La cuarta alianza (46 page)

Read La cuarta alianza Online

Authors: Gonzalo Giner

BOOK: La cuarta alianza
2.11Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Queridos hermanos, esta noche seréis testigos de uno de los descubrimientos más formidables de la historia de la humanidad. Muchos hubieran dado su vida por saber que existe y vosotros no sólo vais a verlo, además podréis entender su importante papel para nosotros. Creedme cuando os digo que vais a tener el privilegio de ser de los poquísimos hombres que podrán tocarlo.

Guardó una larga y premeditada pausa, que sirvió para acrecentar en el auditorio el halo de misterio que parecía envolver aquel objeto.

—¡Tenéis frente a vosotros una pieza de trascendental valor simbólico, como ninguna otra lo haya tenido antes! Su entidad se me apareció recientemente en mi hacienda templaria. Insisto una vez más en la importancia de lo que hoy vamos a ver y hacer. Como bien imagináis, éste es el motivo más importante para dar razón de vuestra presencia hoy aquí.

Los diez asistentes mantenían sus pupilas completamente dilatadas con una creciente ansiedad por saber de una vez qué contenía exactamente aquella bolsa. Esquivez desanudó el cordel y, tras rebuscar en su interior, sacó un medallón de oro unido a una tosca tira de cuero. Lo mostró triunfantemente.

—¡Os presento el medallón del profeta Isaac!

Los diez asistentes se quedaron estupefactos ante la sorprendente revelación, de la que ninguno había oído hablar. Por el contenido de su secreta citación, habían sospechado que su maestro tenía razones suficientes para poner en marcha la profecía, y esto confería una importancia única a la reunión, pero en ella no se citaban los detalles concretos.

—¡Hermanos... —Esquivez, consciente de la trascendencia de sus palabras, adoptó un gesto solemne— estamos frente a un nuevo símbolo de las sagradas alianzas entre Dios y el hombre! —La relevancia del momento y la gravedad de sus palabras le animaban a detenerse para darles tiempo a asimilar cada una de sus palabras—. ¡Éste es el símbolo de la primera alianza, la de Yahvé con Abraham! —Miró a los ojos de todos los presentes, y continuó—: Con éste, nuestra comunidad ya cuenta con los símbolos de las más grandes alianzas.

Una alegría contagiosa recorrió cada uno de los bancos. El grupo de elegidos se sabía cerca de cumplir con la más sagrada misión de los esenios: la de reunir las tres alianzas. Las dificultades del viaje hasta allí, las imposibles explicaciones dadas a sus superiores para abandonar sus funciones durante un tiempo y los largos años pasados tras la pista de aquellos objetos acababan de verse recompensados.

Esquivez recordó la primera hazaña de Atareche cuando le fue encomendado, por sus hermanos del mar Muerto, el brazalete de Moisés, el símbolo de la segunda alianza entre Yahvé y el hombre. Alianza para dar a su pueblo en éxodo una tierra prometida y una nueva ley.

El medallón empezó a pasar de mano en mano, con extremo cuidado y con el respeto de sentirse delante de un objeto sagrado, con una antigüedad superior a los dos mil novecientos años.

—Maestro, ¿qué simboliza el cordero y lo que parece ser una estrella? —John se sentía fascinado por sus posibles significados.

—¿Alguien desea responder a la pregunta de nuestro hermano John?

Lo hizo el lombardo Nicola, que trató primero de situar en aquella época y para esos pueblos el significado de un símbolo como el cordero.

—Pensad que para los antiguos hebreos el cordero era el producto lógico en sus ofrendas, por tratarse de un pueblo dedicado a la ganadería y al pastoreo. Estas demostraciones se efectuaban como una forma de agradecimiento, por ejemplo del nacimiento de un hijo, o para pedir favores a Dios. Debemos tratar de situarnos en su momento y dentro de sus especiales circunstancias. Abraham era un pastor que emigró de su tierra a una nueva, prometida por Yahvé, con todo su ganado. En un momento dado, Yahvé le otorgó lo que él más deseaba, al hijo que nunca había podido tener. Y así nació Isaac. Pero cuando éste era joven, Yahvé puso a prueba a Abraham, ordenándole que sacrificase a su amado descendiente.

—Y un ángel —continuó el relato Charles du Lipont, comendador templario de Chartres— le mandó detenerse en el preciso momento en que iba a ejecutarlo, y acabó sacrificando un carnero que se había quedado trabado en unos matorrales. Yahvé, en agradecimiento a su obediencia, renovó con él y su estirpe la alianza, prometiéndole una descendencia tan grande como las estrellas del cielo.

—Perfecto, hermanos —dijo Esquivez—, acabáis de dar la explicación exacta al significado de las dos imágenes del medallón. El cordero simboliza al propio Isaac. Es la ofrenda. El sacrificio pedido por Yahvé a Abraham. Y la estrella, el símbolo de su inmenso linaje.

