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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (42 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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—Mentirosa.

Gracias a Dios. Elena se puso en pie y le rodeó la cintura con uno de sus brazos.

—Arriba, guapito. Venga.

Illium murmuró algo, pero Elena se dio cuenta de que intentaba obedecer. Tras unos cuantos intentos, consiguió ponerse en pie, pero casi se desplomó contra ella. Elena lo sostuvo colocando las manos bajo sus brazos y dejó escapar un quejido antes de conseguir moverlo lo suficiente para poder rodearle la cintura con un brazo y colocarse el suyo por encima de los hombros.

—Camina —le ordenó mientras sujetaba la muñeca del brazo que tenía sobre los hombros.

Las alas de Illium se posaron sobre las suyas cuando el ángel las extendió en un movimiento instintivo destinado a mantener el equilibrio. En condiciones normales, no habría permitido un contacto tan íntimo, pero en aquel instante lo sujetó con más fuerza aún y le murmuró órdenes en el tono de un sargento. Su único fin era mantenerlo consciente mientras lo sacaba del agujero donde lo habían encerrado. Comenzó a sentir aguijonazos en la espalda y en los hombros a causa del peso.

—Elena.

Solo cuando oyó la voz de Rafael se dio cuenta de que había llegado a la entrada.

—Está mareado —le dijo a su arcángel.

Illium volvió a quedarse inconsciente justo entonces, y se convirtió en un peso muerto.

—Lo tengo.

Cuando Rafael extendió los brazos para coger al ángel de alas azules y sacarlo a la luz, Elena cometió un error: apoyó la mano en la pared y se tomó un momento para recuperar el aliento. En aquel mismo instante, Rafael se apartó un poco de la puerta para apoyar a Illium contra el muro exterior.

La puerta se cerró de golpe.

El impacto de quedarse completamente a oscuras fue tan súbito e inesperado que Elena no llegó a gritar, ni a llorar. No hizo nada salvo mirar de hito en hito la puerta que sabía que había allí, aunque no la viera. En aquella oscuridad, ni siquiera se veía los dedos de la mano. No había luz. Nada de luz.

¿
Rafael
?

Después de intentarlo un par de segundos más, su cerebro empezó a funcionar por sí solo.

Silencio.

Eso no la asustaba; sabía que el arcángel estaba al otro lado, concentrado solo en sacarla de allí. Lo único que tenía que hacer era quedarse donde estaba y luchar contra la desorientación causada por la falta absoluta de estímulos sensoriales que le ayudaran a percibir el entorno.

—Eso está chupado —se dijo a sí misma mientras cambiaba de posición con muchísimo cuidado para apoyarse en la pared con las alas plegadas a la espalda. El silencio en aquella cámara de piedra era sepulcral.

Fue entonces
cuando los oyó
.

Susurros. Muchos susurros. A su alrededor. Dentro de ella.

Plaf. Plaf. Plaf
.

Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala
.

Si te pones de rodillas y suplicas, tal vez permita que regreses a esta familia
.

Huye, Ellie. Huye
.

No huirá. Le gusta, ¿no lo ves
?

Ay,
chérie
, sabes que jamás abandonaré esta habitación
.

¿
Mamá
?

Ari se está echando una agradable siesta

—¡Basta! —gritó al tiempo que se tapaba los oídos con las manos. Sin embargo, las voces no dejaron de atormentarla. Las pesadillas luchaban para atraparla en una prisión mucho más terrible que las tinieblas infernales que la rodeaban.

Cazadora… Pequeña cazadora… ¿Dónde estáaas
?

Tal vez pueda atarte junto a Bobby y dejar que se alimente
.

Me das asco
.

Muertos, están todos muertos
.

Por tu culpa
. La voz de su hermana. La voz de Ari.

Monstruo
. Era Belle, susurrando con voz grave y cruel.
Eres un monstruo
.

—Lo siento —gimoteó Elena—. Lo siento mucho.

Monstruo
.

—No lo sabía. Juro que no lo sabía.

Lo mejor será que mueras en esta tumba y no conduzcas a nadie más a la muerte
.

Ari jamás le diría algo así. Belle nunca le había hablado en un tono tan despiadado. Darse cuenta de eso acabó con el hechizo de la pesadilla. Elena alzó los escudos mentales que había perfeccionado desde que salió del coma y se dejó caer contra la pared… y solo entonces se dio cuenta de que había dado varios pasos hacia delante.

—¡No pienso entrar en este jueguecito!

En el instante en que su espalda chocó contra la pared, notó una ráfaga de aire fresco en los pies. Horrorizada, estiró la pierna para explorar el suelo con la planta, centímetro a centímetro. Casi había extendido la pierna al máximo cuando notó un borde en la piedra, como si no hubiera nada más allá, nada salvo un abismo letal.

