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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (22 page)

BOOK: La Edad De Oro
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Faetón pateó el suelo con el pie, activó los dispositivos magnéticos de la armadura y se elevó en el aire fragante. Arriba y abajo, un paisaje elegante se extendía en el gran cilindro.

Quizás esta paz sublime fuera una ilusión. Sabía que un mugriento enjambre de neomorfos atestaba esos parques. Pero quizá valiera la pena conservar ciertas ilusiones, al menos por un tiempo.

Activó su espacio mental privado, de modo que una espiral de puntos y cubos de iconos de rutinas de ingeniería y ecología parecía colgar a un brazo de distancia, pero el jardín aún era visible.

Quiso tocar el icono claro y oblongo que representaba el diario de su| esposa, pero se contuvo. No tenía memoria suficiente en el circuito aislado conectado al cerebro para ejecutar una simulación completa, y no quería sufrir una privación de personalidad mientras estaba en vuelo. Pero estaba demasiado impaciente para regresar hasta su sórdida habitación del ascensor espacial sin haber averiguado qué sabía Dafne.

Titubeó en llamar a Radamanto, pues sabía que la reliquia de Helión podía saber qué hacía él por intermedio de esos enlaces. Y aunque su padre fuera buen hombre, Helión y Faetón tenían un irreconciliable conflicto de intereses. O bien él tenía derecho a la vasta fortuna de Helión, o bien no lo tenía; no podían ser ambas cosas.

Faetón frunció el
ceño. ¿La
reliquia de Helión? Faetón lo había visto la noche anterior. Era imposible pensar que ese hombre no fuera su progenitor Era imposible considerarlo muerto sólo porque lo declaraba un tribunal.

Pero en tal caso, Faetón actuaba mal, robando dinero a un hombre solo porque un tribunal lo declaraba muerto. Después de todo, ese mismo tribunal acababa de declarar muerto al propio Faetón…

Había un puerto espacial en la esclusa ingrávida que unía este cilindro con el siguiente. Era un ancho espacio esférico donde muchas naves de diamante hilado, como un bosque de cristal élfico, eran ensambladas y desarmadas entre sus vuelos por el sistema interior; también servían como lanzaderas para los puertos más lejanos del punto L-5 y más allá, donde los lanzadores magnéticos aceleraban las naves hacia el brillante y lejano Júpiter y las escalas del sistema exterior.

Un grupo más pequeño de hábitats, como un racimo de uvas, colgaba d la pared de la esfera; uno de los más grandes contenía cofres de pensamiento y armarios alquilados por Hospicios Caritativos, una subdivisión de los muchos grupos, empresas y propiedades de esa acaudalada Composición

Faetón entró flotando en la cámara estanca del centro del hospicio. Desde allí descendió al ecuador, que giraba para obtener gravedad. Una curva hilera de cofres de pensamiento se extendía a izquierda y derecha; encima de él podía ver el otro lado del corredor.

Entró en el cofre más cercano y ordenó al médico que se cerrara sobre él Los circuitos de su armadura podían interferir con los interfaces, pero Faetón era renuente a quitársela.

Como había hecho Atkins, Faetón tomó un grupo de fibras y las insertó por el cuello de la armadura, donde se retorcieron y cambiaron de forma, adaptándose a los circuitos del nanomecanismo negro que formaba el interior de la armadura. Ahora la señal podía llegar a las interfaces internas de la armadura y su cerebro. Al parecer era suficiente.

Se formaron conexiones energéticas con receptores de su cerebro; todos sus sentidos participaron; el mundo externo se disipó.

Se encontró en el espacio mental público del hospicio, donde lo rodeaba una pirámide de balcones, con ventanas e iconos que se abrían hacia sectores cada vez más profundos de la biblioteca.

Con un gesto del meñique, cerró la baranda del balcón y formó una caja de intimidad. Abrió el diario, cayó en el espacio onírico más profundo, perdió sus recuerdos y se transformó en Dafne. La grabación empezaba el día anterior por la mañana, cuando ella estaba a punto de despertar.

11 - La sinfonía de sueños

No dormía en el sentido en que los antiguos habrían entendido el acto de dormir. Dafne experimentaba un Estímulo, el
Octavo arreglo
de Mancuriosco el Neurópata. El último movimiento, el "Tema de la brújula de la infinitud", implicaba estímulos de estructuras de memoria profunda, una combinación de ondas delta de la fase REM y ondas alfa meditativas. Encima de todo había un contrapunto de ondas que no se producían naturalmente en el cerebro humano, las cuales, introducidas artificialmente, generaban sensaciones y estados mentales que sólo se podían describir con una nomenclatura especial.

