Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Erasmo se consideraba a sí mismo un individuo cultivado, un admirador de glorias humanas del pasado. Había hecho construir aquella propiedad tomando como referencia palacios históricos, aunque el paisaje de Corrin necesitaba ciertas modificaciones, incluidos dispositivos difusores que evitaran que los esclavos humanos murieran a causa de las emisiones de gas que se concentraban en la superficie.
En sus orígenes, Corrin era un mundo rocoso, helado y muerto. Cuando el sol entró en su fase de gigante rojo, quemando los planetas con una órbita más pequeña, aquel pedrusco inhabitable se desheló. Tiempo atrás, cuando el Imperio Antiguo de los humanos aún conservaba chispas de genialidad y ambición, pioneros osados transformaron Corrin, plantaron hierba y árboles y llevaron allí animales, insectos y colonos.
Pero aquel asentamiento no sobrevivió ni siquiera el breve espacio que duraba la fase gigante del sol, y ahora las máquinas gobernaban allí bajo cielos rojizos, con el ojo siniestro del sol hinchado mirando siempre las sucias cuadras de los esclavos.
Los cimek atravesaron las verjas de la villa, unas verjas hechas de metal forjado con formas intrincadas. Exuberantes enredaderas de flores rojas cubrían muros y celosías. El aire debía de estar saturado de perfume; Agamenón se alegró de no haber elegido una forma móvil con sensores olfativos. Oler flores era lo que menos le apetecía en aquellos momentos.
Con una sonrisa artificial en su rostro de metal líquido, Erasmo se deslizó hacia los dignatarios visitantes conforme entraban en su patio. El robot independiente llevaba una estrafalaria túnica adornada con una franja de piel a imagen de los antiguos reyes humanos.
—Bienvenidos, compañeros míos. Les ofrecería un refrigerio, pero sospecho que mi gesto sería un derroche con unas máquinas con mente humana.
—No hemos venido para divertirnos —dijo Agamenón.
Sin embargo, a Jerjes siempre pareció entristecerle no poder seguir disfrutando de la buena comida; en sus días de humano era un hedonista. En aquel momento se limitó a suspirar y contempló su entorno con admiración.
Las pantallas Omnius estaban colocadas en las paredes, y había ojos espía flotando como gruesos abejorros mecánicos. Si bien el actual núcleo de la supermente de Corrin estaba situado en la ciudadela, en algún lugar de la ciudad, Omnius podía vigilar desde una miríada de ojos espía y escuchar todas las conversaciones. Hacía ya mucho tiempo que Agamenón se había cansado —y acostumbrado— a aquella constante vigilancia, pero no podía hacer nada… al menos hasta que se librara de Omnius.
—Debemos hablar de esta guerra contra los irracionales humanos. —La voz de la supermente resonó por los altavoces, como un dios omnipresente y todopoderoso.
Agamenón bajó sus receptores auditivos para reducir las atronadoras órdenes de la supermente a unos pequeños chillidos.
—Lord Omnius, estoy preparado para cualquier nueva agresión contra los hrethgir. Solo tenéis que ordenarlo.
—El general Agamenón lleva años abogando por dicha acción —dijo Jerjes, con excesivo entusiasmo—. Siempre ha dicho que la humanidad libre es una bomba de relojería. Ya nos advirtió que, si no nos encargábamos de los hrethgir, acabarían por alcanzar el punto de ebullición y nos causarían un gran daño… que es exactamente lo que han hecho en la Tierra, Bela Tegeuse, la colonia Peridot y, más recientemente, en Tyndall.
El general cimek controló su irritación.
—Omnius es plenamente consciente de nuestras conversaciones anteriores, Jerjes. Y de nuestras batallas con los humanos.
Erasmo habló en tono erudito.
—Puesto que nunca hemos visto una versión con los pensamientos y decisiones finales del Omnius-Tierra, no sabemos exactamente qué sucedió en los últimos días de la Tierra. Esa información se ha perdido para siempre.
—No necesitamos los detalles exactos —gruñó Agamenón—. Hace más de mil años que soy oficial del ejército. He dirigido ejércitos humanos y ejércitos de robots. Yo fui el artífice de la derrota original del Imperio Antiguo.
—Y desde entonces habéis sido un fiel guerrero y siervo de Omnius —añadió Erasmo.
Al titán le pareció notar cierto sarcasmo en su voz.
—Correcto —terció Juno antes de que Agamenón pudiera contestar—. Los titanes siempre hemos sido aliados valiosos para Omnius.
—Nuestra principal preocupación es asegurar que no se produzca ninguna rebelión parecida en ningún otro planeta sincronizado —dijo Omnius.
—Estadísticamente no es muy probable que pase —señaló Dante—. Vuestros ojos espía controlan permanentemente a la población. Ningún esclavo volverá a tener ocasión de reunir seguidores como hizo el humano de confianza Iblis Ginjo.
—Yo personalmente he dirigido incursiones de neocimek contra células rebeldes —dijo Jerjes adelantándose—. Los humanos indisciplinados jamás lograrán encontrar otro apoyo.
