unos breves instantes, luego se transformó de nuevo en Alicia Keys y las llamas también desaparecieron. Cuando el olor a azufre se disipó y Kata recuperó el habla, dijo valerosa:

—Guau, unos efectos especiales buenísimos.

—Y tengo tu alma —dijo Alicia, sonriendo irónica.

Kata tragó saliva, le estaba entrando miedo de verdad. Y eso que, hasta un segundo antes, nunca había creído que existiera algo como el alma.

—Me figuro lo que estás pensando ahora —dijo Satanás sonriendo irónicamente—. Tienes la sensación de que te he embaucado. Pero
c'est la vie
, soy Satanás, y lo de engañar y ser engañado forma parte de la naturaleza del mundo. Seguro que también piensas que podrás recuperar tu alma engañándome a mí. Es lo que piensan todos, pero nadie lo ha conseguido aún.

Kata torció el gesto.

—Me figuro también lo que estás pensando ahora. Que tú serás la primera en conseguirlo. Es lo que esperan todos. Habéis leído demasiadas novelas y habéis visto demasiadas películas donde salen bien cosas tan poco realistas.

Alicia Keys sonrió mientras Kata pensaba que su hermana probablemente estaría con el verdadero Jesús. A lo mejor podía ayudarla. Tenía que ir corriendo a ver a Marie y…

Pero Satanás no tenía en mente dejarla marchar.

—Ahora voy a presentarte a los otros jinetes —dijo Satanás.

—¿Jinetes?

Kata no entendía nada. ¿Qué quería Satanás? ¿Que lo acompañara a la caza del zorro?

Satanás chasqueó los dedos y, de repente, Kata ya no estaba con él delante de la consulta del médico, sino sentada a una mesa en la terraza de la heladería de Malente. Y no estaban solos.

—Permíteme que te presente —dijo Satanás—, este caballero será el jinete apocalíptico llamado Guerra…

Y señaló al ex novio de Marie, Sven.

—… y este de aquí será el jinete apocalíptico llamado Hambre.

Señaló a un hombre vestido de sacerdote y calzado con zapatillas deportivas.

—Y tú serás el jinete llamado Enfermedad.

Kata no entendía ni la mitad de lo que estaban hablando. Sólo sabía una cosa: quería salir de aquel numerito.

—¡Yo me largo! —dijo con todo el coraje que pudo reunir.

—Yo que tú no lo haría —advirtió Alicia Keys sonriendo.

—Si no lo he entendido mal —objetó Kata—, tendrás mi alma cuando me muera. O sea que, hasta entonces, puedo hacer lo que quiera. Por ejemplo, irme.

—Sí, pero puedo matarte en cualquier momento —dijo Satanás sonriendo, y de su mano femenina, negra y con una manicura perfecta, brotó una bola de fuego.

—Eso debe de ser muy útil cuando el encendedor del coche no funciona —replicó Kata tragando saliva.

—Y cuando estés muerta, tendré tu alma y, como castigo por haberte enfrentado a mí, sufrirás eternamente los dolores de tu tumor.

Un temor irrefrenable invadió a Kata, ¿tendría esos dolores eternamente? El miedo no le hizo perder completamente los estribos porque se aferró a una única y pequeña esperanza: ser la primera persona que conseguiría recuperar el alma engañando a Satanás.

Capítulo 45

Después del beso me quedé como atontada. Joshua también. Estuvimos un buen rato mirando fijamente el lago. Ya no éramos Marie y el Mesías. Éramos simplemente dos treintañeros confundidos.

—Perdona, perdona, no ha sido una buena idea por mi parte —balbuceé finalmente.

—Una idea disparatada —confirmó él con voz insegura.

—La idea más disparatada del mundo —añadí por mi parte.

—No, ésa fue la ocurrencia de Pedro de que él también podía caminar sobre las aguas. —Joshua esbozó una sonrisa.

Sí, sonrió. Levemente, pero sonrió. ¿No estaba enfadado conmigo?

—¿No estás enfadado conmigo?

Titubeó un poco y luego dijo:

—No, no lo estoy.

¡No lo estaba!

¿Qué significaba eso? ¿Le había gustado el beso? ¿Quería más? ¡Yo sí quería más! Pero ¿debía desafiar mi suerte? ¿Intentarlo de nuevo?

No tenía tanto valor. Decidí continuar mirando confundida el lago.

* * *

—A veces… —Joshua empezó a hablar, pero se interrumpió enseguida.

—¿A veces…?

—A veces me pregunto si detrás del Juicio Final no se ocultará otro plan divino y quizás el castigo eterno no caerá sobre los pecadores.

