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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La dama número trece (21 page)

BOOK: La dama número trece
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Pasó el resto del sábado encerrado en su apartamento. Por la tarde se acostó en la cama con la botella de whisky en la mano, aunque se levantó varias veces, tambaleante, para revisar el bolsillo de su chaqueta y cerciorarse de que la figura seguía allí. Nunca se separaba de ella: pensaba que era lo único que podía salvarle.

Solo podrán recuperarla si se la entregamos.

¿Y si no lo hacía? ¿Y si la usaba como moneda de canje para conseguir que aquellas criaturas lo dejaran en paz? Más aún: ¿y si no acudía a la cita?

Nos matarán. Pero no lo harán con rapidez

Qué se siente cuando un verso te destroza sin límite.

¿Y si se reunía con Raquel y huían juntos llevándose la imago con ellos? ¿Y si las amenazaba con destruir la figura? Pero ¿cuánto tiempo podría resistir de ese modo...?

No son seres humanos. Son brujas.

Volvió a llevarse la botella a los labios. El mundo se estaba volviendo de un agradable color ámbar.

Si acudes a esa cita, te matarán.

¿Y si luchaba? ¿Y si les oponía resistencia? ¿Y si se enfrentaba a ellas? Pero, por Dios, ¿de qué forma? Un verso cualquiera podría dejarlo indefenso. ¿Por qué Lidia Garetti no lo ayudaba ahora?

Rauschen. Sus investigaciones. Aquello que, quizá, había descubierto, la razón por la que había sido condenado a aquel tormento... César se lo había dicho: la única oportunidad que tenían era hallar lo mismo que Rauschen, pero usarlo mejor. Ahora todo dependía de que su viejo profesor pudiera encontrar una pista en aquellos archivos.

Cerró los ojos con esa esperanza.

Se trataba, sin duda, de una clínica privada. Sus puertas de cristal estaban flanqueadas por dos pequeños abetos de aspecto navideño, y se abrían ante la silenciosa orden de una célula fotoeléctrica. Rulfo las cruzó y entró en el vestíbulo. Otra figura entró con él. Miró en esa dirección y se vio a sí mismo reflejado en un gran espejo. Comprobó que se hallaba completamente desnudo, pero no le extrañó en absoluto.
Estoy soñando
, se dijo.

Llegó al fondo del vestíbulo y escogió un pasillo. Se detuvo ante la puerta de la habitación número trece (tenía el número escrito sobre ella). La abrió.

Era un cuarto pequeño. Su luz procedía de algún lugar indeterminado del cielorraso. No había muebles ni decoración alguna. Hacía frío. Un frío extraño: una gelidez que se incrementó cuando dio algunos pasos por el interior. ¿Por qué aquella habitación, desnuda como él mismo, le provocaba tanta aprensión? Sospechó que no era solo por la baja temperatura, pero no pudo advertir otra causa evidente. Se hallaba vacía y no parecía amenazadora.

Otro espejo en la pared del fondo duplicaba su figura. Se frotó los brazos, y el Rulfo del azogue lo imitó. Nubes gemelas de vapor manaron de sus bocas.

Se aproximó al espejo y se situó tan cerca del cristal que, en un momento dado, su aliento borró sus propios rasgos con un vaho de platino puro. Contuvo la respiración, y la mancha de niebla fue empequeñeciéndose, pero, tras ella, no volvió a aparecer su rostro sino el de Lidia Garetti. Vestía el traje de noche tubular de solapas fucsias de su retrato y la araña dorada brillaba entre la suave ondulación de sus senos menudos.

—El paciente de la habitación número trece lo sabe —dijo, mirando a Rulfo con fijeza. Sus ojos azules despedían tanta luz que parecían formar parte del cristal.

—Lidia... —Rulfo tendió una mano, pero sus dedos no palparon piel sino el obstáculo impenetrable de una superficie vidriada.

—El paciente de la habitación número trece —repitió ella, retrocediendo—. Búscalo.

—¡Espera...! ¿Qué quieres decir...?

Lidia Garetti se alejaba en la oscuridad, al fondo del reflejo.

