Kitchen (9 page)

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Authors: Banana Yoshimoto

Tags: #Drama, Relato

BOOK: Kitchen
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»Poco después murió mi esposa y la palmera se marchitó. No sabía cómo cuidarla y la había regado demasiado. Dejé la planta en un rincón del jardín y comprendí una cosa a pesar de que no puedo expresarla bien. Es muy simple traducida en palabras: “El mundo no existe sólo para mí. El porcentaje de cosas amargas que me sucedan no variará. Yo no puedo decidirlo”. Por eso, comprendí que es mejor ser alegre… Después, como ves, me convertí en mujer».

Entonces pude entender el significado de aquellas palabras, pero no me convencieron. Recuerdo que simplemente pensé: «La alegría es eso». Pero ahora comprendo tan bien lo que quiso decirme que casi me dan ganas de vomitar.

¿Por qué las personas no podemos elegir?

Aunque seamos derrotados como gusanos, hacemos la comida, comemos y dormimos. Todas las personas que amamos mueren una tras otra.

Y, a pesar de ello, tenemos que seguir viviendo.

También esta noche la oscuridad es sombría y siento cierto ahogo. Es una noche en la que cada uno de nosotros lucha contra un sopor pesado y deprimente.

A la mañana siguiente el cielo estaba muy azul.

Mientras lavaba la ropa para el viaje, sonó el teléfono. ¿A las once y media? Una llamada a una hora extraña. Ladeé la cabeza y al cogerlo:

—¡Hola! ¿Mikage? ¡Cuánto tiempo sin vernos! —gritó una voz ronca.

—¡Chika-chan! —dije sorprendida.

Llamaba desde la calle y los coches hacían mucho ruido, pero su voz llegó claramente hasta mi oído y me evocó su imagen. Chika-chan era la encargada del bar de Eriko y, por supuesto, un travesti. Antes iba a dormir a menudo a casa de los Tanabe. Después de la muerte de Eriko ella se hizo cargo del bar.

He dicho «ella», pero Chika-chan, a diferencia de Eriko, la miraras por donde la miraras, no se podía negar que fuera un hombre. Sin embargo, cuando se maquillaba, tenía un rostro espléndido y era alta y delgada. Los trajes llamativos le sentaban bien y sus ademanes estaban llenos de dulzura. Era una persona sensible. Una vez, en el metro, unos estudiantes de primaria le levantaron la falda burlándose de ella, y luego no podía dejar de llorar. No me gusta reconocerlo, pero, cuando estábamos juntas, siempre me daba la sensación de ser yo mucho más viril que ella.

—Oye, estoy en la estación, ¿puedes salir un rato? Tengo que hablar contigo. ¿Has comido ya?

—Todavía no.

—Entonces ven al restaurante Sarashina ahora mismo.

Chika-chan habló deprisa y luego colgó. Como no me quedaba otro remedio, dejé la ropa a medio tender y salí apresuradamente.

Caminé deprisa por la calle de aquel mediodía soleado, sin sombra alguna, de invierno. Cuando entré en el lugar indicado, un restaurante de fideos que estaba en el centro comercial al lado de la estación, Chika-chan ya estaba allí esperándome, con uno de esos horribles chándales que parecen trajes folklóricos, y comiendo
tanuki soba.

—Chika-chan.

—¡Hola! ¡Cuánto tiempo sin vernos! Qué femenina te has vuelto, me siento acomplejada —dijo en voz alta cuando me acerqué.

Sentí más nostalgia que vergüenza. No había visto en ningún otro lugar una cara tan sonriente y despreocupada como aquélla, una cara que no sentía vergüenza alguna allí donde se hallara.

Chika-chan me miraba sonriendo de oreja a oreja. Yo, un poco avergonzada, pedí en voz alta:

—Un
torikishimen,
por favor.

La dueña vino con aire atareado y me sirvió un vaso de agua.

—¿De qué querías hablarme? —fui directamente al grano, mientras comía el
torikishime.