—¡Maestro! —interrumpió Philippe—, también sabemos que el cordero adoptó con Moisés un nuevo significado, como símbolo de celebración, instaurándose con él la tradición de celebrar la Pascua. Si recordáis —siguió el francés—, Yahvé ordenó a Moisés, antes de su partida de Egipto, que en cada casa se sacrificara un cordero de más de un año para comerlo durante esa noche, sin haber roto de él ni un solo hueso, y acompañado sólo con hierbas y pan ácimo. Les advirtió que debían marcar todas las puertas con su sangre, como señal para que el ángel de Dios pasara de largo, sin entrar en ellas. Toda vivienda que no fue así señalada vio cómo eran sacrificados todos sus hijos. Ante esta dolorosa y última prueba, y tras las siete plagas, el faraón terminó dejándoles partir de Egipto para que iniciaran su éxodo hacia la tierra prometida.

—Me llena de orgullo saber que conocéis bien las antiguas escrituras. ¡Es un buen deber de esenio! —Esquivez les miró complacido y pasó a explicarles cómo había llegado la reliquia a su poder.

Gracias a la involuntaria generosidad de un cátaro que había sido su portador y por la indirecta participación de Juan de Atareche, hacía pocas semanas que se había hecho con él, aunque para ello no había tenido otro remedio que haberle dado muerte al cátaro. Atareche había mantenido una estrecha y lejana amistad con él, y le había dejado un mensaje en clave antes de morir.

—Cuando Pierre de Subignac, que así se llamaba el cátaro, logró interpretarlo, entendió que debía acudir a mí, desconociendo qué debía conseguir o encontrar después. Sin saberlo, había sido seguido por dos templarios de la encomienda de Juan. Éstos habían creído que estaba informado del lugar donde se había escondido el cofre del brazalete de Moisés y el papiro con la profecía de Jeremías. Pedro Uribe y Lucas Asturbe, que a esos nombres respondían los dos perseguidores, cumplían órdenes llegadas desde la sede principal del Temple y del propio papa Inocencio, para hacerse con ellos en cuanto el cátaro les hubiese ayudado a localizarlos. Pero ninguno sabía que el bueno de Juan nos lo estaba mandando para que nos hiciéramos con el medallón de Isaac, una vez que supo que su amigo era ni más ni menos que su portador. También tuve que matar a uno de los que le habían dado caza, a Uribe, aunque el otro escapó para informar de lo ocurrido a sus superiores. —Esquivez se tomó un respiro, tras haber resumido los acontecimientos.

Para finalizar, les hizo partícipes de sus fundados temores de tener que soportar represalias posteriores, una vez informados sus superiores templarios.

—Sé con toda seguridad que casi todos los presentes estáis siendo espiados por vuestras respectivas casas provinciales, y por eso hemos de extremar las precauciones, para no ser neutralizados en cualquier momento. En mi caso, hace pocos días recibí la visita de mi maestre, Guillem de Cardona, que vino a informarme de mi traslado en breve a la encomienda de Puente la Reina, donde sustituiré a nuestro difunto y querido hermano Juan de Atareche. —Sus miradas le mostraron una gran intranquilidad—. Por eso ésta va a ser la última vez que tengamos una reunión aquí, y por ello debe convertirse en la reunión más trascendental de todas las que hayamos celebrado desde nuestra fundación.

Inmediatamente todos pensaron en las consecuencias que aquella noticia iba a provocar. Si perdían el control sobre la iglesia de la Vera Cruz, su más preciado templo, los secretos que escondía, los objetos sagrados y sus fines últimos, se verían seriamente en peligro.

El hermano de la encomienda de Carcasona, Guillaume Medier, no sólo pensaba en esas consecuencias, también se había quedado con el detalle de los asesinatos cometidos. Nunca le había gustado la elección de Esquivez como Maestro de Justicia de su comunidad. Pensaba que se trataba de un manipulador, ajeno a la bondad necesaria para dirigir al grupo de esenios. Además, había usurpado el puesto que le pertenecía por derecho a él, pues fue el primer iniciado por Atareche. Desde entonces habían mantenido unas relaciones especialmente tensas. En su momento le había acusado incluso de haber comprado alguna que otra voluntad para asegurar su elección, lo cual, por no haber llegado a saber probarlo, le había hecho acreedor de una fuerte penitencia. Por eso no dejaba pasar ninguna oportunidad que tuviera para poner en un compromiso a su maestro.

—Maestro, nuestra regla decía amar al prójimo y vivir en armonía y en paz. Pero vos acabáis de contar que habéis matado a dos hombres con vuestras propias manos y no parece haberos importado demasiado. Viendo vuestro pecado, mi conciencia no me permite obedeceros más. Aprovecho la ocasión para denunciar delante de toda la comunidad vuestra actitud, que me resulta de lo más detestable. —Se levantó de la silla y golpeó con fuerza la mesa—. ¡Voto por una amonestación pública e inmediata!

Su voz resonó con fuerza en la cámara haciendo eco a sus últimas palabras. La violencia de su reacción provocó un inmediato revuelo entre los demás asistentes.

