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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La cruzada de las máquinas (4 page)

BOOK: La cruzada de las máquinas
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Diez violentos años después de la destrucción atómica de la Tierra, el viejo Manion Butler dejó su cargo de virrey de la Liga y solicitó que su hija Serena ocupara el cargo. Serena fue elegida por aclamación popular, pero insistió en que únicamente se la considerara virreina interina hasta el final de la guerra. Encantado, Iblis se convirtió en su consejero personal, escribió sus discursos y aumentó el fervor de la gente por la cruzada contra las máquinas pensantes.

Con la cabeza muy alta, Iblis avanzó por el pasillo enmoquetado hasta la parte delantera de la sala. Unas cámaras proyectaban sus facciones a un tamaño descomunal a los lados del recinto. Hosten Fru, en un gesto inmediato de deferencia, dio por terminada su intervención, hizo una reverencia y bajó del podio.

—Cedo la palabra al Gran Patriarca.

Iblis avanzó por el estrado, cruzó las manos ante el cuerpo e hizo un gesto de asentimiento, mostrando su gratitud hacia el representante de Hagal, que se alejó apresuradamente de la zona de comparecencias. Sin embargo, antes de que Iblis pudiera ordenar sus pensamientos, alguien le interrumpió.

—¡Hay un punto pendiente! —Enseguida reconoció a la mujer: era Muñoza Chen, la combativa representante del lejano mundo de Pincknon.

Iblis se volvió hacia ella y se obligó a adoptar una expresión paciente mientras la mujer se ponía en pie para hablar.

—Hoy mismo —dijo— he cuestionado que se hayan transferido ciertas responsabilidades del Parlamento al Consejo de la Yihad sin el debido procedimiento. El asunto ha quedado pospuesto hasta que un miembro autorizado del Consejo pueda dirigirse a esta asamblea. —Cruzó los brazos sobre su pequeño pecho—. Y creo que el Gran Patriarca Ginjo tiene autoridad para hablar en nombre del Consejo.

Iblis le sonrió con frialdad.

—No es ese el motivo por el que acudo hoy ante la Asamblea, señora Chen.

Aquella molesta mujer se negaba a sentarse.

—Hay un asunto pendiente sobre la mesa, señor. El procedimiento exige que tratemos de resolverlo antes de pasar a otras cuestiones.

Iblis intuyó la impaciencia de la multitud y supo aprovecharla para sus propósitos. Aquella gente estaba allí para oírle a él, no para presenciar tediosos debates acerca de una moción irrelevante.

—Me acaba de proporcionar usted un excelente ejemplo del motivo por el que se creó el Consejo de la Yihad: tomar decisiones rápidas y necesarias sin tanta burocracia absurda.

La audiencia mostró su acuerdo. La sonrisa de Iblis se amplió.

Durante los primeros trece años después de que Serena Butler anunciara su Yihad, el Parlamento de la Liga se ocupó de urgentes problemas de guerra con la misma lentitud que había demostrado durante los siglos anteriores de inquietante paz. Pero tras los desastres de Ellram y la colonia Peridot, cuando los políticos perdieron tanto tiempo regateando que protectorados enteros fueron aniquilados antes de que pudieran llegar las misiones de rescate, Serena se había dirigido al Parlamento para expresar su indignación y (peor aún) su decepción porque habían antepuesto sus estúpidas disputas a un enemigo real.

Iblis Ginjo, que estaba junto a ella, tomó la iniciativa y propuso la formación de un
consejo
que supervisara todos los asuntos que afectaran directamente a la Yihad, mientras que las cuestiones de ámbito comercial, social o doméstico, menos urgentes, podrían debatirse sin prisas en las sesiones del Parlamento. Los asuntos relacionados con la guerra requerían una acción rápida y decisiva que las mil voces del Parlamento solo podían entorpecer.

O al menos eso es lo que Iblis les hizo creer: su propuesta fue aprobada por una abrumadora mayoría.

A pesar de ello, una década más tarde, las antiguas costumbres políticas seguían entorpeciendo el progreso. Iblis, satisfecho por el murmullo de aprobación que recorrió la sala, miró a la representante de Pincknon con infinita paciencia.

—¿Cuál es su pregunta?

Muñoza Chen no pareció reparar en los murmullos que se levantaban a su alrededor.

—Vuestro Consejo no deja de encontrar áreas y más áreas que quedan bajo su jurisdicción. En un primer momento, vuestro ámbito de acción se limitaba a supervisar las operaciones militares del ejército de la Yihad, así como asuntos de seguridad interna, de los que se encarga la Yipol. Actualmente el Consejo se ocupa de los refugiados, de la distribución de suministros, impone nuevas tarifas e impuestos. ¿Dónde terminará este inquietante aumento de la autoridad?

Iblis tomó nota mentalmente para que su comandante de policía, Yorek Thurr, investigara discretamente el pasado de aquella mujer. Quizá sería necesario que alguien
encontrara
pruebas abrumadoras que demostraran que Chen estaba
confabulada
con las máquinas pensantes. Yorek Thurr tenía mucha mano para estas cosas. O sufriría alguna enfermedad que acabaría en una muerte
desafortunada
.