—¿Otro plan? —pregunté.

—No sé cuál…, pero los caminos de Dios son extraordinarios.

—Más bien extravagantes…

—¿Qué?

—Ejem…, nada, nada.

Volvimos a contemplar confundidos el lago. Y luego, como si el beso me hubiera quitado el velo de los ojos, vi de golpe una salida a todo aquel dilema.

—¿Por qué no recorres el mundo durante unos años?

Joshua me miró sorprendido.

—¿Insinúas que aplace el Juicio Final?

—Exacto, así podrás enseñar a la gente a vivir de acuerdo con el sermón de la montaña —expliqué muy emocionada—, y salvarás a unas cuantas almas más.

La idea pareció entusiasmar también a Joshua.

—Es una idea magnífica.

Y a mí me entusiasmó la idea de que una idea mía le entusiasmara.

—¿Me acompañarías? —preguntó.

¿Quería que fuera con él? ¿De discípula? En lo más hondo de mi ser noté que no tenía madera para convertirme en una discípula de primera.

—Ejem…, no tendré que dormir en cuevas, ¿verdad? —pregunté.

—No —se echó a reír—, no tendrás que dormir en cuevas.

—Entonces… me encantaría.

Nos sonreímos. Su sonrisa era tan formidable. Habría cogido de nuevo su rostro entre mis manos y le habría dado otro beso. Pero me reprimí con todas mis fuerzas.

—¿Por qué te sientas encima de las manos? —preguntó perplejo.

—Es que… —farfullé.

Volvimos a quedarnos callados y Joshua dijo de repente:

—Me gustaría cogerte la mano.

—Pues… hazlo —lo invité con el corazón latiéndome a mil de la emoción.

—Estás sentada encima.

—Oh…, ah, sí… —balbuceé, y liberé mis manos.

Estuvimos sentados de nuevo cogidos de la mano en la pasarela. Yo era feliz. Y él también. Gracias a mi propuesta, parecía haber encontrado el equilibrio, porque en ese instante era el Mesías y Joshua a partes iguales.

* * *

Al cabo de unos minutos maravillosos de estar sentados juntos en la pasarela, volvió a llegar la hora de una de mis actuaciones favoritas de «soy capaz de destrozar cualquier momento hermoso».

—¿Dios no tendrá nada en contra? —pregunté, refiriéndome tanto a estar cogidos de la mano como a su nuevo plan de recorrer el mundo.

—Le rezaré para pedírselo y espero que será comprensivo —contestó Joshua. Parecía muy confiado y decidido. Sólo noté que estaba un poco inseguro por el hecho de que dejó de estrecharme la mano—. Te agradecería que me dejaras solo para orar.

—Sí, claro, claro… —contesté, y me fui de la pasarela, aunque me costara horrores separarme de él.

Caminé por el paseo del lago, imaginando cómo podría cambiar mi vida: ¡Marie, de Malente, recorrería el mundo con Jesús! Sonaba absurdo. Pero también maravilloso. Joshua y yo, ¿volveríamos a besarnos en ese viaje? La sola idea me excitó, me calenté con el pensamiento… Claro que también podía deberse a la zarza que se puso a arder de golpe delante de mí.

* * *


¡MARIE!
—dijo una voz de repente. Era imponente, temible y maravillosa a la vez. Pero, sobre todo, ¡SALÍA DE LA PUÑETERA ZARZA!

Escruté la zona con la vista, buscando altavoces o algo por el estilo.


TENEMOS QUE HABLAR
.

No había altavoces. Era realmente la zarza la que hablaba.

—¿Eres quien temo que eres…? —le pregunté a la zarza ardiente y, por primera vez en mi vida, hablé con una planta.


SÍ, SOY YO
.

Capítulo 46

—Scotty a puente.

—¿Qué ocurre? —preguntó Kirk.

—¡Dimito!

* * *


APARTAS A MI HIJO DE SU MISIÓN
.

No sabía qué tenía que responder, cómo tenía que hablarle a Dios. Por instinto, quise disculparme humildemente, pero mi voz…

—Cr… s… —falló por completo.


RESPONDE
.

—Cr… s…


NO TENGAS TEMOR DE MÍ
.

¡Ja, muy gracioso!


¿TE GUSTARÍA CONVERSAR EN OTRO AMBIENTE?

—Cr… s… —contesté, mientras intentaba algo así como asentir con la cabeza.


REACCIONAS IGUAL QUE MOISÉS…
—dijo la zarza, y en su voz sonó un deje de diversión. Una voz que, sin embargo, no le pegaba nada a la zarza.