De repente Rulfo comprendió que ella hubiera deseado quedarse y explicarle más cosas, pero algo se lo había impedido. Otra presencia que se encontraba allí,
a su espalda
, dentro de la habitación.

El temor se aferró a sus músculos. Tenía tanto miedo que no podía volver la cabeza. Se sentía incapaz de mirar atrás.
Hay alguien. El paciente de la habitación número trece. Detrás de mí.

un sollozo.

Entonces sintió como si una mano le tocara el hombro con dedos helados.

un sollozo violento.

Se volvió y vio lo que había tras él.

Un sollozo violento.

Se encontraba en su habitación. La botella de whisky medio vacía había rodado por el suelo.

No albergó duda alguna acerca de que aquello no había sido solo un sueño, de la misma forma que no lo habían sido los de la casa del peristilo.

Lidia Garetti le había enviado un nuevo mensaje.

Se vistió frente al espejo. La ropa que habían comprado le sentaba muy bien. Esa mañana se puso un jersey de lana violeta y unos vaqueros. Para el niño eligió un polo marrón oscuro y pantalones de pana. Luego se peinó el largo pelo negro. No se lo recogería: eso le recordaba malos momentos. Ahora todo había cambiado.

El espejo le devolvía la imagen de una muchacha alta y hermosa. La imagen de siempre. Pero ella ya no vivía encerrada en esa apariencia.

Asomaba a los ojos.

En ellos podía contemplar su verdadero aspecto. Nada ni nadie volvería a hacerle daño, a humillarla. Patricio estaba muerto. Su hijo y ella se hallaban libres.

Contempló al niño. Jugaba con las figuritas de plástico en el suelo de la habitación, de espaldas a la aún incierta luz de la ventana. Nunca sonreía, pero ella no necesitaba que lo hiciera. A su modo, él era otro espejo: en aquella mirada azul y aquellas facciones que no se parecían en nada a las suyas podía verse reflejada. Y se percataba de que el pequeño también la veía así. Ya no se limitaba a mirarla en silencio como si fuera una extraña. A ratos, le hablaba con ternura. Parecía haber percibido su transformación con la misma intensidad que ella.

Ahora lo que más le preocupaba era que Lidia le dijera, a través de los sueños, qué otra cosa debía hacer. Estaba segura de que formaba parte de un plan, y quería saber cuál era. Había mentido al hombre para evitar su interrogatorio: en realidad, no había soñado nada más. Sin embargo, tenía la convicción de que sus intuiciones eran ciertas, de igual forma que la habría tenido de poseer un rostro aunque hubiese carecido de espejos que se lo confirmaran. Y había mentido también en otra cosa, más importante. Esperaba que su arriesgado engaño surtiera efecto.

Se contempló una vez más, cerciorándose de que no parecía distinta a cualquier otra chica. No quería resultar llamativa. Tras ella, reflejados en el cristal, podía distinguir la ventana abierta, el aparcamiento y la carretera a la luz del amanecer, con la silueta de un pequeño pueblo subrayando el horizonte. La habitación se hallaba en la primera planta del motel y era muy modesta, pero a ella le parecía palaciega en comparación con el lugar donde habían vivido hasta entonces. Llevaban allí cinco días y aún no se habían atrevido a salir. O casi. Siguiendo el consejo de Rulfo, ella siempre daba un breve paseo antes del anochecer, aunque regresaba pronto. Sin embargo, esa mañana pensó que quizá saldría con el niño. Los ojos del pequeño se estaban habituando cada vez más a la claridad, y las horas tenues del alba serían ideales. Sí, disfrutaría paseando con su hijo mientras el sol despuntaba sobre los campos. Sin duda, constituiría para ambos una maravillosa experiencia.

Estaba a punto de sugerírselo cuando

no pudo

sorprendió la figura tras ella, en el espejo.

Se quedó inmóvil, rígida. El niño pareció percibir también que algo extraño sucedía, porque volvió la cabeza y observó a la muchacha.

no pudo volver

Sintiendo que habitaba en una pesadilla, giró lentamente hacia la ventana y se asomó. El aparcamiento estaba vacío.

Sus latidos fueron apaciguándose. Pero, por un momento (aunque solo lo había visto reflejado en el espejo del armario durante una fracción de segundo), por un horrible instante, había creído ver a un hombre que...

