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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La dama del lago (76 page)

BOOK: La dama del lago
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El caballero Yves representaba al rey Ethain, el comes Sulivoy al rey Venzlav, sir Matholm al rey Segismundo y sir Devereux a la reina Adda, antigua estrige. El viaje debía de haber sido divertido porque Yves tenía un labio partido, Sulivoy un brazo en cabestrillo, Matholm cojeaba y Devereux tenía una resaca que apenas se tenía en la silla.

Nadie había invitado al dragón dorado Villentretenmerth porque nadie sabía cómo invitarlo ni dónde buscarlo. Para asombro general el dragón se presentó, por supuesto de incógnito, bajo la figura del caballero Borch Tres Grajos. Sin embargo, allá donde estuviera Jaskier no era posible mantener incógnito alguno, por supuesto, aunque pocos eran los que creían al poeta cuando éste señalaba a un fornido caballero y afirmaba que era un dragón.

Tampoco nadie había invitado ni estaba esperando a la pintoresca chusma que se definía a sí misma como «amigos y conocidos» de Jaskier. Eran principalmente poetas, músicos y trovadores, y por añadidura un acróbata, un jugador de dados profesional, una domadora de cocodrilos y cuatro multicolores señoritas de las que tres tenían aspecto de ser pelanduscas y la cuarta, que no lo parecía, lo era por encima de toda duda. El grupo lo completaban dos profetas, de los que uno era falso, un escultor de mármol, una médium rubia de género femenino que siempre estaba borracha y un gnomo de rostro lleno de cicatrices de viruela que afirmaba llamarse Schuttenbach. Los hechiceros llegaron en una nave anfibia y mágica que tenía el aspecto de ser un cruce entre un cisne y una almohada gigante. Eran cuatro veces menos de los que habían invitado y tres veces más de los que se esperaban, porque los confráteres de Yennefer, por lo que decía el rumor, condenaban su enlace con un hombre «de fuera» y para colmo brujo. Algunos de ellos habían ignorado la invitación sin más, otros se habían disculpado alegando falta de tiempo y la obligación de acudir a la convención mundial anual de hechiceros. Así que en la cubierta del, como lo definiera Jaskier, almohadomóvil sólo estaban Dorregaray de Volé y Radcliffe de Oxenfurt.

Y Triss Merigold, de cabellos como los castaños de noviembre.

VI

—¿Has sido tú quien ha invitado a Triss Merigold?

—No. —El brujo meneó la cabeza, contento del hecho de que la mutación de sus capilares le imposibilitaba ruborizarse—. Yo no. Sospecho que fue Jaskier, aunque todos ellos afirman que se enteraron de la boda por los cristales mágicos.

—¡No quiero que Triss esté en mi boda!

—¿Por qué? Pero si es tu amiga.

—¡No me tomes por tonta, brujo! ¡Todo el mundo sabe que te has acostado con ella!

—¡Mentira!

Los ojos violetas de Yennefer se encogieron peligrosamente.

—¡Verdad!

—¡Mentira!

—¡Verdad!

—Está bien. —Él se dio la vuelta con rabia—. Es verdad. ¿Y cuál es el problema?

La hechicera guardó silencio por un instante, jugueteando con la estrella de obsidiana que llevaba sujeta en negro terciopelo.

—Nada —dijo por fin—. Pero quería que lo reconocieras. No intentes nunca mentirme, Geralt, nunca.

VII

El muro olía a piedra mojada y a acidas hierbas, el sol iluminaba la parduzca agua del foso, extraía con su calor el verde del emboscado fondo del pantano y el deslumbrante amarillo de los nenúfares que flotaban en la superficie.

El castillo volvía a la vida poco a poco. En el ala occidental alguien abrió las contraventanas con un estruendo y se rió. Otro, con voz débil, pedía zumo y col fermentada. Uno de los amigotes de Jaskier cantaba invisible mientras se afeitaba:

Allá va la despedidaaaa, la que le echó el junco aljuncoooo. Me han dicho que andas calienteeee, la ostia si lo barruntoooo
.

