Read La dama número trece Online

Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La dama número trece (22 page)

BOOK: La dama número trece
13.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Dice Rauschen algo sobre Akelos?

—Ya se me olvidaba. La dama número once, Akelos, traicionó al
coven
ayudando a la antigua Saga. Rauschen no especifica cómo ni añade nada más, pero... ¿Última hipótesis, querido alumno...?

—La nueva Saga ordenó que Akelos fuera expulsada también —dijo Rulfo, comprendiendo.

—Exacto. Y no solo eso: que fuera eliminada para siempre. Incluyendo su imago, que es la figura que les permite vivir para siempre pasando de un cuerpo a otro. ¿Sabes por qué estaba hundida en aquel acuario? Rauschen lo menciona de pasada, hablando de las clases de ceremonias: existe un ritual llamado «Anulación» por el cual la dama en cuestión queda desprovista de poder si su imago es hundida en agua con la filacteria apropiada... Pero éste es el primer paso. Para destruir la imago necesitan realizar otro ritual más complejo... y, naturalmente, para realizarlo necesitan la imago... —Volvió a reír con suavidad—. Sin duda, Miguel Robledo, el asesino de Lidia Garetti, no era de la secta, pero fue manipulado por ellas para entrar en la casa, cargarse a las criadas y torturar a la señora refinadamente... tras hundir su figura en el acuario.

Y nosotros la hemos recuperado impulsados por esos sueños
, pensó Rulfo.

—¿Qué hay acerca de la dama número trece, César? ¿Qué averiguó Rauschen sobre ella?

Se escuchó un tintineo, un golpe de cristales.
Está bebiendo
, pensó.

—Ah, esa pregunta es para nota, querido alumno... Aún no sabemos lo bastante como para contestarla. De hecho, creo que nadie podría contestar a eso. Rauschen solo dejó informes sobre profesores y alumnos... Es obvio que sospechaba que la misteriosa dama estaba relacionada con alguien de la universidad... Pero ¿quién? ¿Dónde? Quizá en España, ¿no? Recuerda que se trasladó a vivir aquí... Pero esto es tan solo una hipótesis... Lo que más me atemoriza de todo, ¿sabes qué es? Que le permitieran conservar
tantos archivos
. Sospecho que las damas se sienten mucho más seguras que los corruptos... —Hizo una pausa y prosiguió en otro tono—. Sé que soy un maldito cobarde por no acompañarte el martes por la noche, pero... Bueno, digamos que prefiero arriesgar la vida de una manera mas cómoda... Lo de Susana ya está arreglado. Ayer tuvimos una bonita discusión, pero conseguí lo que me proponía: se ha ido fuera de Madrid, creo que a casa de sus padres. La distancia no nos vendrá mal a ninguno de los dos. Por supuesto, no recibió la noticia con la mejor de las sonrisas, pero jamás me perdonaría a mí mismo si...

—Comprendo —dijo Rulfo.

—Salomón, en serio: no juegues a hacerte el héroe y devuélveles la figura. Si quieren fastidiar a Akelos, es cosa suya... Pero, en cualquier caso, te deseo buena suerte, querido alumno. Fue un placer y un honor para mí haber sido tu profesor y tu amigo, pese a nuestras diferencias... Y no nos compadezcamos demasiado, oye: después de todo, ambos opinábamos que valía la pena morir por la poesía, ¿recuerdas...?

—No vamos a morir, César —dijo Rulfo sin acompañar a César en su risotada, sintiendo los ojos húmedos y un escozor en la garganta.

—Ellas no dejarán testigos —jadeó de repente la voz del ex profesor, lenta, oscura. Rulfo recordó que era el tono con que solía concluir sus clases—. Ahora comprendo el terror que dominaba a mi pobre abuelo... Ruego por que, al menos, no alcancen a Susana... Apenas sabe nada... Quizá ella pueda escapar... Adiós, querido mío... Cuídate mucho.

