con el margen segundo se entrecruza,
que a otro arco le sirve como apoyo.
Aquí escuchamos gentes que ocupaban
la otra bolsa y soplaban por el morro,
pegándose a sí mismas con las manos.
Las orillas estaban engrumadas
por el vapor que abajo se hace espeso,
y ofendía a la vista y al olfato.
Tan oscuro es el fondo, que no deja
ver nada si no subes hasta el dorso
del arco, en que la roca es más saliente.
Allí subimos; y de allá, en el foso
vi gente zambullida en el estiércol,
cual de humanas letrinas recogido.
Y mientras yo miraba hacia allá abajo,
vi una cabeza tan de mierda llena,
que no sabía si era laico o fraile.
Él me gritó: « ¿Por qué te satisface
mirarme más a mí que a otros tan sucios?»
Le dije yo: « Porque, si bien recuerdo,
con los cabellos secos ya te he visto,
y eres Alesio Interminei de Lucca:
por eso más que a todos te miraba.»
Y él dijo, golpeándose la chola:
«Aquí me han sumergido las lisonjas,
de las que nunca se cansó mi lengua.»
Luego de esto, mi guía: «Haz que penetre
—dijo— tu vista un poco más delante,
tal que tus ojos vean bien el rostro
de aquella sucia y desgreñada esclava,
que allí se rasca con uñas mierdosas,
y ahora se tumba y ahora en pie se pone:
es Thais, la prostituta, que repuso
a su amante, al decirle "¿Tengo prendas
bastantes para ti?": "aún más, excelsas".
Y sea aquí saciada nuestra vista.»
¡Oh Simón Mago! Oh mfseros secuaces
que las cosas de Dios, que de los buenos
esposas deben ser, como rapaces
por el oro y la plata adulteráis!
sonar debe la trompa por vosotros,
puesto que estáis en la tercera bolsa.
Ya estábamos en la siguiente tumba,
subidos en la parte del escollo
que cae justo en el medio de aquel foso.
¡Suma sabiduría! ¡Qué arte muestras
en el cielo, en la tierra y el mal mundo,
cuán justamente tu virtud repartes!
Yo vi, por las orillas y en el fondo,
llena la piedra livida de hoyos,
todos redondos y de igual tamaño.
No los vi menos amplios ni mayores
que esos que hay en mi bello San Juan,
y son el sitio para los bautismos;
uno de los que no hace aún mucho tiempo
yo rompí porque en él uno se ahogaba:
sea esto seña que a todos convenza.
A todos les salían por la boca
de un pecador los pies, y de las piernas
hasta el muslo, y el resto estaba dentro.
Ambas plantas a todos les ardían;
y tan fuerte agitaban las coyundas,
que habrían destrozado soga y cuerdas.
Cual suele el llamear en cosas grasas
moverse por la extrema superficie,
así era allí del talón a la punta.
«Quién es, maestro, aquel que se enfurece
pataleando más que sus consortes
—dije— y a quien más roja llama quema?»
Y él me dijo: «Si quieres que te lleve
allí por la pendiente que desciende,
él te hablará de sí y de sus pecados.»
Y yo: «Lo que tú quieras será bueno,
eres tú mi señor y no me aparto
de tu querer: y lo que callo sabes.»
Caminábamos pues el cuarto margen:
volvimos y bajamos a la izquierda
al fondo estrecho y agujereado.
Entonces el maestro de su lado
no me apartó, hasta vernos junto al hoyo
de aquel que se dolía con las zancas.
«Oh tú que tienes lo de arriba abajo,
alma triste clavada cual madero,
—le dije yo—, contéstame si puedes.»
Yo estaba como el fraile que confiesa
al pérfido asesino, que, ya hincado,
por retrasar su muerte le reclama.
Y él me gritó: «¿Ya estás aquí plantado?,
¿ya estás aquí plantado, Bonifacio?
En pocos años me mintió lo escrito.
¿Ya te cansaste de aquellas riquezas
por las que hacer engaño no temiste,
y atormentar después a tu Señora?»
Me quedé como aquellos que se encuentran,
por no entender lo que alguien les responde,
confundidos, y contestar no saben.
Dijo entonces Virgilio: «Dile pronto:
"No soy aquel, no soy aquel que piensas."»
Yo respondí como me fue indicado.
