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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (15 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—¿Quiénes son todos?

Ella se encogió de hombros.

—Los sectores más civilizados de la sociedad, por supuesto.

—Es decir, sin incluir a los primitivistas que no aceptan las ediciones cerebrales ni ninguna neurotecnología. Ni Atkins el soldado, quien debe mantener su cerebro libre de todo contaminante. Sin incluir a los neptunianos, que son parias y canallas. Sin incluir a otro sujeto que vi durante el ecoespectáculo. Estaba vestido como yo. Sólo que el casco era diferente.

—¿Quién era?

—No lo sé. Estaba en la mascarada.

—¿Cuál era su disfraz?

—Estaba disfrazado de miembro de la Composición Belígera, final de la Cuarta Era.

—Sé quién está detrás de eso. El disfraz Belígero fue armado por la Escuela de la Mansión Negra. Todos son anarquistas, provocadores y artistas del escándalo. Tratan de ofender a Ao Aoen y las otras neuroformas no estándar.

—¿Y ofenderme a mí? Su disfraz me comparaba con Caine, el personaje de la obra de Byron que inventa el homicidio, y con la Composición Belígera, que reinventó la guerra.

Ella sacudió la cabeza.

—No conozco la referencia. Ninguna persona cortés entendería esa broma. Todos hemos olvidado qué era. Los Exhortadores no debieron permitir que se te acercara.

La mente de Faetón saltó a otro pensamiento.

—Lo cual significa que los Exhortadores están monitorizando mis actos. No me sorprende. Pero durante la mascarada, con los circuitos de localización e identificación desactivados, me perdí en la multitud, y vi cosas que supuestamente no debía ver.

—¡Bien! Ahí tienes tu explicación. ¡El misterio está resuelto! —exclamó Dafne animadamente—. ¿Ahora podemos hablar de algo más agradable?

Faetón asintió.

—Creo que esta amnesia se infligió muy poco antes del inicio de la mascarada. Ciertas palabras del anciano primitivista con quien me crucé implicaban que no debían haberme invitado. Mi conclusión es que acepté esta amnesia para que me permitieran venir. Además, muchas personas han retenido el recuerdo de mi pasado como para burlarse subrepticiamente y chismear, induciéndome a sospechar que había algo en el aire.

—¿Es mi imaginación, o es el mismo tema del que hablábamos hace un momento?

—El problema principal es encontrar a las personas que sepan qué hice, y abordarlas, preferiblemente con un disfraz, de modo que los Exhortadores no lo vean y no armen alharaca. Deberíamos consultar la lista de compras en el índice estético. Si uno de nosotros encuentra al viejo de los árboles espejados, el otro puede averiguar qué Cerebelino realizaba el ecoespectáculo en Lago Destino.

—Querido, hablas como si quisiera ayudarte en esta búsqueda. Pero no lo haré.

Faetón se reclinó en la silla, mirándola en silencio.

—Es sólo una búsqueda de la autodestrucción —dijo ella.

—Es una búsqueda de la verdad.

—¡La verdad! No hay semejante cosa. Sólo hay señales en el cerebro. Todo: sensaciones, memoria, amor, odio, filosofía abstracta, groseros apetitos físicos. No es nada. Señales fuertes y señales débiles. Esas señales se pueden reproducir, registrar, falsificar. Cualquier nivel de pensamiento, placer o creencia que desees alcanzar mediante el descubrimiento de este misterio se podría reproducir en tu cerebro mediante la aplicación atinada de esas señales, y nunca descubrirías la diferencia. Todo te parecería tan real como ahora.

Movió la mano, señalando la escena circundante: la luz del sol en el jardín, el aroma de la hierba y las rosas, las hojas lustrosas, el zumbido de las abejas, el canto de las alondras.

—Pero no seria la verdad.

—Ese pensamiento mismo es sólo otra señal —dijo ella de mal humor, bebiendo té con los labios fruncidos.