La conversación se interrumpió en la línea, no en la mente de Rulfo.
No dejarán testigos
. Sintió un nudo en la garganta, pero comprendió que no era su propio destino lo que más le apenaba, sino el de César Sauceda, su viejo profesor, el hombre que había creído que la vida era poesía.

Y ahora todos iban a morir porque tenía razón.

Pasó el resto del domingo y el lunes de forma similar: dando incontables vueltas por los alrededores de Lomontano. Escogía, alternativamente, las estrechas callejuelas del centro o la amplitud anónima de Gran Vía, y contemplaba a los apresurados transeúntes. En aquellas caras concentradas y aquel ir y venir de personas tan diversas enfrentándose a un Madrid taquicárdico, no pudo encontrar ni rastro del extraño mundo de las damas. Era como si se hubieran hecho irreales, como si nunca hubiesen existido. Incluso empezó a pensar que todo aquello no era sino una fantasía forjada por desequilibrados como César o él. Pero la presencia de la figura de cera en el bolsillo le devolvía una y otra vez a la realidad.
No, no a la realidad, matizaba: A la verdad.

El lunes por la tarde, al regresar a su casa, los ojos preocupados de la portera lo detuvieron en el vestíbulo.

—Una joven ha venido a verle. Acaba de subir.

Creyó saber de quién se trataba.
¿Por qué habrá venido?
se preguntó mientras subía las escaleras con rapidez.
¿Le habrá ocurrido algo en el motel?
Pero, al llegar a su piso, comprobó que se había equivocado por completo.

—Menuda cara has puesto —sonrió Susana—. ¿A quién esperabas?

Se mordía las uñas. Era su vicio secreto, pero se hacía inevitablemente público cuando estaba nerviosa. Como ahora.

—Me ha dicho que mi trabajo de puta ha terminado... Bueno, no me lo ha dicho así, claro... Él lo llama: «Necesidad de replantearse la vida». Y me ha despedido sin derecho a indemnización. «Vete con tus padres una temporada.» Hijo de puta. Puedo asegurarte que el día que he pasado ayer no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Por supuesto, me marché sin rechistar; no hubiera sido capaz de rebajarme a rogarle nada... Pero no he ido a casa de mis padres, estoy hospedada con una amiga...

Llevaba un conjunto de dos piezas castaño oscuro, medias color almendra, sandalias altas y una cinta de gasa al cuello. Olía a perfumería y alcohol. Rulfo se dio cuenta de que había estado bebiendo antes de presentarse allí.

—Oh, claro que le insulté, le dije muchas tonterías, pero se limitó a repetir que no era una separación definitiva sino un «replanteamiento». O lo que es lo mismo: quiere estar solo. Yo le distraigo. La verdad, todo eso me deprimió bastante. Pero hoy lunes me he despertado más tranquila y lo he visto desde otra óptica. Creo conocer bien a César, y pienso en dos posibilidades: o le gusta otra o le ocurre algo grave. —Sus ojos chispearon burlones mientras sonreía—. Sinceramente, me quedo con lo segundo. ¿Y tú? —Rulfo no dijo nada. Bebió un sorbo de whisky. Susana le imitó—. De repente recordé que en los últimos días andaba muy atareado contigo y tus aventuras... Tramáis cosas juntos, os encerráis en las habitaciones a cuchichear como viejas... En fin, se me ha ocurrido pensar, tonta de mí, que todo esto tiene que ver con el viaje relámpago que hicisteis el viernes a Barcelona, y del cual César no ha querido darme detalles. Por eso estoy aquí, para preguntártelo. No te preocupes, no voy a pedirte alojamiento... Solo quiero que me digas si me equivoco.

—No sé lo que le ocurre a César. Deberías preguntarle a él, no a mí.

La reacción de ella fue imprevista. Había terminado de vaciar el segundo vaso cuando, de repente, lo dejó sobre la mesa con un sonoro golpe. Por un momento Rulfo pensó que el cristal se había destrozado entre sus dedos.

