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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (9 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—¿Para qué necesitamos un sol? —dijo Vafnir—. Esto se basa en el supuesto de que no hallaremos una fuente de energía satisfactoria para reemplazar el Sol cuando se extinga: una premisa que yo, por mi parte, no acepto sin cuestionamientos.

—La Ecumene Silente buscó una nueva fuente de energía —dijo airosamente Ao Aoen—. Ellos tampoco tenían Sol. Recordaréis los horrores que contaron antes de su silencio.

—Horrores que ellos provocaron —replicó fríamente Vafnir—. La sabiduría de las inteligencias mecánicas pudo haberlos salvado; prefirieron odiar y temer a los sofotecs.

—¡Los famosos sofotecs no tuvieron sabiduría para salvar la única colonia extrasolar del hombre!

—Sin duda el Par Ao Aoen recordará —intervino pacientemente Helión— que el sistema Cygnus X-l está a mil años luz de distancia. En consecuencia, recibimos el mensaje de su muerte con mil años de retraso.

—Para nosotros, inmortales —dijo Ao Aoen—, ese tiempo equivale a una celebración de nuestra Trascendencia. ¡Una nimiedad! ¿Por qué no se envió ninguna expedición tripulada al oscuro sistema del Cisne?

—¡Ah! —exclamó Gannis—. ¡Qué futilidad sería! Gastar una fortuna inconcebible para hurgar entre ruinas y cementerios, fríos bajo un negro sol de neutrones. ¡Bah! ¡La idea tiene mérito sólo por su ironía!

Una extraña sombra cruzó los ojos de Ao Aoen.

—La idea ha rondado mis sueños en estos últimos años, y un hermano mío por cuarta parte mental vio una sombra ominosa una vez, en las congeladas nubes de metano de la líquida atmósfera de Neptuno. ¡Signos ininteligibles vibran en el horóscopo de varios de mis compañeros de culto! Todo ello apunta a una conclusión: ya se ha demostrado en forma fehaciente que si una nave de masa suficiente y con blindaje suficiente para alcanzar una velocidad cuasilumínica puede…

—¡Basta! —interrumpió Orfeo, alzando una mano delgada—. Esto es irrelevante para nuestras deliberaciones.

Ao Aoen gesticuló despectivamente con sus muchos brazos y dedos, y se hundió en la silla malhumorado.

—Debemos atenernos a los hechos —murmuró Orfeo—. Helión tiene razón en este y otros asuntos. Entre las visiones del futuro que la Trascendencia está dispuesta a tener en cuenta, una de mayor conformidad y menor experimentación es útil para nuestros intereses egoístas y al mismo tiempo congenia con el espíritu público del Colegio de Exhortadores. Tanto las mentes prácticas como las altruistas tienen buenos motivos para temer aquello que conduce a la guerra. El Colegio de Exhortadores y el Cónclave de Pares deben aliarse. La perspectiva de Helión constituirá la base del próximo gran movimiento social del nuevo milenio. Es la visión que los Pares respaldarán.

Helión tuvo que recurrir a un truco mental para disimular su alegría. Estaba asombrado; éste era un honor simbólico que superaba todas las predicciones de Radamanto, todo lo que él había soñado. Si la Trascendencia adoptaba su visión del futuro, Helión sería una figura central cuya filosofía modelaría la sociedad durante los mil años siguientes. Su nombre estaría en todos los labios, en todas las listas de bodas, en cada archivo de invitados a cada fiesta y convocatoria…

¡Maravilloso! Helión decidió no registrar la alegría que sentía, por temor a que las reproducciones futuras de esta emoción frenética la opacaran.

Las charlas y debates continuarían, por cierto, y cada Par consultaría a sus asesores o autoridades, o (en el caso de Ao Aoen) sus guías espirituales. Las charlas continuarían.

Pero Orfeo había hablado, y la cuestión podía darse por decidida.

Elevándose, con nubes encima y nubes debajo, Faetón dejó que la dicha del vuelo eliminara sus preocupaciones por el momento.

Él y el pingüino de Radamanto jugaban a enfrentarse en duelos aéreos, toneles y rizos.

Faetón se aproximaba al pingüino cuando la gorda ave hizo un giro Immelmann, se ladeó sobre un ala, se enderezó para acometer contra Faetón y gritó al pasar:

—¡Ratatatatat! ¡Te he dado!

Faetón no sabía qué significaba
Ratatatatat,
pero parecía implicar una especie de victoria o contragolpe. Redujo la velocidad y se detuvo en el aire, las manos en las caderas.

—¡Querido Radamanto, sin duda haces trampa!

El ave sólo existía como imagen en el sensorio de Faetón.

—Por mi honor, amo. Sólo hago lo que haría un ave de este tamaño. Puedes revisar mis cálculos, si quieres.

—¿De veras? ¿Y qué postulas para tu tolerancia a la aceleración en esos giros?

—Amo, los pingüinos son aves resistentes. ¿Cuándo oíste hablar de un esfenisciforme que se desmayara?


Touché!
—Faetón extendió los brazos y cayó de espaldas a una nube cercana. La niebla ascendía mientras él se hundía sonriendo—. Mi esposa amaría esto, ¿verdad? Le atraen las cosas gloriosas… panoramas amplios, emociones grandiosas, escenas prodigiosas.

La nube se oscureció. En otro nivel de visión, detectó electropotenciales que crecían en la zona.

—Es una pena que vivamos en una época en que todo lo glorioso ya está hecho. Las únicas cosas realmente impresionantes que ella puede descubrir están en sus universos oníricos.