—Dafne, no crees eso. En tal caso no vivirías la vida que llevas. Te hundirías en un drama onírico para no emerger jamás. Además, creo que puedo descubrir los rudimentos de lo que me sucedió sin infringir la letra del acuerdo que hayamos hecho.

Ella dejó la taza, chocándola contra el platillo, volcando té.

—¿Por qué insistir en esto? —dijo con voz calma—. ¿Por qué no contentarte con la vida que tienes?

—Es fácil contentarse. ¿Dónde está la gloria en ello? Preferiría hacer algo difícil.

—Con todo respeto, discrepo. Es muy fácil ser un tonto empecinado, querido. Mira cuántos hay en el mundo.

Faetón extendió las manos y sonrió.

—Bien, mientras pueda ser un tonto empecinado con cierta gracia e inteligencia, quizá pueda obtener buenos resultados. ¿No ves cuan importante es esto? ¿Cuánto falta de mi vida?

Dafne contuvo su impaciencia.

—Querido, ¿qué pauta usas para medir la importancia? ¿La cantidad de tiempo? La Composición Belígera gobernó el hemisferio oriental mucho más tiempo del que tú has vivido. Y sólo produjo noventa generaciones de maldad y dolor. Yo no cambiaría un segundo de tu vida por toda su hegemonía. ¿Por qué gastar un segundo de tu vida en algo que sólo puede traerte desdicha? Escúchame. No tienes ningún misterio real, ningún acertijo digno de resolución. Si no querías esos recuerdos, ¿qué importa cuánto tiempo abarcaran? ¿No has pensado que sabías lo que hacías cuando optaste por esto?

—A decir verdad, es la parte que más me desconcierta…

Faetón bebió té reflexivamente. Dafne se inclinó hacia delante con un destello en los ojos verdes.

—Entonces debiste prever este presente. Sabías, pues, que ahora sufrirías el dolor de la curiosidad. Luego decidiste que el dolor del conocimiento era el peor de dos males. ¿No puedes confiar en que haya sido la decisión correcta? ¿No puedes aceptar el juicio de nadie sin cuestionarlo? ¿Ni siquiera el tuyo? ¡Ahora sabes que entonces sabías más!

Faetón sonrió a medias.

—Déjame entender tu argumento. ¿Quieres que acepte como artículo de fe que siempre he tenido la fuerza de carácter para no aceptar las cosas como artículo de fe? Pero si acepto tu argumento, ¿no demuestro, con ese ejemplo, que esa fe es errada? Mi yo pasado pudo dejarse convencer, por lo que sé, por un argumento similar al tuyo.

—¡Muy ingeniosas palabras! —estalló ella—. ¡Tan ingeniosas que te llegarán al exilio y la humillación!

Faetón miró absorto el fuego de sus ojos, el modo en que sus labios rojos se entreabrían mientras ella inhalaba bruscamente, la vibración de su nariz, el rubor de sus mejillas. Dafne se calmó y agachó la cabeza para mirar melancólicamente a un costado. Faetón estudió la curva de su cuello, la perfección de su perfil, y sus delicadas pestañas, largas y negras, que casi le rezaban las mejillas. ¿Qué había hecho para conquistar a esa mujer vivida y fascinante? ¿Qué debía hacer para no perderla?

No importaba. No podía ser alguien que él no era y seguir siendo Faetón.

Sopló una brisa, agitando el pelo de Dafne, y ella se llevó una delicada mano a la cabeza para sujetarlo. Ahora miraba hacia arriba, hacia las nubes turbulentas y los cielos azules. Estos eran los cielos de la antigua Tierra, fielmente reproducidos. No había destello de la ciudad anular sobre el horizonte meridional, ni la mancha cegadora del ardiente Júpiter, y la estrella vespertina aparecería en su lugar de costumbre, determinada por la vieja órbita de Venus.

