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Authors: Erika Lust

Tags: #Erótico

La canción de Nora (30 page)

BOOK: La canción de Nora
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Como respuesta, un silencio sepulcral.

—Por favor, Xavi, dime algo. No quiero que me odies por esto, me encantaría que fuéramos amigos, por favor, no me odies…

Más silencio. Y de pronto, dos palabras.

—Vete. Ahora.

Nora pensó en intentar abrazarle, no tanto para reconfortarle a él como para reconfortarse a sí misma, pero le dio miedo su reacción. Desde que había pronunciado el nombre de Matías sus ojos ardían de furia.

—Vete. De verdad, vete ya, no quiero verte ni un minuto más. Veremos más adelante, pero ahora no puedo… Por favor, Nora, vete, vete…

Hundió la cara entre los puños. Parecía que iba a llorar otra vez. O a dar puñetazos a la pared. O a tirar cosas al suelo. Fuera lo que fuera, Nora no estaba preparada para verlo así, y cogió el bolso, la chaqueta y se dirigió a la puerta. Kojak la miraba desde el pasillo con asombro, y se paró a abrazarle y le prometió, en un susurro, que pasaría a buscarle «pronto, muy pronto».

Llamó a Lola, la única persona en la ciudad a la que podía recurrir a esas horas. Pensó en llamar a Joanna, pero su relación se había enfriado un poco desde que dejó el loft, y un poco más (todavía) desde que había cambiado a su amante casado por un
boy toy
dieciséis años menor que ella que hacía que fuera difícil encontrarla fuera de la cama.

Lola la acogió en su casa y en sus cálidos brazos. Pasaron dos días enteros sin salir de casa, viendo películas, comiendo palomitas y chocolate, haciendo planes y cualquier otra cosa que ayudara a Nora a no pensar.

Pasadas las cuarenta y ocho horas de duelo, tocaba ser práctica y organizarse, y Nora se puso manos a la obra.

Diez días después de tomar
la decisión
embarcó en un vuelo directo del Prat al JFK.

Joanna —y su novio, que no la dejaba sola ni a tiros—, Lola y Bea —que parecían estar reconsiderando su separación, y estaban de lo más cariñosas— fueron a decirle adiós al aeropuerto. En la despedida hubo risas, lágrimas, besos, promesas de reencuentro y todo lo que tiene que haber en una despedida de las buenas.

Ya en el avión, y constatando con alegría que sus dos compañeros de vuelo no eran demasiado habladores, Nora decidió aprovecharse de las copas gratuitas en los vuelos transoceánicos y bajar sus dormidinas de rigor con un par de benjamines de cava, asegurándose de que se aturdía lo suficiente para no pensar en las terribles consecuencias para su salud que tendría un accidente de avión.

Todavía no habían llegado a sobrevolar el mar cuando Nora ya roncaba, feliz y completamente inconsciente. Hasta que el ruido de una orquesta de
jazz
la despertó.

«Ya estamos otra vez…», se dijo.

A su alrededor tenía lugar la fiesta más salvaje en la que había estado jamás. Una banda tocaba en el escenario un
dixieland
frenético, que iba por lo menos al doble de revoluciones de las que dictaba el sentido común. Una docena de parejas bailaban
swing
acrobático en la pista, volando y lanzándose por los aires para ejecutar a la perfección las piruetas más improbables. A un lado, una barra donde camareras en
topless
—peinadas con un moño altísimo— servían una bebida de color verde que tenía toda la pinta de ser absenta. Los hombres y las mujeres llevaban trajes de diferentes épocas, pero no parecía una fiesta de disfraces, todo era como demasiado real.

Una occidental vestida y maquillada como una
geisha
le ofreció una bebida humeante servida en un tubo de ensayo. Nora la aceptó con un cierto reparo. La probó y sabía a algo nuevo, algo desconocido y fresco que no le recordaba a nada que hubiera probado antes. Al segundo sorbo, el sabor cambió por completo. Ahora era dulce, untuoso, lácteo.

Quería dejar el cóctel en una mesa para dar una vuelta, pero no podía porque carecía de una base donde apoyarlo. Así que tuvo que seguir todo el rato con él en la mano.

Se cruzó con una chica vestida de bailarina de cancán que le recordó a Carlota, y con una pareja de chicos que le intentaron tocar el culo. Nora se dejó, pero cuando se dio la vuelta para mirarlos tenían cara de ardilla, y salieron dando saltos.

«Debería psicoanalizar esto, porque lo mío con los sueños no es normal», pensó mientras seguía con su labor de reconocimiento del terreno. Entró en una habitación donde un hombre con chaquetilla de pastelero decoraba con nata, chocolate, caramelos y figuras de azúcar el cuerpo de una chica desnuda e inmóvil, que poco a poco se iba convirtiendo en una especie de tarta humana.