Iblis contestó muy tranquilo.

—Evidentemente, ayudar a los supervivientes y a los refugiados en zonas de guerra entra dentro de las competencias del Consejo, así como la preparación de médicos de campaña y la distribución del material médico y los cargamentos de comida. Cuando reconquistamos Tyndall de manos de las máquinas el año pasado, el Consejo de la Yihad dispuso inmediatamente una serie de operaciones de ayuda. Tras aprobar con carácter urgente ciertos impuestos y apropiarnos de algunos suministros de los acomodados mundos de la Liga pudimos dar a aquella pobre gente cobijo, medicinas, esperanza. De haber dejado el asunto en manos del Parlamento, señora Chen, aún lo estarían debatiendo en una sesión abierta. —Se volvió hacia el podio y entonces, como si lo hubiera pensado mejor, añadió—: Y no he oído que la población de Tyndall se queje.

—Pero que el Consejo amplíe sus competencias sin el voto de…

Iblis profirió un sonido de impaciencia.

—Puedo pasar horas discutiendo este asunto con usted, pero ¿es eso realmente lo que quiere toda esta gente? —Levantó las manos con gesto inquisitivo y los gritos y abucheos resonaron en las gradas; algunos silbidos venían de su gente, por supuesto, pero muchos eran espontáneos—. Si he venido hoy aquí es para compartir con esta Asamblea ciertos conocimientos revelados recientemente por unas antiguas inscripciones muadru.

En sus fuertes manos cogió un importante fragmento de la historia, una antigua placa de piedra protegida entre dos láminas irrompibles de plaz. La apoyó sobre el podio.

—Estas runas fueron desenterradas hace dos siglos en un mundo vacío, pero no se había logrado descifrar su significado hasta ahora.

La audiencia guardó silencio, intrigada. Muñoza Chen, a quien ya nadie hacía caso, vaciló un momento y luego se sentó con torpeza, sin retirar oficialmente su pregunta.

—Estos símbolos fueron escritos hace mucho tiempo por un profeta en un idioma conocido como muadru; quedaron grabados para siempre en la piedra. Se cree que estas palabras del pasado proceden de la Tierra, el mundo madre de la humanidad. —Se volvió a mirar al subordinado con la túnica amarilla, que estaba junto al antiguo cerebro, en su contenedor cerebral—. Tras ayudarme a traducir estos antiguos símbolos rúnicos, la pensadora Kwyna me ha permitido entender. Kwyna, ¿puedes ofrecernos tu guía en este momento?

Algo vacilante, el monje subordinado se levantó y llevó el contenedor cerebral ornamentado hasta la mesa dorada que había junto al podio. A Iblis le entusiasmaba poder estar junto a aquella mente prodigiosa. El hombre de la túnica amarilla esperó.

Fortalecido por la proximidad de Kwyna, Iblis siguió las intrincadas runas con el dedo. Cuando empezó a leer, pronunciando aquellos marcados chasquidos linguales y las sílabas fluidas, la audiencia permaneció en silencio, totalmente absorta. Aquellos sonidos extraños e incomprensibles resonaban por el gran salón de comparecencias y hechizaban a la concurrencia.

Cuando Iblis hizo una pausa, el ayudante de la pensadora apoyó la mano en el recipiente curvo donde estaba el cerebro vivo de Kwyna; luego metió lentamente los dedos en el líquido azul. Mediante esta conexión, tradujo las palabras en muadru con voz distante, como si hablara desde épocas pasadas.

Las runas habían quedado dañadas tras un cataclismo que dejó quemaduras y profundos huecos, explicó. Aunque en algunas de las frases faltaban palabras, el resto hablaba de una trágica guerra en la que muchas personas tuvieron una terrible muerte. Finalmente dijo:

—En palabras del profeta sin nombre,
Un milenio de tribulaciones debe pasar antes de que nuestro pueblo encuentre el camino al paraíso
.

Iblis, que esperaba aquel momento, sonrió radiante y exclamó:

—¿No está claro? El hombre libre ha sufrido durante mil años bajo el dominio de los cimek y sus amos, las máquinas. ¿No lo veis? El tiempo de sufrir ha terminado… si nosotros queremos.

El electrolíquido del interior del contenedor cerebral de la pensadora se agitó, y el subordinado transmitió el mensaje de Kwyna a la asamblea.

—Esta tabla de piedra no contiene toda la profecía. El mensaje está incompleto.

Iblis insistió.

—Debemos afrontar el peligro y la esperanza de lo desconocido. Uno de nuestros grupos de combate ha ido a defender Anbus IV de la última incursión robótica… pero no es suficiente. Como humanos libres, debemos tratar de reconquistar todos los Planetas Sincronizados y liberar a las poblaciones humanas esclavizadas. Solo de esta forma terminarán nuestros sufrimientos, como proclama la profecía. Como se predijo, han pasado mil años. Ahora debemos seguir el camino que lleva al paraíso y dejar a un lado a las máquinas demoníacas. Yo abogo por una expansión de las fuerzas de la Yihad, un mayor número de naves de guerra y efectivos militares, y más ofensivas contra Omnius.