No. Se equivocaba. Era imposible.

Está muerto. No pienses más en él. Está muerto.

Terminó de vestirse, cogió al niño de la mano,

no pudo volver a dormir

dieron un breve paseo alrededor del motel. No vio nada extraño: el lugar parecía casi desierto. Pronto concluyó que sus nervios le habían jugado una mala pasada. Seguramente, se había confundido con alguien que físicamente se le parecía mucho. Está muerto. Tú misma lo mataste.

Pero seguía inquieta cuando regresó a la habitación.

No pudo volver a dormir.

Se duchó, se vistió con ropa limpia, cogió la chaqueta y comprobó que la figura seguía en su sitio. Era domingo. Faltaban dos días. El martes acabaría todo por fin, para bien o para mal, y saber eso le tranquilizaba.

Intentó reflexionar sobre el sueño que acababa de tener, pero el teléfono le interrumpió. Escuchó la voz de César como una luz en medio de la noche.

—Esto es fantástico, Salomón... Informes de detectives, biografías de alumnos y profesores de distintas universidades... En eso consisten casi todos los archivos que he revisado. Y, aquí y allá, comentarios muy reveladores del propio Rauschen... He atado algunos cabos. ¿Tienes tiempo para escuchar a tu querido profesor una vez más...? Te situaré. Estamos en Viena, a principios de los setenta. Un inocente y bastante común licenciado en literatura llamado Herbert Rauschen ingresa en un grupo de vivencia poética:
Die Sphinx
. Se dedicaban a recitar y comentar versos de autores alemanes, pero, sin duda, era una tapadera para reclutar adeptos. Lo cierto es que a partir de entonces la vida de nuestro amigo cambia por completo: deja el trabajo, se marcha a París y su cuenta corriente empieza a engordar en unos años en que la economía de toda Europa estaba en crisis. Publicó artículos, viajó... Luego emigró a Berlín. Coincidiendo con su traslado a esta ciudad, una imprenta alemana sacó a la luz los primeros ejemplares de
Los poetas y sus damas
, de autor anónimo... ¿Primera hipótesis, alumno Rulfo...?

—Rauschen es el autor de
Los poetas y sus damas
—dijo Rulfo.

César emitió una risita sofocada.

—Mi querido alumno, siempre has sido muy intuitivo. Yo llegué a la misma conclusión por la vía del razonamiento. En mi opinión, entró en la secta en París, pero no le gustó lo que vio y decidió hablar de ellas. Escribió ese libro, lo hizo imprimir y fue por el mundo regalándolo a cuantas personas encontraba, casi todos expertos en poesía como él. Yo diría que al principio se limitó a informar a la gente de lo que ocurría bajo la excusa de una «leyenda». Pero, en 1996, después de caer en una extraña depresión, pasó a la acción: comenzó a investigar en varias universidades europeas, se convirtió en un sabueso... Seguía un rastro concreto. ¿Cuál?

—Esta vez me rindo.

—La última dama. Quería encontrar a la número trece. —Hubo un silencio. Rulfo escuchaba con mucha atención—. Aquí está la explicación de su espantoso castigo... Escucha esto. La última dama se oculta mejor que ninguna otra, pero no porque sea la más poderosa sino, precisamente, porque es
la más vulnerable
... El talón de Aquiles de la secta, Salomón. La que otorga unidad al grupo. Sin ella, las demás solo serían un conjunto de criaturas dispersas. «Quien encuentre a la dama número trece puede
destruir
al grupo entero», el propio Rauschen lo dice. Él inició su búsqueda con el fin, sin duda, de acabar con la secta. ¿Y qué le hizo desear esto?, te preguntarás. ¿Qué ocurrió hace seis años para que un antiguo sectario, conociendo el terrible riesgo que asumía, decidiera enfrentarse a
ellas
? He aquí la parte más confusa de la historia. —Se escuchó un revuelo de hojas. César continuó—: A principios de 1996 hubo una especie de movida en el
coven
... Así se llama el grupo de las trece damas, el núcleo de la secta:
coven
. Es el mismo término con que, en inglés, se designaba a los conventículos de brujas del Renacimiento. De hecho, la leyenda del
coven
de brujas viene de
ellas
... —De pronto se interrumpió y emitió una risa sofocada—. ¿Sabes lo más terrible de todo, Salomón...? Que son como nosotros: mediocres, oportunistas, ambiciosas y cobardes... Son brujas, en efecto, pero de las modernas. Les interesa subir en el escalafón, aumentar su poder, controlar a sus súbditos... Y todas andan muy suspicaces unas con otras, como los
yuppies
de las grandes empresas. Pero prosigo. Como te decía, en esa época hubo un escándalo en el
coven
: Saga, la número doce, la líder del grupo, fue acusada de algo, sentenciada y expulsada, y otra Saga ocupó su lugar. Rauschen no especifica la falta que cometió la antigua jefa y su destino final, pero, en lo que respecta a su sucesora, no ahorra epítetos: la define como «lo peor que ha ocurrido con la secta desde hace siglos...».

