Vosotros que tenéis la mente sana,
observad la doctrina que se esconde
bajo el velo de versos enigmáticos.
Mas ya venía por las turbias olas
el estruendo de un son de espanto lleno,
por lo que retemblaron ambas márgenes;
hecho de forma semejante a un viento
que, impetuoso a causa de contrarios
ardores, hiere el bosque y, sin descanso,
las ramas troncha, abate y lejos lleva;
delante polvoroso va soberbio,
y hace escapar a fieras y a pastores.
Me destapó los ojos: «Lleva el nervio
de la vista por esa espuma antigua,
hacia allí donde el humo es más acerbo.»
Como las ranas ante la enemiga
bicha, en el agua se sumergen todas,
hasta que todas se juntan en tierra,
más de un millar de almas destruidas
vi que huían ante uno, que a su paso
cruzaba Estigia con los pies enjutos.
Del rostro se apartaba el aire espeso
de vez en cuando con la mano izquierda;
y sólo esa molestia le cansaba.
Bien noté que del cielo era enviado,
y me volví al maestro que hizo un signo
de que estuviera quieto y me inclinase.
¡Cuán lleno de desdén me parecía!
Llegó a la puerta, y con una varita
la abrió sin encontrar impedimento.
«¡Oh, arrojados del cielo, despreciados!
—gritóles él desde el umbral horrible—.
¿Cómo es que aún conserváis esta arrogancia?
¿Y por que os resistis a aquel deseo
cuyo fin nunca pueda detenerse,
y que más veces acreció el castigo?
¿De qué sirve al destino dar de coces?
Vuestro Cerbero, si bien recordáis,
aún hocico y mentón lleva pelados.»
Luego tomó el camino cenagoso,
sin decirnos palabra, mas con cara
de a quien otro cuidado apremia y muerde,
y no el de aquellos que tiene delante.
A la ciudad los pasos dirigimos,
seguros ya tras sus palabras santas.
Dentro, sin guerra alguna, penetramos;
y yo, que de mirar estaba ansioso
todas las cosas que el castillo encierra,
al estar dentro miro en torno mío;
y veo en todas partes un gran campo,
lleno de pena y reo de tormentos.
Como en Arlés donde se estanca el Ródano,
o como el Pola cerca del Carnaro,
que Italia cierra y sus límites baña,
todo el sitio ondulado hacen las tumbas,
de igual manera allí por todas partes,
salvo que de manera aún más amarga,
pues llamaradas hay entre las fosas;
y tanto ardían que en ninguna fragua,
el hierro necesita tanto fuego.
Sus lápidas estaban removidas,
y salían de allí tales lamentos,
que parecían de almas condenadas.
Y yo: « Maestro, qué gentes son esas
que, sepultadas dentro de esas tumbas,
se hacen oír con dolientes suspiros?»
Y dijo: «Están aquí los heresiarcas,
sus secuaces, de toda secta, y llenas
están las tumbas más de lo que piensas.
El igual con su igual está enterrado,
y los túmulos arden más o menos.»
Y luego de volverse a la derecha,
cruzamos entre fosas y altos muros.
Siguió entonces por una oculta senda
entre aquella muralla y los martirios
mi Maestro, y yo fui tras de sus pasos.
«Oh virtud suma, que en los infernales
circulos me conduces a tu gusto,
háblame y satisface mis deseos:
a la gente que yace en los supulcros
¿la podré ver?, pues ya están levantadas
todas las losas, y nadie vigila.»
Y él repuso: «Cerrados serán todos
cuando aquí vuelvan desde Josafat
con los cuerpos que allá arriba dejaron.
Su cementerio en esta parte tienen
con Epicuro todos sus secuaces
que el alma, dicen, con el cuerpo muere.
Pero aquella pregunta que me hiciste
pronto será aquí mismo satisfecha,
y también el deseo que me callas.»
Y yo: «Buen guía, no te oculta nada
mi corazón, si no es por hablar poco;
y tú me tienes a ello predispuesto.»
«Oh toscano que en la ciudad del fuego
caminas vivo, hablando tan humilde,
te plazca detenerte en este sitio,
porque tu acento demuestra que eres
natural de la noble patria aquella
a la que fui, tal vez, harto dañoso.»
Este son escapó súbitamente
desde una de las arcas; y temiendo,
me arrimé un poco más a mi maestro.
Pero él me dijo: « Vuélvete, ¿qué haces?
mira allí a Farinatta que se ha alzado;
le verás de cintura para arriba.»
