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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (41 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Porque, por debajo de ella, se extendían las elegantes líneas de lo que parecía ser una ciudad formada por brillante piedra gris, toda ella cubierta por un resplandor iridiscente del color del Egeo. No solo había edificios que no guardaban relación alguna con la arquitectura propia de aquella región (¡qué diablos, de todo el país!), sino que además, según las imágenes del satélite a las que Elena había tenido acceso, ¡aquella ciudad no existía esa misma mañana!

¡
Rafael
!

Como no obtuvo respuesta, llegó a la conclusión de que Caliane había conseguido bloquear una vez más su comunicación mental, pero luego lo vio volar más abajo, con las alas extendidas al máximo para resistir la fuerza del viento.

Espera aquí arriba, Elena
, le dijo antes de volar hacia aquel increíble y colorido resplandor.

Elena sabía que aquella era la opción más segura, pero todos sus instintos le decían que sería una muy mala idea dejar que Rafael entrara solo en aquella extraña ciudad. Realizó un descenso en picado que logró controlar a duras penas y lo alcanzó justo antes de que atravesara… lo que demonios fuera aquello.

Resultaba casi imposible soportar la mirada de Rafael, ya que un inmenso poder resplandecía en sus ojos cuando clavó la vista en ella.

Elena

Era una orden.

Se le erizó el vello de la nuca, pero reprimió aquella reacción y parpadeó para contener las lágrimas causadas por el contacto momentáneo con sus ojos.

Tengo que ir contigo. Confía en mí
.

Esto no es una cuestión de confianza. No pienso perderte por la locura de mi madre
.

Elena descendió un poco por debajo de él para que sus alas no se enredaran y extendió la mano.

Yo tampoco pienso perderte. Esto tiene pinta de una trampa, Rafael
.

Rafael entrelazó sus dedos con los de ella y los mantuvo en aquella posición.

Podría serlo. ¿Y quieres volar hacia ella conmigo
?

Elena le dio a su voz un tono malicioso.

«Problemas» no es solo mi segundo nombre. También es el primero y mi apellido
.

Sintió una llamarada de calor eléctrico cuando el poder de Rafael se extendió para cubrirla. Aquel poder la había protegido mientras bailaban la más íntima de las danzas y la había atravesado cuando él estaba furioso, pero nunca la había envuelto de una forma tan brutal y completa. Las lágrimas empezaron a dejar regueros en sus mejillas a causa de la impactante fuerza de aquel resplandor. Elena cerró los párpados con fuerza y le dio un apretón en la mano.

No veo nada
.

No durará mucho. Si el escudo que rodea la ciudad es la trampa, esto nos concederá el tiempo suficiente para retirarnos
.

Dicho esto, voló hacia su destino y la llevó consigo.

La cazadora notó el momento en que chocaron contra la fría energía del escudo. La onda expansiva sacudió todo su cuerpo, pero se concentró sobre todo allí donde sus dedos se unían a los de Rafael, como si intentara separarlos. Tenía claro que si lo conseguía, ella acabaría fuera y Rafael desaparecería en la ciudad… y ni siquiera sabía con seguridad si la ciudad era o no un espejismo, una emboscada diseñada por una arcángel tan antigua que le dolían los huesos solo de pensarlo.

Sujétate fuerte
.

No supo quién de los dos había dicho aquello. Su cuerpo se vio azotado por una lluvia gélida que se había vuelto brutal; los huesos de su muñeca amenazaban con fracturarse. Era evidente que Caliane estaba decidida a separarlos.

No lo conseguirás en tu puta vida, pensó Elena, y apretó los dientes para soportar el dolor de los tendones, que parecían a punto de romperse.

Un instante y una eternidad más tarde, se alejaron de la lluvia y avanzaron hacia la extraña ciudad a gran velocidad. Unos meses atrás habría sido incapaz de detener el descenso. Pero unos meses atrás era un ángel recién creado. Soltó la mano de Rafael para no arrastrarlo con ella, extendió las alas y empezó a sacudirlas con movimientos enérgicos y rápidos que pretendían contener la velocidad de su cuerpo.

Muy pronto se dio cuenta de que aquella velocidad era terminal.

En cuatro segundos acabaría aplastada y hecha pedazos contra las piedras grises del tejado plano que había más abajo.

Elena
.

Levantó sus escudos cuando Rafael intentó apoderarse de su mente.

Conserva tus fuerzas
.

Luego utilizó todas las suyas para impedir lo que, a su edad, podría ser una caída mortal. Si le fallaba alguna acabaría frita, pero había entrenado mucho. Poseía la habilidad necesaria. «Solo» tenía que conseguirlo.

Sus alas rozaron la piedra áspera de un edificio cuando consiguió cambiar la trayectoria lo suficiente para esquivar el tejado y caer en el hueco existente entre dos elegantes estructuras grises. Aquello le dio el tiempo que necesitaba para estabilizarse y volver a elevarse hacia el cielo. Creía que Rafael estaría furioso con ella por haberlo desafiado, pero cuando llegó hasta él, el arcángel se había apartado el cabello húmedo de la cara y observaba la ciudad.