Chirriaron las puertas, Jaskier salió al patio, estirándose y tocándose el rostro.

—¿Cómo estás, novio? —dijo con la voz cansada—. Si tienes intenciones de escapar, ésta es tu última ocasión.

—Qué madrugador estás, Jaskier.

—Ni siquiera me he acostado —murmuró el poeta, sentándose junto al brujo en un poyete de piedra y apoyando las espaldas en el muro cubierto de amor de hombre—. Por los dioses que ha sido una noche muy dura. Pero en fin, no se casa un amigo todos los días, hay que celebrarlo de alguna manera.

—El banquete de boda es hoy —le recordó Geralt—. ¿Aguantas?

—No me insultes.

El sol calentaba con fuerza, los pájaros alborotaban entre los arbustos. Desde el lago les llegaban unos chufidos y chapoteos. Morenn, Cirilla, Mona, Eithne y Lola, las dríadas taheñas, hijas de Zywiecki, se bañaban, desnudas como era su costumbre, en compañía de Triss Merigold y Freya, la amiga de Myszowor. Arriba, en las arruinadas almenas del castillo, los legados reales, caballeros Yves, Sulivoy, Matholm y Devereux, se quitaban los unos a los otros el catalejo.

—¿Lo pasasteis bien, Jaskier?

—No preguntes.

—¿Algún alboroto especialmente grande?

—Algunos.

El primer alboroto, contó el poeta, tuvo un origen racial. Tellico Lunngrevink Letorte afirmó de pronto en mitad de la fiesta que estaba harto de aparecer como un mediano. Señalando con un dedo a dríadas, elfos, medianos, sirena, enano y hasta al gnomo que afirmaba llamarse Schuttenbach, todos ellos presentes en la sala, el doppler declaró que era una discriminación el hecho de que todos podían ser ellos mismo y solamente él, Tellico, tenía que vestirse con ajeno pelaje. Dicho lo cual adoptó —por un instante— su forma natural. Ante aquella vista, Gardenia Biberveldt se desmayó, el príncipe Agloval se atragantó peligrosamente con una lucioperca y a Anica, la hija del alcalde Caldemeyn, le dio un ataque de histeria. La situación la selló el dragón Villentretenmerth, todavía bajo la forma del caballero Borch Tres Grajos, aclarándole al doppler con serenidad que la capacidad de metamorfosearse era un privilegio que obliga, entre otras cosas, a tomar formas que por lo general se consideren decentes y aceptadas en sociedad, y que esto no era otra cosa que simple cortesía para el anfitrión.

El doppler acusó a Villentretenmerth de racismo, chauvinismo y de no tener ni pajolera idea del objeto de la discusión.

Villentretenmerth, enfadado, tomó también por un instante la forma de dragón, destrozando unos pocos muebles y haciendo reinar el pánico general. Cuando se serenó la cosa, comenzó una fuerte discusión en la que humanos y no humanos se lanzaron los unos a los otros ejemplos de falta de tolerancia y de prejuicios raciales. Un acento bastante inesperado en la discusión lo aportó la voz de la pecosa Merle, la puta que no tenía aspecto de puta. Merle afirmó que toda aquella trifulca era tonta y sin sentido y que no tenía nada que ver con los verdaderos profesionales, quienes no saben lo que son los prejuicios, que ella estaba dispuesta a probarlo en aquel mismo instante y por su correspondiente pago incluso aunque fuera con el dragón Villentretenmerth en forma natural. En el silencio que cayó se escuchó a la médium de género femenino declarando que ella estaba dispuesta a hacer lo mismo pero de gratis. Villentretenmerth cambió de tema rápidamente y comenzaron a discutir de temas más seguros como economía, política, pesca, caza y juegos de azar.

