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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

La corona de hierba (70 page)

BOOK: La corona de hierba
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—Aguardemos a que Roma tome la iniciativa —dijo Lucio Frauco en el consejo itálico. Al enterarse de que los marsos habían entregado una declaración de guerra al Senado, se puso furioso al pensar que Roma se movilizaría de inmediato. Pero Silo seguía en sus trece.

—Así es como se hacen las cosas —porfiaba—. Hay reglas que rigen en la guerra, igual que hay leyes que rigen todos los aspectos de la conducta humana. Roma no podrá decir que no hemos avisado.

Y a partir de ahí, nada de lo que Mutilo pudiera decir o hacer hizo que sus iguales dirigentes itálicos cambiasen de opinión en el sentido de que fuese Roma quien lanzase la primera piedra.

—¡Si les atacamos ahora, acabamos con ellos! —gritó Mutilo en el consejo aliado, pese a que ya lo había dicho su delegado Cayo Trebatio—. ¡Comprenderéis que cuanto más tiempo les demos para prepararse, menos posibilidades tenemos de ganar la guerra! ¡El hecho de que en Roma ignoren nuestros preparativos es nuestra mejor ventaja! ¡Caigamos sobre ellos! ¡Salgamos mañana mismo! ¡Si perdemos más tiempo no venceremos!

Pero todos los demás movieron la cabeza con gravedad, menos Mario Egnacio, el representante samnita compañero de Mutilo en el consejo de guerra; hasta Silo se opuso, aun admitiendo la lógica de tomar la iniciativa.

—No estaría bien —era la respuesta que obtenían los samnitas por mucho que presionasen.

La matanza de Asculum Picentum tampoco causó impresión; Cayo Vidacilio, de los picentinos, se negó a enviar una guarnición a la ciudad para rechazar una posible represalia romana, alegando que las represalias romanas tardaban y que a lo mejor ni se producía.

—¡Tenemos que ponernos en marcha! —suplicaba Mutilo una y otra vez—. ¡Los campesinos dicen que el invierno no va a ser largo, no hay motivo para esperar hasta la primavera! ¡Hay que emprender la marcha!

Pero nadie quería emprenderla y no lo hicieron.

Por eso los primeros disturbios se dieron entre los samnitas, pues nadie consideró los sucesos de Asculum Picentum como una prueba de sublevación; la ciudad había desbordado su límite de paciencia y había pasado a la acción. Por el contrario, la numerosa población samnita en Campania, muy mezclada a romanos y latinos y que durante generaciones había estado cociendo a fuego lento, de pronto comenzó a hervir.

Servio Sulpicio Galba trajo las primeras noticias concretas al llegar a Roma en febrero, despeinado y sin escolta.

El nuevo primer cónsul, Lucio Julio César, convocó inmediatamente al Senado para que oyera el informe de Galba.

—He estado prisionero seis semanas en Nola —dijo Galba ante la estupefacta Cámara—. Acababa de enviaros mi comunicado de que regresaba antes de alcanzar Nola, que en principio no tenía previsto visitar, pero como me hallaba cerca y allí hay una numerosa población samnita, lo decidí en el último momento. Me alojé en casa de una anciana muy amiga de mi madre, romana, desde luego. Y ella fue quien me dijo que estaban sucediendo cosas raras en Nola, porque, de pronto, a romanos y latinos les resultaba imposible obtener servidumbre, artículos en el mercado ¡y hasta comida! Sus criados tenían que ir con un carro hasta Acerrae para comprar lo más necesario. Cuando recorría la ciudad con mis lictores y soldados no recibíamos más que abucheos y silbidos, aunque nunca podíamos localizar a los culpables.

Galba se agitaba incómodo, consciente de que el relato de sus aventuras no era muy inspirado.

