Authors: Gonzalo Giner
—Mi buen Richard, las respuestas a tus preguntas fueron reveladas por Yahvé al profeta Jeremías hace muchos siglos. Sabéis que el papiro que trajo nuestro hermano Juan del mar Muerto era una copia del auténtico de Jeremías, que fue guardado celosamente durante cientos de años por nuestros hermanos, en el desierto. Recordaréis que contenía una profecía que siempre habíamos creído que estaba completa, aunque después he podido comprobar que presenta ciertos paralelismos con otra, también suya, que aparece reflejada en la Biblia, en el capítulo 31, y ahora estoy seguro de que la nuestra no es más que la continuación de esa otra. Os leo primero la que conocéis, la que nos trajo Atareche.
»"Sólo cuando los tres sagrados símbolos que os he dejado, de las tres verdaderas alianzas, estén en la cámara de las cámaras, entonces se empezarán a manifestar los tres signos y en tres días consecutivos, precediendo a la columna de humo y a la columna de fuego. Los tres se significarán con las tres realidades del mundo: la realidad celeste, la terrestre y la realidad humana. En esos días, cada una perderá su condición habitual mostrándose en su realidad opuesta. Por eso, durante el primer día el sol no dará luz. La tierra firme se moverá bajo nuestros pies en el segundo, y en el tercero deberá aparecer un hombre que no hable, no vea, ni oiga, pues sin esos sentidos —las puertas de su inteligencia—, parecerá más animal que humano." —Volvió a enrollar el pergamino y lo dejó sobre la mesa. A continuación abrió una Biblia por una página que había señalado previamente y empezó a leer en alto una parte del segundo libro de los Macabeos, el capítulo segundo, versículo cuarto, con el fin de que entendieran las similitudes que se daban con la profecía de Jeremías—. "Se dice también en los documentos que el profeta, ilustrado por la revelación de Dios, mandó que llevasen tras él el tabernáculo y el arca. Salió hasta el monte adonde Moisés había subido para contemplar la heredad de Dios. Una vez arriba, Jeremías halló una caverna y en ella metió el tabernáculo, el arca y el altar del incienso, y cerró la entrada." —Detuvo un momento la lectura, para imaginar a un Jeremías tratando de proteger los símbolos más sagrados de la alianza de las manos de Nabucodonosor, que poco después mandó destruir el Templo de Salomón tras invadir Jerusalén. Siguió leyendo otro versículo que continuaba haciendo referencia a la cueva—: "Este lugar quedará ignorado hasta que Dios realice la reunión de su pueblo y tenga misericordia de él. Entonces el Señor descubrirá todo esto y se manifestará la gloria del Señor y la nube y el fuego, como se manifestó en tiempos de Moisés y como cuando Salomón oró para que el templo fuese gloriosamente santificado".
Esquivez cerró la Biblia y guardó un breve silencio.
A continuación, trató de unificar y resumirles aquellos tres relatos.
—Según aparece en la Biblia, Jeremías escondió en una cueva del monte Nebo los símbolos de la alianza con Moisés, como firme creyente suyo. Moisés los había portado hasta allí desde el Sinaí, y Jeremías quiso protegerlos de las iniquidades que se venían cometiendo en el Templo de Jerusalén. Pensemos que imaginó que los tres símbolos que debía reunir por la revelación de Yahvé son los mismos que aparecen en el texto bíblico y que él trató de ocultar. Y como continuación de lo que escuchó de Yahvé, aquéllos se mantendrían escondidos hasta que Dios sellase una nueva alianza con su pueblo e hiciera que se descubriera de nuevo la cueva y su contenido. Entonces se manifestaría la gloria de Dios a través de una nube vertical durante el día, como la que vieron Moisés y Salomón, y otra columna de fuego durante la noche. Hermanos, queda demostrado que nuestro papiro amplía el texto de la Biblia; pero, sobre todo, creo que Jeremías se equivocó al considerar que se trataba del arca, el altar y el tabernáculo. Los tres objetos que tenemos ahora son los símbolos que corresponden a las verdaderas tres alianzas, el medallón de Isaac, símbolo de la primera alianza de Yahvé con el hombre; el brazalete de Moisés, símbolo de la segunda, y la cruz de Jesucristo, el símbolo de la tercera. Además, como habéis escuchado, nuestro texto da los detalles para entender cómo quiere Yahvé que se sepa que ha establecido una nueva y cuarta alianza con el hombre. En primer lugar, hay que encontrar y reunir en la cámara santa los símbolos de las tres alianzas anteriores, a lo que seguirá la aparición de los tres signos previos a los fenómenos del humo y del fuego.
Ante la pregunta de si pensaba que la cámara secreta de la Vera Cruz podría servir para la profecía, Esquivez argumentó que el templo en el que se encontraban había sido levantado a instancias de la comunidad esenia inserta en la dirección templaría, para cumplir exactamente con ese particular fin. Por eso, dentro de su cámara superior había una más oculta, recubierta completamente de oro, que se correspondía con el sanctasanctórum —el recinto más sagrado de todos— a imagen del que presidió el antiguo Templo de Salomón. Jeremías debió creer que la de Jerusalén era la elegida para desencadenar la profecía, aunque Esquivez entendía que, para la profecía, resultaba más determinante la presencia de los símbolos que su emplazamiento.
