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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (44 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Rafael. Hijo mío

Alzó la cabeza y vio que el ala derecha de Caliane quedaba destrozada cuando Lijuan consiguió aplastarla contra la pared lateral de un edificio.

34

—V
ete —le dijo a Elena—. El pueblo de mi madre estará despertando. Traslada a su gente a lugares más seguros.

Elena no discutió con él y se echó hacia atrás para permitirle que remontara el vuelo.

Ten cuidado, Rafael. Le perteneces a una cazadora
.

Rafael atesoró aquellas palabras en el corazón, se elevó en el aire y recogió el cuerpo de su madre. La protegió de Lijuan lanzando una descarga de fuego de ángel. La arcángel de China tuvo que agacharse y perdió la concentración. Rafael aprovechó la oportunidad para dejar a Caliane sobre un tejado con suma suavidad. Se curaría, pensó tras evaluar los daños. No había recibido ningún golpe en el corazón, a diferencia de él. Además, parecía que el veneno de Lijuan no le afectaba del mismo modo que a él. Porque Caliane era mucho más antigua.

Sus imposibles ojos azules brillaron al verlo ascender para enfrentarse a Lijuan una vez más.

Luchas por mí
.

Lucho contra Lijuan
.

Era posible que su madre se convirtiera en un monstruo cuando recuperara las fuerzas, pero estaba claro que Lijuan ya lo era. Si no conseguía controlarla, su marca de muerte pronto asolaría el mundo… y Caliane, en plena forma, sería la única capaz de mantenerla a raya.

De modo que utilizarías a un monstruo para enjaular a otro, ¿es eso
? Aquella voz aún poseía una magia cautivadora.

Todos los arcángeles llevan en su interior la amenaza de la oscuridad
.

Lijuan arrojó una lluvia de furia negra sobre él. Rafael levantó un escudo y desvió los rayos hacia otra pared, derribando un edificio que había permanecido en pie durante siglos y siglos. Percibió movimientos abajo y vio las inconfundibles alas de Elena, que medio llevaba medio arrastraba a los aturdidos ciudadanos de Amanat hacia otra zona de la ciudad
. Elena, mantente fuera de la vista
, le ordenó, ya que sabía que Lijuan iría a por ella si le daba la oportunidad.

Concéntrate en salvar el cuello, arcángel. No soy yo quien pone cachonda a Lijuan
.

Rafael soltó una risotada ante aquella réplica ácida y lanzó varias bolas de fuego de ángel antes de situarse justo por encima de Lijuan. Ella las esquivó todas, pero había conseguido ponerla a la defensiva. Aprovechó la ocasión y la hizo retroceder hacia uno de los límites de la ciudad, donde era más probable que no hubiera mortales en los edificios.

Las alas de Lijuan se habían vuelto negras durante el curso de la batalla, igual que su pelo. Pero aquello no era tan importante como el hecho de que ya no parecía capaz de utilizar su forma incorpórea. Eso la volvía vulnerable, tanto como no había vuelto a serlo desde Pekín, pero aun así estaba lejos de ser una presa fácil.

Rafael se encogió cuando la arcángel consiguió chamuscarle de nuevo una de las alas. Notó un nuevo estallido en su interior mientras el fuego incandescente recorría sus venas para neutralizar la negrura. Y aquello hizo que se preguntara si… Buscó en su interior, canalizó aquel fuego salvaje e incontrolable hasta sus manos y luego lo liberó como si se tratara de fuego de ángel. Su poder siempre se manifestaba en tonos azules o en forma de llamaradas cegadoras, pero aquel fuego tenía un luminoso tono blanco y dorado con bordes iridiscentes en los que se apreciaban los matices del alba y la medianoche. Y cuando golpeó a Lijuan, la arcángel comenzó a sangrar.

Desconcertada, Lijuan lo miró fijamente mientras la oscura mancha roja se extendía por la parte delantera de su cuerpo. Rafael aprovechó su incredulidad para atacarla de nuevo, pero el fuego de su interior se estaba aplacando, y su golpe no fue ni de cerca tan potente como el primero. No obstante, fue suficiente. Acertó en una de sus alas y ella soltó un alarido de rabia antes de cambiar de dirección y atravesar el escudo de Amanat hacia la noche inmersa en la lluvia.

Cuando Rafael fue tras ella, la lluvia azotó su rostro como dagas afiladas… pero la arcángel de China había desaparecido. Aleteó para mantenerse en el aire e inspeccionó el paisaje boscoso al considerar la posibilidad de que ella se hubiera desplomado sobre la tierra. Sin embargo, los bosques no habían sufrido perturbación alguna y el oscuro cielo tormentoso estaba vacío.

Comprendió que Lijuan tenía una reserva de poder que había utilizado para escapar, adoptando otra forma durante un corto período de tiempo. No había modo de rastrearla, pero por el momento se había desvanecido, y se lo pensaría dos veces antes de volver a atacarlos a él o a los suyos.

Ahora había llegado el momento de enfrentarse al monstruo que lo había engendrado.