—La noche en que llegué a Nola, los samnitas cerraron las puertas de la ciudad y se apoderaron de ella. Todos los romanos y latinos fueron hechos prisioneros y obligados a permanecer en sus casas. Sin lictores, sin soldados y sin funcionarios, me vi encerrado en la casa de mi anfitrión, con una guardia samnita en la puerta principal y en la trasera. Y allí estuve hasta hace tres días, cuando mi anfitrión logró distraer a los guardianes de la puerta trasera mientras yo escapaba. Disfrazado de comerciante samnita, pude cruzar las puertas de la ciudad antes de que se organizara la persecución.

Escauro se inclinó hacia adelante.

—Servio Sulpicio, ¿viste a alguien de autoridad durante tu confinamiento?

—A nadie —contestó Galba—. Sólo hablé con los que montaban guardia en la puerta principal.

—¿Y qué decían?

—Que el Samnio estaba sublevado, Marco Emilio. Yo no podía comprobarlo, y cuando logré huir me costó un día entero esconderme de cuantos desde lejos me parecían samnitas. Sólo cuando alcancé Capua comprobé que nadie sabía nada de esa sublevación, al menos en esa parte de Campania. De hecho, parece que nadie sabe lo que pasa en Nola. Por el día, los samnitas nolanos mantienen una puerta abierta como si no sucediese nada, y cuando conté en Capua lo que me había sucedido se quedaron perplejos. ¡Y alarmados! Los
duumviri
de Capua me han pedido que el Senado les envíe instrucciones.

—¿Te dieron de comer durante el cautiverio? ¿Y tu anfitriona? ¿Le permitían comprar en Acerrae?

—Había poca comida. A mi anfitriona le permitían comprar en Nola, pero sólo ciertos artículos y a precios desorbitados. No dejaban salir de la ciudad a ningún latino ni romano —contestó Galba.

En esta ocasión el Senado estaba lleno, pues eso al menos era lo que había logrado el tribunal de Vario: la unidad senatorial, haciendo que la Cámara ansiase otro asunto que no fuese la comisión variana.

—¿Puedo hablar? —dijo Cayo Mario.

—Sí, si no hay nadie de mayor rango que quiera hacerlo —replicó friamente el segundo cónsul, Publio Rutilio Lupo, que tenía los
fasces
en febrero y no era partidario de Mario.

Pero nadie pidió la palabra por delante de Mario.

—Si en Nola han confinado a los ciudadanos romanos y latinos en las circunstancias que has dicho, no cabe duda de que Nola está sublevada contra Roma. Consideremos un momento los acontecimientos: en junio del año pasado el Senado delegó a dos de sus pretores para que indagaran lo que nuestro estimado consular Quinto Lutacio denominó «la cuestión itálica». Hace unos tres meses el pretor Quinto Servilio fue asesinado en Asculum Picentum junto con los residentes romanos de la localidad. Y hace unos dos meses el pretor Servio Sulpicio fue hecho prisionero en Nola, al igual que todos los ciudadanos romanos de la ciudad.

»Dos pretores, el del norte y el del sur, y dos incidentes atroces, uno en el norte y otro en el sur. Toda Italia, ¡aun en las zonas más atrasadas!, sabe y comprende la importancia, la representatividad del pretor romano. Y sin embargo, padres conscriptos, en el primer caso se cometió asesinato y en el segundo se detuvo al pretor unos días confinado. Que no sepamos en qué habría concluido ese arresto de Servio Sulpicio se debe a la feliz circunstancia de su fuga. Sin embargo, yo creo que, de no haberse dado, Servio Sulpicio habría muerto también. ¡Dos pretores de Roma con
imperium
proconsular! Atacados, por lo que se ve, sin temor a represalias. ¿Qué quiere eso decir? ¡Una sola cosa, colegas senadores! ¡Para mí, que Asculum Picentum y Nola se hallan enValentonados para hacer lo que han hecho sin temor a represalias! En otras palabras, tanto Asculum Picentum como Nola esperan que se rompan las hostilidades entre Roma y los pueblos itálicos antes de que Roma sea capaz de replicar.