—En la bahía de Vancouver pronto comenzarán las regatas naviculares; Telemoan Cuatro desafía a su viejo yo, Telemoan Quinto, y dicen que se superará a sí mismo. Pero Ao Ymmel-Eendu, el Taumaturgo que se creó a sí mismo combinando sus cerebros gemelos, los desafía a ambos.

Dafne se animó más, y el entusiasmo vibraba en su voz.

—Ymmel-Eendu, ahora que es una sola persona, ha vivido en su cuerpo nauta durante cuarenta años, adiestrándose y preparándose, y el canal de rumores dice que en todo ese tiempo jamás pisó la tierra firme. Durante años consecutivos, apagaba sus segmentos cerebrales lineales y lingüísticos, viviendo entre delfines y otros cetáceos, como un animal marino, moviéndose de un sueño oceánico al otro, para alcanzar una comunión mística con el mar, los vientos y las olas.

«Después, habrá una pancración cerca del monte Washington al caer la tarde, entre Bima y Arcedes, y se zanjarán doscientos años de rivalidad. El perdedor ha prometido cambiar de sexo y servir al vencedor como esclava de harén durante un año y un día. Un rebuscamiento repulsivo, a mi entender, pero, ¿quién puede sondear la mente de los atletas y los actores somáticos?

«Esta noche habrá un baile en la Casa Hawthorne, y a medianoche un Estímulo. Un codicilo descubierto en el testamento viviente de Mancuriosco el Neurópata ordena que lo resuciten para la Celebración Milenaria; los rumores dicen que ha concluido su opus número diez, el
Arreglo inconcluso.
Todos ansían descubrir cómo ha resuelto el famoso y controvertido pasaje de las sensaciones; esta noche lo sabremos. Mancuriosco nos guiará de un estado alterado de la mente a otro, a través del ciclo entero de la consciencia. Quién sabe qué nuevas expresiones de pensamiento, nuevas intuiciones o nuevas formas surgirán de su diestra manipulación del sistema nervioso. ¿Irás, Faetón? ¿Irás?

Por un momento él sintió la tentación.

Si no quería que el misterio lo acosara durante una noche, un mes, una década, podía visitar a un editor de memoria y almacenar los recuerdos relacionados con sus descubrimientos recientes. Podía pasar una grata velada con su esposa, algo que no había hecho en mucho tiempo. Podía tener una vida agradable y tranquila. Sólo tenía que pedirlo.

Pero se preguntó si ya lo habría hecho antes. ¿Y si cada vez que descubría una laguna en su memoria se obligaba a olvidar ese descubrimiento? ¿Y si lo había hecho el día anterior? ¿O todos los días?

Podía tener una vida agradable. Con sólo pedirlo. Pero no sería suya.

—Estas celebraciones empiezan a hartarme —dijo Faetón—. Preferiría estar haciendo las cosas que vuelven la vida digna de celebrarse. Pero me acecha la idea de que mi yo pasado, como dices, debió saber lo que hacía. Supongamos que me sometí a esta amnesia sólo para llegar a esta Celebración. Eso implicaría que mi idea fue parte de un plan. ¿Un plan para qué? ¿Qué esperaba ganar? Debo de haber tenido una fe absoluta en que yo seguiría actuando de manera previsible…

—Querido, esta charla empieza a ser descabellada. La gente no traza planes ni proyectos así. ¿Por qué no te distiendes y me acompañas a las regatas naviculares?

Pero Faetón no escuchaba. Recordaba algo que le había dicho Radamanto. Los actos de un hombre sólo podían ser realmente previsibles si el hombre era realmente moral. Faetón imaginó una versión pasada de sí mismo, con más de doscientos cincuenta años de recuerdos, tratando de suicidarse de algún modo; almacenar sus recuerdos, ser olvidado, con la esperanza de que la versión futura de sí mismo, ignorante a causa de su amnesia, tuviera la fuerza y perseverancia, sin que se lo pidieran, de rescatarlo del olvido. La imagen era escalofriante.