Elena, que ya había situado a los últimos ciudadanos de Amanat en una zona segura, lejos de los edificios dañados, corrió hasta una pequeña azotea y remontó el vuelo con Illium a su lado. No tardó mucho en localizar a la madre de Rafael en un tejado mucho más alto. El vestido blanco de Caliane mostraba manchas negras; su rostro, de una belleza imposible, tenía quemaduras en uno de los lados, pero no eran más que heridas superficiales para una arcángel.

Aterrizó y buscó señales de la negrura que se había apoderado de Rafael como un veneno. Las alas de Caliane tenían cicatrices en las que se vislumbraba aquella cosa oscura y aceitosa, pero…

—Creo que lo tiene controlado —le dijo a Illium.

—Soy la más poderosa de los arcángeles —dijo una voz de tan impecable claridad que casi resultaba doloroso oírla—. Lijuan aún es débil.

Los ojos de la madre de Rafael reflejaban un tono tan puro como el de su hijo, un tono que ningún mortal poseería jamás. Sin embargo, había algo en ellos, algo desconocido y antiguo. Muy, muy antiguo. Elena retrocedió un paso y observó cómo Caliane se ponía en pie con un movimiento fluido y elegante, a pesar de las heridas y de la ropa desgarrada. Las cicatrices negras ya habían disminuido de manera notable.

La arcángel clavó sus ojos en ella.

—Mi hijo te llama consorte.

—Soy su consorte —dijo Elena, sin ceder ni un ápice. Caliane no tenía el aspecto espeluznante de Lijuan, y tampoco era una zorra como Michaela, pero había una cualidad extraña en ella, algo que Elena jamás había percibido en ningún otro arcángel, sin importar lo antiguo que fuera… Era como si Caliane hubiese vivido tanto que se hubiera convertido en otra cosa, aunque, a diferencia de Lijuan, seguía manteniendo su forma física.

Caliane alzó una mano y unas inesperadas llamas de color amarillo verdoso cubrieron sus dedos. Elena oyó a Illium desenvainar su espada y supo que iba a situarse delante de ella.

—Illium, no.

El ángel de alas azules no obedeció.

—Me dijiste que decidiera a quién otorgarle mi lealtad, Elena. Pues bien, mi lealtad es para Rafael, y tú eres su corazón.

Sabía que jamás conseguiría desplazarlo, así que decidió dar un paso hacia un lado para poder enfrentar la mirada de Caliane.

—Él no desea que estés loca. —Estaba prácticamente segura de que se produciría un estallido de mal genio. A los arcángeles no les gustaba que los mortales, o los ángeles recién creados, se dirigieran a ellos de aquella manera.

Sin embargo, Caliane giró la cabeza y su pelo se agitó bajo la brisa.

—Mi hijo. —Un orgullo manifiesto—. Procede de Nadiel y de mí, pero es mejor que cualquiera de nosotros dos.

Rafael batió las alas para aterrizar frente a Caliane en aquel momento, así que Illium se echó a un lado, lo suficiente para que Elena pudiera ver el primer cara a cara entre madre e hijo en más de mil años.

El corazón de Rafael, un corazón que había considerado de piedra antes de conocer a Elena, sintió un millar de estocadas de dolor al ver la expresión de amor del rostro de su madre. Aquella expresión despertó recuerdos que por lo general solo resurgían durante el
anshara
, el más profundo de los sueños reparadores.

Recordó que ella lo había dejado destrozado en aquel maldito prado, pero también cómo lo había abrazado cuando lloraba de niño, cómo le había limpiado las lágrimas con aquellos dedos largos y elegantes antes de besarle las mejillas con ternura. Con tanta ternura que él siempre acababa rodeándola con los brazos y estrechándola con fuerza.

—Madre —dijo, y la palabra sonó ronca, teñida de recuerdos.

La sonrisa de respuesta fue débil. Caliane estiró el brazo y alzó la mano para cubrirle la mejilla. Sus dedos estaban fríos, como si la sangre todavía no hubiera empezado a recorrer sus venas.

—Te has hecho muy fuerte.

Era un eco del sueño, y Rafael se preguntó si ella lo recordaba.

—No puedo concederte la libertad, madre. —Tenía que decirlo, sin importar que el niño que había en él se sintiera entusiasmado y aturdido por tenerla tan cerca. Tan, tan cerca.

Caliane apartó la mano de su mejilla para colocarla sobre su hombro.

—No busco la libertad. Aún no.

Rafael se rindió a la necesidad que había en él, una necesidad que había sobrevivido durante un milenio. Extendió las manos y la atrajo hacia sus brazos. Caliane lo estrechó con fuerza y apoyó la cabeza sobre su corazón. Durante un instante, solo fueron una madre y un hijo abrazándose bajo un cielo imposible.

No deseaba sobrevivir a tu padre, Rafael. Éramos dos mitades de un todo
.

El pesar de su tono hizo que Rafael la abrazara con más fuerza.