La Cámara escuchaba con atención cada palabra de Mario. Hizo una pausa y miró de un rostro a otro, buscando determinadas personas. Lucio Cornelio Sila, por ejemplo, que le contemplaba con ojos relucientes, y Quinto Lutacio Catulo César, que escuchaba con gesto amedrentado.

—Soy culpable del mismo delito que todos vosotros, padres conscriptos. Desde que murió Marco Livio Druso, no ha habido nadie que me haya estado diciendo que habría guerra, y comencé a creer que él estaba equivocado. Cuando la marcha del marso Silo sobre Roma no tuvo consecuencias, también yo comencé a pensar que era tan sólo una argucia más para obtener la ciudadanía. Cuando el delegado marso entregó a nuestro príncipe del Senado una declaración de guerra, la desdeñé porque procedía de un solo pueblo itálico, pese a que en la delegación estaban representados ocho. ¡Lo confieso sinceramente: no podía creer que un pueblo itálico emprendiese la guerra contra nosotros!

Hizo otra pausa y caminó hasta situarse delante de las puertas cerradas, desde donde veía toda la Cámara.

—Lo que hoy nos ha contado Servio Sulpicio hace que todo cambie y arroja nueva luz sobre los acontecimientos de Asculum Picentum. Asculum es una ciudad de los picentinos y Nola de los samnitas de Campania. Ninguna de las dos es colonia romana o latina; por consiguiente, hay que colegir que picentinos y samnitas están coligados contra Roma. Y puede que esos ocho pueblos que enviaron hace tiempo una delegación formen parte de esa liga. Yo creo que tal vez con la entrega a nuestro portavoz de la Cámara de esa declaración de guerra, los marsos quisieran advertirnos de la circunstancia, mientras que a los otros siete pueblos les tiene sin cuidado. Marco Livio Druso no se cansaba de repetir que los aliados itálicos estaban a punto de declarar la guerra. Ahora le creo; sólo que pienso que los aliados itálicos ya han dado el primer paso.

—¿Crees realmente que existe la ruptura de hostilidades? —inquirió Ahenobarbo, pontífice máximo.

—Sí, Cneo Domicio.

—Continúa, Cayo Mario —terció Escauro—, quiero oírte antes de tomar la palabra.

—Poco más tengo que decir, Marco Emilio. Salvo que debemos movilizamos, y muy de prisa. Que debemos tratar de averiguar la magnitud de esa coalición contra Roma. Que debemos poner en marcha cuantas tropas tengamos armadas para defender nuestras carreteras y accesos a Campania. Que debemos averiguar cuál es la actitud de los latinos hacia nosotros y cómo van a reaccionar nuestras ciudades colonia en las regiones hostiles si estalla la guerra. Como sabes, poseo muchas tierras en Etruria, igual que Quinto Cecilio Metelo Pío y otros de los Cecilios. Quinto Servilio Cepio tiene muchas tierras en Umbría, y Cneo Pompeyo Estrabón y Quinto Pompeyo Rufo, grandes propiedades al norte de Picenum. Por tal motivo, creo que debemos mantener en nuestro campo Etruria, Umbría y el norte de Picenum… tomando inmediatamente la iniciativa de negociar con los dirigentes locales. Sin embargo, en el caso del norte de Picenum, sus dirigentes están hoy sentados en esta Cámara.

Mario inclinó la cabeza en dirección a Escauro, príncipe del Senado.

—Ni que decir tiene que yo personalmente me pongo a las órdenes de Roma —añadió.

—Estoy totalmente de acuerdo con lo que ha expuesto Cayo Mario, padres conscriptos —dijo Escauro poniéndose en pie—. No podemos perder tiempo. Y aunque me doy cuenta de que estamos en febrero, propongo que se despoje de los
fasces
al segundo cónsul y se entreguen al primer cónsul. Es el primer cónsul quien debe dirigir asuntos tan graves como éste.

