Arya no lo había visto jamás, de eso estaba convencida. Era obeso hasta límites repugnantes, pero caminaba con paso ligero y apoyaba su peso en las puntas de los pies, como haría un danzarín del agua. Los anillos que lucía brillaban a la luz de la antorcha, eran de oro rojo y plata blanca, con incrustaciones de rubíes, zafiros y ojos de tigre. Tenía al menos un anillo en cada dedo; en algunos, dos.
—Aquello fue entonces, y esto es ahora. Y esta Mano no es igual que la otra —dijo el hombre de la cara marcada mientras se dirigían hacia el pasillo.
«Inmóvil como una piedra —se dijo Arya—, silenciosa como una sombra.» Los hombres, deslumbrados por el resplandor de su antorcha, no la vieron pese a la escasa distancia.
—Es posible —dijo el de la barba de dos puntas, que se había detenido para recuperar el aliento tras el largo ascenso—. Pero, sea como sea, necesitamos tiempo. La princesa está preñada. El
khal
no hará nada antes de que nazca su hijo. Ya sabes cómo son estos salvajes.
El hombre de la antorcha empujó algo. Arya oyó una especie de retumbar. Desde el techo se deslizó una enorme losa de roca que a la luz de la antorcha parecía de color rojo. El estrépito estuvo a punto de hacerla gritar. Donde antes había estado la boca del pozo, sólo se veía piedra maciza.
—Pues si no hace algo pronto, será demasiado tarde —replicó el hombre gordo del casco de acero—. Esto ya no es un juego para dos jugadores, si es que lo fue alguna vez. Stannis Baratheon y Lysa Arryn han escapado de mi alcance, y los rumores dicen que están reuniendo ejércitos. El Caballero de las Flores ha escrito a Altojardín para apremiar a su padre para que envíe a la corte a su hermana. La niña es una doncella de catorce años, dulce, hermosa y manipulable. Lord Renly y Ser Loras quieren que Robert se acueste con ella, la despose y la nombre reina. En cuanto a Meñique... las intenciones de Meñique sólo las conocen los dioses. Pero el que me quita el sueño es Lord Stark. Ya tiene al bastardo, ya tiene el libro, dentro de poco tendrá la verdad en sus manos. Y ahora, gracias a la intromisión de Meñique, su esposa ha secuestrado a Tyrion Lannister. Lord Tywin lo considerará un insulto, y Jaime siente un extraño afecto por el Gnomo. Si los Lannister van al norte, los Tully harán lo mismo. Tú dices que debemos demorarlo todo. Yo digo que todo lo contrario. Ni el mejor malabarista puede mantener en el aire cien pelotas a la vez durante mucho tiempo.
—Tú eres mucho más que un malabarista, amigo mío. Eres un verdadero mago. Sólo te pido que sigas ejerciendo tu magia un poco más de tiempo. —Echaron a andar por el pasillo por el que había llegado Arya, hacia la habitación de los monstruos.
—Haré lo que pueda —dijo en voz baja el que llevaba la antorcha—. Necesito oro y otros cincuenta pájaros.
La niña dejó que se adelantaran, y caminó a hurtadillas tras ellos. «Silenciosa como una sombra.»
—¿Tantos? —Las voces eran más tenues a medida que la luz se alejaba de ella—. Los que quieres tú no son tan fáciles de encontrar... Demasiado jóvenes para saber las palabras... quizá un poco mayores... no se morirían tan a menudo...
—No... más jóvenes son más seguros... trátalos bien...
—... si conservan las lenguas...
—... es un riesgo...
Mucho después de que las voces se perdiera a lo lejos, Arya alcanzaba todavía a divisar la luz de la antorcha, como una estrella humeante que le marcaba el camino. Dos veces le pareció que desaparecía, pero ella siguió adelante, y en ambas ocasiones se encontró en la cima de las escaleras, empinadas y estrechas, mientras la luz brillaba mucho más abajo. En un momento dado tropezó con una roca y cayó contra la pared, y palpó con las manos tierra sostenida por vigas de madera, mientras que antes, el túnel era de piedra.
