La ciudad al final del tiempo (39 page)

Read La ciudad al final del tiempo Online

Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La ciudad al final del tiempo
2.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

El Bibliotecario se había demorado durante millones de años. Una mente más allá de cualquier medida: ¿cómo podría Ghentun criticarla o incluso comprenderla? Pero jamás había habido ningún plan que él pudiese percibir, ciertamente ningún plan que se pudiese explicar a un Restaurador o progenie. En realidad él no era mejor que sus niños, no era mejor que este joven descarado y nacido en la inclusa, que había persistido a pesar de todos los engaños y barreras intelectuales levantados en su camino.

Al igual que los Restauradores —al igual que Ghentun— los progenies comprendían la vergüenza, como si su materia primordial conservase una herencia de esa antigua emoción que los Grandes Eidolones habían perdido.

Se acercó un angelín, apareciendo al principio como una diminuta chispa plateada en el centro de la cámara, y luego, de pronto, cerca, a pocos centímetros. Al igual que antes, era de forma femenina, de un azul pálido, y no pasaba de la rodilla de Ghentun, pero en esta ocasión pareció preferir dar la impresión de que caminaba, en lugar de deslizarse o volar.

Podría ser el mismo angelín con el que había hablado antes… o podría no serlo. Para esta clase de servidores la identidad tenía poca importancia.

Ghentun le dio un golpecito al progenie. Jebrassy levantó la cabeza y parpadeó, miró a su alrededor, pero siguió plegado, como si disfrutase de unos últimos momentos de calidez y cordura.

—Toda honra para el Bibliotecario —cantó el angelín, con una voz como de agua que cae—. ¿El experimento ha concluido?

—Sí —respondió Ghentun.

—¿Has traído de los Niveles el espécimen solicitado?

—Lo he hecho. ¿El Bibliotecario requiere mi presencia? —preguntó Ghentun dubitativo.

—Acompañarás al joven progenie.

Jebrassy alargó las piernas y lentamente cayó a la parte inferior de la capa, donde permaneció de pie, bajo la mirada del Alzado. Se volvió para mirar con asombro a la forma azul situada a pocos centímetros, que radiaba un gran frío a pesar de la protección de la capa.

Jebrassy había pasado ya más allá de la confusión y el miedo. Podía suceder cualquier cosa. Casi esperaba que así fuese… todo, para acabar ya.

Luego pensó en Tiadba. Se estremeció al comprender que acababa de salir de un sueño tenebroso. ¿Pero cuánto tiempo había dormido? ¿Dónde estaba Tiadba? ¿Se la había llevado la intrusión? ¿Estaba viva?

Jebrassy gruñó y lanzó las manos contra el rielar.

Oyó en el oído una voz pequeña, como el chirrido agudo de un insectoletra.

—No lo hagas. Aquí hace frío, y el Bibliotecario valora tu comodidad y tu salud. Los dos seguiréis a esta tonta forma azul. Mi placer es escoltaros al lugar más maravilloso de todo el Kalpa. Posiblemente el lugar humano más maravilloso de todo el cosmos.

Jebrassy miró al Alzado y luego, confundido, a la pequeña figura azul; creían ser
todos
humanos, a pesar de las apariencias, ¿era ése el secreto? Se movió arrastrando los pies y descubrió que el rielar le seguía, y por tanto caminó con paso normal, manteniéndose cerca de la figura desnuda y azul. Ghentun permaneció a su lado.

Ni siquiera el paso de un rayo de luz gris, como el filo de un cuchillo, por el liso techo de la cámara —como una amenaza de ceguera instantánea— redujo el avance, aunque Jebrassy se agachó.

Al llegar al centro —un recorrido que sólo pareció llevar unos minutos— miró atrás y estudió la lejana fila de ventanales, y de pronto comprendió dónde estaban… recordó historias de los libros.

—Estamos en Malregard, ¿no es así? —le preguntó a Ghentun.

