Juego de Tronos (50 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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—Matadlo —siseó desde el fondo una borracha sucia.

Otras voces la secundaron, más deprisa de lo que parecía imaginable. Eran desconocidos que hasta hacía un instante se habían mostrado amistosos y ahora pedían a gritos su cabeza.

—Si Lady Stark cree que debo responder de algún crimen —dijo Tyrion alzando la voz y procurando que no le temblara—, la acompañaré de buena gana.

Era la única salida posible. Tratar de abrirse camino por la fuerza era un suicidio seguro. Más de una docena de espadas se habían desenfundado como respuesta a la petición de ayuda de la Stark: el hombre de los Harrenhal, los tres Bracken, un par de mercenarios desabridos que, por su aspecto, lo matarían en cuanto hiciera algo, aunque fuera escupir, y unos cuantos campesinos idiotas que, obviamente, no tenían ni idea de qué hacían. ¿Y qué tenía Tyrion a su favor? Una daga colgada del cinturón y dos hombres. Jyck manejaba bien la espada, pero Morree ni contaba; era parte mayordomo, parte cocinero y parte ayuda de cámara, no soldado. En cuanto a Yoren, fueran cuales fueran sus sentimientos, no haría nada: los hermanos negros juraban no tomar partido en las disputas del reino.

Y así fue, el hermano negro se apartó a un lado con discreción cuando intervino el anciano caballero que acompañaba a Lady Catelyn Stark.

—Desarmadlos —dijo; el mercenario llamado Bronn se adelantó para cogerle la espada de la mano a Jyck y quitarles las dagas—. Bien —asintió el anciano. La tensión en la sala común había cedido de manera palpable—. Excelente.

Tyrion reconoció entonces la voz gruñona del maestro de armas de Invernalia, sólo que sin bigotes.

—¡No lo matéis aquí! —suplicó a Catelyn la posadera con una lluvia de salivillas teñidas de escarlata.

—No lo mates en ninguna parte —puntualizó Tyrion.

—Lleváoslo a otro sitio, mi señora, nada de sangre aquí, por favor, nada de peleas de grandes señores.

—Nos lo llevamos a Invernalia —dijo ella.

«Bueno, tal vez...», pensó Tyrion. Para entonces ya había tenido ocasión de echar un vistazo detenido a la estancia y valorar así su situación. Lo que vio no le resultó del todo desalentador. Sí, la Stark había sido lista, sin duda. Los había obligado a recordar en público los juramentos que sus respectivos señores habían prestado a su padre, y luego les pidió socorro, claro, porque era mujer. Sí, muy inteligente. Pero no había tenido tanto éxito como creía. En la sala común había casi cincuenta personas, y la súplica de Catelyn Stark apenas había puesto en pie a una docena. Los demás parecían confusos, o asustados, algunos hasta hoscos. Tyrion advirtió que sólo dos de los Frey se habían movido, y eso para volver a sentarse enseguida cuando vieron que su capitán no se levantaba. Si se hubiera atrevido habría esbozado una sonrisa.

—De acuerdo, vayamos a Invernalia —dijo. El camino era largo, lo sabía bien porque llegaba de allí. Y en un camino largo podían suceder muchas cosas—. Mi padre querrá saber qué me ha pasado —siguió al tiempo que establecía contacto visual con el hombre que se había ofrecido a cederle su habitación—. Pagará una cantidad muy generosa a quien le lleve la noticia de lo que ha pasado esta noche. —No era cierto, desde luego, pero Tyrion compensaría al mensajero cuando recuperase la libertad.

—También nos llevaremos a sus hombres —anunció Ser Rodrik mirando a su señora. Parecía preocupado, y tenía motivos—. Y os estaremos agradecidos a los demás si guardáis silencio acerca de lo que habéis visto.

