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Authors: Ángeles Goyanes

Tags: #Terror, Fantastico

La concubina del diablo (46 page)

BOOK: La concubina del diablo
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»Shallem me bajó en brazos hasta el salón y me sentó junto a la ventana. No quería desperdiciar mis últimas horas postrada en la cama. Quería disfrutar de una escena familiar más. Y tenía que ver a Cannat, por supuesto. Había compartido con él ochenta años de mi vida. Casi tanto tiempo como con Shallem.

»Cannat estaba sentado cerca de la chimenea; parecía un hombre con un nudo en la garganta. No podía soportar mi visión. La visión de la muerte. Le pedí a Shallem que fuese a cortarme algunas flores: deseaba hablar con Cannat a solas.

»—Ya sé que es absurdo que te lo pida —le dije—. Pero necesito oírte que estarás siempre con él, que tú le consolarás hasta que logré recuperarse —las lágrimas comenzaron a nublar mi cansada vista—. Una vez me aseguraste que su dolor no duraría mucho tiempo, que tú estarías allí para ayudarle a superarlo. Cuando yo no esté, trata de que se reúna con nuestros hijos. Eso le ayudará.

»Cannat se levantó de su asiento y vino hasta mí. Jamás le había visto tan peligrosamente serio. Me hubiera asustado, de no ser porque todo había acabado ya. Las lágrimas rodaban por mis mejillas, a su libre voluntad.

»—¿Ves? —sollocé—. Ya casi te has librado de mí —me limpié los ojos con las manos y sorbí a través de mi ocluida nariz—. Ahora ten cuidado de que no vuelva a enamorarse. —Me cubrí los ojos con las manos y lloré con todas mis ganas, imparablemente.

»—¿Deseas morir? —me preguntó.

»Le miré como a un idiota; de sobra conocía él la respuesta.

»—Pero él me buscará. Me lo ha prometido —le aseguré, aunque no quería hacérselo saber por temor a que tratara de impedirlo.

»—Él no se inmutó lo más mínimo. Me pregunté si me habría oído, pero era seguro que sí.

»—Gracias por los buenos momentos, Cannat —le dije—. Fueron muchos. Y por todas las cosas que me enseñaste, tan pacientemente, a pesar del criterio de Shallem. Y por no haberme matado, pese a lo mucho que lo deseabas. Sé que hubo algo más que odio entre tú y yo; sé que nunca te he sido del todo insoportable.

»—Trata de calmarte, por favor —me pidió—. Shallem regresa con las flores.

»Rápidamente, me enjugué las lágrimas con el borde de mi vestido. Cannat corrió a interceptar a Shallem y, tomando las flores de sus manos, le dijo.

»—Shallem, ¿quieres ir a buscar una manta? Tiene frío.

»Shallem subió presurosamente a por la manta. Él dejó las flores desparramarse sobre una mesa y volvió a mi lado. Se quedó, rígido, mirándome.

»—Tú conseguirás aliviarle, ¿verdad? No permitirás que sufra, ni por esto ni por otra causa —insistí.

»Cannat se arrodilló a mi lado y tomó entre las suyas mis arrugadas y temblorosas manos.

»—¿Harías cualquier cosa por él? —me preguntó con voz queda.

»—Cualquiera —respondí sin vacilar. Después, de forma vaga e imprecisa, me cuestioné cuál sería el pensamiento concreto que había provocado aquella pregunta.

»Durante largos momentos continuó con la vista fija en mí, aunque no me veía. Estaba inmerso en una dura batalla. Súbitamente, su expresión perdió su dureza, como si habiendo tomado una difícil decisión tras mucho reflexionar, por fin se hubiese relajado.

»—He escuchado tu plegaría —me dijo.

»Me quedé atónita, por el oscuro tono de su voz aún más que por sus misteriosas palabras. Sus ojos refulgían llenos de aliviado placer.

»—¿Qué plegaria? —le pregunté—. ¿A qué te refieres?

»—Quiero hacerte un regalo —continuó con voz tranquila—. Algo que un día te prometí.

