—¡Qué interesante! —exclamó Nora, sorprendida.
—Desde luego. Debemos de estar en el interior dela Kiva de la Lluvia.
Se produjo otro fogonazo cuando Sloane tomó una tercera fotografía.
—¿Y bien? —inquirió Smithback, que había estado escuchando con atención—. Adelante, suelta la otra bomba.
—¿A qué te refieres? —repuso Black, sin comprender.
—Si ésta es la Kiva de la Lluvia, ¿dónde está la Kiva del Sol?
Se produjo un silencio que sólo se vio interrumpido por el suave sonido de otro flash. Finalmente, Black carraspeó y dijo:
—De hecho, ésa es una muy buena pregunta.
—Debe de estar en algún otro yacimiento, si es que de veras existe —añadió Nora—. Aquí en Quivira sólo hay una gran kiva.
—Sin duda tienes razón —intervino Aragón—.Pero, pese a todo, cuanto más tiempo llevo aquí, tengo la sensación de que hay algo… algo que, por la razón que sea, no somos capaces de ver…
Nora le miró y murmuró:
—No te entiendo.
El científico le devolvió la mirada con unos ojos hundidos y negros bajo la luz de la lámpara.
—¿No tienes la impresión de que es como si todavía faltase una pieza del rompecabezas? Todas esas riquezas, todos esos huesos, esta edificación gigantesca…tiene que haber alguna razón que explique todo esto. —Meneó la cabeza
,
con resignación—. Creía que la respuesta estaría en esta kiva, pero ahora ya no estoy tan seguro. No me gusta hacer juicios de valor, pero tengo el presentimiento de que todo esto tenía un propósito general. Un propósito
siniestro.
Black, que seguía dándole vueltas a la pregunta de Smithback, dijo:
—¿Sabes una cosa, Bill? Tu pregunta plantea una nueva cuestión.
—¿Cuál? —se interesó Smithback.
Black sonrió y Nora percibió en su rostro una especie de intensidad radiante que no había visto antes en él.
—Veréis, la turquesa era la piedra que utilizaban los anasazi en la ceremonia de la lluvia. Resultó evidente en el cañón del Chaco, y resulta evidente aquí. Tiene que haber cientos de kilos de turquesas en esta habitación, y eso es bastante para una cultura en que una sola cuenta de vidrio tenía mucho valor.
Smithback asintió con la cabeza
.
Nora los miró, preguntándose adonde quería llegar Black.
—Smithback, si la turquesa era el material que empleaban en la ceremonia de la lluvia, ¿cuál era el que empleaban en la ceremonia del sol? —Señaló la imagen de la Kiva del Sol, con su disco de mica brillando bajo el reflejo de la luz. Tanto Bonarotti como Swire se habían acercado para escucharlo—. ¿A qué se parece eso de ahí?
Smithback lanzó un silbido y se aventuró a preguntar:
—¿Oro?
Black se limitó a esbozar una sonrisa.
—Oh, vamos —soltó Nora con impaciencia—. No empecéis con esas tonterías otra vez. Ésta es la única Gran Kiva de la ciudad y la idea de una Kiva del Sol o de cualquier otra kiva llena de oro es, sencillamente,ridicula. Me sorprende oír esta clase de absurdas especulaciones de tu boca.
—¿De veras son tan absurdas? —preguntó Black, y luego añadió señalando uno a uno los puntos de su discurso con los dedos—: En primer lugar, tenemos las leyendas de la existencia de oro entre los indios, así como las crónicas de Coronado y fray Marcos, entre otros; y ahora tenemos esta pictografía, que es una imitación de oro bastante buena. Tal como nos confirmará Enrique, las modificaciones dentales de esas calaveras son puramente aztecas, y sabemos que ellos sí disponían de oro en grandes cantidades. Así que, teniendo en cuenta todo esto, empiezo a preguntarme si habrá algo de verdad detrás de esas leyendas.
—Cuando encuentres esa Kiva del Sol llena de oro azteca —repuso Nora con aire cansino—, cambiaré de opinión, pero hasta entonces ahórrate la chachara del tesoro, ¿de acuerdo?