Fijado en él había ya mi vista;
y aquél se erguía con el pecho y frente
cual si al infierno mismo despreciase.
Y las valientes manos de mi guía
me empujaron a él entre las tumbas,
diciendo: «Sé medido en tus palabras.»
Como al pie de su tumba yo estuviese,
me miró un poco, y como con desdén,
me preguntó: «¿Quién fueron tus mayores?»
Yo, que de obedecer estaba ansioso,
no lo oculté, sino que se lo dije,
y él levantó las cejas levemente.
«Con fiereza me fueron adversarios
a mí y a mi partido y mis mayores,
y así dos veces tuve que expulsarles.»
« Si les echaste —dije— regresaron
de todas partes, una y otra vez;
mas los vuestros tal arte no aprendieron.»
Surgió entonces al borde de su foso
otra sombra, a su lado, hasta la barba:
creo que estaba puesta de rodillas.
Miró a mi alrededor, cual si propósito
tuviese de encontrar conmigo a otro,
y cuando fue apagada su sospecha,
llorando dijo: «Si por esta ciega
cárcel vas tú por nobleza de ingenio,
¿y mi hijo?, ¿por qué no está contigo?»
Y yo dije: «No vengo por mí mismo,
el que allá aguarda por aquí me lleva
a quien Guido, tal vez, fue indiferente.»
Sus palabras y el modo de su pena
su nombre ya me habian revelado;
por eso fue tan clara mi respuesta.
Súbitamente alzado gritó: «¿Cómo
has dicho?, ¿Fue?, ¿Es que entonces ya no vive?
¿La dulce luz no hiere ya sus ojos?»
Y al advertir que una cierta demora
antes de responderle yo mostraba,
cayó de espaldas sin volver a alzarse.
Mas el otro gran hombre, a cuyo ruego
yo me detuve, no alteró su rostro,
ni movió el cuello, ni inclinó su cuerpo.
Y así, continuando lo de antes,
«Que aquel arte —me dijo— mal supieran,
eso, más que este lecho, me tortura.
Pero antes que cincuenta veces arda
la faz de la señora que aquí reina,
tú has de saber lo que tal arte pesa.
Y así regreses a ese dulce mundo,
dime, ¿por qué ese pueblo es tan impío
contra los míos en todas sus leyes?»
Y yo dije: «El estrago y la matanza
que teñirse de rojo al Arbia hizo,
obliga a tal decreto en nuestros templos.»
Me respondió moviendo la cabeza:
«No estuve solo álli, ni ciertamente
sin razón me movi con esos otros:
mas estuve yo solo, cuando todos
en destruir Florencia consentían,
defendiéndola a rostro descubierto.»
«Ah, que repose vuestra descendencia
—yo le rogué—, este nudo desatadme
que ha enmarañado aquí mi pensamiento.
Parece que sabéis, por lo que escucho,
lo que nos trae el tiempo de antemano,
mas usáis de otro modo en lo de ahora.»
«Vemos, como quien tiene mala luz,
las cosas —dijo— que se encuentran lejos,
gracias a lo que esplende el Sumo Guía.
Cuando están cerca, o son, vano es del todo
nuestro intelecto; y si otros no nos cuentan,
nada sabemos del estado humano.
Y comprender podrás que muerto quede
nuestro conocimiento en aquel punto
que se cierre la puerta del futuro.»
Arrepentido entonces de mi falta,
dije: «Diréis ahora a aquel yacente
que su hijo aún se encuentra con los vivos;
y si antes mudo estuve en la respuesta,
hazle saber que fue porque pensaba
ya en esa duda que me habéis resuelto.»
Y ya me reclamaba mi maestro;
y yo rogué al espíritu que rápido
me refiriese quién con él estaba.
Díjome: «Aquí con más de mil me encuentro;
dentro se halla el segundo Federico,
y el Cardenal, y de los otros callo.»
Entonces se ocultó; y yo hacia el antiguo
poeta volví el paso, repensando
esas palabras que creí enemigas.
Él echó a andar y luego, caminando,
me dijo: «¿Por qué estás tan abatido?»
Y yo le satisfice la pregunta.
« Conserva en la memoria lo que oíste
contrario a ti —me aconsejó aquel sabio—
y atiende ahora —y levantó su dedo—:
cuando delante estés del dulce rayo
de aquella cuyos ojos lo ven todo
de ella sabrás de tu vida el viaje.