Erasmo caminó arriba y abajo por el patio, haciendo ondear su túnica forrada de pieles.
—Por desgracia, semejantes medidas de represión solo consiguen aumentar el descontento. El ejército de la Yihad ha enviado agentes provocadores a nuestros mundos y clandestinamente pasan propaganda a trabajadores esclavizados, artesanos, incluso a nuestros hombres de confianza. Traen grabaciones de apasionados discursos de Serena Butler, a la que llaman
sacerdotisa de la Yihad
. —El rostro de metal líquido del robot formó una expresión pensativa—. Para ellos es hermosa y persuasiva, una auténtica diosa. Si escuchan las palabras de Serena, ¿cómo podrían resistirse a hacer lo que les pide? La seguirían hasta la muerte.
—Nuestros humanos de confianza tienen todo lo que podrían desear —se quejó Agamenón—, y aun así la escuchan. —
Como mi hijo Vorian. El loco
—. Lo mejor es extirpar el cáncer aplastando cada levantamiento. Con el tiempo conseguiremos eliminar a los descontentos… o habrá que exterminar a esos molestos humanos de una vez por todas. Cualquiera de las dos soluciones es aceptable.
—¿Por dónde deseáis que empecemos, lord Omnius? —preguntó Jerjes.
—En Ix hay frecuentes sabotajes y un visible descontento —terció Erasmo—. En su mayor parte los accidentes geográficos se han aprovechado para la industria, pero los rebeldes han localizado un panal de cavernas naturales en la corteza del planeta. Se esconden allí como termitas y luego atacan nuestros puntos débiles.
—No deberíamos tener puntos débiles —dijo Agamenón.
—Tampoco debería haber rebeldes, teniendo en cuenta que he aumentado la eficacia de toda la red planetaria —explicó Omnius—. Esta agitación ha causado numerosos problemas, y quiero examinar las diferentes opciones. Quizá eliminar a esos humanos sea tan difícil que no valga la pena. Tal vez lo más efectivo sería dejar de luchar contra ellos.
Agamenón no pudo controlarse.
—¿Y dejar que ganen? ¿Después de todo lo que hemos creado y logrado en estos últimos mil años?
—¿Qué importancia tiene un simple milenio? —Preguntó Omnius—. Como máquinas pensantes, nosotros tenemos alternativas que los humanos no tienen. Nuestros cuerpos pueden adaptarse a medios que serían letales para formas de vida biológicas. Si me limito a abandonar los planetas infestados de hrethgir, puedo explotar las numerosas lunas sin atmósfera y los planetas rocosos. Allí las máquinas pensantes prosperaríamos y expandiríamos los Planetas Sincronizados sin mayor problema.
Hasta Erasmo pareció sorprendido por la propuesta.
—En otra época los humanos tenían un dicho, lord Omnius:
Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo.
—Yo no sirvo a nadie. Estoy pensando cómo lograr un mayor beneficio con el mínimo coste y el menor riesgo. De acuerdo con mis conclusiones nunca podremos dominar suficientemente a los esclavos humanos. Dejando aparte la erradicación completa (que requeriría un considerable esfuerzo), los humanos seguirán amenazando con sabotajes y pérdida de materias primas.
—Lord Omnius —dijo Agamenón con fervor—, ¿acaso es una victoria gobernar un territorio que nadie quiere? Si abandonáis los planetas que hemos controlado estaréis admitiendo el fracaso. Seríais el rey de la inconsecuencia. Es un disparate.
Omnius no se encolerizó.
—A mí me interesan la expansión y la eficacia, no los anticuados conceptos de grandeza. La propaganda distribuida por Serena Butler ha hecho que me cuestionara las bases de mi poder. No sé cómo manejar la información inexacta que viene del exterior. ¿Cómo es posible que los esclavos crean semejantes afirmaciones sin ningún dato que las corrobore?
—Porque los humanos tienen tendencia a creer lo que quieren creer —dijo Erasmo—, ellos se basan en los sentimientos, no en las pruebas. Mirad si no sus paranoias, siempre andan comprobando cada rincón, e incluso miran detrás de las cortinas por temor a que haya espías e infiltrados de las máquinas entre ellos. Sé que hemos logrado infiltrar a algunos de nuestros hombres de confianza en mundos controlados por la Liga, pero esos paranoicos creen que la mayoría de sus vecinos están secretamente conchabados con Omnius. Un miedo tan infundado solo puede perjudicarles.
Juno rió tontamente y Jerjes emitió un sonido exageradamente despectivo al pensar en la credulidad y debilidad de los hrethgir.
—Volviendo al tema que nos ocupa —dijo Agamenón arrastrando una antepierna sobre las baldosas—, esta destructiva rebelión es responsabilidad de Erasmo. Sus manipulaciones experimentales crearon las condiciones que suscitaron el levantamiento inicial en la Tierra.
Erasmo se volvió hacia el poderoso cimek.