Black le lanzó una sonrisa burlona e inquirió:
—¿Es una amenaza?
—Es más bien un ruego para que conserves la cordura mental Se oyó una risa detrás de ella, una risa ronca y
sotto
voce. Nora se volvió y vio que Sloane les miraba. También advirtió que sus ojos ambarinos brillaban de un modo especial, como si sólo ella supiese algo que los demás ignoraban y que le resultaba muy gracioso.
A
quella noche, Nora no durmió bien y despertó temprano, con el recuerdo de una pesadilla disolviéndose con rapidez en el olvido. La luna menguante estaba desapareciendo, pera en el valle todavía reinaban las sombras, pues la noche apenas empezaba a teñirse de color. Se incorporó, ya despierta, y oyó el ruido distante del agua en el arroyo. Miró alrededor. Swire ya se había levantado y había partido en su pesado trayecto diario a través de la garganta secundaria para ver cómo estaban los caballos. El resto del campamento dormía apaciblemente en la oscuridad que precedía a las primeras horas del alba. Por segunda noche consecutiva, la luz había permanecido encendida en la tienda de Aragón; ahora, a primera hora de la mañana, estaba apagada y reinaba el silencio.
Tiritando de frío, se vistió deprisa. Después de guardar la linterna en el bolsillo trasero del pantalón, se acercó a la zona de la cocina, sacó el carbón y preparó unas cuantas ramas para encender el fuego. Cogió la ca‐etera de esmalte azul, la llenó de agua y la colocó sobre la parrilla.
En aquel momento vio surgir una figura de entre las sombras de una alameda un poco distante. Era Sloane. Nora se preguntó por qué su compañera no habría dormido en la tienda de campaña. Probablementele gusta dormir bajo las estrellas, como a mí, pensó.
—¿Has dormido bien? —le preguntó Sloane, mientras guardaba el saco de dormir en su tienda y se sentaba junto a ella.
—No mucho —contestó Nora, mirando al fuego—.¿Y tú?
—Yo sí. —Sloane siguió la mirada de su compañera—. Ya sé por qué los antiguos veneraban el fuego —añadió con tono tranquilizador—. Produce un efecto hipnótico, cambia todo el tiempo. Y es mucho mejor que ver la tele, no dan anuncios. —Bromeó sonriendo. Parecía estar de muy buen humor, en marcado contraste con el abatimiento de Nora.
Ésta esbozó una sonrisa más bien lánguida y se bajól a cremallera de la chaqueta para absorber mejor el calor de la hoguera. La cafetera empezó a temblar en la parrilla cuando el agua arrancó a hervir. Nora se puso en pie con un gran esfuerzo y la retiró del suelo, echó un puñado de café en polvo y removió el contenido del recipiente con su cuchillo.
—Bonarotti se moriría si te viese preparar ese café de vaqueros —bromeó Sloane—. Te tiraría su cafetera exprés a la cabeza.
—Esperar a que se levante y prepare el café por la mañana es como estar esperando a Godot —repuso Nora. Durante la marcha hacia Quivira, el cocinero siempre había sido el primero en levantarse, pero desde que habían acampado en la ciudad y llevaban un horario de trabajo más rutinario, Bonarotti se había negado rotundamente a abandonar su tienda por las mañanas hasta que el sol iluminase la cima de los precipicios.
Puso la cafetera de nuevo en el fuego un momento, removió el café molido para que se quedase en el fondo y luego se sirvió una taza para ella y otra para Sloane. Inhaló con placer el aroma amargo que desprendió la cafetera.
—A que adivino en qué estás pensando… —comentó Sloane.