La peor de todas
. Rulfo veía otra vez al niño sosteniendo el duodécimo soldadito de plástico. Apretó con fuerza el auricular mientras la voz de César proseguía, casi en tono cantarín.

—La llegada al poder de la nueva Saga fue lo que hizo que nuestro amigo dedicara el resto de su vida a intentar destruirlas. Según él, esta criatura es una amenaza impredecible. Estaba deseando convertirse en líder, y ahora que lo ha conseguido disfruta volcando su furia sobre todo bicho viviente... ¿Te das cuenta...? ¡Siglos enteros de poesía reducidos a esta simpleza: la ascensión de una advenediza! Una especie de «quiero ser el jefe en lugar del jefe»... Pero, bueno, ¿de qué me sorprendo? ¿Acaso no viene ocurriendo lo mismo desde Zeus y Satán? Hasta el idiota de Hitler es un buen ejemplo... —Volvió a reírse en falsete, como si una máquina se riera por él. De repente Rulfo se horrorizó.
Se está volviendo loco
, pensó. La voz de César continuó, un tono más aguda—: Debo decirte, querido alumno, por si no lo sabías, que las damas son seres humanos de carne y hueso, o al menos eso parecen... Señoritas solteras, bellas y riquísimas que se rodean de lujo y soledad, como tu famosa Lidia Garetti. Solo se reúnen para celebrar sus, llamémoslas, ceremonias, en una, llamémosla, sede central, una mansión al sur de Francia, en Provenza, en medio de ese paraje tan hermoso que se conoce con el nombre de las «Gargantas» del río Ardèche... Buen lugar para las diosas de los versos, ¿eh ...? Provenza, los trovadores, la cuna de la poesía lírica, el monte Ventoux que Petrarca escaló... Y las «Gargantas»... ¡Mejor sitio, imposible, para quienes nos controlan con la voz! —La carcajada hizo que Rulfo tuviera que apartar el auricular un instante—. Por lo visto, Rauschen estuvo presente en algunas de esas ceremonias. Se celebran en días especiales del año, porque el poder conjunto del
coven
es superior a la suma de sus partes, pero, para que ocurra así, deben
reunirse
en determinadas fechas, como dictan las leyendas de brujas y aquelarres: solsticios, equinoccios y vísperas de festividades tan antiguas como el hombre... como la noche del treinta y uno de octubre, Halloween, víspera de Todos los Santos, es decir, pasado mañana. —César hizo una pausa significativa—. A propósito, te han citado esa noche, ¿me equivoco?... —Rulfo pensó que mentir ya no tenía sentido. Entonces escuchó otra carcajada—. Ja, ja...! ¡Quizá te pidan caramelos...! Te agradezco el cuidado que has puesto en ocultármelo, Salomón, y sé por qué lo has hecho, pero no te preocupes: después de ver la lengua de Rauschen regresando a su boca como quien eructa una trucha viva, no te acompañaría a esa cita ni atado de pies y manos... —Carcajada—. Vuelvo a aconsejarte que les des la figura y en paz. Solo quieren eso. Insisto: no te mezcles en sus problemas de «promoción interna»... —Nueva carcajada—. Te lo ruego: dales la figura, por lo que más quieras, y que se las compongan...

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