En sus sueños, ella atravesaba los ciclos de una evolución, primero como una ameba que palpitaba en las olas incesantes del océano madre, luego como un protozoo que flotaba a la deriva, como un insecto que escapaba del agua hacia la infinitud menor del aire. La atravesaban recuerdos de antiguos anfibios, antiguos lagartos, lémures y homínidos; cada mente, al volverse más compleja, parecía reducir el misterio y la maravilla del mundo circundante. Emergían otros recuerdos profundamente sepultados, de cuando ella flotaba en el seno materno, rodeada por un amor y una calidez infinitos, hasta emerger, en dolor y confusión, a lo que parecía ser un universo más pequeño. El movimiento final del tema tenía un conjunto de emociones, estados de ánimo, sueños y entresueños donde ella, ennoblecida por una evolución futura y remota, transformada en diosa, sostenía el universo con la mano como si fuera una esfera de cristal pero, siendo mayor que el universo, no tenía sitio donde apoyarse. Experimentaba sensaciones de opresión y sofocamiento, de espantosa soledad, mientras el universo se reducía al tamaño de un guijarro, una mota de polvo, un átomo. Luego, en una misteriosa inversión, se tornaba infinita e infinitesimal, y nuevamente flotaba a la deriva en un mar inmenso y misterioso…

Disfrutó la experiencia como de costumbre, pero algo no la convencía, algo la perturbaba.

Era extraño. Recordaba que esta pieza era su favorita. ¿Cómo era posible que nunca hubiera notado cuan pesimista e irónico era este tema? La pieza no había cambiado. ¿Algo habría cambiado en ella?

Quizás últimamente estuviera más jovial. Eran los días dorados de la Trascendencia; había mucho para disfrutar. El sueño se deslizó hacia la vigilia, y Dafne despertó.

Bostezó y se desperezó bajo las aguas de la vivipiscina. Unas burbujas le hicieron cosquillas en la nariz. Dafne miró el juego de luces y reflejos en la parte inferior de la cúpula, el cielo azul y las nubes blancas que había más allá. Sonrió lánguidamente.

El agua obedeció la orden mental de fortalecer la tensión de superficie, de modo que Dafne pudo descansar en un vallecito seco de transparencia irisada, formado por su propio peso.

Se preguntó qué habría a continuación. Las competiciones por la Copa de Oro habían concluido, pero los Debates sobre la Vida aún estaban a dos días. Ya había comprado todos los regalos que necesitaba para el Suministro de Deleites de agosto.

Algunas de sus amigas señoriales, Anna y Uruvulell, hacían que sus sofotecs las sorprendieran en los días de festival no planeados, que les preparasen actividades. Las máquinas superinteligentes con frecuencia escogían aquello que divertiría e instruiría a sus clientes mucho mejor que ellos mismos. Esa vida no era para ella. ¡Ansiaba espontaneidad, desenfreno, aventura!

Dafne desafiaba el decoro de los señoriales al asistir en presencia física a los festivales. La casa donde estaba, por ejemplo, con sus columnas de pórfido y su cúpula de diamante, era real, desarrollada el último mes en los jardines del sur de la Mansión Aureliano. No era Radamanto, sino un sofotec más sencillo (sólo ochenta o noventa veces más brillante que un genio humano, no miles) llamado Ayesha, quien habitaba esta casa.

Era Ayesha quien manipulaba los millones de máquinas microscópicas de la vivipiscina para hilar mantos de fluida seda azul y plata alrededor de Dafne mientras ella se incorporaba. El agua goteó de las curvas de su pecho y su vientre, y su largo cabello, húmedo, negro y pesado, se le pegó a la espalda. Colgaban hebras de seda donde pasaba el agua, de modo que la tela le llegó hasta los pies cuando ella salió de la piscina. El calor residual del ensamblaje molecular fue dirigido hacia su cabello para secarlo.

La túnica era como un sari hindú. La tela brillante sólo tenía pliegues, sin broches ni cordones, y caía con gracia natural sobre un hombro y le ceñía la cintura y las caderas para realzar su silueta. Llevaba la cola sobre el codo.

Atravesó un corredor pavimentado con madreperla, con esculturas Taumaturgas hipnagógicas que relucían suavemente y flotaban en nichos a ambos costados. Dafne no tenía los estados de consciencia necesarios para recibir las señales de experiencia de esas esculturas; era una neuroforma Básica, aunque en su juventud había sido una Taumaturga llamada Ao Andafantie, sin barreras entre el cerebro izquierdo y el hipotálamo, y en sueños había caminado cotidianamente por su consciencia de vigilia. Sin embargo, conservaba las esculturas; no tenían inteligencia suficiente para ser emancipadas, y habrían languidecido de melancolía si las hubiera abandonado.

Aunque ya no pudiera leer el interior de las esculturas, veía cómo giraban y titilaban y reían mientras ella pasaba, detectando su estado de ánimo y reflejándolo. Estaban más brillantes de lo que ella esperaba, reluciendo de júbilo reprimido, como si la aguardara una sorpresa oculta y maravillosa.

Más allá había una sala mensal Parte de la disciplina de los hedonistas de las Escuelas Señoriales Rojas consistía en ingerir los alimentos a la antigua, comiendo, en vez de asimilar los nutrientes de una vivipíscina. Durante muchos siglos Dafne había pertenecido a Estrella Vespertina, una mansión señorial Roja, antes de ingresar en la Escuela Gris Plata, más austera y estricta. La cámara mensal tenía suelo de madera bruñida, y las paredes se ocultaban tras biombos de papel de arroz con pinturas de bambúes y grullas.