—Probablemente —murmuró Nora. Sorbieron el café en silencio durante un rato—. Ha sido todo tan inesperado… —se oyó decir no sin cierta sorpresa, como si no hubieran dejado de hablar—. Encontramos este lugar… un lugar mágico y maravilloso, lleno de una cantidad inimaginable de objetos que nos proporcionarán mucha más información de la que podíamos soñar. De repente, parece como si por fin fuéramos a obtener todas las respuestas. —Meneó la cabeza con aire escéptico y agregó—: Pero lo único que hemos descubierto son más enigmas, extraños e inquietantes enigmas. Esa kiva llena de calaveras es un ejemplo perfecto. ¿Por qué calaveras? ¿Qué significa? ¿Qué podía representar esa ceremonia?
Sloane dejó en el suelo la taza de café y miró a Nora inquisitivamente.
—Pero ¿es que no lo ves? —preguntó en un susurro—. Sí estamos obteniendo las respuestas, sólo que no son las que esperábamos. Los descubrimientos científicos siempre son así.
—Ojalá tengas razón —contestó Nora—. En el pasado he realizado otros descubrimientos y nunca me habían dado tan mala espina como éstos. Presiento que aquí hay algo raro. Tengo esa sensación desde que vi por primera vez el callejón donde estaba trabajando Aragón, con todos aquellos huesos apilados de cualquier manera, como si sólo fueran un montón de basura.
Se interrumpió al ver aparecer entre las sombras dos figuras opacas. Smithback y Holroyd se acercarony se sentaron con ellas junto al fuego. Poco después, Black salió de la penumbra y se unió a los demás miembros del grupo. Las ramas oscuras de los álamos empezaban a distinguirse ligeramente de la noche.
—Por las mañanas hace un frío de muerte —comentó Smithback— y encima, mi ayuda de cámara se ha olvidado de limpiarme las botas… ¡y eso que las dejé fuera para que las viera!
—El servicio ya no es lo que era —se lamentó Blackcon sorna, parodiando la voz de Smithback y sirviéndose una taza de café. Se la llevó a la nariz e inquirió—:¿Quién ha sido el bruto que ha hecho el café de esta manera? —Dejó la taza en el suelo—. ¿Y cuándo vamos a comer? ¿Por qué no puede ese italiano levantarse un poco más temprano? ¿Qué clase de cocinero de campaña es éste que no sale de la cama hasta casi mediodía?
—Es el único que conozco capaz de preparar
pommes
Annatan bien como los mejores chefs de París, sólo que con una vigésima parte de los utensilios necesarios —aseguró Smithback—. Pero en fin, olvídate del desayuno. Sólo los niños y los salvajes desayunan.
Se sentaron alrededor del fuego, todos contrariados y de malhumor en el aire de la mañana excepto Sloane, que sorbía el café sin apenas hablar. Nora se preguntó si los nuevos descubrimientos en la ciudad y en la Gran Kiva también habrían hecho mella en ellos. Poco apoco, el sol naciente fue iluminando el paisaje, transformándolo de su gris inicial en una paleta de vivísimos rojos, amarillos, púrpuras y verdes.
Smithback vio a Nora recorrer los precipicios con la mirada.
—Es como ver a un pintor en movimiento, ¿no te parece? —le dijo.
—Qué pensamiento más poético —comentó Nora.
—Los pensamientos poéticos son mi especialidad —soltó Smithback, y retiró parte de los posos del café con una cuchara para tirarlos a los arbustos que había tras él.
Nora oyó el murmullo de unos pasos sobre la arena y levantó la vista para ver a Aragón, encogido por el frío. Éste se sentó y se sirvió una taza de café sin decir palabra. Se lo bebió de un trago y volvió a llenarse la taza con manos temblorosas.
—¿Otra vez trabajando hasta tarde, Enrique? —preguntó Nora.
Fue como si Aragón no la hubiese oído, pues siguió sorbiendo el café y contemplando el fuego. Al final, miró a Nora y respondió:
—Sí, me quedé despierto hasta muy tarde. Espero no haber molestado a nadie.
—No, no, en absoluto —se apresuró a aclarar la mujer.
—Seguirías trabajando en esos huesos tuyos, supongo —intervino Black.
Aragón apuró la taza y volvió a llenarla por tercera vez.
—Sí.
—Tanto empeño por no tocar el yacimiento para nada. ¿Has descubierto algo?