—¿Qué pasa? —preguntó Elena mientras se pasaba una mano por el pelo y constataba que allí no había tormenta. La lluvia azotaba con incesante fuerza el escudo, pero en el interior, toda la zona estaba bañada por una luz dorada que casi conseguía desdibujar los austeros bordes de los edificios—. Necesita flores —dijo sin pensar—. Es como si le faltara algo. —Incapaz de mantener la altura, realizó un descenso controlado sobre el tejado contra el que había estado a punto de chocar un minuto antes.

Rafael la siguió con mucha más elegancia.

—Una vez estuvo llena de ellas.

—¿De qué?

—De flores.

Elena caminó hasta el borde del tejado, bajó la vista y contempló un asombroso despliegue de grabados en la pared del edificio de enfrente, cuya piedra reflejaba unas motas ocultas de color que habrían transformado aquella ciudad en un diamante resplandeciente bajo la luz del sol. Notó el martilleo de su corazón contra las costillas.

—¿Qué es este lugar?

—La joya de la corona de mi madre. Aunque está muy lejos de donde solía estar.

—¿Sabes? La mayoría de los arqueólogos creen que Amanat nunca existió —dijo Elena, que se había quedado pasmada al darse cuenta del increíble poder que se necesitaba para hacer desaparecer una ciudad entera… y trasladarla—. Que no es más que una leyenda.

En el rostro de Rafael se dibujó una leve sonrisa que Elena no llegó a ver.

—Me resulta increíble que los arqueólogos humanos no hablen con aquellos de nosotros que vivimos en nuestras carnes esas épocas de leyenda.

Elena soltó un resoplido.

—Como si alguno de los ángeles fuera a responder sus preguntas…

Nos conoces demasiado bien, Elena
. Sus palabras eran frívolas, pero su postura, su forma de observar aquella extraña ciudad de piedra y sombras, hablaban de una alerta máxima.

Elena, también alerta, siguió examinando el área en busca de alguna señal de Illium. Se encontraban en uno de los tejados, pero había más tejados a su derecha, incrustados directamente en las montañas, como si hubieran sido excavados en la roca y llevaran siglos allí. Algo que era imposible. O lo sería, por supuesto, si no se enfrentara a una inmortal con tanto poder que asustaba incluso a Lijuan.

Y eso le ponía los nervios de punta.

—¿Illium?

—Pierde y recupera el sentido sin cesar, pero puedo percibirlo. —Saltó del tejado y voló hasta el suelo con tal ímpetu y elegancia que Elena se preguntó en qué se habría convertido cuando pasaran mil años más. En algo extraordinario, eso sin duda. A menos que la relación que mantenían acabara por robarle su vida inmortal.

No. Descartó aquella idea en cuanto sus pies tocaron el suelo, pero sabía que era una verdad que no podía ignorar.

—¿Qué ves, cazadora del Gremio?

Por un momento, Elena creyó que él le había leído los pensamientos, pero luego siguió su mirada. Aquella ciudad perdida, con sus muros de piedra grabados con una delicadeza casi etérea y tan antigua que a Elena no se le ocurría ningún equivalente actual, parecía estar dormida, como una dama elegante conservada a la perfección.

—Debería haber quedado reducida a escombros, sin embargo todo está…

—Como si la ciudad solo estuviera durmiendo durante una noche muy larga —murmuró Rafael.

Elena asintió.

—Sí. —Siguió aquella idea hasta su conclusión lógica—. Rafael, ¿qué le sucedió a la gente que vivía en Amanat en la época en que la ciudad se sumió en el sueño?

Atravesaron sin hablar la primera puerta lo bastante amplia para dar cabida a sus alas y se descubrieron en una especie de templo lleno de luz, pese a que había sido esculpido en la ladera de una montaña. Elena no sabía qué esperaba ver, pero desde luego no lo que encontraron.

32

Y
acían en pacífico reposo. Pequeños grupos de mujeres acurrucadas unas contra otras, con una sonrisa apenas perceptible en sus rostros, como si durmieran el más maravilloso de los sueños.

—Dios mío… —Desconcertada, observó cómo Rafael caminaba sobre el suelo de piedra con incrustaciones de joyas, que emitían chispas de fuego y un brillo cegador. Sus alas dejaban un rastro de gotas de agua.

El arcángel se agachó para rozar con los dedos el cuello de una doncella —el término le quedaba mejor que ningún otro, ya que vestía una vaporosa túnica de color melocotón y su cabello rizado estaba lleno de lazos— que yacía en una elegante pose de reposo sobre un almohadón de seda de color marfil con vetas doradas. Elena se acercó a él.

—Estamos justo al lado de un pedestal —murmuró.