Normalmente, cuando decía que teníamos que hablar, se trataba siempre de algunas consultas insignificantes, y pensé que también entonces sería algo parecido. Pero ella susurró como si se tratara de un asunto muy importante.

—De Yûichi.

Me dio un vuelco el corazón.

—Yûichi vino al bar ayer a medianoche y dijo: «Uff, no puedo dormir. No me encuentro bien, vamos a divertirnos a algún sitio». No pienses mal, lo conozco desde que era muy pequeño, es como si fuésemos de la familia, madre hijo.

—Ya lo sé —dije sonriendo.

Chika-chan continuó:

—Me sorprendió. Soy una tonta y no comprendo los sentimientos de la gente, pero ese chico nunca muestra su debilidad a los demás, ¿verdad? Llora con facilidad, pero nunca pide ayuda. Sin embargo, me dijo insistentemente: «Vayamos a algún sitio». No sé por qué, pero me dio la sensación de que no se sentía bien, como si fuera a desvanecerse en el aire. La verdad es que quería acompañarlo, pero ahora estamos haciendo reformas y las chicas aún están algo nerviosas, no puedo dejarlas. Le dije: «Imposible», y entonces me dijo con aire triste: «Bueno, pues entonces iré solo a alguna parte». Yo le recomendé un hotel que conozco…

—Sí, sí…

—Bromeando, le dije: «Ve con Mikage». De verdad, era una broma. Entonces, Yûichi dijo con cara seria: «Va a Izu, a trabajar. Además, no quiero mezclarla más en mis asuntos familiares. Ahora a ella todo le va bien, y me sabe mal». Yo lo comprendí. Eso es amor, ¿no te parece? Yo creo que sí. Es amor, sin duda. Oye, tengo la dirección y el número de teléfono de su hotel. Mikage, síguele y acuéstate con él.

—Chika-chan —dije—, mañana salgo de viaje, por el trabajo.

Había recibido un golpe.

Comprendía bien los sentimientos de Yûichi, tenía la sensación de que los había comprendido. Yûichi había sentido la necesidad de ir lejos, con un sentimiento cientos de veces más fuerte que el mío. Quería ir a algún lugar donde pudiera estar solo sin pensar en nada. Quizá tenía la intención de no volver en una temporada, de huir de todo, incluso de mí. No había duda. Estaba segura.

—¿Y qué importa el trabajo? —dijo Chika-chan inclinándose hacia mí—. Las mujeres, en estos casos, no podemos hacer más que una cosa. ¿No me digas que eres virgen? ¿O ya os habéis acostado?

—Chika-chan…

A pesar de todo, pensé por un momento que ojalá todo el mundo fuese como ella. Porque a los ojos de Chika-chan, Yûichi y yo parecíamos ser más felices de lo que éramos en realidad.

—A menudo pienso en ello —dije—. Pero acabo de enterarme de lo de Eriko, estoy muy confusa, y creo que Yûichi debe de estarlo aun más. Ahora no puedo entrometerme en sus asuntos.

Entonces Chika-chan se puso seria y levantó la cabeza.

—… Sí, tienes razón. Aquel día yo no había ido al bar y no vi cómo moría. Por eso, todavía no puedo creerlo… Conocía la cara de aquel hombre. Si Eriko me hubiera consultado, cuando aquel hombre frecuentaba el bar, aquello no habría sucedido. También Yûichi siente rencor. Él, que es tan dulce, mirando la noticia dijo: «Que mueran todos los asesinos». También Yûichi se ha quedado solo. Eriko tenía una manera de ser que siempre quería solucionarlo todo ella sola, y esto ha resultado ser negativo, ya ves.

Chika-chan tenía los ojos anegados en lágrimas. Mientras yo iba diciendo: «Claro, claro», empezó a sollozar, y la gente que había en el restaurante nos miró. Chika-chan sollozaba convulsivamente y las lágrimas iban cayendo en el caldo de
soba.

