La cuarta alianza (29 page)

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Authors: Gonzalo Giner

BOOK: La cuarta alianza
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—Perdona que te corte, Lucía, pero, aparte de las razones que nos das sobre este tipo de iglesias, ¿qué motivó que esas construcciones tuvieran ocho o doce caras? —Fernando había estado en muchas ocasiones en esa iglesia, pero nunca había entendido las razones de su peculiar planta.

Lucía le miró fijamente a los ojos, complacida por la pregunta, hasta que él se notó incómodo, por la presión de los suyos, y terminó por apartarlos.

—¡La respuesta a esa pregunta abre la puerta a uno de los mayores misterios que encierran estas paredes! Me encanta tener un auditorio tan inteligente.

Mónica empezó a sentirse también incómoda con aquellas miradas, y con el elogio que había dirigido a Fernando, ya que ella todavía no había abierto la boca.

—En todas las religiones, incluso en las más antiguas como las mitraicas, egipcias, zoroastriana y por supuesto en la judía, se creía en el poder y la simbología de los números. La misma cábala es todo un tratado que relaciona los números desde el 1 hasta el 9 con distintas letras y, ellas, con varias partes del cuerpo humano y con sus correspondientes símbolos e interpretaciones trascendentes.

»Por ejemplo, el número 1 se corresponde con la palabra
keter,
que es la corona, y es la que está en el punto más alto de la cabeza. Otro ejemplo es el 5, que se corresponde con la palabra
gebura,
que es "fuerza" y encarna el símbolo de la luz divina: la luz que da la vida. Su representación es también la estrella de cinco puntas y el pentagrama. La estrella de David es el símbolo que mejor refleja todo el contenido de este número; la fuerza, la luz que genera la vida. La luz de Yahvé que iluminó el camino del pueblo judío por el desierto hasta la tierra prometida. ¿Habíais oído, alguna vez, esta forma de interpretar el significado de los números?

Ambos, contestaron que no, aunque Mónica, evitando quedarse al margen, aprovechó la oportunidad para preguntarle qué simbolizaba el número doce.

—Muchas cosas, veréis. Doce fueron los hijos de Jacob y doce fueron las tribus de Israel, como doce los primeros apóstoles. El emperador cariomagno llevaba doce caballeros, al igual que el rey Arturo con su famosa mesa redonda y sus doce caballeros. Antiguamente, el sistema decimal no era el más empleado, sino el duodecimal que generó la forma de computar las horas del día, los meses del año, los grados de una circunferencia. Y os recuerdo que los signos del Zodíaco son doce.

Habían empezado a visitar primero la parte central, pues el deambulatorio estaba lleno de ancianos que contemplaban los coloridos blasones que colgaban de las paredes, con los escudos de la orden de Malta y de otros lugares donde ésta estaba implantada.

Fueron a ver el interior de la planta baja del edículo que, según explicó Lucía, antiguamente era el lugar donde estaba colocado el relicario con el fragmento de la Santa Cruz, para su veneración por los peregrinos que acudían hasta Segovia.

Tras subir una escalera, accedieron a un segundo piso, presidido en su centro por un pequeño altar. Era una sala dodecagonal, iluminada por varias ventanas que se abrían en distintas direcciones. Desde una de ellas, mucho más grande que las demás, se veía perfectamente el altar mayor, que estaba presidido por un Cristo crucificado.

—¡Mirad! Si os fijáis, desde esta ventana se pueden distinguir las dos lápidas de mis antepasados. Son las que están enfrente del altar principal. —Fernando apuntaba con su dedo, señalando dos de las lápidas que ocupaban el suelo del deambulatorio.

—¿Os habéis dado cuenta de que hay un total de dieciséis lápidas y de que las que estás señalando, las de tus antepasados, Fernando, hacen la número ocho y la doce?

—¡De nuevo esos números, Lucía! —exclamó él, interesado por el detalle.

—¿Pueden tener alguna relación con los dos números que, según dijiste, eran habituales en muchas iglesias templarías?

—¡Bravo, Mónica! En ese detalle no habíamos caído ninguno. Es muy posible que sí. Como os dije antes de entrar, esta iglesia esconde muchos misterios, y en ella han ocurrido cosas verdaderamente extrañas que todavía nadie ha sabido explicar de forma convincente. Por ejemplo, como habéis visto, este edículo tiene dos alturas. Ahora, estamos en el segundo nivel, pero existe un tercer nivel, que no se ve con facilidad, encima de vuestras cabezas.

Miraron hacia arriba y vieron una trampilla de madera, que estaba en un lateral de la pequeña cúpula del edículo.