Tyrion tuvo que contenerse para que no se le escapara una carcajada. ¿Silencio? Viejo idiota... A menos que se llevaran a todos los presentes, la noticia empezaría a correr en cuanto salieran por la puerta. El jinete que llevaba la moneda de oro en el bolsillo volaría como una flecha a Roca Casterly. Y si no, otro lo haría. Yoren contaría la historia en el sur. Aquel juglar idiota también le sacaría partido. Los Frey informarían a su señor, y sólo los dioses sabían qué haría él. Lord Walder Frey era abanderado de Aguasdulces, sí, pero también era un hombre cauteloso que había llegado a su avanzada edad porque siempre se aseguraba de estar en el bando del vencedor. Como mínimo enviaría un pájaro mensajero a Desembarco del Rey, y quizá llegara incluso más lejos.

—Tenemos que ponernos en marcha de inmediato. —Catelyn Stark no era mujer que perdiera el tiempo—. Necesitamos caballos descansados, y provisiones para el camino. Vosotros, sabed que contáis con la gratitud eterna de la Casa Stark. Si alguno quiere acompañarnos para vigilar a nuestros cautivos hasta Invernalia, será bien recompensado, lo garantizo.

No hizo falta más. Los muy idiotas se abalanzaron sobre la oportunidad. Tyrion examinó sus rostros, y se prometió a sí mismo que serían bien recompensados, aunque no de la manera que imaginaban.

Pero, mientras lo sacaban en vilo al exterior, ensillaban los caballos bajo la lluvia y le ataban las manos con soga basta, Tyrion Lannister no sentía verdadero temor. Antes de que acabara el día los jinetes saldrían en pos de ellos, los pájaros surcarían el cielo, y sin duda alguno de los señores que vivían cerca del río tendría tantas ganas de ganarse el favor de su padre como para echarle una mano. Todavía se estaba congratulando por su astucia cuando alguien le echó una capucha sobre los ojos y lo alzó a la silla del caballo.

Emprendieron el galope bajo la lluvia, y antes de que pasara mucho tiempo Tyrion tenía calambres en los muslos y las nalgas le palpitaban de dolor. Incluso cuando estuvieron a buena distancia de la posada, y Catelyn Stark les permitió avanzar al trote, el viaje era duro, por terreno escabroso, y todo lo empeoraba la imposibilidad de ver. La capucha amortiguaba también los ruidos, así que no alcanzaba a entender lo que se decía a su alrededor; la lluvia empapaba la tela y hacía que se le pegara a la cara, hasta el punto de que le costaba trabajo respirar. La soga le estaba dejando las muñecas en carne viva, y sentía como si le apretara más y más a medida que pasaba la noche. «Estaba a punto de sentarme ante un fuego y una gallina asada y ese condenado bardo fue y abrió la boca», pensó con disgusto. El condenado bardo los acompañaba en el viaje. «De esto va a salir una gran canción, y yo seré el que la componga», había dicho a Catelyn Stark, al tiempo que anunciaba su intención de cabalgar con ellos para ver cómo terminaba aquella aventura fascinante. Tyrion sospechaba que al muchacho no le iba a parecer nada fascinante la aventura cuando los alcanzaran los jinetes de los Lannister.

Por fin había escampado, y la luz del amanecer se filtraba a través de la tela húmeda que le cubría los ojos cuando Catelyn Stark dio al fin orden de desmontar. Unas manos bruscas lo apearon del caballo, le desataron las muñecas y le arrancaron la capucha de la cabeza. Cuando vio el estrecho sendero pedregoso, las colinas escarpadas a su alrededor y los picos nevados a lo lejos, en el horizonte, sus esperanzas se desvanecieron de inmediato.

—Esto es el camino alto —farfulló al tiempo que miraba a Lady Stark con ojos acusadores—. Es el camino hacia oriente. ¡Dijisteis que iríamos a Invernalia!

—Lo dije, sí, varias veces, y muy alto —asintió Catelyn Stark dedicándole la más leve de las sonrisas—. No me cabe duda de que vuestros amigos irán en esa dirección cuando empiecen a perseguirnos. Les deseo un buen viaje.