Los otros escándalos tuvieron unas dimensiones más bien sociales. Myszowor, Radcliffe y Dorregaray apostaron a ver quién de ellos era capaz con su sola fuerza de voluntad de hacer levitar más objetos a la vez. Ganó Dorregaray, que fue capaz de mantener en el aire dos sillas, una fuente con frutas, una olla con sopa, un globo terráqueo, un gato, dos perros y a Lola, la hija más pequeña de Zywiecki y Braenn.

Luego Cirilla y Mona, las hijas medianas de Zywiecki, se pelearon y hubo que llevárselas. Poco después se pelearon Ragnar y el caballero Matholm y la causa de la pelea era Morenn, la hija mayor de Zywiecki. Zywiecki, nervioso, mandó a Braenn encerrar en sus habitaciones a todas sus taheñas mozas, mientras que él se unió al concurso de bebida que había organizado Freya, la amiga de Myszowor. Pronto resultó que Freya tenía una resistencia al alcohol inimaginable, rayana con la inmunidad total. La mayoría de los poetas y bardos amigos de Jaskier aterrizaron bajo la mesa. Zywiecki, Crach an Craite y el alcalde Caldemeyn se batieron bravamente, pero tuvieron que ceder. El hechicero Radcliffe se mantuvo hasta que se demostró que estaba haciendo trampas: llevaba consigo un cuerno de unicornio. Cuando se lo quitaron, no tenía ni una posibilidad contra Freya. Al poco, el lado de la mesa que ocupaba la isleña se quedó casi vacío. Durante un tiempo estuvo bebiendo con ella un hombre muy pálido vestido con un jubón pasado de moda y al que nadie conocía.

Al cabo, el hombre se levantó, se dio la vuelta, hizo una cortés reverencia y atravesó la pared como si fuera niebla. La inspección de los antiguos retratos que adornaban la sala permitió confirmar que era Willem, llamado el Diablo, señor de Rozrog, asesinado con un estilete durante un banquete algunos cientos de años atrás.

El antiguo castillo ocultaba numerosos secretos y en el pasado se había cubierto de una fama bastante siniestra, así que no dejó de haber más percances de carácter sobrenatural. Hacia la medianoche un vampiro entró volando por una ventana abierta, pero el enano Yarpen Zigrin expulsó al chupasangre arrojándole un ajo. Durante todo el tiempo algo estuvo aullando, suspirando y agitando unas cadenas, pero nadie le prestó atención, todos pensaban que eran Jaskier y sus escasos amigos aún sobrios. Eran aquéllos sin embargo espectros, porque se confirmó que en las escaleras había buenas cantidades de ectoplasma: algunas personas se resbalaron y se dieron dolorosos golpes.

Hubo un desgreñado espectro de ojos ardientes que sobrepasó las fronteras de la decencia, pellizcando el trasero de la sirena Sh'eenaz desde un escondite. Por poco no se llegó a un tumulto de consideración, porque Sh'eenaz pensó que el culpable había sido Jaskier. El espectro, aprovechando el jaleo, deambuló por la sala pellizcando, pero Nenneke lo descubrió y lo expulsó con ayuda de unos exorcismos.

A algunas personas se les apareció la Dama Blanca, a la cual, si se ha de creer la leyenda, la emparedaron viva hacía muchos años en las mazmorras de Rozrog. Sin embargo, hubo algunos escépticos que afirmaron que no se trataba de la Dama Blanca sino de la médium de género femenino que deambulaba por los sótanos buscando algo de beber.

Luego comenzó una desbandada general. Primero desaparecieron el caballero Yves y la domadora de cocodrilos. Poco después desapareció toda huella de Ragnar y Eurneid, la sacerdotisa de Melitele. Luego desapareció Gardenia Biberveldt, pero resultó que se había ido a dormir. De pronto resultó que faltaban Jarre el Manco y Iola, la otra sacerdotisa de Melitele. Ciri, aunque había dicho que Jarre le era indiferente, mostró cierto desasosiego, mas se aclaró que Jarre había salido a hacer sus necesidades y se había caído en un foso llano, donde se había quedado dormido mientras que a Iola se la encontraron debajo de las escaleras. Con el elfo Chireadan.