—Detrás de esa puerta, hay una pequeña cámara, se trata más bien de un vestíbulo, con dos altos escalones que llevan, más arriba aún y por encima del arco del deambulatorio, hacia una verdadera cámara con bóveda de cañón, un poco más grande que la anterior. Por tanto, estoy hablando de tres alturas o tres niveles, pues considero que la tercera cámara es la más alta, a la que la anterior sólo sirve de antesala o, como decía antes, de vestíbulo. Algunos investigadores, que han querido interpretar esta iglesia desde un punto de vista más esotérico, y no sólo atendiendo a sus características arquitectónicas, se han preguntado por el significado que sus constructores pudieron dar a estas cámaras, y sobre todo a la más alta y oculta. Algunos se inclinan a pensar que se trataba de simples refugios donde escondían determinados objetos o documentos importantes.

Las explicaciones de Lucía cautivaban tanto a Fernando que estaba convencido de que sólo ella podría ayudarle a desentrañar las complejas relaciones entre los templarios y la Vera Cruz y, a la vez, las extrañas coincidencias que pudieron existir entre un Papa del siglo XIII con sus antepasados allí enterrados, o los raros comportamientos de su padre, por los que terminó pasando una temporada en la cárcel.

Lucía se había sentado en un banco de madera que rodeaba el recinto y ellos habían hecho lo mismo, casi enfrente de ella. Fernando cayó en que, hasta ese momento, no se había fijado demasiado en ella. Pero ahora que la observaba, y aunque era evidente que no se trataba de una belleza, estaba descubriendo que aquella mujer tenía algo especial. Podría ser debido a su serena madurez, a su desbordante inteligencia, incluso a aquella personalidad tan propia que demostraba, o a la suma de todo. En definitiva, fuera lo que fuese, Lucía poseía un especial y marcado encanto, muy distinto del que estaba habituado a encontrar en otras mujeres que había conocido.

—Algunos eruditos sobre el mundo templario justifican los tres niveles como representación simbólica de los tres grados de iniciación, y creen que la Vera Cruz pudo ser diseñada específicamente para este fin. Me explico. Simbólicamente, cada nivel implicaría un determinado estado de transición, camino o peregrinación hacia un conocimiento superior. Y así, el nivel inferior podría coincidir con la etapa de adoctrinamiento general del aspirante. Está a ras de suelo, cercano a la tierra, a lo más humano. El segundo nivel simbolizaba la necesaria muerte figurada, la verdadera forma de renuncia de todo lo material y carnal. Morir a uno mismo para renacer en El. Y después de la muerte, le sigue la tercera cámara: la de la resurrección figurada del iniciado. La cámara del tercer nivel, la más elevada, la del hombre nuevo. Allí, el iniciado resucita a un conocimiento superior, más trascendente. A esta cámara muchos la han llamado «la linterna de los muertos». Realmente, si lo pensáis, resulta un nombre de lo más apropiado.

Continuó con el simbolismo de los tres niveles, comparándolo después con la propia vida de Cristo, dividida también en tres períodos. El primero, el que transcurrió en contacto con el hombre, con sus necesidades y limitaciones, durante sus años de juventud y durante el comienzo de su acción pastoral. Comprendería, así, la parte de su adoctrinamiento. Un segundo período, dominado por su entrega absoluta a la voluntad del Padre, que le supuso su renuncia a la vida, en la crucifixión. Y un tercero, y último, que se inició con su resurrección, consiguiendo vencer a la muerte y resucitando por ello a una nueva vida; a la vida eterna.

—Fijaos, además, en la coincidencia numérica entre los tres días que transcurrieron entre la muerte de Jesucristo y su resurrección. ¡Nuevamente, el número tres! El mismo número que las cámaras en las que nos encontramos y puede ser también el mismo número de días que tardaban los aspirantes en completar su iniciación. Se sabe que usaban reliquias durante esas ceremonias de iniciación. Hay un documento, muy bien conservado, que da fe de la donación de un
lignum crucis
por el papa Honorio III, y en él se especifica que «servirá para los juramentos de entrada a la orden».

Fernando, que se había aprendido algunos detalles de la biografía de ese Papa, tal y como habían acordado en Zafra, quiso demostrar sus conocimientos a Lucía.

—Ahora que lo dices, sé que fue un Papa bastante dado a aprobar nuevas órdenes religiosas. De hecho, a él se debieron las de los dominicos, franciscanos y carmelitas. También sé que fue un Papa bastante guerrero. Persiguió a los cátaros, promovió una de las cruzadas a Jerusalén y se enfrentó con el rey Federico II, al que excomulgó después de haber sido su preceptor, amigo íntimo y benefactor durante un tiempo. ¡El hombre era de armas tomar!

Lucía alabó sus conocimientos, bromeando sobre su delicada situación como directora del archivo si Fernando decidía opositar a él. Tras esa pausa, siguió dando más explicaciones.