—Mikage, me siento sola. ¿Por qué ha sucedido esto? ¿Acaso Dios no existe? Jamás volveré a ver a Eriko, no podré soportarlo.

Conduje fuera a Chika-chan, que no paraba de llorar y fuimos andando hasta la estación, sosteniéndola yo por el hombro alto.

—Lo siento —dijo.

Y, secándose las lágrimas con un pañuelo de encaje, me deslizó un papel en la mano con el teléfono y el plano del hotel donde se alojaba Yûichi.

«Con razón se dedica al “trato con el público”, sabe dar en el clavo», pensé con admiración mientras, angustiada, seguía con la mirada sus anchas espaldas.

La conocía bien: sus conclusiones precipitadas, su carácter enamoradizo e inconstante, sus emociones disparatadas, sabía que antes había sido vendedor y que no podía seguir el ritmo del trabajo. Lo sabía todo…, pero la hermosura de sus lágrimas era inolvidable. Me hizo sentir que había alhajas en el corazón de las personas.

Bajo el cielo azul transparente de invierno, pensé que ya no podría soportarlo más. Ni yo misma sabía qué camino seguir. El cielo era azul, azul. La silueta de los árboles secos se dibujaba nítidamente en el cielo y soplaba un viento frío.

«¿Acaso Dios no existe?».

Al día siguiente fui a Izu, tal como estaba previsto. Formábamos un pequeño grupo: la profesora, algunos de la revista, un fotógrafo y yo. Me pareció que el viaje sería alegre y armonioso. Además, no teníamos un programa muy apretado.

Tal como había pensado. Para mí sería un viaje de ensueño. Como caído del cielo. Tenía la impresión de que me liberaría de los últimos seis meses.

Los últimos seis meses… Desde que murió mi abuela hasta la muerte de Eriko. Yûichi y yo tuvimos siempre la sonrisa en los labios, pero nuestro interior había ido haciéndose más y más complejo. Las alegrías y tristezas habían sido demasiado grandes y no habíamos podido sostenerlas en nuestra vida cotidiana. Los dos, esforzándonos, habíamos seguido creando un espacio armonioso, y Eriko fue el sol que lo alumbraba.

Todo esto impregnó mi corazón y me hizo cambiar. Creo que aquella princesa mimada y ociosa había ido tan lejos que de ella sólo quedaba su imagen en el espejo.

Mientras contemplaba el paisaje despejado que desfilaba por la ventanilla del tren, respiré la distancia extraordinaria que nacía en mí.

También yo estaba agotada. También a mí me gustaría sentirme mejor lejos de Yûichi.

Era terriblemente triste, pero creo que así era.

Fue esa misma noche. En bata, me dirigí a la habitación de la profesora y le dije:

—Profesora, estoy muerta de hambre, ¿le importa que salga a comer algo?

Una mujer del grupo, algo mayor, que estaba con ella, dijo:

—Señorita Sakurai, usted no ha cenado nada, ¿verdad? —y se rió a carcajadas. Las dos estaban sentadas en el
futon,
en pijama, a punto de acostarse.

Yo realmente tenía hambre. A pesar de no ser caprichosa con la comida, casi no había cenado porque la especialidad del hotel eran todas las verduras de olor fuerte que no me gustaban.

La profesora me dio permiso sonriendo.

Ya eran más de las diez. Volví a mi habitación andando por el largo pasillo, me vestí y salí del hotel. Temí que cerraran antes de que volviese, así que, en secreto, dejé abierto el pestillo de la puerta de emergencia que estaba en la parte posterior del edificio.