—¿Qué coño os creéis que soy...? ¿Una pelota de tenis? ¿Ahora estoy en tu campo y tú me largas al suyo...? —Se inclinaba hacia delante, los ojos azules fijos en él, el costoso peinado flotando sobre su cabeza. Entonces suavizó la voz—. Voy a confesarte algo: antes, eso me gustaba. Me encantaba que os pelearais por mí. En serio... Y te puedo asegurar que no era por satisfacer mi ego. Bueno, no
solo
por eso. Quería veros sacar las uñas porque sabía... Sabía que cuando firmarais el tratado de paz, me miraríais y diríais: «Ah, pero ¿sigues ahí, Susana...?». Hace tiempo que me he dado cuenta de que solo me necesitáis cuando sois enemigos... —Rulfo bajó la vista hacia su copa. Ella seguía hablando, cada vez más alterada—. Y ahora, ¿qué ha pasado...? Pues que has venido tú con tu maravillosa aventura, y él ha dicho: «¡Fantástico! ¡El consuelo de mi jubilación...!». Y de nuevo os dais la mano y yo sobro, ¿no ...? Bien, pues he aquí la gran noticia: no voy a permitir que sigáis jugando conmigo. En el fondo, César cree que soy esa clase de mujer que se acuesta con el que más dinero tiene. Pero le enseñaré que su dinero me importa una mierda, y su casa y sus aventuras, otra —Guardó silencio un instante, o, más exactamente, dejó de hablar sin guardar silencio: sorbía por la nariz, respiraba con fuerza. Rulfo recordó que César llamaba a esos gestos «los neumas del dolor»—. Ahora dime sinceramente si todo esto tiene algo que ver con vuestro maravilloso viaje por el túnel del terror. Eso me tranquilizaría bastante.

Rulfo optó por responder a una pregunta distinta, que ella no había formulado.

—César no ha dejado de quererte, Susana. Estoy seguro de que solo desea mantener la distancia una temporada.

Ella lo miraba con ojos dilatados. Súbitamente, Rulfo se vio asaltado por un recuerdo: el día en que habían hecho el amor en el suelo del ático, aprovechando una ausencia de César, y él la había abrazado por detrás presionando sus senos mientras la besaba en el cuello.

—¿Tiene relación con vuestro asuntillo? —insistió ella.

—No, que yo sepa. En Barcelona lo único que hicimos fue visitar a un hombre enfermo. No encontramos nada. Creo que César se ha olvidado del tema.

—Entonces, ¿qué crees que le pasa?

—No lo sé, pero, sinceramente, no creo que te oculte nada.

Rulfo no la miraba al hablar. Confiaba en que se tragaría sus palabras, igual que se había tragado las de César.
Debemos protegerla los dos
. Pero, tras un silencio, ella dijo algo inesperado:

—He averiguado cosas sobre Lidia Garetti. —Lo miraba fijamente. Rulfo se esforzó por mostrar indiferencia—. Te van a parecer muy reveladoras. Hablé con una de mis amigas periodistas. Me aclaró que la pobre Lidia era una jovencita millonaria que cumplía todos los requisitos para ser la típica hija de papá: solitaria, rica, heredera de una fortuna fabulosa que no sabía cómo gastar, aficionada a las drogas y las crisis de nervios, en tratamiento psicológico... ¿Te imaginas a una bruja neurótica...? Por favor, Salomón, Lidia no era ningún ser sobrenatural sino una soltera millonaria que vivía esperando a su príncipe azul. Desgraciadamente, la visitó el príncipe negro. Pero las burradas que le hizo ese psicópata drogadicto son similares a cualquier otra burrada de la historia. No hay más misterios. No hay nada más... Te juro que... —De repente fue como si dejara caer una mascara: sus cejas se hicieron arrugas, los labios se convirtieron en mucosas trémulas—. Salomón, tengo miedo... —Tendió los brazos como si deseara ser aferrada antes de caer a un abismo. Rulfo la acogió sin aspereza—. ¡Tengo mucho miedo...! Siento... No sé muy bien qué... pero te juro que, en el fondo, no me río de lo que está ocurriendo... lo que nos está ocurriendo a
todos
... ¡No quisiera que le pasara nada malo a César! ¡Ni a ti...! ¡Ni a ti...!