—Algunos la llamaron así —dijo Ghentun—. Los dos nos encontramos muy por encima de nuestros distritos y rango, joven progenie. Estamos en la región de los Grandes Eidolones. No piensan ni actúan como nosotros.

—Pero somos
todos
humanos —dijo Jebrassy.

El Custodio se tocó la nariz manifestando diversión… un gesto de progenie.

—Tened cuidado al caminar —les advirtió el angelín—. Deberíais cerrar los ojos. Nos dirigimos hacia lo alto de la torre… lo que queda de ella, evidentemente.

—¿Qué rompió la torre? —preguntó Jebrassy.

Ghentun emitió un leve sonido ambiguo.

—No debe preocuparte el pasado. Lo hay en exceso. Sólo debemos mirar al frente. Por una vez, el futuro está a una escala adecuada para ti.

Jebrassy no supo si sentirse insultado.

A su alrededor bailaban curvas plateadas, como si se moviesen, pero no vio cambios. Y luego… se encontraron bajo un cielo terrible, lleno de anillos de llamas y mundos giratorios. Algo les miraba, algo imposible de ver o medir, y Jebrassy se llevó los puños cerrados a los ojos.

Creyó que caía, que estaba otra vez con Tiadba, volando sobre los Niveles, y que el guardián le había dejado ir…

Había voces a su alrededor, diciendo cosas que no podía comprender, y un estruendo grave agitó su cuerpo.

Jebrassy no podía soportar la idea de caer sin ver contra qué chocaría. Tenía que saberlo. Bajó la vista. Durante un momento sus ojos se negaron a abrirse. Ya había visto demasiado, algo reluciente y multicolor, y de ellas grandes extensiones de plata elevada formando una grisura arqueada, agarrando y moviendo brillantes formas rojas, como granjeros usando pinzas para cargar fardos de chafa…

Por encima —por debajo— no sabía distinguir… miles de figuras blancas dispuestas en posiciones de espera inquieta, con las manos a la espalda. Cada una tenía dos brazos, dos piernas y una cabeza blanca y redonda. No tenían cara, ni rasgos, sólo una lisa blancura.

No caía. Flotaba —aparentemente, cabeza abajo— sobre un inmenso cruce de caminos elevados, junto con las múltiples figuras de blanco formando filas o moviéndose de formas asombrosamente diferentes. Algunas de las figuras caminaban, muchos se deslizaban cerca de los caminos, unas pocas volando de un lado a otro de la extensión con mareante velocidad, pasando a toda prisa sin producir sonido y emitiendo más de esas hermosas curvas plateadas. Aun así, otras simplemente se desvanecían y el resto, decenas de miles —en largas filas que se extendían hacia la oscuridad—, esperaban instrucciones, como un enorme ejército de repuestos.

El angelín apareció frente a él y le dio un golpecito. Incluso a pesar del rielar, el toque casi le congeló los dedos del pie, pero se volvió a colocar correctamente con una lenta rotación para mirar el brillo multicolor y los agarres que se elevaban, sosteniendo luminosidades del color del fuego y dejándolas.

—El Custodio ha traído un progenie —anunció el angelín con una voz tan dulce que a Jebrassy le dolieron los oídos. Y a continuación, otro mensaje… no del Alzado ni de la forma azul, y no tanto una voz sino más bien un rayo de palabras medio entrevisto en el rielar que le protegía.

Dejemos que el primordial encuentre un lugar donde pueda sanar. Nos reuniremos cuando vuelva a estar completo y más tranquilo. No deseo conmocionarle. Él es, después de todo, el ciudadano más importante del Kalpa
.

Jebrassy miró al Alzado situado a su lado.

—Que así sea —dijo Ghentun—. Tras quinientos mil años, he cumplido mis obligaciones con los Eidolones.