Faetón se levantó.

—Dafne, han desmembrado mis recuerdos. Me siento mutilado. Quizás hubiera un buen motivo para ello. Pero no estoy dispuesto a vivir mi vida sin averiguar cuál era ese motivo. Tú sabes más de lo que dices. Tu cofre dice que conoces el motivo de mi amnesia. Dice que te beneficias con ella. ¿Cuál fue el motivo? ¿Cuál es el beneficio?

—¿Por qué tratar de recordar un delito olvidado? Déjalo en paz.

—La etiqueta de tu cofre de recuerdos dice que yo no hice nada, que fui suprimido sólo por algo que planeaba hacer.

—Quizá por eso escapaste del verdadero castigo. Quizás el delito no se levó a cabo. Pero he dejado de lado esos recuerdos.

—Pero sabes muy bien de qué beneficio disfrutas. ¿Cuál es?

—Mi vida es feliz más allá de toda esperanza de felicidad que haya tenido —dijo Dafne, rehuyendo su mirada.

—Ésa no es respuesta.

—No obstante, es toda la respuesta que tendrás de mí. Date por satisfecho.

—¿De veras no quieres contarme la verdad? —Faetón hizo una pausa mientras ella callaba. Continuó—: ¿Tan poco significan para ti nuestros votos nupciales? Cuando nuestros amigos Asatru y Hellaine se casaron, lo único que hicieron fue intercambiar copias registradas de sí mismos con sus intenciones pasadas. Él modificó y adaptó la personalidad del maniquí de su esposa hasta que le convino; y ella hizo lo mismo con su versión de él. La mayoría de nuestros amigos son así. Sferanderik Miríada Fellows envía sus maniquíes a casarse con cualquier mujer que experimente uno de esos dramas románticos de mal gusto que escribe; toda estudiante tiene una copia de él en su harén. A mí me ofendería esa conducta. ¡Como si un esposo quisiera ser el gigoló de su esposa, y ella quisiera buscarle una prostituta, y ambos celebraran eso como santo matrimonio! No me ofende porque la sociedad en general ha vuelto ese acontecimiento tan trivial como el intercambio de recuerdos del inicio. Pero creí que tú y yo éramos devotos del ideal Gris Plata. De las tradiciones realistas, los estímulos realistas, las vidas realistas. Creí que nuestra tradición honraba la verdad. Creí que nuestro matrimonio honraba el amor.

Ella no respondió, sino que agachó la vista, bajando las pestañas.

—Me temo que no estamos casados, esposo mío —murmuró al fin, sin alzar los ojos.

—¿Qué? —exclamó Faetón, como si le hubieran asestado un puñetazo en el estómago—. Pero recuerdo nuestra ceremonia… Radamanto dijo que no me habían implantado recuerdos falsos…

—Los recuerdos no son falsos, pero yo sí. Aquí tienes.

Dafne extrajo de sus faldas su diario, un librito forrado en tela rosada, y lo puso sobre la mesa. Como muchas parejas casadas, los dos tenían circuitos de comunión para activar intercambios plenos y directos de memoria, de modo que cada cual pudiera experimentar el punto de vista del otro. El diario era el icono que representaba este circuito.

—Me temo que seré destruida por tu búsqueda de la verdad. Sé que has destruido a otros que decías amar. Eso es parte de lo que has olvidado. Estás convencido de que tu acto olvidado no fue un delito. Y quizá no lo sea, a ojos de la ley. Pero la gente puede hacer cosas espantosas que nuestras leyes no castigan.

Sacó una llavecita y abrió la cerradura de la cubierta. La cubierta del diario se puso roja. Llamearon letras: «Advertencia. Esto contiene una matriz de personalidad. Perderás tu sentido de identidad durante la experiencia, lo cual puede tener efectos duraderos en tu personalidad, máscara, o consciencia actual. ¿Estás seguro de que deseas continuar? (Para cancelar, sacar la llave.)»

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