Luego volvió los pies a mano izquierda:
dejando el muro, fuimos hacia el centro
por un sendero que conduce a un valle,
cuyo hedor hasta allí desagradaba.
Por el extremo de un acantilado,
que en circulo formaban peñas rotas,
llegamos a un gentío aún más doliente;
y allí, por el exceso tan horrible
de la peste que sale del abismo,
al abrigo detrás nos colocamos
de un gran sepulcro, donde vi un escrito
«Aquí el papa Anastasio está encerrado
que Fotino apartó del buen camino.»
«Conviene que bajemos lentamente,
para que nuestro olfato se acostumbre
al triste aliento; y luego no moleste.»
Así el Maestro, y yo: «Compensación
—díjele— encuentra, pues que el tiempo en balde
no pase.» Y él: «Ya ves que en eso pienso.
Dentro, hijo mío, de estos pedregales
—luego empezó a decir— tres son los círculos
que van bajando, como los que has visto.
Todos llenos están de condenados,
mas porque luego baste que los mires,
oye cómo y por qué se les encierra:
Toda maldad, que el odio causa al cielo,
tiene por fin la injuria, y ese fin
o con fuerza o con fraude a otros contrista;
mas siendo el fraude un vicio sólo humano,
más lo odia Dios, por ello son al fondo
los fraudulentos aún más castigados.
De los violentos es el primer círculo;
mas como se hace fuerza a tres personas,
en tres recintos está dividido;
a Dios, y a sí, y al prójimo se puede
forzar; digo a ellos mismos y a sus cosas,
como ya claramente he de explicarte.
Muerte por fuerza y dolientes heridas
al prójimo se dan, y a sus haberes
ruinas, incendios y robos dañosos;
y así a homicidas y a los que mal hieren,
ladrones e incendiarios, atormenta
el recinto primero en varios grupos.
Puede el hombre tener violenta mano
contra él mismo y sus cosas; y es preciso
que en el segundo recinto lo purgue
el que se priva a sí de vuestro mundo,
juega y derrocha aquello que posee,
y llora allí donde debió alegrarse.
Puede hacer fuerza contra la deidad,
blasfemando, negándola en su alma,
despreciando el amor de la natura;
y el recinto menor lleva la marca
del signo de Cahors y de Sodoma,
y del que habla de Dios con menosprecio.
El fraude, que cualquier conciencia muerde,
se puede hacer a quien de uno se fía,
o a aquel que la confianza no ha mostrado.
Se diría que de esta forma matan
el vínculo de amor que hace natura;
y en el segundo círculo se esconden
hipocresía, adulación, quien hace
falsedad, latrocinio y simonía,
rufianes, barateros y otros tales.
De la otra forma aquel amor se olvida
de la naturaleza, y lo que crea,
de donde se genera la confianza;
y al Círculo menor, donde está el centro
del universo, donde asienta Dite,
el que traiciona por siempre es llevado.»
Y yo: «Maestro, muy clara procede
tu razón, y bastante bien distingue
este lugar y el pueblo que lo ocupa:
pero ahora dime: aquellos de la ciénaga,
que lleva el viento, y que azota la lluvia,
y que chocan con voces tan acerbas,
¿por qué no dentro de la ciudad roja
son castigados, si a Dios enojaron?
y si no, ¿por qué están en tal suplicio?»
Y entonces él: «¿Por qué se aleja tanto
—dijo— tu ingenio de lo que acostumbra?,
¿o es que tu mente mira hacia otra parte?
¿Ya no te acuerdas de aquellas palabras
que reflejan en tu ÉTICA las tres.
inclinaciones que no quiere el cielo,
incontinencia, malicia y la loca
bestialidad? ¿y cómo incontinencia
menos ofende y menos se castiga?
Y si miras atento esta sentencia,
y a la mente preguntas quién son esos
que allí fuera reciben su castigo,
comprenderás por qué de estos felones
están aparte, y a menos crudeza
la divina venganza les somete.»
«Oh sol que curas la vista turbada,
tú me contentas tanto resolviendo,
que no sólo el saber, dudar me gusta.
Un poco más atrás vuélvete ahora
—díjele—, allí donde que usura ofende
a Dios dijiste, y quítame el enredo.»
«A quien la entiende, la Filosofía
hace notar, no sólo en un pasaje
cómo natura su carrera toma
del divino intelecto y de su arte;
y si tu FÍSICA miras despacio,
encontrarás, sin mucho que lo busques,
que el arte vuestro a aquélla, cuanto pueda,