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Authors: Ava McCarthy

Jugada peligrosa (9 page)

BOOK: Jugada peligrosa
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—¿Es un regalo de Navidad?

Ella lo apartó a un lado.

—Es para papá. Aún no se lo he dado.

—¿No está aquí?

—Estuvo jugando al póquer en Nochebuena. Seguramente aparecerá dentro de uno o dos días.

Dillon abandonó su tarea.

—¿Se perdió las navidades?

Ella se encogió de hombros.

—Como la mayoría de las veces.

Dillon se quedó callado un momento. Harry cogió el paquete para dejarlo sobre la cama y, al moverlo, se oyó el ruido de su contenido. Le había comprado a su padre un juego completo de póquer: seiscientas fichas de plástico, dos barajas de cartas y un grueso libro de instrucciones, todo ello dentro de un brillante estuche negro. Había ahorrado durante meses para comprarlo.

Dillon se concentró de nuevo en la pantalla. Entornó los ojos para inspeccionar un archivo y Harry forzó la vista para averiguar qué había captado su interés. Se trataba del código de una de las herramientas de
hackeo
que ella misma había diseñado.

Dillon dio unos golpecitos entrecortados sobre las teclas, cerró el archivo y abrió otro. Hizo avanzar el texto que apareció en la pantalla y seguidamente se detuvo a estudiarlo línea por línea. Mantuvo los ojos fijos en la pantalla y emitió un débil silbido.

Señaló una línea de código.

—¿Y cuál es la función de este trozo?

Harry lo leyó y empezó a explicarle cómo lo había diseñado atropellando las palabras, impaciente por comunicar sus ideas. Tuvo que inclinarse hacia él para alcanzar el teclado y percibió el calor de su cuerpo y el olor del aromático y suave jabón que usaba.

Cuando acabó, Dillon se quedó mirándola a la cara un buen rato.

—¿Has hecho todo esto tú sola?

—Sí. —Harry respiró hondo—. ¿Ahora puedo preguntarte yo algo?

—Claro.

No apartaba su mirada de la de Harry.

—¿Cómo has dado conmigo?

—Fue sencillo. Colgaste demasiada información sobre tu proeza en los tablones de noticias. Los de seguridad siempre estamos atentos a ese tipo de cosas. Si permaneces en línea durante un cierto tiempo, también podemos localizarte.

Harry se sintió como una estúpida. Así de simple. Había sido poco cuidadosa, pero al fin y al cabo no estaba acostumbrada a esconderse.

Dillon tecleó algo y cerró los archivos. Después, giró la silla para mirarla de frente. Cogió de nuevo el destornillador y comenzó a darle vueltas sobre el escritorio.

—Tocaste archivos de operaciones financieras que pertenecían a la Bolsa de Dublín —dijo—. ¿Sabes qué ocurrió cuando detectaron el error?

—No.

—El administrador de bases de datos casi pierde su empleo. —Dillon se inclinó hacia delante con expresión grave—. Sólo tiene veinticuatro años y su mujer está embarazada.

Harry bajó la cabeza. Sintió que la piel le ardía como si le estuviera brotando una molesta erupción.

—No pensé... Parecía algo sin importancia.

Dillon negó con la cabeza.

—No sólo estás jugando con ordenadores, también puedes arruinar la vida de la gente.

Harry no era capaz de mirarle.

—Lo siento.

—Explícame qué otros sistemas has dañado.

De repente, irguió la cabeza.

—Es la primera vez que hago algo así. Normalmente no causo ningún daño, sólo echo un vistazo.

La observó un momento. Ella no sabía si le creía. Dillon lanzó el destornillador sobre el escritorio con estrépito y se cruzó de brazos como si ya lo hubiera decidido.

—De acuerdo, ya he visto cómo lo haces. Ahora querría saber el porqué.

—Ya te lo he dicho.

—No, no lo has hecho. Tu respuesta ha sido una evasiva. Cuéntamelo otra vez, ¿por qué quieres ser
hacker
?

Harry tenía la mente en blanco. ¿Qué tipo de respuesta esperaba? Se sintió como si estuviera en el colegio y el profesor le planteara una serie de preguntas ideadas para conducirla a una única respuesta. Pero ¿cuál era?

Trató de analizar de qué modo se sentía cuando acometía alguna de sus hazañas.

—Bueno, está bien, es posible que me encante meterme en los sistemas y acceder a lugares a los que no debería entrar.

—Así que te gusta correr riesgos. ¿Por qué? ¿Te hace sentir poderosa?

Harry recordó cómo se le erizaba el vello de la nuca siempre que estaba a punto de conseguir introducirse en un sistema. Pensó en cómo la adrenalina corría por sus venas cuando abría la última puerta de alguna red. Tenía razón. Ser
hacker
le hacía sentir más poderosa que ninguna otra cosa en la vida. Pero había algo más.

Negó con la cabeza.