Temblorosa, apartó la pierna y deslizó las dagas hasta sus manos en un mismo movimiento. El sudor le corría por las sienes, le pegaba el cabello a los costados de la cara y le provocaba escalofríos… pero agradeció aquellas sensaciones, aun cuando decidió apostar por un movimiento que bien podría costarle la vida.

Deséame suerte, arcángel
.

No hubo respuesta, pero sabía que a esas alturas Rafael ya estaría aporreando la puerta con fuego de ángel. La sacaría de allí. Lo único que tenía que hacer era mantenerse con vida hasta entonces.

Justo en aquel instante oyó algo que se deslizaba sobre la piedra. Algo pesado, escamoso y reptiliano. Estremecida, sustituyó una de las dagas por la espada corta con la que Galen la había entrenado para que pudiera utilizarla incluso «a ciegas»… Y eso haría, siempre y cuando consiguiera evitar el foso que había en la parte central, claro.

—Estos jueguecitos —dijo, dirigiéndose a la inteligencia desconocida que había diseñado aquella trampa— no son dignos de ti.

El ruido serpenteante no cesó, pero Elena percibió algo. Alguien la observaba y la escuchaba, y el peso de aquella presencia estuvo a punto de ahogarla mientras tomaba profundas bocanadas de aire para intentar localizar la posición de la cosa que había reptado desde el foso para unirse a ella.

Almizcle. Tierra. Musgo.

Fue lo último lo que le proporcionó el anclaje que necesitaba. La cámara de piedra no tenía ni rastro de plantas vivas cuando encontró a Illium. La criatura se encontraba en el rincón que había a su izquierda, pensó, y avanzaba en su dirección. Así pues, comenzó a desplazarse hacia la derecha centímetro a centímetro, comprobando siempre lo que tenía delante antes de moverse. No tenía claro que el foso fuera a quedarse inmóvil en el centro de la cámara.

—Eras una diosa —dijo mientras avanzaba—. Inteligente y hermosa. Adorada por la gente no por miedo, sino por amor. Yo no soy más que un ángel recién creado, no soy un verdadero desafío para alguien con tu poder. —Era la verdad pura y dura, y quizá consiguiera salvarla, pensó Elena. A menos que Caliane siguiera estando como una cabra—. Atormentarme no servirá para nada más que para debilitarte.

Notó un frío súbito que le provocó un vuelco en el corazón. El bicho de la cueva siseó con furia en aquel mismo instante, y Elena supo que acababa de rozar los límites de lo que se consideraba tolerable. Sin embargo, no podía dejar de hablar; tenía que evitar que Caliane le ordenara a aquella criatura que la atacara.

—¿Sabes lo que me dijo Rafael? —Sintió un nuevo brote de esperanza al notar una vibración en el muro.

Arcángel
.

Aquel momento de distracción estuvo a punto de costarle la vida, ya que la serpiente (o lo que fuera aquella cosa), escupió algo en su dirección. Elena captó la esencia del ácido una fracción de segundo antes de que fuera demasiado tarde y se arrojó hacia el suelo a su derecha. El impacto le rompió al menos una costilla. El dolor, sin embargo, no era nada en comparación con la agonía que sentía en la punta del ala izquierda. Ahogó el grito que luchaba por salir de su garganta, parpadeó para contener las lágrimas y se arrastró unos treinta centímetros para ponerse fuera de peligro.

—Me contó —dijo a pesar del horrible dolor— que poseías una voz celestial, tan pura, fuerte y llena de amor que el mundo entero permanecía inmóvil para oírla.

El frío desapareció a tal velocidad que Elena se preguntó si habría sorprendido a Caliane. Pero ya era demasiado tarde. Estaba atrapada en un rincón, con un foso eterno a su derecha, sólidas paredes de piedra a la espalda, y a la izquierda… la criatura que avanzaba directamente hacia ella. Pudo ver esquirlas resplandecientes de tonos amarillos y verdes, que supuso eran los ojos del bicho. A juzgar por el ruido que hacía al deslizarse por el suelo, era inmenso.

No podría luchar contra esa cosa estando atrapada, pero ya no había tiempo para…

—Idiota… Mierda.

Empezó a moverse mientras la idea se le cruzaba por la cabeza. Rodó hacia la derecha, se introdujo en el foso, y extendió las alas para controlar el descenso. Tenía la impresión de que sería mejor no averiguar lo que había en el fondo (a saber qué habría allí abajo), pero podía utilizar aquel espacio para maniobrar. No se permitió considerar el hecho de que el agujero podría cerrarse de pronto y aplastarla hasta dejarla sin vida. Tal vez, solo tal vez, Caliane hubiera escuchado lo suficiente para darle una oportunidad.

Se volvió para quedar de cara hacia el lugar en el que había percibido a la criatura por última vez. Luego batió las alas y realizó un barrido con la espada corta. Oyó un alarido rabioso y percibió el hedor penetrante y denso de los fluidos corporales. Era evidente que había acertado. Su alegría solo duró un instante: sintió una indescriptible agonía en el costado izquierdo y comprendió que la criatura había vuelto a escupir.