Caminó sigilosa tras ellos durante kilómetros y kilómetros. Por último los perdió, pero no era posible que se hubieran desviado, sólo podían haber seguido adelante. Tanteó de nuevo la pared y siguió caminando, ciega y extraviada. Se imaginó que
Nymeria
caminaba junto a ella en la oscuridad. Al final se encontró metida hasta las rodillas en un agua de olor repugnante, y deseó que pudiera danzar sobre aquella sustancia, como sin duda habría hecho Syrio. Se preguntaba si volvería a ver la luz. Ya era de noche cerrada cuando Arya salió al aire libre.
Descubrió que se encontraba en la salida de una alcantarilla, justo en el punto donde desembocaba en el río. Ella misma despedía un hedor tan repugnante que se desnudó allí mismo, dejó la ropa en la orilla y se sumergió en las aguas oscuras y negras. Nadó hasta que se sintió limpia, y salió del río tiritando. Por el camino cercano pasaban algunos jinetes, pero si se fijaron en la niña flaca que lavaba sus harapos a la luz de la luna, no dieron señales de ello.
Se encontraba muy lejos del castillo, pero en cualquier punto de Desembarco del Rey bastaba con alzar la vista para ver la Fortaleza Roja, en lo más alto de la colina de Aegon, así que no había manera de perderse. Ya tenía la ropa casi seca cuando llegó ante la torre de entrada. El rastrillo estaba bajado y las puertas cerradas, así que dio la vuelta para entrar por una poterna trasera. Los capas doradas que estaban de guardia se echaron a reír cuando les dijo que le abrieran.
—Lárgate —le dijo uno—. En la cocina ya no quedan sobras, y no se admiten mendigos después de anochecer.
—No vengo a mendigar —replicó ella—. Vivo aquí.
—He dicho que te largues. ¿O hace falta que te dé una bofetada para que me entiendas?
—Quiero ver a mi padre.
Los guardias se miraron.
—Yo quiero follarme a la Reina, y mira de lo que me sirve —dijo el más joven.
—¿Y quién es tu padre, chico? —preguntó el viejo con el ceño fruncido—. ¿El ratonero de la ciudad?
—La Mano del Rey —replicó Arya.
Los dos hombres se echaron a reír, y el mayor le lanzó un bofetada, casi de manera automática, igual que haría con un perro que lo molestara. Arya vio venir el golpe antes de que iniciara el movimiento. Danzó para apartarse del camino y no llegó a tocarla.
—No soy un chico —les espetó—. Soy Arya Stark de Invernalia, y si me ponéis una mano encima mi señor padre hará que pongan vuestras cabezas en la punta de una pica. Si no me creéis, id a buscar a Jory Cassel o a Vayon Poole, en la Torre de la Mano. —Se puso las manos en las caderas—. ¿Me abrís la puerta, o hace falta que os den una bofetada para que me entendáis?
Cuando Harwin y Tom
el Gordo
la acompañaron ante él, su padre estaba retirado en una habitación, con una lamparilla de aceite junto al codo. Leía el libro más grande que Arya había visto jamás, era un tomo gigantesco, grueso, con páginas de pergamino amarillo y quebradizo llenas de escritura ilegible, y tapas de cuero descolorido. Lo cerró para escuchar el informe de Harwin, y tenía el rostro tenso cuando dio las gracias a los hombres y ordenó que se retiraran.
—¿Te das cuenta de que la mitad de mi guardia te estaba buscando? —dijo Eddard Stark en cuanto se encontraron a solas—. La septa Mordane está al borde de un ataque. Lleva horas en el sept, rezando por que te encuentres bien. Arya, sabes de sobra que nunca puedes cruzar las puertas del castillo sin mi permiso.