Torció los pies entonces el espíritu,
luego gimiendo y con voces llorosas,
me dijo: «¿Entonces, para qué me buscas?
si te interesa tanto el conocerme,
que has recorrido así toda la roca,
sabe que fui investido del gran manto,
y en verdad fui retoño de la Osa,
y tan ansioso de engordar oseznos,
que allí el caudal, aquí yo, me he embolsado.
Y bajo mi cabeza están los otros
que a mí, por simonía, precedieron,
y que lo estrecho de la piedra aplasta.
Allí habré yo de hundirme también cuando
venga aquel que creía que tú fueses,
al hacerte la súbita pregunta.
Pero mis pies se abrasan ya más tiempo
y más estoy yo puesto boca abajo,
del que estarán plantados sus pies rojos,
pues vendrá luego de él, aún más manchado,
desde el poniente, un pastor sin entrañas,
tal que conviene que a los dos recubra.
Nuevo Jasón será, como nos muestra
MACABEOS, y como a aquel fue blando
su rey, así ha de hacer quien Francia rige.»
No sé si fui yo loco en demasía,
pues que le respondí con tales versos:
«Ah, dime ahora, qué tesoros quiso
Nuestro Señor antes de que a San Pedro
le pusiese las llaves a su cargo?
Únicamente dijo: "Ven conmigo";
ni Pedro ni los otros de Matías
oro ni plata, cuando sortearon
el puesto que perdió el alma traidora.
Quédate ahí, que estás bien castigado,
y guarda las riquezas mal cogidas,
que atrevido te hicieron contra Carlos.
Y si no fuera porque me lo veda
el respeto a las llaves soberanas
que fueron tuyas en la alegre vida,
usaría palabras aún más duras;
porque vuestra avaricia daña al mundo,
hundiendo al bueno y ensalzando al malo.
Pastores, os citó el evangelista,
cuando aquella que asienta sobre el agua
él vio prostituida con los reyes:
aquella que nació con siete testas,
y tuvo autoridad con sus diez cuernos,
mientras que su virtud plació al marido.
Os habéis hecho un Dios de oro y de plata:
y qué os separa ya de los idólatras,
sino que a ciento honráis y ellos a uno?
Constantino, ¡de cuánto mal fue madre,
no que te convirtieses, mas la dote
que por ti enriqueció al primer patriarca!»
Y mientras yo cantaba tales notas,
mordido por la ira o la conciencia,
con fuerza las dos piernas sacudía.
Yo creo que a mi guía le gustaba,
pues con rostro contento había escuchado
mis palabras sinceramente dichas.
Entonces me cogió con los dos brazos;
y luego de subirme hasta su pecho,
volvió a ascender la senda que bajamos.
No se cansó llevándome agarrado,
hasta ponerme en la cima del puente
que del cuarto hasta el quinto margen cruza.
Con suavidad aquí dejó la carga,
suave, en el escollo áspero y pino
que a las cabras sería mala trocha.
Desde ese sitio descubrí otro valle.
De nueva pena he de escribir los versos
y dar materia al vigésimo canto
de la primer canción, que es de los reos.
Estaba yo dispuesto totalmente
a mirar en el fondo descubierto,
que me bañaba de angustioso llanto;
por el redondo valle vi a unas gentes
venir, calladas y llorando, al paso
con que en el mundo van las procesiones.
Cuando bajé mi vista aún más a ellas,
vi que estaban torcidas por completo
desde el mentón al principio del pecho;
porque vuelto a la espalda estaba el rostro,
y tenían que andar hacia detrás,
pues no podían ver hacia delante.
Por la fuerza tal vez de perlesía
alguno habrá en tal forma retorcido,
mas no lo vi, ni creo esto que pase.
Si Dios te deja, lector, coger fruto
de tu lectura, piensa por ti mismo
si podría tener el rostro seco,
cuando vi ya de cerca nuestra imagen
tan torcida, que el llanto de los ojos
les bañaba las nalgas por la raja.
Lloraba yo, apoyado en una roca
del duro escollo, tal que dijo el guía:
«¿Es que eres tú de aquellos insensatos?,
vive aquí la piedad cuando está muerta:
¿Quién es más criminal de lo que es ése
que al designio divino se adelanta?
Alza tu rostro y mira a quien la tierra
a la vista de Tebas se tragó;
y de allí le gritaban: "Dónde caes
Anfiareo?, ¿por qué la guerra dejas?"
Y no dejó de rodar por el valle
hasta Minos, que a todos los agarra.
Mira cómo hizo pecho de su espalda:
pues mucho quiso ver hacia adelante,
mira hacia atrás y marcha reculando.