—¡Por favor, pido un momento de tranquilidad! El hermano Guillaume acaba de pedir una amonestación hacia mi persona que está plenamente justificada. —Las caras de los congregados se fueron transformando en gestos de perplejidad ante aquella salida tan imprevista—. Sí. ¡Es verdad! ¡No os extrañéis por lo que digo! La acción que he cometido quitándole la vida al cátaro, atenta a nuestra moral. Trataré de explicaros qué me movió a ello. Todos sabéis que nuestra hermandad ha estado esperando desde hace siglos la llegada del reino de la luz para derrotar definitivamente a las sombras, a la oscuridad. —Hizo una larga pausa, mirando a cada uno de los presentes—. ¡Hermanos, a partir del día de hoy viviremos momentos de plenitud! —Alzó las cejas en gesto triunfante—. ¡Tenemos los tres símbolos de las tres grandes alianzas!

—¿Seguís pensando que la reliquia de la cruz coincide con el tercer símbolo...? Hasta ahora, teníamos nuestras dudas —apuntó el de Blois, François Tomplasier.

—Es cierto, hermano François. Nunca hemos estado demasiado seguros de ello, pero podría serlo, pues simboliza el instrumento que acompañó a la muerte de su Hijo amado, y ¿qué mayor alianza con el hombre que la de ofrecer su vida? He de informaros a este respecto que, tras una reunión urgente y menos numerosa que ésta, hace poco decidimos exponer una copia del relicario en el templo para evitar el riesgo de que el original pudiese ser sustraído. Desde hacía algún tiempo, estaba advertido de que la curia romana andaba detrás de él, tratando de recuperarlo. Aunque nada nuevo haya ocurrido después, el original sigue estando en mi poder.

En el interior de aquella cámara reinaba un ambiente gélido, tanto por la dureza del invierno segoviano y lo avanzado de la noche, como por la inclemencia de aquella desacostumbrada y difícil situación.

Sensible a ello, Esquivez trató de templar con la emoción de sus palabras y la pasión de sus gestos las almas de sus buenos hermanos.

—Como hemos estudiado en muchas ocasiones, hace más de mil ochocientos años el gran profeta Jeremías dejó revelado que sólo cuando se encontraran y reunieran todos los símbolos de las alianzas con Yahvé, se iniciaría el momento de la gran batalla, la guerra entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. El triunfo del bien sobre el mal. —Mientras hablaba, aparte de su voz, sólo se oía el crepitar de las velas—. Cuando supe el origen de aquel medallón y vi la posibilidad de poder tener con él, y por primera vez en nuestras manos, los tres grandes símbolos de las alianzas, la cruz de Cristo, el brazalete de Moisés y el medallón de Isaac, entendí que la muerte de un impío no era nada al lado de desencadenar la guerra final. ¡Por eso le maté!

Estudió sus rostros, sin hallar más que expresiones de comprensión e ilusión ante el trasfondo de sus palabras. El reflejo de la esperanza, ante el advenimiento de una era donde finalmente la luz derrotase al mal, le parecía que estaba iluminando aquel recinto con casi más intensidad que la debida a los hachones.

—De todos modos, si seguís pensando que merezco la amonestación, compareceré para ser juzgado con toda humildad ante vosotros, para que me sea manifestado vuestro veredicto de la forma más firme y severa posible. —Inclinó la cabeza en actitud de total sumisión y entrega.

Guillaume había estado observando los rostros de los demás asistentes, comprobando una vez más que había perdido toda oportunidad de vencer a Esquivez. Tenía que reconocer su tremenda habilidad para manipular la voluntad del grupo y cómo dominaba con arte sus asombrosos recursos dialécticos. No sólo se habían pasado al bando del maestro tras escuchar sus explicaciones, sino que incluso habían empezado a mirarle con mala cara, esperando que se retractara de sus palabras. No tenía otra salida.

—Tras escuchar vuestras explicaciones, maestro, debo retirar mi amonestación, solicitándoos además vuestro perdón por mi indisciplina ante la comunidad presente.

Esquivez se levantó para abrazarle y mostrar su gesto de indulgencia. A esas alturas, estaban todos convencidos de su capacidad como Maestro de Justicia. Su rectitud de intenciones hacia el comendador del Languedoc reforzaba aún más la imagen de bondad, generosidad y sabiduría que de él ya tenían, y que resultaba clave en su posición de juez y cabeza de la comunidad.

Para el hermano Richard Depulé, uno de los más antiguos en la comunidad, aquella pérdida de tiempo debida a la inconsciencia de su hermano Guillaume había restado trascendencia y solemnidad al importante asunto que les había traído allí, por lo que decidió que se retomara la cuestión principal.

—¡Maestro! Todos deseamos que triunfe la luz sobre la oscuridad y que el mal perezca para siempre. Si tenemos los tres símbolos de la alianza, ¿qué debemos hacer ahora? ¿Cómo desencadenaremos el proceso final?

A su pregunta, las caras de los presentes se volvieron ansiosas hacia Esquivez.

Other books

Bewitched by Blue, Melissa Lynne
Shadow Gambit by Drake, Adam
Stone Prison by H. M. Ward
Selected Poems 1930-1988 by Samuel Beckett
Shoulder the Sky by Anne Perry