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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (19 page)

BOOK: La Edad De Oro
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Una presión intangible, una tensión en el aire, una indefinida sensación de escrutinio: éstas eran las únicas pistas por las cuales Faetón supo que las mentes de la Curia ya habían ocupado los cubos.

Mucho tiempo atrás habían sido hombres. Grabados en una matriz electrofotónica, carecían de pasiones y favoritismos, y sus pensamientos más secretos estaban expuestos a la revisión y el escrutinio si se los acusaba de parcialidad o prejuicio.

Las Escuelas Nuncaprimeristas exigían que los jueces cambiaran con cada elección y cada encuesta, como los miembros del Parlamento. Las escuelas más tradicionales, en cambio, argumentaban que la ley sólo era imparcial si los hombres razonables estaban en condiciones de predecir cómo se aplicaría, para saber qué era legal y qué no lo era. Tras integrar la magistratura durante 7.400 años, las mentes de la Curia eran tan previsibles como el deslizamiento de los glaciares, como el grave movimiento de los planetas exteriores.

—La cámara entra en sesión —dijo una voz desde el cubo central—. Advertimos que el abogado del presunto beneficiario ha optado por manifestarse como pingüino con armadura. Recordamos al abogado las penas relacionadas con el desacato. ¿El abogado requiere un receso o canales adicionales para manifestarse en forma más presentable?

—No, señoría. —La imagen de Radamanto se disipó y, adaptándose a la estética predominante, el pingüino se transformó en un gran cono verde. Faetón miró el cono dubitativamente.

—Mucho mejor… —murmuró.

—¡Orden en la sala! —exclamó el cubo de la izquierda.

Faetón se irguió incómodamente. Nunca había estado en un tribunal, ni conocía a nadie que hubiera estado, salvo en los dramas históricos. Casi todas las disputas eran zanjadas por los Exhortadores por medio de componendas, o por los sofotecs mediante la deducción de soluciones antes que los problemas se presentaran. ¿Debía tomar en serio esa pintoresca y anticuada ceremonia? No era precisamente imponente. Ni siquiera iba acompañada por música ni psicoestimulantes.

Faetón notó que Atkins, el ministril, adoptaba una postura distendida y vigilante, las manos sobre el bastón. Atkins quizá fuera el único hombre armado en toda la Ecumene Dorada. La idea de un tribunal, la idea de que los hombres fueran obligados a respetar las reglas civilizadas mediante la coerción, podía ser un odioso anacronismo en esa época esclarecida. Pero Atkins se la tomaba en serio.

Y quizá fuera seria. Muy seria. Fuerzas que Faetón no podía controlar decidirían su futuro.

—Radamanto —susurró—. Haz algo.

El cono verde se deslizó hacia delante.

—Señorías —dijo—, tengo una moción preliminar.

—Aceptamos oír la moción, abogado.

—El beneficiario…

—¡Presunto beneficiario! —exclamó Gannis.

—… se encuentra sorprendido y sin preparación. Sin embargo, se enfrentaría a penas civiles en otro juicio si rompiera su promesa y recobrara los recuerdos editados bajo el acuerdo de Lakshmi. Si este honorable tribunal ordenara la presentación de dichas pruebas, mi cliente podría disponer de esos recuerdos y estaría preparado para comparecer ante tribunal, pero no se enfrentaría a penas civiles por ruptura de contrato.

—¿Cómo podría no enfrentarse a las penas? —dijo Gannis—. Si recobra sus recuerdos, viola el contrato.

—Mi docto colega se equivoca —respondió el cono verde—. Faetón sólo viola el contrato si abre deliberadamente los archivos prohibidos. Si un tribunal le ordena abrirlos, no hay acto deliberado por su parte.

—Esto no es un club de debates —interrumpió el cubo de la izquierda—. Los letrados deben dirigir sus comentarios a los magistrados.

Gannis se volvió hacia los cubos negros.

—Señorías, ¿puedo presentar un alegato para denegar la moción del demandado?

—El tribunal oirá tus observaciones.

—La moción carece de fundamento en esta etapa del proceso. La causa que se dirime ante el tribunal es la identidad del demandado, quien afirma ser Faetón Primo Radamanto. Y, aunque éste fuera el momento adecuado para abordar esa cuestión, la solución adecuada para una demanda sería otorgar al demandado más tiempo para prepararse. Naturalmente, mi cliente no objetará a los aplazamientos adicionales que el tribunal juzgue necesarios para un resultado plenamente equitativo.

—Teniendo en cuenta la historia de esta causa —ironizó el cubo de la derecha—, el tribunal no se sorprende de que el docto letrado no se oponga a aplazamientos adicionales. No obstante, tendremos en cuenta el alegato El problema de la memoria de Faetón, salvo en la medida en que incumba a su identidad, no es causa expuesta ante el tribunal. La moción del demandado queda denegada.

—¿Qué cuernos pasa aquí, Radamanto? —susurró Faetón—. ¿Quién es el demandado? ¿Yo? ¿Qué deben decidir…?