—Susana, cálmate... —Le apartó la cara y la miró a los ojos—. No va a ocurrirle nada malo a nadie.

De repente, sin transición,

cruzó

vio sus labios aproximarse.

cruzó las puertas

—No, Susana... —murmuró dentro de su boca.

Pero comprendió cuánto necesitaba extinguir su propio miedo

cruzó las puertas de cristal

con el temblor de otro cuerpo.

Cruzó las puertas de cristal, flanqueadas por pequeños abetos, atravesó el vestíbulo, avanzó por oscuros pasillos y llegó hasta la puerta con el número trece escrito sobre ella. De repente comprendió algo. Si aquello era una clínica, como así creía, entonces ésa era la habitación del paciente del acertijo de Lidia.

Se apresuró a abrirla y entrar.

Pero quien allí le aguardaba era la misma (
hermosa
) criatura (
horrible
) con aspecto de niña que ya conocía. Esta vez estaba desnuda, con el símbolo de la hoja de laurel lanzando destellos sobre su pulcro y asexuado torso.

—Bienvenido, señor Rulfo.

Pensó que habría podido escribir cien versos contemplando aquel rostro. Pero, con idéntica certidumbre, supo que los habría arrojado al fuego después de escribirlos si se hubiera percatado, como en aquel momento estaba haciendo, de la espantosa
ausencia de sentido
que evocaba aquella belleza. Era como despertar un día y descubrir que la persona que duerme a tu lado tiene la piel de madera, o que el semblante mil veces soñado es una máscara de cartón.

—Mañana por la noche iré a esa cita —dijo Rulfo con desprecio—. Os entregaré la imago y nos dejaréis en paz. —La dama continuaba mirándolo sin modificar la sonrisa—. Pero, si nos hacéis daño... Si le hacéis daño a Raquel o a su hijo, a César o a Susana, os destruiré. Puedes comunicarle eso a tu encantadora jefa.

—Somos coeternas, señor Rulfo —susurró la niña. Su voz evocaba el eco de las piedras removidas por las olas—. Existíamos
ab initio
. Esto es un sueño, pero ni en sueños se le ocurra destruirnos.

—Haré algo más que soñar: encontraré a la número trece, vuestro punto débil. La encontraré, y acabaré con vosotras.

—Es muy fácil encontrarla. Está
aquí
.

De repente había ocurrido algo. La niña había desaparecido. En el espejo volvía a alzarse la imagen de Lidia Garetti. Su cuerpo aparecía mutilado.

—Aquí —repitió Lidia, y sus ojos gotearon sangre—. El paciente de la habitación número trece. Búscalo.

Y de improviso, Rulfo sintió que había alguien más dentro de la habitación. Lo sintió como hubiese podido sentir el frío al introducir la mano en un congelador.
El paciente de la habitación número trece
. Se dio la vuelta lentamente, incapaz de recordar cómo se respiraba, qué debía hacerse para pensar. La mera posibilidad de contemplar aquella nueva presencia, fuera lo que fuese, le aterrorizaba más que todo lo vivido hasta entonces.

Pero quien había a su espalda era, otra vez, la niña. Ahora se hallaba de pie en el techo como una lámpara suave. Su cabello semejaba una escultura de oro vertical. Lo observaba desde allí con ojos como dos lunas con halo o un planisferio iluminado desde dentro. Entonces abrió la boca (él pudo atisbar su úvula negra, bodocal).

No falte a la cita, señor Rufo. Le esperamos.

y todo su cuerpo se transformó en otra cosa.

BOOK: La dama número trece
13.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Star Fish by May, Nicola
Suspended In Dusk by Ramsey Campbell, John Everson, Wendy Hammer
The Heart's Shrapnel by S. J. Lynn
Sins of the Father by Thomas, Robert J.
Miss Elva by Stephens Gerard Malone
Darkness Creeping by Neal Shusterman