* * *

Un instante después, el paseo del lago había desaparecido y me encontraba en una casa de la campiña inglesa, al estilo de las que conocemos por las adaptaciones al cine de las obras de Jane Austen, como
Sentido y sensibilidad
. Los muebles eran del siglo XIX, un aroma de té negro y de exquisitas orquídeas flotaba en el aire y yo incluso llevaba un precioso vestido de época, beige y con un corsé que, por suerte, no me apretaba, sino que envolvía mis michelines con la suavidad de la seda. A través de la ventana se veía un jardín con un césped que nadie en el mundo sabía cortar con una precisión tan milimétrica, excepto los jardineros ingleses. Naturalmente, sabía que no estaba en nuestro mundo: Dios había elegido un ambiente que siempre me había parecido hermosísimo cuando lo veía en las películas y al que iba en sueños de vez en cuando. Quizás Dios lo había creado especialmente para mí o quizás aquel lugar sólo existía en mi imaginación. De hecho, me daba igual, mientras no volviera a aparecérseme en forma de zarza ardiente.

Di unos golpecitos sobre una mesa de madera que, lo fuera o no, al tacto parecía de lo más real. Salí a la terraza por una puerta vidriera, me senté en una tumbona anticuada, pero comodísima, disfruté del calor de los rayos de sol en mi cara y escuché el canto de los pájaros. Aquella maravillosa tarde de finales de estío en la campiña actuaba como un bálsamo en mi alma confundida. Lo único que aún me inquietaba un poco era el hecho de que Dios hubiera sabido que yo siempre había querido corretear por una casa de campo inglesa del siglo XIX. En teoría, tenía muy claro que Dios conocía todos nuestros secretos; de lo contrario, no lo habrían llamado el Omnisciente, sino, a lo sumo, el Semisciente; pero darme cuenta en la práctica de que estaba enterado de mi afición por las películas de Jane Austen, me avergonzó, sobre todo porque recordé que en mis tiempos de soltera desesperada había tenido fantasías eróticas con el señor Darcy.

Con todo, era imposible avergonzarse o preocuparse durante mucho rato en aquel maravilloso jardín.

—¿Estás bien? —preguntó una voz detrás de mí cuando por fin me sentí totalmente relajada a la luz del sol crepuscular.

Una mujer de mi edad salió de la casa a la terraza. Era clavada a Emma Thompson, llevaba un adorable vestido antiguo, de un blanco radiante y largo hasta los pies, y lucía la sonrisa más afable que jamás había visto.

—Estoy muchísimo mejor —contesté.

—Fantástico —replicó Emma.

—Sí, lo es —ratifiqué.

—¿Te apetece un té Darjeeling?

En realidad, yo era más de café, sobre todo de
latte macchiato
, pero como eso no encajaba en el ambiente de la campiña inglesa, contesté:

—Sí, gracias.

Emma Thompson cogió una tetera de una mesita auxiliar con tres patas que yo no había visto antes (¿quizás acababa de aparecer?), y me sirvió el té en una taza de porcelana fina con dibujos de florecillas rojas. Tomé un sorbo y, sorprendentemente, sabía a
latte macchiato
, para ser exactos, al mejor
latte
que jamás había tomado.

—Creo que prefieres el té así —dijo Emma Thompson sonriendo. Sonreía de una manera tan hermosa, afable, casi cariñosa, que no pude evitar devolverle la sonrisa.

—¿Es esto el cielo? —quise saber.

—No, esto lo he creado especialmente para ti.

—Tiene que ser práctico ser Dios —contesté contemplando el magnífico jardín.

—Sí, lo es —dijo sonriendo Emma/Dios.

—¿Siempre eres una mujer? —Gracias a aquel ambiente maravilloso, no me dio miedo plantear la pregunta.

—Podría mostrarte mi verdadero aspecto, pero es mejor que no lo haga.

—¿Por qué no?

—Porque perderías la razón al instante.

—Es un buen argumento —repliqué, y volví a sentir un poco de miedo.

Así pues, renuncié a seguir haciendo preguntas de las que siempre había deseado conocer la respuesta: ¿Qué había antes de que Dios creara el universo? ¿Existe de verdad el paraíso? ¿En qué demonios estaba pensando al inventar la menstruación?

Other books

The Last Days of Disco by David F. Ross
A Private Haunting by Tom McCulloch
Captives by Murdoch, Emily
Night of the Purple Moon by Cramer, Scott
The Woman on the Train by Colley, Rupert
A Perfect Storm by Phoebe Rivers and Erin McGuire
Wounded by Jasinda Wilder
Murder on Astor Place by Victoria Thompson
Murder in the Garden of God by Eleanor Herman