Él no debía seguir vivo
.

Su madre no dijo nada durante un buen rato. Cuando se apartó, su expresión era distinta, mucho más formal.

De modo que tienes una consorte mortal
.

—Elena —dijo Rafael en voz alta. No pensaba permitir que Caliane dejara de lado a la mujer que había convertido la idea de la eternidad en una extraordinaria promesa—. Ya no es mortal.

Los ojos de Caliane se posaron un instante en Elena antes de regresar a él.

—Tal vez, pero no es una compañera digna de un arcángel.

Elena habló antes de que lo hiciera él.

—Es posible que no —dijo—, pero es mío y no pienso renunciar a él.

Caliane parpadeó perpleja.

—Bueno, al menos tiene coraje. —Plegó las alas que había extendido después del abrazo y volvió a mirar a Rafael—. Incluso tu sangre lleva la marca de tu mortal. —Acto seguido, dio media vuelta y caminó hasta el borde del tejado—. Debo encontrar a mi gente.

—Tu despertar ha cambiado el equilibrio del Grupo.

Lijuan ya no era la más poderosa de todos ellos, y después del sueño, Caliane era una completa desconocida.

—Más tarde. —Alzó una mano de huesos finos—. No siento el menor deseo de tratar asuntos políticos en este momento. No obstante, haz saber que esta región es ahora mía.

Puesto que no era probable que Lijuan regresara pronto para enfrentarse a Caliane, Rafael sabía que aquella reclamación no sería rebatida.

No hay forma de saber lo que hará
, le dijo a su consorte.
Si quiero tener alguna oportunidad de matarla, debo hacerlo ahora
.

Elena cerró los dedos alrededor de su mano.

Aún no ha hecho nada que no hubiera hecho cualquier otro miembro del Grupo. El impacto que tuvo sobre ti, sobre Elijah y sobre los demás fue un efecto inconsciente, así que no puedes culparla por ello
.

Ha intentado hacerte daño más de una vez
.

Me remito a las pruebas: ni siquiera tus Siete confían del todo en mí. Nunca esperé que tu madre me acogiera con los brazos abiertos
.

Rafael contempló a su cazadora, el penetrante anillo plateado que rodeaba su iris, y supo que Elena haría cualquier cosa para poder disfrutar de otro momento con su madre; que su dolor y su necesidad podrían ocultarle la brutalidad de la verdad.

Si tomo la decisión equivocada, podrían morir miles de personas
.

No dejaremos que eso ocurra
. Su voz era decidida.

Mientras ella hablaba, Illium se situó a su lado en medio de un resplandor azul y plata, y rozó el ala de Elena con la suya, una muestra de intimidad que hizo que Rafael enarcara una ceja. Los labios de Illium se curvaron en una sonrisa perversa que apenas ocultaba la intensidad de sus emociones.

No pienso ver cómo mueres otra vez, sire
. Las venas se marcaban bajo su piel cuando se agarró la muñeca con la otra mano.

Rafael contempló aquellos ojos de oro que habían estado a su lado durante siglos.

Si hubiera muerto, lo habría hecho sabiendo que tú mantendrías mi corazón a salvo
.

Illium miró a Elena.

Siempre
.

—Me quedaré aquí con tu madre —dijo, ya en voz alta.

—No, Illium. —Hizo un movimiento negativo con la cabeza mientras acariciaba el cabello de Elena—. Enviaré a Naasir.

La línea de la mandíbula del ángel de alas azules se volvió tan afilada como una espada.

—Naasir no tiene alas, y podría necesitarlas para seguir a Caliane.

—Jason se encargará de esa parte de la ecuación. —Lo silenció con un gesto cuando Illium hizo ademán de protestar y luego añadió—: Necesito que estés en la ciudad cuando regrese Aodhan. —Tanto su cazadora como Illium lo miraron con expresión interrogante—. Más tarde —añadió—. Ahora dejaremos aquí a Caliane. Al menos dijo la verdad con respecto a una cosa: siempre ha cuidado de la gente de esta ciudad, y no saldrá de aquí hasta que sea un lugar próspero una vez más.

El arcángel echó un último vistazo a la ciudad perdida de Amanat —que ya no estaba perdida— y se elevó con su consorte hacia los cielos, más allá del escudo de poder, hasta adentrarse en la lluvia oscura de la noche que había detrás.

Elena se encontraba de pie en el enorme cuarto de baño del ático que les habían concedido en Kagoshima-shi, la capital de la prefectura. Se miró el costado en el espejo y vio que ya no tenía agujeros en la carne. Rafael la había inundado con aquella calidez sanadora antes de que entrara en la ducha. Había insistido en hacerlo, aunque ella estaba mucho más preocupada por él.

Aliviada, envolvió su cuerpo con una de las esponjosas toallas blancas y se adentró en el dormitorio para dirigirse a la ventana. En aquella ciudad no había una torre angelical, pero el impactante edificio que había enfrente parecía ser el centro de operaciones, porque había ángeles entrando y saliendo a todas horas.

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