Mira a Tiresias, que mudó de aspecto
al hacerse mujer siendo varón
cambiándose los miembros uno a uno;
y después, golpear debía antes
las unidas serpientes, con la vara,
que sus viriles plumas recobrase.
Aronte es quien al vientre se le acerca,
que en los montes de Luni, que cultiva
el carrarés que vive allí debajo,
tuvo entre blancos mármoles la cueva
como mansión; donde al mirar los astros
y el mar, nada la vista le impedía.
Y aquella que las tetas se recubre,
que tú no ves, con trenzas desatadas,
y todo el cuerpo cubre con su pelo,
fue Manto, que corrió por muchas tierras;
y luego se afincó donde naci,
por lo que un poco quiero que me escuches:
Después de que su padre hubiera muerto,
y la ciudad de Baco esclavizada,
ella gran tiempo anduvo por el mundo.
En el norte de Italia se halla un lago,
al pie del Alpe que ciñe Alemania
sobre el Tirol, que Benago se llama.
Por mil fuentes, y aún más, el Apenino
ente Garda y Camónica se baña,
por el agua estancada en dicho lago.
En su medio hay un sitio, en que el trentino
pastor y el de Verona, y el de Brescia,
si ese camino hiciese, bendijera.
Se halla Pesquiera, arnés hermoso y fuerte,
frontera a bergamescos y brescianos,
en la ribera que en el sur le cerca.
En ese sitio se desborda todo
lo que el Benago contener no puede,
y entre verdes praderas se hace un río.
Tan pronto como el agua aprisa corre,
no ya Benago, mas Mencio se llama
hasta Governo, donde cae al Po.
Tras no mucho correr, encuentra un valle,
en el cual se dilata y empantana;
y en el estio se vuelve insalubre.
Pasando por allí la virgen fiera,
vio tierra en la mitad de aquel pantano,
sin cultivo y desnuda de habitantes.
Allí, para escapar de los humanos,
con sus siervas quedóse a hacer sus artes,
y vivió, y dejó allí su vano cuerpo.
Los hombres luego que vivían cerca,
se acogieron al sitio, que era fuerte,
pues el pantano aquel lo rodeaba.
Fundaron la ciudad sobre sus huesos;
y por quien escogió primero el sitio,
Mantua, sin otro augurio, la llamaron.
Sus moradores fueron abundantes,
antes que la torpeza de Casoldi,
de Pinamonte engaño recibiese.
Esto te advierto por si acaso oyeras
que se fundó de otro modo mi patria,
que a la verdad mentira alguna oculte.»
Y yo: «Maestro, tus razonamientos
me son tan ciertos y tan bien los creo,
que apagados carbones son los otros.
Mas dime, de la gente que camina,
si ves alguna digna de noticia,
pues sólo en eso mi mente se ocupa.»
Entonces dijo: «Aquel que desde el rostro
la barba ofrece por la espalda oscura,
fue, cuando Grecia falta de varones
tanto, que había apenas en las cunas
augur, y con Calcante dio la orden
de cortar en Aulide las amarras.
Se llamaba Euripilo, y así canta
algún pasaje de mi gran tragedia:
tú bien lo sabes pues la sabes toda.
Aquel otro en los flancos tan escaso,
Miguel Escoto fue, quien en verdad
de los mágicos fraudes supo el juego.
Mira a Guido Bonatti, mira a Asdente,
que haber tomado el cuero y el bramante
ahora querría, mas tarde se acuerda;
Y a las tristes que el huso abandonaron,
las agujas y ruecas, por ser magas
y hechiceras con hierbas y figuras.
Mas ahora ven, que llega ya al confín
de los dos hemisferios, y a las ondas
bajo Sevilla, Caín con las zarzas,
y la luna ayer noche estaba llena:
bien lo recordarás, que no fue estorbo
alguna vez en esa selva oscura.»
Así me hablaba, y mientras caminábamos.
Así de puente en puente, conversando
de lo que mi Comedia no se ocupa,
subimos, y al llegar hasta la cima
nos paramos a ver la otra hondonada
de Malasbolsas y otros llantos vanos;
y la vi tenebrosamente oscura.
Como en los arsenales de Venecia
bulle pez pegajosa en el invierno
al reparar sus leños averiados,
que navegar no pueden; y a la vez
quién hace un nuevo leño, y quién embrea
los costados a aquel que hizo más rutas;
quién remacha la popa y quién la proa;