—En esa cámara colocaremos los tres símbolos que poseemos: el brazalete, el medallón y el fragmento de la cruz.
—Me pregunto qué nos puede detener a hacerlo ya, ¡ahora mismo! —propuso el lombardo, preso como los demás de una irrefrenable ansiedad por desencadenar la profecía.
Esquivez observaba aquella congregación de hermanos, sabiéndose instrumento del suceso más deseado por sus antecesores en la fe y maestro de una ceremonia que alumbraría una nueva vida para todos aquellos hijos de Dios que hubiesen respetado su ley, desde que ésta fuera dada a Moisés.
Algunos de los allí presentes eran ya ancianos; sin embargo otros más jóvenes guardarían y trasmitirían las enseñanzas a las futuras generaciones. Con la gravedad que le investía su misión, Esquivez estudiaba cada uno de sus rostros, apenas iluminados por los hachones, en aquella capilla, prólogo de la gran cámara santa, construida sobre piedra, tan sólida como la fe que los había congregado. Sabía la trascendencia de lo que iban a acometer, pero antes necesitaba terminar con otro asunto, por más que fuera ciertamente secundario.
—Antes de empezar con la ceremonia de las ceremonias debemos elegir un sustituto para reemplazar a nuestro queridísimo hermano Juan de Atareche. Lo haremos de la forma tradicional. Cada mentor presentará a su candidato y sus méritos entre aquellos novicios que lleven al menos tres años de formación en nuestra fe y hayan superado la fase de meditación interior de tres días, por la que todos hemos pasado para ser hermanos de pleno derecho. Como siempre, se aprobará la entrada a la comunidad de aquel que obtenga más votos. De momento tenemos dos candidatos. Yo mismo presentaré a uno, después de que lo haga nuestro hermano Philippe Juvert, que hará lo propio con el suyo.
—Querido maestro —el aludido, tras carraspear algo nervioso, tomó la palabra—, y hermanos todos, muy a mi pesar lamento informaros de que no puedo presentar a mi candidato, por haberse visto implicado en fechas recientes en una grave falta que lo descarta para integrarse en nuestra hermanandad.—Hizo una pausa, comprobando los gestos de perplejidad de los asistentes, deseosos de conocer los detalles de esa repentina eliminación—. El templario Laurent Traubelier, de la encomienda de Luzca, era mi discípulo. Pero se ha descubierto su implicación en la falsificación de unos poderes y de otros documentos monetarios para su uso y beneficio personal. Ha sido amonestado severamente como manda nuestra regla; pero, irremediablemente, no puede ser candidato para nuestra causa.
Esquivez se lamentó del pernicioso efecto del dinero en el comportamiento de la mayoría de los hombres y aprovechó para recordar, una vez más, su renuncia a todo bien personal, junto con su obligación de compartirlo todo.
—Éstas, y no otras, son las bases morales que deben presidir siempre nuestros actos, para ser dignos miembros de una comunidad esenia —concluyó.
»Para sustituir a la magna personalidad de Juan de Atareche —prosiguió, iniciando la defensa de su candidato—, he tratado de escoger al mejor de mis discípulos. Se llama Joan Pinaret, y llevo formándole desde hace casi cuatro años. Actualmente es un joven hermano, también templario como nosotros, de sólo veintiún años y, por tanto, ya tiene la edad mínima que exige nuestra regla. Podría decir de él que, si Juan de Atareche era la realidad, éste es sólo la potencialidad, aunque de excelente fuste, ¡os lo aseguro! —Ordenó los papeles que tenía frente a él, concentrándose en uno—. Os cuento más cosas sobre él. Debo decir en su favor que es un ejemplo de virtudes: es dado a la generosidad, al amor fraterno y a la humildad, y cultiva con esmero el trabajo y su purificación interior. Actualmente reside en una encomienda de la Corona de Aragón, y en su haber, y considerando su corta edad, cuenta con la capacidad de hablar perfectamente cinco lenguas: griego, latín y árabe, como si fuera nativo, además de su lengua natal, la de oc, y ahora está acabando de aprender hebreo antiguo. Pensad por un momento en las ventajas que nos supondría contar entre nosotros con un hermano capaz de leer en lengua original los muchos documentos que tenemos atascados desde hace tiempo, y así disponer de ellos para nuestro estudio, una vez traducidos al latín.
—Maestro, ¡votemos ya por él! Habéis dado ya bastantes razones sobre su causa —interrumpió Richard.
—De acuerdo. ¡A mano alzada y a una sola votación, como siempre! ¿Quién aprueba la incorporación del candidato Pinaret?
Se levantaron nueve manos, incluida la suya, siendo los ingleses los únicos que no lo hicieron.