57

Tiadba se encontraba en los límites del campamento de adiestramiento, en la amplia extensión plana de la cuenca del canal, perdida en la melancolía. Apenas podía distinguir las formas distantes de las tres islas, como mesas, en las que había pasado toda su vida. Sobre cada mesa había bloques apilados hacia lo alto como cartas arrojadas descuidadamente, difuminadas y ensombrecidas por la neblina que surgía del canal.

A medida que la luz sobre los bloques se oscureció, llevando el sueño a esos Niveles lejanos, Tiadba se volvió hacia la negrura superior más allá de la cual se encontraba —les habían dicho— las zonas remotas del Kalpa y los generadores de realidad que les protegían del Caos. Sentía el cuerpo como un látigo a punto de chasquear. Estaba lista. El tiempo fluía con excesiva rapidez, aunque no la suficiente.

Les estaban adiestrando. La marcha comenzaba…

Justo cuando pensaba que podría seguir sin Jebrassy y dejar de obsesionarse con los caminos que jamás recorrerían juntos, recordaba su última visión del joven progenie, colgando del agarre de un guardián marrón, y la pena la anegaba.

Se había producido un ruido horrible, una huida desesperada, remolinos pinados de oscuridad… una presencia aterradora e incipiente. Tiadba había soportado todo eso. Los guardianes habían arrojado a nueve progenies al canal de drenaje, eso supuso ella. No recordaba nada de esos momentos iniciales. Recordaba que habían atravesado una amplia planicie bajo la porción más oscura del cel, sin rasgos excepto por acumulaciones de polvo de roca. Los árboles bajos que se reunían en el viejo lodo pronto habían cedido paso a una planicie inmensa, que a cada lado se perdía en las sombras. Estaban todos al borde del pánico, el terror reemplazando al valor incluso mientras se acercaban al final de la primera fase del viaje y vieron los enormes arcos que indicaban los límites exteriores del canal.

Quizá también hubiesen protegido a Jebrassy y éste habría sobrevivido; quizás estuviese perdido en algún lugar cercano y llegase al campamento en cualquier momento. Pero se preguntó cómo podía seguir creyéndolo. Dudaba que siguiese en los Niveles. En cualquier caso, él no estaba con ella y ella deseaba su presencia.

Los progenies rescatados de la intrusión no eran exactamente el grupo que Grayne había planeado. Denbord, Macht, Perf y Tiadba eran los únicos miembros del grupo de Grayne que habían llegado al canal.

Nico, Shewel y Khren habían ayudado a Tiadba y a Jebrassy a buscar libros en los Niveles superiores, aunque no habían encontrado ninguno. Mash —el cuarto buscador en los Niveles superiores— había sido succionado durante la intrusión, les había dicho Pahtun. A Tiadba le había caído bien Mash. Otros miembros del grupo de Grayne también habían desaparecido, y por tanto había sido necesario encontrar sustitutos… voluntarios o no.

No conocía a las otras dos hembras, Herza y Frinna. Se mantenían apartadas y hablaban poco con los demás.

Khren, el más fuerte, conocía a Jebrassy de siempre. Se había adiestrado para ser cuidador de pede y reparador de carros de prados… cuando no luchaba junto a Jebrassy en sus pequeñas guerras.

—Yo jamás me habría unido a una marcha y ellos jamás me habrían aceptado, así que estamos a la par —dijo Khren en el campamento—. Salir ahí fuera puede que sea mejor que dar patadas a los pedes y montar ruedas… o quizá no. Sólo digo que mejor que no se me vengan muy rápido.

Se refería a los Alzados, que los habían guiado por el canal hasta este campamento, y en particular al adiestrador, un Restaurador, que parecía experimentado, llamado Pahtun. Todos estaban descubriendo más sobre los Alzados de lo que habían imaginado posible. Aparentemente, los Alzados se dividían en dos tipos: Modeladores y Restauradores. Los Modeladores eran poco habituales y no se les veía nunca. Todos sus escoltas eran Restauradores.

Esolonico —Nico— y Shewel eran progenies tenderos, cargadores y apiladores que aprendían a llevar puestos del mercado; unos tipos habituales, aunque Nico se consideraba un experto en sabiduría oculta. Tiadba dudaba que Grayne hubiese estado de acuerdo.