También se vio cómo Triss Merigold y el brujo Eskel de Kaer Morhen entraban en el cenador del parque, aunque por la mañana alguien dijo que del cenador aquél había salido el doppler Tellico. La gente se rompió la cabeza dándole vueltas a qué forma era la que había tomado el doppler, Triss o Eskel. Hasta hubo quien arriesgó la teoría de que podía haber en el castillo hasta dos dopplers. Se quiso preguntar su opinión al dragón Villentretenmerth en su calidad de especialista en metamorfosis, mas resultó que el dragón había desaparecido, y junto con él Merle, la puta.

También desapareció otra puta y uno de los profetas. El profeta que no había desaparecido afirmó que él era el verdadero, pero no supo probarlo.

Desapareció también el gnomo que se hacía pasar por Schuttenbach y todavía no lo han encontrado.

—Laméntalo —concluyó el bardo, con un amplio bostezo—. Lamenta que no estuvieras, Geralt. Fue una fiesta de la leche.

—Lo lamento —murmuró el brujo—. Pero sabes... No podía, porque Yennefer... Lo entiendes...

—Claro que lo entiendo —dijo Jaskier—. Por eso no me caso.

VIII

De la cocina del castillo surgían un tintineo de los calderos, unos cantecillos y unas risitas alegres. La manutención de toda la pandilla de invitados suponía un problema y no pequeño, porque el rey Herwig prácticamente no tenía criados. La presencia de los hechiceros tampoco resolvió el problema, porque por consenso general se había decidido comer de forma natural y renunciar a hechizos gastronómicos. Así que la cosa terminó en que Nenneke asignó el trabajo a todo el que pudo. Al principio no fue fácil. Aquéllos a los que la sacerdotisa fue capaz de cazar no tenían ni idea de cocina, y los que sí la tenían habían huido. Sin embargo, Nenneke encontró inesperado socorro en la persona de Gardenia Biberveldt y las medianas de su séquito. Excelentes y simpatiquísimas en su colaboración con las cocineras resultaron también, extrañamente, las cuatro pelanduscas del grupo de Jaskier.

En lo que respecta al aprovisionamiento, había menos problemas. Zywiecki y el príncipe Agloval organizaron cacerías y proveyeron de la caza mayor. A Braenn y a sus hijas les bastó con dos horas para llenar la despensa de aves de caza, porque hasta la menor de las dríadas, Lola, sabía usar del arco con una asombrosa maestría. El rey Herwig, que amaba la pesca, navegaba al rayar el alba por el lago y trajo lucios, luciopercas y enormes percas. Por lo general le acompañaba Loki, el hijo menor de Crach an Craite. Loki tenía experiencia en pesca y barcas, y aparte de ello estaba disponible al alba, puesto que, del mismo modo que Herwig, no bebía.

Dainty Biberveldt y sus parientes, ayudados por el doppler Tellico, se ocuparon en decorar la sala y las habitaciones. A limpiar y lavar se obligó a los dos profetas, a la domadora de cocodrilos, al escultor de mármol y a la eternamente borracha médium de género femenino.

Al principio se puso al cuidado del bebercio a Jaskier y a sus amigos, pero esto resultó un error terrible. Así que se expulsó a los bardos y le dieron la llave a Freya, la amiga de Myszowor. Jaskier y los poetas se pasaban sentados días enteros junto a las puertas de la bodega e intentaban conmover a Freya con baladas amorosas a las que, sin embargo, la isleña mostraba la misma resistencia que al alcohol.

Geralt alzó la cabeza, arrancado de su duermevela por el sonido de unos cascos sobre las piedras del patio. Una Kelpa brillante de agua con Ciri sobre sus lomos apareció de entre unos arbustos pegados a la pared. Ciri llevaba su traje negro y a la espalda colgaba su espada, la famosa Gveir, conseguida en las catacumbas del desierto de Korath.

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