Aquel día habíamos recogido datos sobre aquella horrible cocina, pero por la mañana iríamos en furgoneta a otro lugar. Bajo la claridad de la luna pensé, desde el fondo de mi corazón, que sería maravilloso vivir así, viajando. Si hubiese tenido una familia a la que volver, me habría sentido romántica, pero, como estaba realmente sola, me sentí terriblemente sola, y no es un juego de palabras. Sin embargo, me daba la sensación de que vivir de esta forma era quizá, lo más adecuado para mí. En un viaje de noche, el aire se vuelve transparente en silencio y el corazón se vuelve diáfano. Pensé «Si no tuviera identidad, si no perteneciese a ningún lugar, si pudiese llevar una vida tan serena…». Y acabé comprendiendo los sentimientos de Yûichi… «Qué aliviada me sentiría si tuviera que volver a aquella ciudad».

Descendí por una calle donde, a ambos lados, se alineaban los hoteles. Las siluetas sombrías de las montañas contemplaban la calle más negra que la oscuridad. Había muchos turistas borrachos con cara de frío, vestidos con
yukata
y
tanzen
[7]
, que iban y venían riéndose a carcajadas.

Yo me sentía extrañamente alegre e ilusionada.

Sola bajo las estrellas en un lugar desconocido.

Caminé sobre las sombras que crecían y se achicaban cada vez que pasaba una farola.

Evitaba los bares ruidosos que me daban miedo y, así, llegué hasta la estación. Mientras miraba el escaparate oscuro de una tienda de
souvenirs
, descubrí la luz de un restaurante todavía abierto. Al mirar a través del cristal opaco de la puerta corredera, vi que había una barra con un solo cliente. Me tranquilicé, y entré.

Me apetecía muchísimo comer algo sólido.

—Un
katsudon,
por favor —dije.

—¿No le importa esperar un poco? Es que tengo que rebozar la carne —dijo el dueño del restaurante.

Asentí con la cabeza. Aquel restaurante nuevo y bien cuidado que olía a madera blanca tenía un ambiente agradable. Además, en los sitios como aquél, normalmente se servía buena comida. Mientras esperaba, descubrí a mi lado un teléfono público de color rosado.

Alargué la mano, cogí el auricular, saqué la agenda con toda naturalidad y llamé al hotel donde estaba Yûichi.

Mientras la telefonista del hotel me pasaba la comunicación, pensé: «La inseguridad que he sentido hacia él desde que me llamó para decirme que Eriko había muerto tiene un nombre: “teléfono”». Y es que, desde entonces, aunque Yûichi estuviera ante mí, sentía que estaba en otro lugar, en un mundo al otro lado del teléfono. Y su mundo era parecido al fondo del mar, más azul que en el que vivía yo.

Yûichi se puso al teléfono:

—Diga.

—¿Yûichi? —dije con alivio.

—¿Mikage? ¿Cómo has sabido dónde…? Ah, claro, ¿Chika-chan?

Aquella voz pausada que estaba lejos vino corriendo hacia mí por la noche a través del hilo. Escuché la voz inolvidable de Yûichi con los ojos cerrados. Parecía el rumor de las olas solitarias.

—¿Y qué hay por ahí? —le pregunté.

—Danny’s
[8]
. ¡Qué va! Es mentira. Hay un templo en la montaña, puede que sea famoso. Sólo hay hoteles que sirven
tofu,
cocina Gobo. Esta noche lo he comido, en la cena.

—¿Qué tipo de plato es? Debe de estar bien.

—Ah, ¿te interesa? Pues es de
tofu,
nada más que
tofu.
Es bueno, pero aquí todos los platos se hacen con
tofu: chawanmushi, dengaku, agedashi, yuzu, goma…
todos son de
tofu.
Y no hace falta que te diga que en la sopa había un huevo con
tofu.
Me apetecía algo sólido y esperaba que, al final de la cena, nos dieran arroz. Pero no, han servido
chagayu.
Tuve la sensación de ser un anciano.

—¡Qué casualidad! Yo también tengo hambre.

—Pero ¿cómo es eso? ¿No estás en un hotel famoso por la comida?

—La cena no me ha gustado.

—¿Que no te ha gustado? Ya es mala suerte, ¿eh? Tú comes de todo.

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