—¡Orden en la sala! —exclamó el cubo de la izquierda—. ¿A qué vienen estos susurros y conmociones? ¡Se deben observar las formas y prácticas tradicionales de la ley!

El cono verde brilló levemente.

—Pero, señorías, la tradición es precisamente lo que no se observa aquí La tradición exige que la ecuanimidad, así como el derecho, determinen el desenlace de los actos de sus señorías. Mi cliente tiene derecho a apelar, pues su pérdida de memoria obstaculiza su capacidad, y la mía, para proteger sus intereses con plena dedicación. Estoy dispuesto a descargar un archivo que resume 66.505 causas donde los acusados padecían de edición de memoria, y sus derechos y obligaciones bajo la ley.

Un sector del suelo de mosaico se inundó de luz mientras se reseñaban redes de causas relacionadas.

—En tales causas —continuó Radamanto—, el tribunal tomó medidas para garantizar un resultado ecuánime.

—Comprendido. Este tribunal informará al demandado sobre cualquier detalle pertinente que afecte su causa. Con este procedimiento, el tribunal no exime al demandado de nuevas y futuras acciones civiles por ruptura de contrato; las determinaciones de cualquier tribunal que decida sobre ese asunto escapan a nuestra autoridad.

Gannis frunció el ceño. El cono verde parecía moverse con satisfacción. Faetón estaba convencido de que esos movimientos aún eran propios de un pingüino.

—Señorías —dijo—, ¿cómo funcionaría esto? ¿Debo hacer preguntas que sus señorías responderán, o los recuerdos estarán disponibles para mí de forma selectiva?

—Presenta tu moción del modo adecuado, y responderemos —dijo el cubo central.

Faetón tocó el cono verde con el pie.

—Pronto —siseó—, ¿cuál es la forma adecuada…?

Gannis avanzó un paso.

—¡Señorías! —exclamó—. Deseo proponer otra moción. Alego que el defensor del demandado no tiene cabida en este tribunal. La mente legal de Radamanto es propiedad de mi cliente, Helión, que debe usar la misma base de datos para sus asuntos legales. Esto crea un obvio conflicto de intereses. Radamanto no puede representar a ambas partes de la misma querella.

—Señorías —dijo el cono verde—, para impedir semejante impropiedad he construido una «muralla china» que bloquea aquellos sectores de m mente y mi memoria…

Pero Gannis no había concluido.

—Más aún, alego que Radamanto mismo es la sustancia de esta causa pues el contrato que regula su posesión es una real y valiosa propiedad de la sucesión. Aun asumiendo, a efectos del argumento, que Faetón sea el heredero, todos sabemos qué planea hacer con el dinero, si triunfara, y todos sabemos que no estará presente largo tiempo, así que postulo que mi cliente tiene un interés residual contingente en la sucesión, y se debe impedir que el demandado emplee a Radamanto, al amparo de la doctrina del perjuicio por uso.

—¡Señorías! —protestó Faetón—. ¿No se puede celebrar esta ceremonia en un idioma que yo entienda?

—Orden. Las penas por desacato pueden incluir cualquier castigo que el tribunal considere adecuado, siempre que no sea cruel ni insólito.

—¡Pero no entiendo qué está pasando!

—No es función de este tribunal educarte. Radamanto, ¿tienes algún argumento para impedir que aprobemos la moción del demandante? De lo contrario, aprobamos la objeción. El ministril sacará a Radamanto de la conexión.

Radamanto desapareció. Faetón quedó solo en el suelo oscuro.

Gannis sonrió con satisfacción.

Faetón estaba tan solo como había estado en la lúgubre y pequeña habitación donde había hallado su armadura. Ningún filtro sensorial funcionaba; ningún dispositivo ni realce operaba en su memoria. Aunque teóricamente el protocolo Gris Plata prohibía el uso de programas de control de emociones, Faetón solía usar pequeños reguladores glandulares y parasimpáticos. Sin ese apoyo, era como estar ebrio. La desesperación y la frustración hervían en su cerebro, pero no tenía manera automática de anular esas emociones.

Faetón inhaló profundamente, tratando de calmarse. En el mundo antiguo todos se dominaban natural y orgánicamente, sin asistencia cibernética. ¡Si ellos podían, él podría!

—Ahora el tribunal procederá al interrogatorio —dijo el cubo del medio—. ¿El demandado desea modificar o enmendar apelaciones previas presentadas ante este tribunal?

—¿Me hablas a mí? —preguntó Faetón, tratando de disimular su exasperación—. Si quieres preguntarme algo, tendrás que explicarme qué sucede.

—Respetarás el orden y el decoro —dijo el cubo de la izquierda—, o sufrirás una pena.

Gannis sonrió como un tiburón.

—Quizás el demandado desee requerir más tiempo para ganar otra fortuna y contratar a otro abogado. No nos opondríamos a una moción de aplazamiento.

Faetón se sorprendió al sentir una punzada de furia cegadora.

(Por otra parte, recordó, el mundo antiguo había sido una turbulencia de guerras, crímenes y locuras, no un par de veces sino siempre. Quizá dominarse a sí mismo era más difícil de lo que parecía.)