—Por último, hay otros autores e investigadores que han dado una interpretación distinta a las anteriores sobre el uso de estas cámaras. Piensan que eran lugares destinados a la penitencia, donde purgaban sus conciencias a través del recogimiento y el silencio, en expiación de aquellos pecados o faltas serias cometidos contra su regla. Aseguran que, con este fin, los monjes podían permanecer varios días ahí, sin comer ni beber, y sin ser molestados por nadie. Personalmente, creo más en las dos últimas teorías —subrayó con el tono de voz—. Para los templarios ortodoxos, y ya me entenderéis qué quiero decir con esto, eran cámaras de iniciación y, una vez dentro de la orden, de penitencia. Pero para algún grupo ultrasecreto y bien organizado, que existió en su seno, debió de tener otro sentido, distinto al de la penitencia o la iniciación, como imitar, por algún motivo, a los eremitas que tradicionalmente iban buscando la oración en la soledad de las cuevas. Y hace poco creo haber entendido la principal razón de su comportamiento. Pero eso es tema para una charla aparte, en otro momento. ¡Ya os lo explicaré!

Lucía, tras acabar de hablar, buscó la cara de Fernando a la espera de ver en ella alguna muestra de curiosidad o de cierta inquietud por todo lo hablado, pero le encontró entregado en la contemplación de sus piernas, lo cual, sin extrañarle en parte, no dejó de producirle una curiosa satisfacción.

De pronto, empezó a sonar un móvil. Era el de Fernando. Bajó las escaleras a toda velocidad y salió al exterior de la iglesia, antes de descolgarlo, por la falta de cobertura en su interior, dejando a las dos mujeres hablando sobre la posibilidad de explorar las cámaras ocultas ese mismo día.

—¿Eres tú, Fernando?

—Sí, Paula. ¿Qué quieres?

—Estoy en el taller y acabo de llamar a la policía. ¡Esta noche han entrado a robar! ¡Está todo revuelto y hecho un desastre! ¿Puedes venir ahora? La verdad, estoy asustada.

—¡Claro que sí, Paula, ahora vamos todos! Ten mucho cuidado, y hasta que llegue la policía no toques nada. No te muevas de allí. Llegaremos en unos diez o quince minutos. —Colgó y entró corriendo para informar a las dos mujeres—. ¡Tenemos que irnos! —exclamó, mientras recuperaba la respiración—. Parece que han robado en el taller de mi hermana y está muy afectada.

Bajaron a la planta inferior y salieron a la explanada. Arrancaron sus respectivos coches a la vez.

Lucía seguía a Fernando por el interior de la ciudad. Aunque en su momento el taller se había levantado a las afueras, con la natural expansión de Segovia las nuevas construcciones habían engullido la vieja nave, y ahora casi se podía decir que estaba en pleno centro. Al llegar a la puerta de la oficina, vieron tres coches patrulla y bastante gente arremolinada tratando de ver algo. Un policía les impidió el paso.

—Soy el hermano de la propietaria. ¡Por favor, déjeme pasar!

El policía se disculpó y dejó que entraran.

Recorrieron el largo pasillo que acababa en la puerta del despacho de Paula, de donde salían varias voces. Primero entró Fernando y vio a dos policías de paisano a cada lado de la mesa de Paula, tomando notas. Ella, nada más verle, se levantó de su butaca y se abalanzó hacia él para abrazarlo con fuerza.

—¡Fer, qué miedo he pasado! Cuando he visto que todo estaba revuelto y la puerta forzada, además del susto, de pronto he pensado que podían estar todavía dentro. ¡Ha sido horrible! —Fernando acariciaba su pelo, intentando tranquilizarla—. Sabes que es la primera vez que nos roban, pero te aseguro que con una vez me basta. ¡Gracias por venir tan rápido!

Al volverse, reparó en la presencia de Lucía, que se había quedado detrás de Fernando. Mónica se abrazó también a Paula, queriendo expresarle todo su cariño. Lucía se acercó también, guardando una lógica distancia, y se presentó.

—Soy Lucía Herrera. Hace sólo un rato, estaba con su hermano y Mónica, enseñándoles la iglesia de la Vera Cruz, cuando hemos sabido la asombrosa noticia. Lamento de verdad que nos tengamos que conocer en estas circunstancias.

—Agradezco tu amabilidad, Lucía. Tienes toda la razón. Realmente no es un buen día para conocerse. Gracias de todos modos.

Uno de los policías, el que parecía mayor, preguntó en tono descortés si la recepción les iba a ocupar mucho más tiempo o podían continuar tomando declaración. Se acercó a Fernando y se presentó.

—Inspector jefe Fraga, del Cuerpo Nacional de Policía, ¿con quién tengo el gusto de hablar?

Fernando le saludó, dio su nombre y parentesco con Paula y aprovechó para presentar a sus dos acompañantes. El hombre, muy educado, besó la mano de cada una de las mujeres. Paula volvió a sentarse y el inspector continuó con las preguntas, admitiendo la presencia de los recién llegados.

—En resumen, usted ha llegado hacia las doce de la mañana y se ha encontrado la puerta de la oficina con signos de haber sido forzada. A través de ella, pudieron tener un fácil acceso a la nave de producción y a las cajas fuertes, donde habitualmente guarda los objetos ya acabados. Y asegura que la puerta de la oficina quedó cerrada ayer, con toda seguridad, y que había dejado puesta la alarma, ¿no es así?

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