—General, sin la versión del Omnius-Tierra no podemos estar seguros. Sin embargo, tampoco estáis libre de culpa en esto. Uno de los más importantes soldados de la Yihad es vuestro propio hijo, Vorian Atreides.
Agamenón hervía de rabia. Cuántas esperanzas había puesto en su decimotercero y último hijo… a los doce anteriores los mató tras descubrir sus graves defectos. Todo el semen irreemplazable que tenía almacenado fue destruido durante el ataque a la Tierra. Agamenón se lo tomó como algo personal, como un ataque contra su familia.
Vorian era su última esperanza, y al final se había convertido en su mayor motivo de vergüenza.
—Todos somos culpables. No me interesan estas pullas irrelevantes —dijo Omnius.
La voz de Juno sonó profunda y resbaladiza.
—Lord Omnius, durante siglos, nosotros los titanes hemos deseado aplastar a los salvajes humanos, pero jamás se nos ha concedido el permiso para hacerlo.
—Eso podría cambiar —dijo la supermente.
—En estos momentos —Agamenón hablaba emocionado—, mi hijo está con el ejército de la Yihad conteniendo a las fuerzas robóticas en Anbus IV. Permitidme dirigir un grupo de combate cimek y encontraré a mi vástago rebelde.
Omnius estuvo de acuerdo.
—La lucha en Anbus IV nos está haciendo gastar demasiado tiempo y energía. Yo esperaba una victoria fácil. Asegúrate de que la consigues, general Agamenón. Y envía a uno de vuestros titanes a Ix a reprimir a los rebeldes. Eliminad ambos problemas rápida y eficazmente.
—Me ofrezco voluntario para ir a Ix, lord Omnius —se apresuró a decir Jerjes. Por lo visto, pensaba que aplastar a unos pocos rebeldes desorganizados sería más fácil que enfrentarse al ejército de la Yihad—. Siempre y cuando tenga apoyo militar. Y me gustaría que Beowulf sea mi general.
—Beowulf viene con nosotros —dijo Agamenón, principalmente para fastidiar a Jerjes. Beowulf era uno de los primeros cimek de nueva generación, creado por Barbarroja más de un siglo después de que la supermente electrónica tomara el poder. Cuando era humano, Beowulf había colaborado con los cimek como señor de la guerra en un planeta secundario. Demostró ser una persona capaz y ambiciosa, y aceptó entusiasmado la oportunidad de convertirse en uno de ellos.
En realidad el general titán no necesitaba a Beowulf, pero se alegró de no tener que llevar con ellos al cobarde Jerjes. Con la ayuda de Juno y Dante podía reunir montones de neocimek fiables, así como fuerzas militares robóticas que se sumaran a los grupos de combate que ya había en Anbus IV. Aun así, derrotar a Vorian Atreides no sería fácil.
Agamenón había enseñado bien a su hijo.
Aquí es donde su capacidad analítica les falla a las máquinas pensantes: creen que no tienen ningún punto débil.
P
RIMERO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
Nunca más a una supermente
Cuando la flota de la Yihad pasó sobre la zona de aterrizaje del enemigo en Anbus IV, soltó una lluvia de unidades destructoras. Desde su ballesta en órbita, el joven Vergyl Tantor gritó de alegría porque los primeros escáneres mostraron a las fuerzas de tierra robóticas de vanguardia tambaleándose, cayendo sobre sus rodillas metálicas, con sus circuitos gelificados desparramados.
Al volver de la ciudad de Darits, Xavier Harkonnen se había puesto un uniforme verde y carmesí nuevecito que llevaba los imponentes distintivos de su rango de primero. Aún se sentía sucio por sus conversaciones con los testarudos ancianos zenshiíes. En aquellos momentos, mientras enviaba la siguiente oleada de tropas y equipamiento a la superficie, parecía un comandante ideal.
Una lanzadera llena de entusiastas mercenarios de Ginaz —los mejores guerreros que podían comprarse con dinero— descendió sobre el campamento base de las máquinas y cubrió la zona asignada empuñando espadas de impulsos, granadas descodificadoras. Los profesionales de Zon Noret tardaron menos de una hora en destruir la base enemiga casi terminada, y eliminaron a los últimos robots operativos. Las máquinas no esperaban una respuesta tan rápida y abrumadora.
La expresión de Xavier, en pie en el puente de su nave insignia, era de satisfacción.
—Esto ha sido un revés contra el enemigo, pero no creáis ni por un momento que los detendrá.
Vor se repantigó junto a su amigo.
—Ya que no son lo bastante listos para saber cuándo tienen que rendirse, solo tenemos que convencerlos.
Inclinados sobre papeles y mapas en las salas de análisis de la nave insignia, diligentes expertos en tácticas estudiaban la posición de las fuerzas robóticas, tratando de descubrir los planes de Omnius para hacerse con Anbus IV. Al parecer, incluso después de la destrucción de aquella primera base, las máquinas pensaban desembarcar un impresionante número de efectivos y lanzar una invasión terrestre que sin duda les permitiría tomar el planeta.