Rutilio Lupo se irguió en su silla, indignado, pero no concitaba mucha popularidad en la Cámara, y aunque insistió en que se procediera a una votación, se opuso la gran mayoría. Y así se vio obligado, furioso, a ceder el primer puesto a Lucio Julio César, primer consul. Estaba presente el amigo de Lupo, Cepio, pero no habían acudido Filipo ni Quinto Vario.

Lucio Julio César, encantado, demostró sin demora que merecía la confianza del portavoz de la Cámara, pues aquel mismo dia había adoptado las decisiones más imperiosas. Los dos cónsules irían al campo de batalla, dejando al pretor urbano, Lucio Cornelio Cinna, el gobierno de Roma. Había que descartar el empleo de las tropas de las provincias, ya que esta nueva crisis no podía alterar disposiciones tomadas anteriormente. Y estas disposiciones eran que Sentio continuase en Macedonia y los gobernadores de Hispania prosiguieran su actuación. Lucio Lucilio iría de gobernador a la provincia de Asia; sin embargo, para que el rey Mitrídates no tuviera posibilidades mientras Roma zanjaba sus problemas internos, se enviaba a Publio Servilio Vatia a Cilicia para asegurar la paz en aquella región de Anatolia. Y, lo que era más importante, Cayo Celio Caldo fue dispensado de sus deberes pretoriales jurídicos en Roma y se le confiaba el cargo extraordinario de gobernador conjunto de la Galia transalpina y la Galia itálica.

—Porque está claro —dijo Lucio Julio César— que si Italia se ha sublevado, no tendremos suficientes tropas de refresco fieles en la península. En la Galia itálica hay muchas colonias latinas y romanas. Cayo Celio se acuartelará en la Galia itálica para reclutar y entrenar la tropa.

—Una sugerencia —tronó Cayo Mario—. Me gustaría que el cuestor Quinto Sertorio fuese con Cayo Celio. Este año tiene obligaciones fiscales y aún no es miembro del Senado, pero estoy seguro, como muy bien saben los aquí presentes, que Quinto Sertorio es un auténtico militar. Que aplique su experiencia fiscal lo mejor que pueda en el ámbito militar.

—De acuerdo —dijo sin ambages Lucio César.

Naturalmente, existían tremendos problemas financieros que resolver. El Tesoro era solvente y tenía a mano recursos más que sobrados, pero…

—Si esta guerra es de mayor magnitud de lo que pensamos, o se prolonga más de lo que normalmente cabe esperar, necesitaremos más dinero del que tenemos —dijo Lucio César—. Más vale actuar a tiempo. Sugiero que vuelva a establecerse el impuesto directo a todos los ciudadanos romanos y a los que tienen derechos latinos.

Aquello, desde luego, suscitó furibunda oposición en muchas facciones de la Cámara, pero Antonio Orator pronunció un excelente discurso, igual que Escauro, príncipe del Senado, y al final se acordó adoptar la medida. El
tributum
no se aplicaba de continuo, sino sólo en caso de necesidad. Después de la sumisión de Perseo de Macedonia por el gran Emilio Paulo, se había abolido, sustituyéndolo por un
tributum
a pagar por los no romanos.

—Si hemos de tener en el campo de batalla más de seis legiones, no nos bastarán los ingresos del extranjero —dijo el jefe de tribunos del Tesoro—. El coste de armarlas, alimentarlas, pagarlas y mantenerlas en campaña recaerá totalmente sobre el Tesoro romano.

—¡Adiós, aliados itálicos! —exclamó con violencia Catulo César.

—Dado que tendremos que mantener entre diez y quince legiones en pie de guerra… ¿en cuánto debemos fijar el
tributum
? —inquirió Lucio César, a quien esta faceta del mando le repugnaba.

El jefe de tribunos del Tesoro y sus ayudantes conferenciaron durante un buen rato.

—Un uno por ciento del censo total —fue la respuesta.

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