»No supe a qué se refería. Intenté recordar qué podría ser, pero nada que pudiese estar de alguna forma relacionado con aquel momento me venía a la memoria.

»—¿El qué? —pregunté finalmente.

»Él me miró enigmáticamente.

»—No hay tiempo para que te lo explique. Es algo que te hará feliz —dijo. Y siguió mirándome muy fijamente, estudiando mi reacción, como si esperase que por sus vagas palabras yo adivinase el misterio.

»Me quedé totalmente perpleja. No se me ocurría qué podría ser.

»—No sufrirás daño alguno, te lo prometo —me susurró—. Vamos ahora a por ello, antes de que Shallem regrese.

»—Pero ¿adónde hay que ir? —le pregunté, mientras me ayudaba a levantarme de la silla y me tomaba en sus brazos.

»—Lejos —me dijo sonriendo—, pero no te preocupes, no tardaremos.

»Y me dio un suave beso en la mejilla.

»De pronto nos hallamos en un lugar desconocido para mí. Era un lindo pueblecito en un valle nevado y amurallado por altísimas y blancas montañas. Tiritaba: hacía un frío congelante. Estábamos frente a la puerta de un colmado. Cannat me indicó que mirase dentro. A través de sus cristales pude ver el interior. Había una muchacha despachando a una señora que llevaba a una niña pequeña de la mano.

»—Mira a la joven —me ordenó Cannat.

»Ya lo estaba haciendo. Era imposible no fijarse en ella. Sin duda alguna destacaba allá donde fuera. Era casi tan hermosa como yo lo había sido. Su cabello era rubio y radiante como el mío y sus ojos de un azul cristalino, bellísimo, como lo fueron los míos. Pero ella era una mujer nórdica, y su estructura ósea era diferente a la mía. El puente de su nariz más corto y elevado, su frente más redondeada y pequeña, sus pómulos más salientes, su cutis rubicundo, más que rosado. Era una hermosura diferente, menos clásica y perfecta que la mía, pero que resultaba atrayente y graciosa.

»—¿Te gusta? —me preguntó Cannat—. ¿Te parece un cuerpo bello, digno de ti?

»Le miré, estupefacta, mientras mis pensamientos deslavazados comenzaban a entrar en conexión. La clienta salió con su niña y la chica se quedó sola, dentro de la tienda. Cannat me empujó al interior y echó el cierre de la puerta.

»La muchacha se quedó paralizada al verle.

»—Vos —murmuró, y le miraba como a una aparición.

»Él la sonrió. Una sonrisa maliciosa, burlona.

»—Yo —dijo en el mismo tono que ella y abriendo los brazos a la altura de su pecho—. ¿Me habéis echado de menos, amor?

»La muchacha no dijo nada, estaba claramente petrificada de terror.

»—Veréis —continuó él, con la expresión burlesca—, no puedo vivir sin vos, de modo que he decidido llevarme algo vuestro conmigo. Espero que os parezca bien, porque tanto os dará, si no.

»—Por favor, señor, mi padre… está en la trastienda… —suplicó ella en un mal acentuado inglés.

»—¿Ah, sí? —inquirió él, con total indiferencia—. Pues esperemos que el pobre no salga, o morirá como su hijo.

»La cara de ella se constriñó.

»—Ven —la ordenó él, con los ojos fulgurantes.

»Y la muchacha salió de detrás del mostrador y se plantó delante de nosotros, con el rostro sereno, sin oponer la menor resistencia.

»Cannat me la señaló de arriba abajo, orgullosamente.

»—¿Eh? —interrogó, mirándome, como si solicitara mi opinión acerca de una mercancía de exquisita calidad.

»Yo la contemplaba a ella por evitar la mirada de él, cayendo, lentamente, en la perturbadora comprensión de su oferta. Me sujeté a su brazo. Mi cerebro estaba congestionado y temblaba por el miedo y por el frío. No quería creer el propósito de Cannat.

»Me besó en la sien.

»—Mi madre está cansada —dijo dirigiéndose a la chica, y me acercó una rústica silla de madera e hizo que me sentara.