—Supongo que en parte sí. Pero sobre todo es que no creo a la gente cuando me asegura que no puedo acceder a un sistema. No tiene que ser cierto sólo porque un manual lo diga. —Se frotó la nariz como si de ese modo ordenara sus pensamientos—. Sé que siempre existe una manera de conseguirlo si tengo la paciencia suficiente.

—Entonces ¿es por la tecnología? ¿Quieres averiguar cuál es la clave de todo?

—Sí, algo así. Es como si... no sé. —Le miró a la cara—. Como buscar la verdad.

Los ojos de Dillon brillaban. Permaneció sentado y en silencio.

—Precisamente en eso consiste ser
hacker
. En buscar la verdad.

Se inclinó hacia delante apoyando los codos sobre las rodillas, con las manos juntas. Su cara estaba sólo a unos centímetros de la de Harry.

—La gente piensa que la labor de un
hacker
es sinónimo de destrucción, pero no pueden estar más equivocados. Tiene que ver con poner a prueba la tecnología, llevarla al límite y compartir conocimientos. Un verdadero
hacker
expande su mente más allá de lo que se escribe en los libros o de lo que se enseña en las aulas. Encuentra una forma de hacer las cosas allí donde el pensamiento convencional fracasa. —Dillon clavó sus ojos en ella—. Todo eso es bueno, son las personas las que son malas.

Cogió las manos de Harry, que notó una oleada de calor por todo el cuerpo y se sobresaltó.

—Ser
hacker
es una actitud —le explicó—. No sólo lo somos con los ordenadores, sino también con nuestras propias vidas. —Le apretó las manos con fuerza y sus ojos ardieron en los de Harry—. Nunca permitas que lo que digan los demás te haga sentir limitada. Nunca aceptes su versión de cómo deben ser las cosas.

Harry lo escuchaba fascinada. «Limitada.» Así se sentía cada minuto del día. Controlada por su madre, que estaba siempre disgustada con ella; etiquetada en el colegio, donde no conseguía dar la talla. De repente, comprendió que Dillon le estaba explicando de qué manera debía afrontar la vida.

Dillon dejó caer las manos sin más y se recostó, como si de repente se sintiera avergonzado de su propia intensidad.

—Fin de la lección. Gracias por haber hablado conmigo. —Se levantó y se dirigió hacia la puerta—. No hace falta que me acompañes.

Harry se puso de pie, confusa por aquel cambio repentino.

—Pero espera... y ahora ¿qué pasará?

Dillon se encogió de hombros.

—Probablemente nada. Debo informar a tus padres sobre todo lo que has hecho, pero nadie va a llevar a los tribunales a una niña de trece años. Aunque, si lo repites, te meterás en un buen lío.

Con la mano en el pomo de la puerta, volvió a mirarla con ojos todavía algo febriles.

—Algún día tendré mi propia empresa con los mejores ingenieros del país. —Retorció los labios y le guiñó un ojo—. Si no acabas antes en la cárcel, quizá te contrate.

Capítulo 12

Cameron permanecía de pie detrás de las verjas de hierro forjado. Ya hacía casi una hora que la chica había entrado en aquella casa. Se apretujó contra las barras. Tenía que acabar lo que había empezado como fuera.

Se clavó las uñas en las palmas de las manos. Lo de la estación de trenes había sido una torpeza. Resultó ser liviana como una niña pero, después de empujarla, la muchedumbre de pasajeros se abrió paso ante él, dificultándole la visión. Oyó el pitido de los trenes y su estrépito al pasar, pero la multitud le impidió ser testigo del pánico de la muchacha.

Se lo había perdido. Su misión estaba inacabada.

Miró detenidamente a través de la verja. Con todas aquellas malditas luces, el camino de entrada ofrecía el aspecto de una pista de aterrizaje. Distinguió la forma de la casa a lo lejos, con dos ventanas iluminadas que resplandecían en la oscuridad. Apoyó la cabeza contra el frío metal e imaginó a la joven en una de aquellas habitaciones. Sintió que le ardía la entrepierna.

Pero le habían ordenado que se contuviera.

Sacudió los barrotes de la verja para comprobar su resistencia. Calculó que tenían una altura aproximada de tres metros y medio, y vio que estaban unidos por ambos lados a un muro de hormigón que se prolongaba a lo largo de la oscura carretera vecinal. Una cámara de vigilancia en lo alto de un poste giraba encima de él y recorría el camino de entrada a la casa hasta la verja. Cameron se apartó a un lado, fuera de su campo de visión. Las casas de este tipo eran siempre iguales: muros propios de una prisión, sensores en lo alto de las verjas y cámaras de rayos infrarrojos. Tanta seguridad para nada, porque siempre existía alguna manera de entrar. Empezó a dar la vuelta a la propiedad siguiendo el muro que la circundaba y arrastrando la mano por la hiedra que cubría los ladrillos. Percibía la fragancia leñosa y húmeda del bosque a su alrededor. Se oyó algo entre la maleza, un pequeño mamífero en movimiento. Cameron llegó a una verja lateral y observó de nuevo la casa alargada en forma de «L». Sería impresionante ver cómo se consumía entre las llamas.