La turbulencia era cada vez más acusada en el fluido del interior del contenedor.

—Y más muertes —tradujo el subordinado.

—¡Y más héroes! —Iblis alzó la voz, con el rostro encendido por el entusiasmo—. Como dice la sabia Kwyna, lo único que tenemos es un fragmento de estas runas. Y, como seres humanos, debemos elegir la mejor interpretación. ¿Tendremos el valor de pagar el precio necesario para que la profecía se haga realidad?

De pronto, antes de que Kwyna pudiera replicar a sus palabras, el Gran Patriarca dio las gracias a la pensadora y a su ayudante. A pesar del respeto que Iblis sentía por Kwyna, lamentablemente la filósofa pasaba demasiado tiempo entregada a pensamientos contradictorios y a la contemplación, y no entendía la realidad de la Yihad.

En cambio, él tenía objetivos muy concretos. A su entusiasmada audiencia poco le interesaban las sutilezas filosóficas.

La voz del Gran Patriarca resonaba, elevándose y bajando de forma calculada, siempre en el momento adecuado.

—Nuestra victoria se paga con vidas humanas. El pequeño hijo de Serena Butler ya pagó con su vida, al igual que lo han hecho millones de valientes soldados de la Yihad. La victoria última no solo merece esa pérdida, la exige. Una derrota es impensable. Nuestra existencia está en juego.

En la sala las cabezas asentían, e Iblis sonrió para sus adentros con satisfacción. Aunque el monje subordinado permaneció en silencio junto al contenedor cerebral de plaz, el Gran Patriarca intuyó que hasta la mismísima Kwyna estaría de acuerdo. Nadie podía resistirse a sus palabras, a su apasionamiento. Unas lágrimas de agradecimiento destellaron en los ojos de Iblis, lo justo para que todos vieran cuánto le importaba la humanidad.

4

Se podría comparar esta nueva Yihad al necesario proceso de corrección. Nos deshacemos de aquello que nos está destruyendo como humanos.

P
ENSADORA
K
WYNA
, archivos de la
Ciudad de la Introspección

El niño yacía en un ataúd de perfecto cristal, pacífico, prístino. Igual que una chispa encerrada en una concha de cristal, Manion Butler estaba aislado de todo cuanto se había forjado en su nombre. Y Serena permanecía recluida junto a él, en el interior de los muros de la Ciudad de la Introspección.

Ella estaba arrodillada sobre una plataforma de piedra, ante el altar, como hacía con frecuencia, con aspecto beatífico y a la vez sombrío. Los devotos que guardaban un retiro contemplativo hacía ya mucho que habían dejado de pedir que se instalara un banco donde ella pudiera sentarse para rezar junto a su hijo. Desde hacía veinticuatro años, Serena afrontaba sus pensamientos, sus recuerdos, sus pesadillas de aquella forma, arrodillada ante la jaula cristalina.

Manion parecía tan sereno, tan protegido… El delicado rostro del niño y sus frágiles huesos quedaron destrozados cuando el monstruoso robot Erasmo lo dejó caer desde un balcón, pero Iblis Ginjo se encargó de que los expertos forenses le devolvieran su forma y sus facciones. Su hijo se conservaba exactamente como Serena quería recordarlo. Sí, su fiel Iblis se había ocupado de todo.

De haber vivido, Manion ya se habría convertido en un noble adulto; lo bastante para estar casado y tener sus propios hijos. Mientras contemplaba el bello rostro de Manion, Serena pensó en las cosas que podía haber logrado de no ser por aquellas horribles máquinas.

En cambio, su bebé inocente había dado vida a una Yihad que se extendía por los sistemas estelares, fomentando la rebelión en los Planetas Sincronizados y el ataque a las naves robóticas y a todas las encarnaciones de Omnius. Millones de personas habían muerto ya por la causa santa. Seguramente Erasmo también había muerto durante el ataque atómico que aniquiló a las máquinas pensantes en la Tierra, pero la supermente informática seguía controlando el resto de sus dominios, y los humanos no podían confiarse.

El dolor no desaparecía. El asesinato de su hijo le había destrozado el alma. Meditar en su presencia le daba la inspiración que necesitaba para seguir encabezando la Yihad. Aquel altar, donde se conservaba el cuerpo de Manion, estaba reservado solo para ella y para unos pocos devotos escogidos.

Por Salusa Secundus y en otros mundos de la Liga habían aparecido otros altares y elaborados relicarios. Algunos estaban adornados con cuadros o semblanzas del joven divino, el cordero del sacrificio, aunque ninguno de los artistas lo había visto nunca en vida. Supuestamente, algunos relicarios contenían fragmentos de ropa, cabellos o incluso muestras microscópicas de células. Serena dudaba de la autenticidad de estos objetos, pero no pidió que se retiraran. La fe y la devoción de la gente era más importante que la exactitud.

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