¿Por qué ese motivo? Dafne miró las grullas. Sus parejas duraban toda la vida, así que eran símbolos de fidelidad eterna. ¿Ayesha Sofotec insinuaba que Dafne debía pasar más tiempo con su esposo? Últimamente él estaba melancólico y distraído, y no disfrutaba de los festivales tanto como ella esperaba.

En el centro de la habitación había una mesa con cuencos, servilletas, frascos de cristal con salsa u hojas secas con especias. Había bandejas de pescado envuelto en algas marinas, trozos de pulpo, bolas de arroz. En el centro había una tetera de hierro negro con tres picos. Se arrodilló y cogió sus palillos, y su túnica brilló como una flor sobre la estera. Se detuvo, ladeando la cabeza: ¿qué era ese bulto que había al lado de sus cubiertos, bajo la servilleta de seda?

Alzó la servilleta y encontró una caja de recuerdos. Era una imaginifestación, la analogía, en el mundo real, de un icono del espacio mental. Si lo cogía o lo abría, activaría una reacción o rutina mental.

Dafne reconoció su propia letra en la tapa: «Para el tercer día después del Día de Guy Fawkes. ¡Feliz sorpresa!».

—¡Odio las sorpresas! —gruñó, revolviendo los ojos—. ¿Por qué siempre me hago estas cosas?

Bien, no había alternativa. Tendría que abrir la caja. Para hacer más deliciosa la espera, y para impedir que la comida se arruinara, decidió comer primero. Dafne tenía talento para las ceremonias mensales; cada gesto, cada mordisco, cada sorbo de té era un pequeño ballet.

Luego, con la comida tibia en el estómago, y mascando una hoja de menta como postre, decidió abrir la caja. Lentamente, la tapa se abrió.

Dentro de la caja, como burbujas iridiscentes concéntricas, estaba su universo. Dafne lo vio y recordó.

Se sentó, cerró los ojos, contuvo el aliento. Su formación Taumaturga le permitía permanecer despierta mientras los centros soñadores de su cerebro, inundados de imágenes, trataban de establecer conexiones emocionales y simbólicas de estructura profunda entre sus recuerdos y su consciencia.

El cosmos se llamaba Altea. Era un modelo simple, geocéntrico, copernicano, basado en la geometría euclidiana y la mecánica de Newton. Bajo una esfera de cristal de estrellas fijas y los complejos epiciclos de mansiones planetarias móviles, se extendían los continentes y océanos azules de un mundo delicado. En' sus mares pululaban peces y sirenas, ballenas majestuosas con antigua sabiduría, ciudades hundidas. Sus bucólicas tierras estaban jalonadas de aldeas, granjas, altos castillos, pequeñas ciudades coronadas con catedrales construidas amorosamente. El recuerdo de una guerra atroz pendía como las notas de un trémulo contrapunto que resonaba desde colinas distantes, y mosqueteros y gallardos jinetes patrullaban los lindes de bosques oscuros donde se rumoreaba que vivían dragones alados.

En la dorada ciudad de Hiperbórea, más allá del Mar del Noroeste, un príncipe llamado Brillante había regresado de la guerra con los hoscos cimerios, que vivían en infinitas cavernas de hierro y oro, en una tierra de penumbra eterna. De ese submundo el príncipe había traído un sueño hecho de fuego, que llevaba como una capa sobre su armadura de oro, o como alas flamígeras.

Lo notable era que Dafne había alcanzado la medalla de semifinalista por el universo de Altea, su creación; hoy entraría en la competición final contra otros onirofebres aficionados. Al principio lo había destinado a los niños, o a quienes se deleitaban en cosas infantiles. ¿Cómo podía competir con los universos modernos no euclidianos inventados por los Neomorfos, o los extraños universos de varios niveles de los Taumaturgos del Nuevo Movimiento, o las infinitudes de los Cerebelinos Anacrónicos, semejantes a cintas de Moebius? El universo de amor gravitatorio presentado por Tifeno de la Mansión Negra Clamor, un universo donde el amor aumentaba la atracción gravitatoria y el odio y el miedo la reducían, tenía miles de mundos, una galaxia poblada por miles de personajes tan complejos y completos como los pocos que habitaban su continente. ¿Cómo podía competir? ¿Cómo podía aspirar al triunfo?

Abrió los ojos y salió del trance. Faetón siempre le pedía que volviera a alguna empresa, que participara en algún negocio o programa. (¡Como si algo que pudieran hacer los humanos tuviera alguna importancia en un mundo dirigido por máquinas!) Dafne había postergado la decisión una y otra vez, diciéndose que quizá, durante la mascarada del final del milenio, cuando el mundo revisara su vida y decidiera dónde estaba su futuro, ella también revisaría y decidiría.

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