Incluso días después, el recuerdo de aquel momento le haría sentir una rabia amarga. Tyrion se había enorgullecido toda la vida de su astucia, era el único don que le habían dado los dioses, pero aquella loba siete veces maldita de Catelyn Stark había sido más lista que él. Aquello le dolía más que el secuestro.

Se detuvieron el tiempo justo para alimentar y abrevar a los caballos, y emprendieron la marcha de nuevo. No volvieron a ponerle la capucha a Tyrion. Después de la segunda noche tampoco se molestaron en atarle las manos, y una vez ganaron altura apenas si lo vigilaban. Por lo visto no temían que escapara. ¿Y por qué iba a ser de otra manera? Allí el terreno era abrupto y escarpado, el camino alto se convertía en un sendero pedregoso. Si escapaba, ¿hasta dónde podría llegar, solo y sin provisiones? Los gatosombras lo devorarían, y los clanes que habitaban en los refugios de la montaña eran simples grupos de bandoleros y asesinos que no acataban más ley que la de la espada.

Pero aun así, la Stark los hacía avanzar sin reposo. Tyrion sabía hacia dónde se dirigían. Lo había sabido desde el momento en que le quitaron la capucha. Aquellas montañas eran los dominios de la Casa Arryn, y la viuda de la antigua Mano era una Tully, la hermana de Catelyn Stark... y poco amiga de los Lannister. Tyrion apenas había tratado a Lady Lisa durante los años que pasara en Desembarco del Rey, y no sentía las menores ganas de retomar la relación.

Sus secuestradores estaban agrupados en torno a un riachuelo, poco más abajo del camino alto. Los caballos habían bebido a placer de las aguas gélidas, y en aquel momento pastaban la hierba parda que crecía en las grietas de las rocas. Jyck y Morree estaban sentados muy juntos, hoscos y deprimidos. Mohor estaba de pie junto a ellos, se apoyaba sobre la lanza y lucía en la cabeza un casco de hierro redondo que más bien parecía un cuenco. Cerca de allí Marillion, el bardo, engrasaba su lira y se quejaba de que la humedad estaba dañando las cuerdas.

—Tenemos que descansar un poco, mi señora —le estaba diciendo Ser Willis Wode a Catelyn Stark cuando Tyrion se aproximó a ellos. Era uno de los hombres de Lady Whent, un caballero rígido e impasible que había sido el primero en levantarse en apoyo de Catelyn Stark en la posada.

—Ser Willis está en lo cierto, mi señora —intervino Ser Rodrik—. Ya hemos perdido tres caballos...

—Los caballos no serán lo único que perdamos si los Lannister nos alcanzan —les recordó la mujer.

Tenía el rostro demacrado y curtido por el viento, pero no había perdido ni un ápice de su decisión.

—No parece muy probable —señaló Tyrion.

—La señora no te ha pedido tu opinión, enano —le espetó Kurleket, un hombretón gordo de pelo cortado a cepillo y rostro porcino. Estaba al servicio de los Bracken, concretamente de Lord Jonos. Tyrion se había tomado un interés especial en memorizar todos sus nombres, para poder agradecerles más adelante el trato cortés que le habían dado. Un Lannister siempre pagaba sus deudas. Kurleket lo descubriría tarde o temprano, al igual que sus amigos Lharys y Mohor, y el buen Ser Willis, y los mercenarios Bronn y Chiggen. Tenía preparada una lección muy especial para Marillion, el de la lira y la voz dulce de tenor, que tanto se esforzaba en rimar «enano» con «fulano», y «cojo» con «despojo», para preparar el canto sobre su humillación.

—Dejad que hable —ordenó Lady Stark.

Tyrion Lannister se sentó en una roca.