Puesto que dicho pedestal se elevaba a poco más de un metro del resto del suelo (le llegaba a la altura de los pechos), Elena podía ver la superficie de arriba, y también un trozo cuadrado de piedra que tenía un color diferente. Supo sin necesidad de que se lo dijeran que allí había estado colocada la estatua de una diosa (no de un dios, no en aquel lugar que destilaba feminidad).

—Está caliente. —Rafael se puso en pie—. El Grupo de la época de mi madre se equivocaba: ella no mató a su gente; la sumió en el Sueño.

Elena se pasó las manos por el pelo, que se le había encrespado a causa de la humedad.

—Rafael, esta clase de poder…

—Sí. —Subió los escalones que había a uno de los lados del pedestal para llegar al espacio vacío que Elena acababa de examinar y contempló la huella cuadrada—. La población de Amanat tuvo una vez sus dioses y diosas, pero cuando Caliane reclamó la ciudad como su hogar, los ciudadanos se convirtieron en su gente, y la adoraron con una devoción absoluta.

—¿Cantó para conseguir esa devoción? —preguntó Elena.

Ahora que prestaba atención, podía oír la respiración suave de los durmientes. Eso le erizó el vello de la nuca, y no hubo forma de hacerlo bajar; no volvería a su posición normal hasta que salieran de aquella ciudad sobrenatural congelada en el tiempo.

Rafael negó con la cabeza.

—No. Amanat ya le pertenecía mucho antes de que yo naciera.

Elena pensó en lo que había leído sobre Caliane en los libros de historia, en todo lo que Rafael le había contado. Recordó que también habían llamado a su madre la arcángel de la Elegancia, de la Belleza.

—Ese amor era dado y recibido por ambas partes.

—Sí. —El arcángel se puso en cuclillas y deslizó los dedos por el trozo cuadrado de piedra que revelaba una ausencia—. Illium.

Elena comenzó a rodear los muros de piedra que había por debajo del pedestal en busca de una entrada. Nada. Las paredes grises no tenían ni una grieta. De pronto descubrió una diminuta pluma azul junto a sus pies. Illium. Tras guardarse la pluma en un bolsillo, se concentró en la pared que había justo delante de donde la había encontrado. No sintió nada bajo las manos en la primera pasada. Ni en la segunda. Pero en la tercera…

—Rafael, creo que aquí hay una fisura.

El arcángel estaba a su lado un segundo después.

—Jugué en este templo cuando era niño… Tal vez recuerde cómo se abre.

—Aquí. —Elena retrocedió un paso para vigilar mientras él recorría la zona con los dedos.

Rafael pareció presionar varias áreas específicas de la piedra, aunque Elena no lograba distinguir una sección de pared de otra. Sin embargo, en el instante en que él apartó la mano, la piedra se abrió con un crujido que revelaba milenios de encierro y liberó una nube de polvo de tal magnitud que Elena aún seguía tosiendo cuando asomó la cabeza hacia el interior.

Al principio no vio nada, ya que la zona bajo el pedestal estaba completamente a oscuras.

Luego, su olfato captó el sórdido matiz de un licor exótico. Lima, pensó, tenía la acerba dulzura de la lima, mezclada con un sabor más intenso, más lánguido. Solo en aquel momento se dio cuenta de que había asociado esa esencia a Illium.

—Está aquí.

—Prepárate. —Un resplandor azul.

Durante el ínterin luminoso, vio el cuerpo de Illium acurrucado en el rincón, con la cabeza apoyada sobre la pared de piedra y las alas aplastadas bajo su cuerpo.

—¿Qué le ha hecho esa mujer?

—Entra, Elena. —Palabras tensas—. Yo debo quedarme aquí para asegurarme de que la puerta no se cierra.

Tras parpadear unas cuantas veces para librarse de los efectos secundarios del fogonazo, Elena se agachó para adentrarse en la cueva (cuyo suelo descendía por debajo del que había en el exterior, tanto que incluso Rafael podría haber permanecido en pie) y caminó a través de la oscuridad guiándose por el sentido del tacto. Calculó mal las distancias y chocó contra Illium. Que esté bien, por favor…, se dijo. Se agachó y le tocó la pierna, el muslo, el torso, hasta que al final encontró su rostro con los dedos.

—Vamos, Bella Durmiente. No puedo sacarte a cuestas de aquí. —Era demasiado musculoso, y de ningún modo quería que Rafael se apartara de la puerta, porque se cerraría en el instante en que lo hiciera, de eso estaba tan segura como de que se llamaba Elena.

Illium no respondió.

Se inclinó hacia delante y cedió a la tentación de apoyar la mejilla sobre la de él. Tembló de alivio al notar que su piel estaba caliente.

—Illium, tienes que despertar. Necesito que me protejas de Dmitri.

Un cambio en su respiración. Unos dedos que rozaron sus caderas y luego…

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