—Queda aprobada, por mayoría, la entrada del hermano Pinaret a nuestra comunidad. Yo mismo se lo notificaré en cuanto pueda. ¡Espero que podáis conocerlo pronto!
Parecía que ya sólo quedaba empezar con la ceremonia última que diera paso a la reunión de los tres símbolos. Esquivez les pidió que se pusieran en pie y que juntasen sus manos para hacer un círculo espiritual; mientras, él llevaría a cabo el rito profético. La pequeña cámara de oro era demasiado pequeña para entrar más de dos a la vez. Guillaume fue a buscar una escalera a la planta baja para alcanzar la trampilla. Una vez apoyada, el maestro Esquivez comenzó a ascender y desapareció de la vista de los diez esenios.
Esquivez sabía cómo accionar el sistema para abrir la cámara secreta. La piedra que ocultaba su entrada tenía un eje que le permitía girar sobre sí misma y que dejaba espacio suficiente para acceder con la mano a la más secreta de las cuatro cámaras de la Vera Cruz. A primera vista, no se notaba ninguna diferencia con el resto de las piedras que componían la pared y no mostraba ninguna muesca, hendidura o señal alguna. Para moverla se tenía que empujar una muy pequeña, del tamaño de una aceituna, que estaba en el vestíbulo anterior, la cual ponía en marcha el mecanismo para abrir la cámara secreta. Muy pocos de los presentes conocían ese procedimiento.
Gastón de Esquivez sujetó con sus dedos la pequeña piedra y la giró un cuarto de vuelta hacia la derecha. Se oyó un ligero chasquido. El sistema ya estaba desbloqueado. Subió dos últimos escalones de piedra y se tumbó en la cámara superior. A su derecha, y a la altura del estómago, quedaba la piedra que debía empujar. Lo hizo y abrió una pequeña oquedad, de dos codos por tres, donde estaban el papiro de Jeremías y el cofre con el brazalete de Moisés. Abrió este último y dejó en su interior el medallón. Al hacerlo, recordó los ojos de espanto de su portador cuando su cuchillo le atravesaba el cuello.
Pidió a Guillaume el relicario con el
lignum crucis.
Éste le había seguido por la escalera y aguardaba en el vestíbulo para pasárselo, pues era demasiado voluminoso para que lo llevara con él. Lo introdujo con ciertas dificultades debido a su tamaño y giró nuevamente la piedra para cerrar su acceso. Abandonó la cámara y colocó la pequeña piedra del vestíbulo en su posición original. Por último, descendió por la escalera hasta la cámara, pensando que era la primera vez que ya estaban los tres objetos en su interior. Abajo aguardaban los diez hermanos esenios.
—Queridos hermanos. La cuenta atrás ha comenzado. Los tres símbolos de las tres alianzas están ya juntos y dentro de la cámara secreta. Ahora debemos rezar una oración para pedir a Dios que la profecía se ponga en marcha.
»"Oh Yahvé, Tú que lo eres todo y que has querido establecer con el hombre tres grandes alianzas; la de Abraham, la de Moisés y la de Jesús, dígnate ahora, una vez reunidos sus tres sagrados símbolos en tu sanctasanctórum, iniciar el tiempo en el que finalmente reine tu luz para siempre sobre este mundo de sombras y oscuridad. ¡Que sean destruidos todos los oscuros que han entorpecido tu voluntad y que triunfen en la tierra los hijos de la luz por siempre y para toda la eternidad!"
Todos los presentes, emocionados por ser testigos de tan trascendental momento, se abrazaban salmodiando antiguos himnos de Salomón. Esquivez los observaba, contagiado de su misma alegría, agradeciendo a Yahvé el privilegio de haber sido el portador de su triple alianza y el elegido para desencadenar la última, y tan deseada durante siglos, guerra de los hijos de la luz.
El maestre Esquivez aconsejó que fueran todos hasta la hacienda templaría de Zamarramala para poder descansar algo antes de los maitines. En otras ocasiones también habían acudido a ella, para pasar algunas horas hasta su partida a sus lugares de origen, presencia que resultaba algo extraña al resto de los monjes templarios, aunque éstos acababan por no preguntar nada, pues se sentían obligados por el deber de obediencia y discreción a su comendador.
Subieron la cuesta en dirección a Zamarramala, hacia las casas que formaban el enclave templario. Al llegar se acostaron para dormir un rato antes del trascendental día que les esperaba.
—¡Hermanos...! ¡Segunda llamada a maitines!
El grave tono de voz de aquel hombre quebró la paz del somnoliento Charles du Lipont, que había compartido habitación con el comendador Esquivez. Se volvió hacia él, para ver si estaba despierto, y encontró su cama vacía y hecha. Se levantó y abrió las contraventanas de madera para ver qué día hacía. Era de noche. Debían pasar los maitines para que la luz brillara de nuevo. Tal y como decía la profecía, ese primer día debía iniciarse soleado, pero seguidamente debía pasar algo que hiciese que el sol dejase de brillar.