Denbord había sido su superior en el grupo de Grayne, pero ahora ya no parecía estar seguro, considerando que Tiadba llevaba la bolsa de libros y Grayne no había enviado a Denbord a buscar los suyos. Era un tipo esbelto y pensativo, justo lo opuesto a Jebrassy.

El pequeño campamento disponía de instalaciones rudimentarias: seis tiendas de un material translúcido abiertas por ambos extremos, y dentro, alfombrillas planas para dormir. Una tienda estaba desocupada; dos machos ocupaban cada una de las tres tiendas y Tiadba tenía una para ella sola.

Frinna y Herza eran pálidas y silenciosas, de los Niveles inferiores de la segunda isla… lo que la mer y el per de Tiadba habrían llamado fulgente de carro, o peor, tenue. A Tiadba no le incomodaba el silencio impasible de la pareja, pero estaba segura —una vez más— de que Grayne jamás las habría escogido.

Ninguno de ellos tenía visitantes o sueños.

A unas pocas docenas de metros tras las tiendas había una barraca redonda y grande, plateada y dura, donde los adiestradores guardaban las herramientas y armaduras que los exploradores emplearían durante el viaje. No se había tenido muy en cuenta la comodidad o la intimidad, aunque diariamente llegaban productos frescos de los prados.

—Disfrutadlos mientras podáis —comentó Pahtun—. Allá afuera ya no se podrá comer o beber. No podréis vivir de lo que produzca el terreno. Vuestra armadura os alimentará.

Pasaron doce vigilias y doce sueños realizando sobre todo ejercicios vigorosos —para ganar fuerza y aguante— y caminando cerca del canal de drenaje lleno de polvo; apenas mejor que enfurruñarse en sus tiendas o moverse nerviosamente y rascarse.

Pahtun parecía mayor que los otros cuatro. Khren opinaba que los Alzados podían aparentar cualquier edad que les viniese en gana; ¿no vivían para siempre? Nico lo dudaba. Como ninguno de los progenies tenía valor para preguntar, Tiadba dio por supuesto que Pahtun era el mayor porque se movía con pausa, hablaba con claridad y empleaba términos progenie que todos podían comprender, como si ya hubiese tratado con ellos en muchas otras ocasiones.

A pesar del forzado y tardío reclutamiento, sólo tres manifestaron el deseo de irse. Uno del grupo de Grayne: Perf, un progenie desgarbado y torpe que se encontraba en plena juventud, se sentía fatal lejos de su nicho y se lo hacía saber a todos.

Durante un sueño, Herza y Frinna intentaron escabullirse, pero las trajeron de vuelta. No lo volvieron a intentar.

Después, Perf ni siquiera lo intentó.

58

La Torre Rota

Una sombra cálida se deslizó sobre Jebrassy mientras permanecía tendido en una pequeña estancia, muy parecida al nicho de sus patrocinadores en los Niveles. Se sentía como si le estuviesen pesando y midiendo, de una forma que no podía comprender, pero que era profunda y fundamental.

El examen fue indoloro, pero no le gustó.

—¿Qué está pasando? —preguntó.

No hubo respuesta. En su lugar, las medidas parecieron cambiar de objetivo, moviéndose arriba y hacia afuera hasta dar con
él
. Su yo pensante.

—¿Qué haces?

La sombra cálida manifestó satisfacción. A continuación sonó una voz tan agradable y familiar que estuvo seguro de haberla oído antes, pero no podía recordar quién podría ser.

Other books

Lawyer Trap by R. J. Jagger
A Poisonous Journey by Malia Zaidi
If It Flies by LA Witt Aleksandr Voinov
Mask of A Legend by Salamon, Stephen Andrew
Water Gypsies by Annie Murray
Sweet Poison by Ellen Hart
Freedom's Treasure by A. K. Lawrence