Al cabo de unos segundos Aragón contestó:
—Sí.
Algo en su tono de voz hizo silenciar al grupo.
—¿Quieres compartirlo con nosotros, hermano? —ironizó el impenitente Smithback.
Aragón dejó la taza en el suelo y empezó a hablar muy despacio, con parsimonia, como si tuviese preparado su discurso de antemano.
—Tal como le dije a Nora cuando descubrí el osario, la disposición de los huesos en ese callejón es sumamente extraña. —Se interrumpió unos instantes mientras extraía un pequeño contenedor de plástico de su abrigo. Lo depositó en el suelo y retiró la tapa con cuidado. En su interior había tres huesos incompletos y una porción de cráneo—. En lo alto de la pila hay unos cincuenta esqueletos articulados, puede que hasta sesenta —prosiguió—. Alguno todavía presenta restos de ropa, joyas y adornos personales. Eran individuos sanos y bien alimentados, la mayoría en la flor de la vida. Todos parecen haber muerto hacia la misma época, aunque no se aprecian signos de violencia en los huesos.
—¿Y cuál es la explicación entonces? —preguntó Nora.
—En mi opinión, sea lo que fuere que ocurrió, sucedió tan repentinamente que no tuvieron tiempo de dar a los cuerpos un entierro decente —contestó Aragón—. Mi análisis no ha encontrado ningún proceso patológico claro, pero muchas enfermedades víricas y biológicas no dejan rastros osteológicos. Todo indica que simplemente los cuerpos fueron arrastrados, intactos, a la parte posterior de la ciudad y arrojados a lo alto de un montón de huesos ya existente. —La expresión de su rostro cambió antes de añadir—: Sin embargo… la historia de esos huesos de abajo es muy distinta. Son los restos rotos y desarticulados de cientos, puede que miles, de individuos, acumulados año tras año. A diferencia de los esqueletos de la parte superior, estos huesos proceden de individuos que sin duda murieron por causas violentas. Sí… todos sufrieron una muerte extremadamente violenta. —Recorrió los rostros de los demás miembros de la expedición con la mirada y Nora sintió cómo su inquietud iba en aumento—. Los huesos de la capa inferior muestran características poco corrientes —prosiguió Aragón al tiempo que se limpiaba la cara con un pañuelo sucio. Usando un par de fórceps con la punta de goma, señaló un hueso roto del receptáculo—. La primera de ellas es que muchos de los huesos largos han sido fracturados,
perimortem,
de una forma muy particular, como este hueso de aquí.
—
¿Perimortem?
—preguntó Smithback.
—Sí. Rotos en el momento en que se produce la muerte, ni antes, ni mucho después.
—¿Qué quieres decir con que fueron fracturados de una forma muy particular? —inquirió Black.
—Con el mismo método que utilizaban los anasazi para partir los huesos de ciervo y de alce: para extraer el tuétano. —Señaló el hueso—. Y aquí, en el tejido poroso del húmero, llegaron a escariar la parte central del hueso para llegar a la médula…
—Espera un momento —le interrumpió Smithback—. A ver si lo entiendo. ¿Estás diciendo que extraían el tuétano para…?
—Déjame terminar. La segunda característica es que el hueso presenta pequeñas marcas. He examinado dichas marcas con ayuda del microscopio y coinciden con las marcas que se producen al utilizar herramientas de piedra para desollar el cuerpo de un animal muerto. Para descuartizarlos, si preferís ese término. En tercer lugar, he encontrado docenas de cráneos fracturados entre la pila de huesos, la mayoría de niños. Presentaban marcas de cortes en la parte superior del cráneo que sólo pueden haber sido realizados mediante la trepanación, igual que la calavera que encontramos en Ruina Pete. Además, los cráneos de los niños en particular muestran las denominadas marcas de «escoriación sobre yunque». Cuando volví a examinar el cráneo hallado en Ruina Pete, también encontré en él signos de escoriación sobre yunque. Asimismo, descubrí que muchos de los cráneos habían sido perforados y que se les había retirado un trozo circular de hueso.