—A estas alturas los soldados de mi familia deben de estar cruzando el Cuello al galope por el camino Real, en pos de vuestro bulo... eso si se han puesto en marcha, cosa que no es segura en modo alguno. Oh, no me cabe duda de que mi padre habrá recibido la noticia... pero el amor que siente hacia mí es bien limitado, y no estoy seguro de que se vaya a tomar muchas molestias. —Aquello era mentira sólo a medias; a Lord Tywin Lannister le importaba un bledo su hijo deforme, pero no toleraba el menor insulto contra el honor de su Casa—. Estamos en tierras crueles, Lady Stark. No encontraréis amparo ni auxilio hasta que no lleguéis al Valle. Y lo peor es que os arriesgáis a perderme a mí. Soy pequeño, no muy fuerte, y si muero... ¿de qué habrá servido todo?

Lo que decía era verdad; Tyrion no sabía cuánto tiempo más podría resistir aquel ritmo.

—Podría contestaros que mi deseo es que muráis, Lannister —replicó Catelyn Stark.

—No lo creería —replicó Tyrion—. Si me quisierais ver muerto sólo tendríais que dar la orden, y cualquiera de vuestros incondicionales amigos me proporcionaría de buena gana una gran sonrisa roja. —Miró a Kurleket, pero aquel hombre era demasiado obtuso como para captar el sarcasmo.

—Los Stark no matamos a hombres indefensos.

—Tampoco yo —dijo—. ¿Cuántas veces he de decirlo? No tuve nada que ver en el intento de asesinato de vuestro hijo.

—El asesino iba armado con vuestra daga.

—No era mi daga —insistió Tyrion; sintió que la sangre se le subía a la cabeza—. ¿Queréis que os lo vuelva a jurar? Penséis lo que penséis de mí, Lady Stark, no soy ningún imbécil. Y sólo un idiota entregaría a un patán su arma. —Por un instante, le pareció ver la sombra de una duda en los ojos de la mujer, pero ésta se repuso.

—¿Por qué iba a mentirme Petyr?

—¿Por qué caga un oso en el bosque? —replicó—. Porque está en su naturaleza. A los hombres como Meñique les cuesta menos mentir que respirar. Vos deberíais saberlo mejor que nadie.

—¿Qué queréis decir, Lannister? —La mujer dio un paso hacia él con el rostro tenso.

—Vaya —dijo Tyrion inclinando la cabeza a un lado—, pues que en la corte todo el mundo le ha oído contar cómo le entregasteis vuestra virtud, mi señora.

—¡Mentira! —gritó Catelyn Stark.

—Enano malvado... —dijo Marillion, conmocionado.

—Sólo tenéis que dar la orden, mi señora —dijo Kurleket mientras desenfundaba el puñal, un arma de hierro negro y aspecto sanguinario—, y pondré a vuestros pies esa lengua mentirosa. —Le brillaban los ojillos de cerdo de anticipación ante la perspectiva.

—En el pasado, Petyr Baelish me amaba. —Catelyn Stark miraba a Tyrion. Tenía los ojos más fríos que había visto en la vida—. No era más que un niño. Su pasión fue una tragedia para todos nosotros, pero era sincera y pura, y no algo de lo que se pueda hacer mofa. Quería mi mano. Ésa es la única verdad. Realmente sois un hombre malvado, Lannister.

—Y vos sois una mujer estúpida, Lady Stark. Meñique nunca ha amado a nadie que no fuera Meñique. Y os aseguro que de lo que alardea no es de vuestra mano, sino de esos pechos redondos, de esa boca dulce y del calor que hay entre vuestras piernas.

Kurleket lo agarró por el pelo y le tiró de la cabeza hacia atrás hasta dejarle la garganta al descubierto. Tyrion sintió el beso frío del acero bajo la barbilla.

—¿Lo rajo, mi señora?

—Si me matas, la verdad muere conmigo —jadeó Tyrion.

—Dejad que hable —ordenó Catelyn Stark.

Kurleket soltó el pelo de Tyrion de mala gana. Éste inhaló una bocanada de aire fresco.

—¿Cómo os dijo Meñique que llegó a mi poder esa daga? Decídmelo.

—Dijo que se la habíais ganado en una apuesta, durante el torneo del día del nombre del príncipe Joffrey.

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