Pero le habían dicho que nada de fuego. Todavía no.

Poca gente entendía el fuego del mismo modo que Cameron. Casi todo el mundo le tenía miedo. Pero Cameron había pasado su vida cerca de las llamas, tan cerca que casi podía tocar sus trémulos colores y sus esbeltas lenguas.

Continuó desplazándose a lo largo del muro mientras acariciaba las hojas de hiedra. Dejar atrapado a alguien en medio de un incendio le satisfacía mucho más que empujarle delante de un camión. Debía permanecer en la sombra y contemplar los efectos de lo que había provocado; no como en un accidente de tráfico, en el que todo se acababa con un solo grito. En los incendios, la euforia aumentaba gradualmente y desembocaba en algo similar a un estado de trance que saciaba sus ansias de ver las cosas arder.

Había oído que muchos asesinos en serie fueron pirómanos en su adolescencia. El hijo de Sam, por ejemplo, había provocado miles de incendios. Cameron sonrió. Aún no llegaba a ese nivel, pero quizá lo alcanzaría algún día.

Probó el pestillo de la verja lateral. Estaba cerrado, pero las barras de acero parecían frágiles; la pintura se desconchaba en sus manos. La observó más de cerca. Aquella verja era más antigua que la otra, estaba más oxidada y peor soldada. A Cameron se le aceleró la respiración.

Le habían ordenado que se contuviera de momento, lo cual no quería decir que no se pudiera acercar más a ella.

Capítulo 13

El armario resultó ser un vestidor más amplio que la propia habitación de Harry.

Se dirigió hacia el riel que se extendía a lo largo de la pared y echó un vistazo a las perchas. Parecían prendas de diferentes tallas, pero todas llevaban la etiqueta del mismo diseñador y eran glamurosas, apropiadas para veladas nocturnas. Harry suspiró. Con la cara magullada y los zapatos destrozados, no le sentarían muy bien.

Hurgó en los estantes situados a sus espaldas y encontró unos vaqueros de hombre, un cinturón ancho y algunas camisas blancas bien planchadas envueltas aún en celofán. Unos minutos más tarde ya estaba vestida, con la camisa remetida y el cinturón bien ceñido sobre los vaqueros anchos. Mientras bajaba las escaleras se preguntó quién sería la mujer que había dejado su vestuario allí.

Harry encontró la habitación de la parte trasera de la casa en la que había entrado Dillon y empujó la puerta. No había ni rastro de él.

Observó detenidamente su interior y supuso que se trataba del lugar donde Dillon solía pasar más tiempo. Era una mezcla entre despacho y guarida de soltero, y olía a cuero y queso gratinado. Enfrente del televisor había un enorme sillón con un reposapiés y un accesorio para sostener bebidas. A Harry le costó imaginarse a Dillon viendo la televisión con los pies en alto.

Una gran fotografía en blanco y negro, quizá de un metro y medio por un metro, dominaba una de las paredes. Era una imagen reciente de Dillon tomada desde una perspectiva aérea. Parecía sentado con las piernas cruzadas en una playa desierta, y a su alrededor se apreciaban una serie de líneas y espirales trazadas en la arena. Era una elaborada trama que conformaba un dibujo celta y ocupaba media playa.

—Es un laberinto conectado de forma simple.

Harry dio media vuelta y vio que Dillon estaba en la puerta, observándola. Se había puesto unos elegantes pantalones de algodón y una camiseta de rugby. Llevaba en las manos una bandeja de plata. Señaló con la cabeza hacia la fotografía al entrar en la habitación.

—Solía dibujarlo en todas partes. Sobre el césped, en la nieve... Incluso una vez llegué a construir uno con espejos.

Harry se giró hacia la fotografía. Los confusos remolinos se unían en caminos y callejones sin salida, y le recordaban al tipo de laberintos que hacía de niña.

—¿Qué significa «conectado de forma simple»? —preguntó ella.

—Todos los caminos que puedes escoger conducen o a otro camino o bien a uno sin salida. —Se oyó el golpe de la bandeja al colocarla sobre la mesa de centro—. No vuelven a conectarse entre ellos, así que es la clase de laberinto más sencilla de resolver.

Harry entrecerró los ojos y trató de seguir uno de los caminos, pero se perdía y finalmente desistió.

—No sabía que te gustaran tanto los laberintos —dijo.

—¿No te has preguntado el porqué del nombre de mi empresa?

Ella le lanzó una mirada inquisitiva.

—La palabra irlandesa «lúbra» significa « laberinto».

Harry sonrió.

—Qué gracia.

Se fijó en la bandeja. Había traído una botella de brandy, dos copas redondas de cristal y un plato con una torre de sándwiches. Le rugió el estómago. No había comido en todo el día.

Se acomodó en una silla para tomar un sándwich. Dillon sirvió el brandy. Arqueó las cejas al fijarse en la camisa y los vaqueros de hombre que Harry llevaba, pero no hizo ningún comentario.

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