—No habrá aplazamientos —le dijo a Gannis. Y se volvió hacia la Curia—. Mi intención no es faltar el respeto a sus señorías. Pero me habéis privado del letrado que me instruía en vuestras formalidades y ritos. Habéis accedido a contarme las cosas que faltan en mi memoria y que necesito saber para continuar con esta causa, pero no lo habéis hecho. ¿Ésta es la justicia imparcial por la que es célebre la Curia? Recuerdo a sus señorías que lo que hacemos hoy aquí no será recordado sólo por una centuria o un milenio, sino por el resto de nuestra vida. Será mejor que ninguno de nosotros haga nada que el futuro pueda reprocharle.

La sonrisa de Gannis se esfumó mientras su programa facial volvía a ocultar su expresión.

—Bien dicho —respondió el cubo de la derecha—. Te informaremos sobre los datos de la causa. La cuestión es sencilla. Tienes la posibilidad de —aquí usó una palabra que Faetón desconocía, un término legal arcaico— una gran cantidad de propiedad y dinero, quizás el mayor patrimonio que se haya legado en la historia humana. El resultado puede provocar una alteración revolucionaria en las relaciones sociales y económicas dentro de la Ecumene Dorada. En consecuencia, aunque éstos son asuntos de rutina, procuramos evitar aun la apariencia de irregularidad. Por tanto, la Curia ejerce su derecho de invocar una jurisdicción especial, y nos erigimos en Tribunal de Sucesión, para supervisar la deposición y el interrogatorio destinados a determinar tu identidad. Esta audiencia es para darte la oportunidad de someterte a un examen noético de rutina, y prestar el juramento telepático de que eres Faetón Primo Radamanto. ¿Alguna pregunta?

—Sí. ¿Quién me cede esta fabulosa fortuna y por qué? Si desea hacerme esta dádiva, ¿por qué esta generosa persona no se limita a entregármela?

—Ha fallecido.

—¡Objeción! —intervino Gannis—. La afirmación del tribunal es prejuiciosa.;Uno de los datos que se discuten en esta causa, precisamente, es si la defunción del fallecido es definitiva!

—Denegada —dijo el cubo de la izquierda—. Aquí no hacemos dictamen.

—El deceso del fallecido es cuestión de presunción refutable según estos datos. Está muerto hasta que se pruebe lo contrario —dijo el cubo de la derecha.

—Sus señorías —dijo Faetón—, ¿este hombre era una figura histórica, un faraón egipcio o un presidente estadounidense? Sé que esa gente a veces creaba fondos fiduciarios a beneficio de la primera persona que realizara cierta proeza, como pilotar una aeronave sobre el Atlántico o algo similar. Pero si es así, ¿por qué estamos en este tribunal? ¿Un arqueólogo o paleopsicólogo no sería la mejor persona para determinar la intención original del difunto?

—La muerte fue reciente.

Faetón quedó desconcertado. ¿Reciente?

—¿Era alguien demasiado pobre para costearse un registro numénico, o un primitivista que por motivos metafísicos se oponía a…?

—El fallecido es tu progenitor, Helión, quien te creó.

Por un instante Faetón lo creyó. Por un instante pudo imaginar perfectamente el vacío que habría en su vida si su progenitor se hubiera ido. Para siempre. No le gustaba su progenitor; a menudo discutían. Pero aun así existía un lazo de amor entre ellos, como padre e hijo, y una larga historia de proyectos de ingeniería en los que ambos trabajaron juntos. Era imposible imaginar la Mansión Radamanto, o la Ecumene Dorada, sin la brillante y audaz figura de Helión como uno de los principales líderes de la sociedad. Era como imaginar un mundo donde no despuntara el sol. Faetón sintió un retortijón de angustia que le laceró el corazón.

Pero al instante sonrió.

—¡Imposible, sus señorías! Vi a Helión hace sólo dos días. Asistió a las Ovaciones de la Escuela Gris Plata; le vi aceptar el premio. Hablamos antes de que él fuera a la opereta de Lemke. Ya sabéis cuál. Aquélla en la que cada oyente percibe los recuerdos de cada personaje en distinto orden, así que cada cual ve el mismo final con nueve interpretaciones diferentes… Es la base de obra cómica y anticuada que le gusta. Y esta mañana Helión estuvo en los canales laterales. Los Seis Pares enviaron un contingente para honrarlo. Supongo que ahora son Siete Pares. ¡Un Par! Ha perseguido ese objeto durante más tiempo del que yo he vivido. ¡Eso fue esta mañana! ¡No se lo arrebataréis fingiendo que está muerto! ¡No está muerto! ¡Ya nadie se muere! ¡Ya nadie tiene por qué morir!

La voz de Faetón era cada vez más alta y chillona. Pero abruptamente cerró la boca y tensó los músculos de las mejillas.

Hubo un momento de silencio en la cámara. Ningún miembro de la Curia lo reprendió por su exabrupto. Gannis había vuelto la cabeza. El hosco semblante de Atkins no cambió, aunque un aire de compasión o piedad le ablandó los ojos.

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