—No he cruzado las puertas —replicó ella—. Bueno, sí las crucé, pero sin querer. Bajé a las mazmorras, y resultó que había un túnel, estaba todo oscuro y yo no tenía antorcha ni velas, así que tuve que seguir caminando. No podía volver por donde había entrado porque había monstruos. ¡Padre, hablaban de que querían matarte! Los monstruos no, los dos hombres. Ellos no me vieron porque me quedé quieta como una piedra y silenciosa como una sombra, pero yo los oí. ¡Dijeron que tenías un libro y un bastardo, y que si una Mano podía morir otra también! ¿Ése es el libro? ¿Y el bastardo es Jon?
—¿Jon? Arya, ¿se puede saber de qué hablas? ¿Quién dijo eso?
—Aquellos hombres —replicó la niña—. Había uno gordo con anillos y barba amarilla de dos puntas, y otro con cota de mallas y casco de acero, y el gordo dijo que tenían que retrasarlo, pero el otro dijo que no podía seguir haciendo juegos malabares, y que el lobo y el león se iban a enfrentar, y que esto ya no era un juego para dos jugadores. —Intentó recordar el resto. No había comprendido todo lo que había oído, y los conceptos se le mezclaban en la cabeza—. El gordo dijo que la princesa estaba preñada. El del casco de acero, que llevaba la antorcha, dijo que tenían que darse prisa. Me parece que era un mago.
—Un mago —dijo Ned sin sonreír—. ¿Llevaba barba larga y blanca, y sombrero puntiagudo adornado con estrellas?
—¡No! No era como en los cuentos de la Vieja Tata. No parecía un mago, pero el gordo dijo que era un mago.
—Arya, te lo advierto, como te estés inventando todo esto...
—No, ya te lo he dicho, estaba en las mazmorras, y había una pared secreta. Yo estaba cazando gatos, y entonces... —Frunció los labios. Si reconocía que había derribado al príncipe Tommen, su padre se iba a enfadar mucho con ella—. Y me colé por la ventana. Y allí estaban los monstruos.
—Monstruos y magos —dijo su padre—. Menuda aventura, ¿eh? ¿Y dices que hablaban de malabarismos, y de juegos?
—Sí —reconoció Arya—. Pero...
—Seguro que eran artistas ambulantes, Arya —la interrumpió su padre—. Ahora mismo hay más de una docena de compañías en Desembarco del Rey, han venido a sacar beneficio de las multitudes que asistan al torneo. No sé qué harían esos dos en el castillo; quizá el Rey les haya pedido que organicen un espectáculo.
—No —dijo la niña sacudiendo la cabeza, obstinada—. No eran...
—Y además, no deberías ir por ahí espiando a la gente, ni siguiendo a nadie. Tampoco me gusta que mi hija se cuele por ventanas y persiga gatos callejeros. ¿Has visto cómo estás, cariño? Tienes los brazos llenos de arañazos. Esto ya ha ido demasiado lejos. Dile a Syrio Forel que quiero hablar con él...
Lo interrumpió un golpe repentino en la puerta.
—Perdonad, Lord Eddard —dijo Desmond al tiempo que abría unos centímetros—, pero ha llegado un hermano negro, y suplica que lo recibáis. Dice que se trata de un asunto de gran urgencia. Pensé que querríais saberlo lo antes posible.
—Mi puerta siempre está abierta para la Guardia de la Noche —respondió su padre.
Desmond hizo pasar a un hombre encorvado y feo, de barba desaliñada y ropas sucias, pero su padre lo recibió con cordialidad y le preguntó su nombre.
—Yoren, señor, a vuestro servicio. Os pido perdón por lo avanzado de la hora. —Hizo una reverencia a Arya—. Y éste debe de ser vuestro hijo. Se os parece mucho.
—Soy una chica —replicó Arya, molesta. Si aquel viejo venía del Muro, sin duda habría pasado por Invernalia—. ¿Conoces a mis hermanos? —preguntó, nerviosa—. Robb y Bran están en Invernalia, y Jon en el Muro. Jon Nieve, él también está en la Guardia de la Noche, seguro que lo conoces, tiene un lobo huargo blanco con los ojos rojos. ¿Lo han nombrado ya explorador? Yo soy Arya Stark. —El viejo de las ropas malolientes le lanzó una mirada extraña, pero ella no podía dejar de hablar—. Cuando vuelvas al Muro, ¿le llevarás una carta mía a Jon? —¡Cuánto echaba de menos a su medio hermano en aquel momento! Él habría creído su historia acerca de las mazmorras, el gordo de la barba amarilla y el mago del casco de acero.