»—Vamos, querida Ingrid, dame un último beso —dijo luego, encaminándose hacia ella.

»Ella no se movió, parecía hipnotizada.

»—Cannat, quiero irme de aquí —me oí suplicar.

»Él sujetó la cabeza de Ingrid y la miró, tranquilo y sonriente. Por un momento pareció que ella deseaba desasirse, pero su impulso no fue mayor que el ataque de un gorrión.

»—Cannat, ten piedad —le rogué yo—. Yo no quiero esto, no quiero. No me obligues, por el amor de Dios. Deja en paz a esa chica. Nunca consentiré en algo así, ¡nunca!

»Ahora Cannat tenía la boca muy abierta sobre la de ella, que parecía desmayada. De pronto, me di cuenta de que él la estaba alzando de tal forma que sus piernas colgaban en el aire. Era como un pingajo oscilante sostenido por los brazos férreos de él. No parecía que la besase de forma natural, sino, más bien, que pretendiese succionar sus dientes, su lengua y hasta sus entrañas. Ella sufrió un súbito espasmo, y luego otro, como si tras un paro cardiaco la estuviesen aplicando un electroshock, y sus brazos y piernas se sacudieron violentamente en el aire. El beso seguía sin declinar su intensidad, pero ella ya no se movía, no parecía estar viva. De repente, él la soltó y ella cayó al suelo carente de vida.

»Durante un momento, Cannat me pareció un dragón sacado de los cuentos que narraban en mi infancia. Fue como si expulsara una bocanada de fuego. Su rostro fue fugazmente monstruoso mientras parecía arrojar de su interior, como un producto mefítico que hubiese inhalado por accidente, el vómito contaminante del alma de ella. Después tosió, carraspeó y escupió al suelo con teatrales gestos de repugnancia.

»—¡Rápido! —me dijo. Y se quedó frente a mí, mirándome fijamente.

»A pesar de mi horror, me sentí invadida por un sueño instantáneo y dulcísimo que se apoderó de mi voluntad. De súbito, me di cuenta de que ya no estaba prisionera de mi cuerpo y de que el de Cannat había desaparecido. Ahora era etéreo y estaba a mi lado. Yo estaba espantada, con los ojos clavados en el cuerpo de la chica.

»—Dios mío, ayúdame —imploraba yo—. No permitas que esto ocurra. No dejes que me obligue.

»—Ahora es el momento —me decía Cannat mientras tanto—. ¡Ahora!

»Fue como una orden divina que no hubiera opción a desobedecer o, siquiera, cuestionar. La espera no se podía prorrogar un segundo más. Me sentí absorbida por el cuerpo de Ingrid con una fuerza incontenible y sobrenatural, y, en una fracción de segundo, simplemente, estuve dentro. Mi voluntad no había contado para nada.

»De momento, pensé que estaba en mi propio cuerpo. Todo había transcurrido envuelto por la nebulosa irrealidad de un sueño. Una inquietante y fugaz fantasía onírica. Al abrir los ojos esperaba encontrarme sentada en la silla, con el mostrador frente a mí, y ver a Ingrid muerta en el suelo. Pero la visión que obtuve desde aquella perspectiva en la que ignoraba encontrarme me dejó confundida.

»Vi un par de pelos morenos rizándose sobre la blanca pátina de polvo que cubría el suelo de madera, luego, las piernas de Cannat elevándose ante mis ojos como las de un gigante. Me di cuenta de que estaba tirada en el suelo. ¿Qué eran aquellas extrañas ropas de algodón tan simples y ordinarias, que surgían bajo mi mirada? Hice un esfuerzo y me volví a mirar hacia la silla en que debía encontrarme. Estaba vacía. Pero mi anciano cuerpo yacía en el suelo, junto a ella. Había caído sin vida. Lancé un ahogado grito de terror e hice ademán de arrastrarme hacia él. La cabeza me dolía enormemente porque Ingrid se la había golpeado al caer, y también el trasero y el brazo derecho. Las lágrimas corrieron por las mejillas de aquel cuerpo tan calientes como siempre habían corrido por el mío. Mi cabeza era un torbellino de amargos pensamientos. Cannat me levantó del suelo y me puso ante sí para observarme, como si fuese la primera vez que veía aquel cuerpo.