La
geisha
le dio otra de sus bebidas, pero esta vez se quedó parada delante de ella hasta que se la bebió y le devolvió el frasquito vacío. Nora vio cómo se sacaba un pecho y, apretándoselo un par de veces, como si se ordeñara, lo volvía a llenar. Al darse la vuelta se fijó en que la chica tenía alas, unas protuberancias sin plumas que le salían de las clavículas y se movían con ligeros espasmos. Un hombre también alado la levantó del suelo y la penetró con un miembro gigante y de color azul, que parecía sacado de un manga. Se quedaron un rato en el aire, follando a la vista de todo el mundo, hasta que ella explotó y se convirtió en una lluvia de confeti y unos fuegos artificiales.

En ese momento se dio cuenta de que Matías y Dalmau estaban a su lado, cogiéndola uno de cada brazo. Se asustó, pensando que Xavi querría pegar a Matías, pero en lugar de hacer eso le besó en la boca. Matías parecía estar muy por la labor, y estuvieron besándose un buen rato, cogiéndose del cuello y frotándose el cabello, y metiendo la mano dentro de la camisa del otro, suspirando como si hubieran deseado hacer eso desde hacía mucho tiempo.

Nora cada vez estaba menos sorprendida y más excitada, y pensó que tenía que mezclar pastillas para dormir y alcohol más a menudo, si ese era el resultado.

Los chicos seguían a lo suyo, totalmente entregados, y se cogieron de la mano para buscar, o eso pensó Nora, un rincón más íntimo donde continuar con lo suyo. Fue tras ellos —no pensaba perderse el final de aquello por nada del mundo— y los tres se metieron en una habitación con moqueta, un lavamanos y un armario, como de motel americano de carretera. Matías empujó a Dalmau a la cama, y le desabrochó la camisa. En ese momento se abrió el armario, dando un portazo que casi despertó a Nora del susto. De él salieron Carlota y Virginie, que se tiraron directamente encima de los chicos y empezaron a desabrocharles la ropa, como enloquecidas.

«Ni de coña, chicas, este es mi sueño», dijo Nora.

Cerró los ojos muy fuerte y, cuando volvió a abrirlos, las dos habían desaparecido —en su lugar, solo quedaban unas volutas de humo—, y los dos chicos estaban completamente desnudos. Le tendieron las manos y ella no se hizo de rogar.

Se estiró entre los dos y se dejó hacer. Era excitante y a la vez un poco enfermizo, pero se estaba excitando cada vez más con la idea del inminente trío con los dos hombres que habían marcado su estancia en Barcelona. Mientras Matías la besaba en la boca, Xavi la abrazaba por detrás, cogiéndole con una mano un pecho y con la otra tanteando entre sus piernas.

Podía notar su erección presionando contra la parte baja de su espalda, y la arqueó para aumentar el contacto. Matías seguía con sus besos largos y húmedos, y también empezó a frotar su sexo contra el de ella.

Siguieron así un rato, hasta que Nora decidió que necesitaba más. Lo mejor de los sueños es que las cosas pasan solo con desearlas, y en ese mismo instante las manos de Matías y Xavi se dedicaron totalmente a ella.

Xavi, pasando la mano por su ingle derecha desde atrás, separó sus labios ya húmedos hasta tocar su zona más sensible. A la vez, Matías, mientras le lamía los pezones, introdujo dos dedos en su interior, presionando ligeramente hacia él con la punta de estos para estimular el punto G.

Nora gimió, marcando el ritmo que quería que siguieran con sus caderas, buscando el contacto de ambos, sintiéndose feliz al verlos juntos y completamente dedicados a su placer.

Matías seguía entregado a sus pezones, erectos y un poco enrojecidos por el roce de su barba, y Xavi le acarició el cabello y la mejilla, y después le metió los dedos en la boca.

Nora ronroneó más y más fuerte, y cuando estaba a punto de correrse, vio una mirada de complicidad entre los dos chicos que la puso todavía más cachonda. Las manos de ambos consiguieron que tuviera el orgasmo más brutal de su vida. Las contracciones duraron lo que a Nora le pareció una eternidad, y cuando terminó le flojearon las piernas.

Xavi se apartó poco a poco y la ayudó a tumbarse en la cama. La cabeza le daba vueltas, y Xavi y Matías la miraban, sonriendo y esperando nuevas instrucciones para satisfacer todos y cada uno de sus deseos.

¿Le estaba fallando la memoria o en el sueño sus pollas eran más grandes que en la vida real? Matías, como leyendo sus pensamientos, acariciaba suavemente la suya mientras la miraba fijamente a los ojos. De repente Nora tuvo muchas ganas de sentirla en su boca, y se incorporó para lamerla, primero suavemente, con la punta de la lengua, y después introduciéndosela poco a poco en la boca, sintiendo su tacto y su textura, como un extraño animal palpitante, seco y caliente al que cobijar.