Tenía la sensación de que su carne se deshacía hasta el hueso. Las lágrimas dejaban regueros sobre sus mejillas, pero luchó contra ellas, porque sabía que no podía mostrarse vulnerable. En aquel momento, su ala izquierda empezó a desplomarse, y supo que el ácido había destruido alguna zona vital. Luchando por mantenerse a flote, chocó contra una de las paredes del agujero y notó que la piedra le desgarraba la piel de los brazos y del rostro hasta dejarla en carne viva.

Un segundo después oyó un sonido serpenteante más abajo.

Por Dios…

Tragó saliva con fuerza y batió el ala sana más deprisa en un intento por ascender, pero solo consiguió mantenerse en el mismo lugar durante un rato.

Arcángel, si tienes algún as guardado en la manga, este sería un buen momento para sacarlo
.

Se oyó un estruendo y luego se hizo la luz, tan brillante que le arrancó un grito. Se protegió los ojos con el brazo sano mientras las rocas, las piedras y otras cosas húmedas y resbaladizas caían a modo de lluvia desde la zona superior. Se agachó a un lado y arañó las rocas dentadas de la pared para sujetarse cuando su ala se colapsó por completo.

—¡Rafael! ¡Aquí abajo!

Se le desprendió una uña, y luego otra, mientras la sangre se deslizaba sobre su piel.

¡
Deprisa
!

Unas manos fuertes la sujetaron por los hombros. Dos segundos después, la sacaban a través del agujero que antes había sido una puerta. Parpadeó para protegerse de la luz e intentó hablar, pero los dientes apretados no le permitieron decir nada. El dolor agónico que sentía en el costado izquierdo empezaba a extenderse hacia el derecho.

Rafael le apartó el pelo de la cara.

—Te tengo, Elena. Te tengo.

La calidez de las manos del arcángel empezó a penetrar en su piel y aplacó aquel dolor que la inducía a pensar que tenía una trituradora gigante en las tripas.

Elena se rindió a la necesidad. Enterró la cara en el pecho de Rafael y apretó la mano sobre su camisa húmeda mientras él utilizaba su poder para curarla. Era un ser corpulento, fuerte y cálido, y ella deseó dejarlo desnudo y acurrucarse contra él hasta que nada pudiera afectarles. Aspiró con fuerza cuando Rafael le rozó el ala herida con la mano. Apretó la mandíbula y tensó los dedos sobre su camisa hasta que se le pusieron los nudillos blancos.

El dolor pasó a ser un recuerdo mucho antes de lo que esperaba.

—¿Es muy grave? —preguntó contra su pecho—. ¿Qué le pasa a mi ala? —La sentía muerta, desaparecida.

No, por favor. No

33

L
a rodeó con los brazos.

—El veneno de la criatura no era tan potente como el de Anoushka.

—Eso no me tranquiliza, arcángel.

—Tu ala está paralizada, no dañada. El ácido no tuvo tiempo de llegar a los tendones y al hueso. Podrás volver a volar dentro de unos minutos.

Elena se sintió tan aliviada que empezó a temblar. Se apartó para sentarse… y para echarse un vistazo al costado. La ropa estaba llena de agujeros, grandes y pequeños, que dejaban su carne expuesta. Y era carne, ya que el ácido había destruido por completo la piel. Vio la blancura de uno de sus huesos en cierta zona y sintió ganas de vomitar.

Se apretó el estómago para contener las náuseas, se enjugó las lágrimas y dejó escapar un suspiro.

—No está tan mal como podría haber estado.

—Apuntan a los ojos —dijo Illium, que ya sonaba coherente y despierto. Estaba situado junto al agujero que había en la roca bajo el pedestal, con la espada en la mano—. Ha sido una suerte que estuvieras a oscuras ahí dentro. De lo contrario, tus globos oculares colgarían sobre tus mejillas en estos momentos.

Elena lo fulminó con la mirada.

—Gracias por esa imagen tan agradable…

El maldito ángel de alas azules le guiñó un ojo, dejando caer aquellas increíbles pestañas sobre su iris dorado.

—¿Podemos matarlo ya, Rafael? —murmuró Elena mientras intentaba no recordar que había visto agujeros en la carne de su costado.

Los huesos de Rafael se marcaron contra la piel cuando la ayudó a ponerse en pie.

—Todavía no, Elena. Quizá lo necesitemos. —Lo dijo con tanta calma que por un instante Elena creyó que había tomado en serio sus palabras.

Luego siguió la dirección de su mirada hasta la negrura de la cámara donde se había quedado atrapada.

—No. —Le agarró del brazo—. No vas a entrar ahí.

Rafael le dirigió una mirada tan arrogante que Elena supo que la mayoría de los seres (tanto mortales como inmortales) se habrían puesto de rodillas de inmediato.

—Suéltame, cazadora del Gremio. Illium te llevará hasta el tejado, donde estarás a salvo.

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