»—¡Qué radiante hace lucir tu espíritu a este mísero cuerpo! —me dijo, y enjugó mis lágrimas con sus dedos.

»—¿Qué es esto, Cannat? ¿Qué me has hecho? —seguí llorando yo, presa del más indescriptible de los horrores al escuchar mi propia y extraña voz.

»Él se rió, como ante una niña pequeña sorprendida por el sabor del vino.

»—¿Qué te he hecho? —Me sonrió—. Te he regalado una nueva vida. Un cuerpo bien seleccionado, joven, sano y espléndido. ¿No lo entiendes? Una nueva vida junto a Shallem. Una vida que puede ser muy larga. Este cuerpo sólo ha vivido dieciséis años. Casi nuevo y todo tuyo. —Y se quedó mirándome sonriente, como si esperase que se lo agradeciera.

»—Pero yo no quería esto… —murmuré entre sollozos, sujetándome a él porque no podía dominar aquellas piernas y apenas era capaz de mantenerme en pie. Además, la debilidad producida por la falta de dominio de aquel inmenso cuerpo se veía incrementada por la traumática visión de mi propio cadáver, del cual no podía despegar los ojos.

»Cannat se rió de nuevo, como si la niña no se acostumbrase al sabor del vino.

»—Estarás encantada en cuanto te calmes y reflexiones —me aseguró—. Te acostumbrarás en seguida. Sólo ha cambiado tu imagen ante el espejo. Nada más.

»Me quedé mirando descompuesta mi propio cuerpo, ya definitivamente perdido, tendido en el suelo. Impulsivamente me solté de Cannat para acercarme a examinarlo, mejor dicho, para arrojarme a él, para abrazarme y llorar sobre él, pero, de inmediato, perdí el equilibrio y las nuevas piernas se doblaron. Cannat evitó que me cayera.

»—Tú me lo pediste —me dijo, de pronto con un tono grave en su voz—. Tú lo deseabas. No querías morir. Rezabas día y noche porque no querías morir. Tu petición, tu súplica, era tan evidente como las lágrimas en tus ojos. Y sabías que sólo había dos dioses capaces de escuchar tus plegarias, de responderlas. Sabías que Shallem y yo conocíamos tus pensamientos y tus deseos. No te atrevías a decirlo en alta voz, pero no ignorabas que no tenías necesidad. Shallem lo veía, yo lo veía. Nos suplicabas con la voz de tu alma que no te dejáramos alejarte, que no te dejáramos morir. Dejaste en manos de tus dioses el actuar o no. Pues bien. Uno de ellos te respondió.

»—No era mi intención… —musité, anonadada por sus palabras y conmocionada por el nuevo timbre de mi voz.

»—¿Te consuela esa creencia? —me preguntó, impertérrito—. Yo alcanzo a ver lo que tu conciencia no osa admitir. Tú me lo pediste. Pero, tranquila, siempre puedes consolarte, si persistes en engañarte, con el pensamiento de que no lo hiciste de viva voz. Dejémoslo así. Yo te obligué. Ingrid no ha muerto por tu causa. Tu conciencia está limpia.

»—¡Pero esto es monstruoso! —grité—. ¡Es horrible! ¡No podré soportarlo! ¡Shallem nos odiará a los dos!

»Fue un triste error por mi parte el alzar la voz. El padre de Ingrid salió de la trastienda y Cannat lo mató sin demora ni ganas. Simplemente cayó fulminado nada más asomar la cabeza. Después me miró con la misma expresión de seriedad que antes. Como si nada hubiera pasado. Como si no acabara de asesinar a un ser humano con la mayor indiferencia.

»—No te preocupes por eso —continuó—. Sí, es cierto que le dará una pataleta. Pero no durará mucho, y habrá merecido la pena. Y ahora, ¿estás preparada para volver?

BOOK: La concubina del diablo
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