Mientras se dedicaba al sexo de Matías, y aprovechándose de una postura en la que estaba totalmente expuesta, Xavi la penetró suavemente por detrás. El primer empujón fue suave y lento, casi un saludo. Pero cuando descubrió que Nora estaba más que dispuesta a recibirle, aumentó la potencia y el ritmo. Nora se sentía muy cómoda, algo que le extrañó, porque cuando veía esa postura en alguna película X, pensaba que era incómoda y poco placentera.

Pero resultó ser agradable, y los tres encontraron rápidamente una cadencia común. Y, convertidos en uno solo, recibiendo y dando placer a partes iguales, fueron aumentando el nivel de su excitación rápidamente. Nora necesitaba respirar más rápido, pero no tenía ninguna intención de abandonar la polla de Matías. Xavi la empujaba cada vez más deprisa, cada vez más fuerte. Los tres empezaron a jadear fuerte (aunque el ruido que hacía Matías se parecía más a un gruñido, como siempre, y el de Xavi a un ronroneo).

Cuando Nora estaba a punto de llegar al final, cuando ya sentía la ola de calor que precede al orgasmo, oyó una voz que no encajaba en la escena…

—¿Señorita? ¡Señorita!

Una azafata de unos cincuenta años con demasiado maquillaje y cara de estar muy cansada y para muy pocas hostias la sacudía para despertarla.

—Señorita, está usted soñando en voz alta, hace mucho ruido y molesta a los demás pasajeros.

Nora miró a sus dos compañeros de asiento que, más que molestos, parecían estar pasándoselo pipa.

Nora se disculpó, sacó el libro que llevaba en el bolso y enterró la cabeza en él, con la firme intención de no sacarla de allí hasta que aterrizaran. Durante las tres horas que quedaban de vuelo no fue ni al cuarto de baño. Lo que fuera con tal de evitar el contacto visual con los que la habían oído gemir mientras hacía un trío virtual en público. Ni siquiera miró a la azafata que le dio los papeles de inmigración para rellenarlos.

Cuando por fin aterrizaron, hizo lo posible para salir la última del avión, y cuando lo hizo, roja como un tomate, un par de adolescentes que se sentaban dos filas de asientos más atrás le silbaron durante todo el trayecto por el
finger
.

Al final del pasillo, después de los doscientos controles de seguridad y la desazonadora espera de maletas, con un ramo de flores en una mano y un cartel donde ponía «
Nora Bergman, famous cinema director, welcome to New York
!», sonriente y más guapo que nunca, estaba Henrik. A su lado, un chico moreno, alto y fornido de ojos claros le ayudaba a sostener el cartel y sonreía.

Después de darse un millón de abrazos y aceptar la ayuda que le ofrecieron con el equipaje, Henrik le presentó a su amigo.

—Este es Joseph, es comediante —le dijo en un inglés con perfecto acento americano—. He pensado que te iría bien conocer a alguien del gremio, le puedes ver los jueves en
Comedy Cellar
, es la mejor joven promesa de New York.

Mientras se daban la mano, Henrik le guiñó un ojo a Nora, y, simulando acercarse a ella para apartarle un mechón de cabello, le susurró al oído: «Y está buenísimo, y es hetero».

Cogieron un taxi, charlando sin parar. El taxista, un pakistaní encantador, le preguntó a Nora qué hacía en la ciudad, y ella le confesó que pensaba quedarse a vivir al menos una temporada.

—Siempre tengo una canción preparada para dar la bienvenida a los nuevos neoyorquinos —le dijo trasteando en un portacedés que llevaba en la guantera. Cuando encontró lo que buscaba, lo metió en la ranura, seleccionó la canción número seis y apretó el botón de
play
.

Nora miró por la ventanilla mientras sonaba
New York, New York
, en la voz de Frank Sinatra. Estaban los tres en el asiento trasero del taxi, bastante apretados y bebiendo el champán que Henrik acababa de abrir. A lo lejos brillaban las luces de la ciudad. En ese momento empezó a nevar y Nora sintió un escalofrío. Pensó que no sabía si era la nieve, el cansancio del viaje, la emoción de una nueva vida o la mano de Joseph que se había posado en su pierna.

ERIKA LUST, estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Lund y se especializó en Derechos Humanos y Feminismo. Después de su graduación, en el año 2000, se trasladó a Barcelona. Tras haber trabajo en diferentes proyectos audiovisuales, fundó su propia compañía: la productora Lust Films, especializada en el género de cine pornográfico feminista. Aquí, Erika desempeña su labor como guionista, directora y productora. Asimismo, trabaja en distintos proyectos editoriales.

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