—Mi hija tiende a olvidar sus modales —dijo Eddard Stark, con una sonrisa que suavizaba las palabras—. Te ruego que la perdones, Yoren. ¿Te envía mi hermano Benjen?
—A mí no me envía nadie, mi señor, salvo el viejo Mormont. He venido a buscar hombres para el Muro, y en la audiencia con Robert me hincaré de rodillas y le suplicaré que nos ayude en estos momentos de necesidad; quizá el Rey y su Mano tengan algo de basura en las mazmorras y quieran librarse de ella. De todos modos, bien se podría decir que Benjen Stark es el motivo de esta conversación. Por sus venas corre sangre negra, así que lo considero tan hermano mío como vuestro. He venido por él. He cabalgado tanto que mi yegua acabó al borde de la muerte, pero he dejado bien atrás a los demás.
—¿Los demás?
—Mercenarios, jinetes libres, gentuza así —escupió Yoren—. Abarrotaban la posada, y vi que captaban el olor. El olor de la sangre, o el olor del oro, que al final son lo mismo. Pero no todos se dirigían a Desembarco del Rey. Algunos galopaban hacia Roca Casterly, que está más cerca. Podéis estar seguro de que Lord Tywin ya habrá recibido la noticia.
—¿Qué noticia? —Su padre tenía el ceño fruncido.
—Una noticia que sería mejor transmitir en privado, mi señor —contestó Yoren mirando a Arya—. Disculpad mi atrevimiento.
—Como quieras. Desmond, acompaña a mi hija a sus habitaciones. —La besó en la frente—. Mañana terminaremos nuestra charla.
—No le habrá pasado nada malo a Jon, ¿verdad? —preguntó Arya a Yoren sin moverse—. Ni al tío Benjen.
—Bueno, de Stark no tengo noticias, pero el chico, Nieve, se encontraba bien cuando partí del Muro. Ellos no son los que me preocupan.
—Vamos, mi señora —dijo Desmond tomándola de la mano—. Ya habéis oído a vuestro señor padre.
A Arya no le quedó más remedio que ir con él. ¡Ojalá se hubiera tratado de Tom
el Gordo
! Con Tom no le habría costado nada hacerse la remolona junto a la puerta, con cualquier excusa, para oír lo que dijera Yoren. Pero Desmond era demasiado testarudo.
—¿Cuántos guardias tiene mi padre? —le preguntó mientras bajaba por las escaleras hacia su dormitorio.
—¿Aquí, en Desembarco del Rey? Cincuenta.
—Y no dejaréis que nadie lo mate, ¿verdad?
—Por eso no temáis, joven señora. —Desmond se echó a reír—. Lord Eddard está bien guardado, día y noche. No le sucederá nada malo.
—Los Lannister tienen más de cincuenta hombres —señaló Arya.
—Cierto, pero cada norteño vale por diez espadas sureñas, así que podéis dormir tranquila.
—¿Y si enviaran a un mago para matarlo?
—Bueno... —dijo Desmond mientras desenfundaba la espada—, si le cortáis la cabeza a un mago, muere igual que cualquier otro hombre.
—Te lo suplico, Robert —rogó Ned—, piensa bien qué dices. ¡Hablas de asesinar a una niña!
—¡Esa puta está preñada! —El Rey descargó un puñetazo que resonó como un trueno sobre la mesa del Consejo—. Te lo avisé, Ned, te dije qué iba a pasar. Te lo dije durante el viaje, pero no me hiciste caso. Pues ahí lo tienes. Los quiero ver muertos, a la madre y al bebé, y al imbécil de Viserys también. ¿Te ha quedado claro? ¡Los quiero ver muertos!