—¿Lo repruebas?

—Odio decirlo, pero… ¿por qué no puede escribir esas cosas? Obtuvo un premio por un oniroverso que inventó una vez, un universo ptolemaico, una suerte de planeta mágico. Creo que en él había globos volantes, o algo similar. —Frunció los labios—. Pero en vez de escribir, juega con las ideas de otros.

—Perdón, amo, pero creo que estamos ingresando en un espacio ajeno…

—Algún día haré algo que deslumbrará al mundo, Radamanto. Una vez que ella vea cuan impresionante puede ser el mundo real, no será tan…

A través de la nube cada vez más oscura, un sujeto en un bote dorado, vestido como una deidad con cabeza de halcón de la poesía de tormentas de la Era Joviana Preignición, atravesó la nube y movió su larga pértiga negra con impaciencia. Usaba emperifolladas capas blancas, doradas y azules, con una compleja corona casco.

—¡Hola, Demontdelune!

—No soy Demontdelune, sino Hamlet.

—Ah, como desees. De todos modos, apártate, por favor. Estoy tratando de esculpir una tormenta, y tus campos interfieren con mis nanomáquinas.

Faetón miró en derredor, pasando su percepción a una sintonía más fina y apagando su filtro sensorial. El pingüino ilusorio se desvaneció, pero Faetón pudo ver maquinas extraordinariamente pequeñas abrazadas a cada gota de agua, generando campos de repulsión y atracción para guiarlas. En esa zona había más nanomáquinas por pulgada cuadrada de las que jamás había visto.

Quedó muy impresionado. Ese hombre podía controlar la forma y densidad de la nube hasta el nivel más detallado. Al ordenar el flujo de las gotas, podía crear estática o activar la condensación.

—¡Un esfuerzo extraordinario!

—En efecto, sobre todo porque no puedo controlar el viento. Tengo que tocar la nube como un arpa cuyos millones de cuerdas cambian de longitud y profundidad de un instante al otro. Mi sofotec puede acelerar mi percepción del tiempo hasta el punto que necesito para ejecutar la realización (y comenzará en cualquier momento, en cuanto los vientos sean propicios), pero para mí, a ese ritmo temporal, mi ejecución parecerá durar cien años.

—¡Increíble! ¿Cómo te llamas, y por qué haces semejantes sacrificios por tu arte?

—Llámame Vandonnar. —En los poemas jovianos éste era el nombre del capitán de una nave minera, perdida en las nubes, que según se contaba giraba eternamente sobre la tormenta de la Gran Mancha Roja, un fantasma tan perdido que no podía encontrar su camino hacia la otra vida. El poema databa de los días en que todavía existía la Gran Mancha Roja—. Debo reservarme mi nombre verdadero. Temo que mis amigos se enfaden si saben cuánto tiempo sofotec he gastado en esta canción de la tormenta. Y Aureliano, nuestro anfitrión, no ha anunciado la tormenta de antemano. Los que no miren a tiempo para ver, y los que corran a refugiarse, se perderán el espectáculo. No se me permite grabarlo.

—¡Cielo santo! ¿Por qué no?

—¿De qué otro modo escapar del asfixiante control de los sofotecs? Aquí todo se graba, incluso nuestras almas. Pero si esto sólo se puede ejecutar una vez, su impacto es mucho mayor.

—Aun así, perdóname por decirlo, sin los sofotecs no podrías realizar los cálculos matemáticos necesarios para controlar cada gota de lluvia de una tormenta, ni determinar la dirección del rayo.

—No entiendes adonde voy, Hamhock.

—Hamlet.

—Como sea. Aquí hablamos de matemática del caos de tercer orden, ¿entiendes? Aun con el control más fino del mundo, aun con el sofotec más sabio, no se puede predecir dónde caerá el rayo. Alguna gota ambiciosa se rozará contra sus vecinas con más audacia de la prevista, irritándolas, provocando más carga eléctrica de la prevista; se cruza el umbral, los electrones se ionizan; en un solo instante se determina el camino de descarga, sinuoso o recto, y la fulguración estalla. Y todo porque esa pequeña gota no Dudo estarse quieta…

»¡Ah, los vientos cambian! Vete ahora, por favor, mientras todavía puedo compensar tu pasaje a través de mi nube… ¡No, por allá! ¡De lo contrario enredarás mis cuerdas…!

Sin una palabra, Faetón se alejó, veloz como un salmón. Su ropa estaba húmeda de niebla cuando salió del nubarrón. Una polvareda de nanomáquinas le cubría los hombros y el cabello.

Faetón reactivó su filtro sensorial. La imagen del pingüino reapareció.

—Radamanto, los sofotecs siempre negáis tener sabiduría suficiente para organizar todo lo que hacemos, para preparar coincidencias.

—Nuestras predicciones acerca de la humanidad son limitadas. Las criaturas dotadas de libre albedrío crean incertidumbre. Ni siquiera la Mente Terráquea podría vencerte siempre en un juego de piedra, papel y tijera, porque tu decisión se basa en lo que crees que Ella podría escoger… y Ella no puede predecir perfectamente ni siquiera sus propios actos.

—¿Por qué no? Creí que la Mente Terráquea era de una inteligencia inconmensurable.

—Por grande que sea la inteligencia de una criatura, si alguien procura adivinar sus propios actos futuros, el yo pasado no puede burlar al yo futuro, porque la inteligencia de ambos es igual. Lo único que altera esta paradoja es la moralidad.

—¿Moralidad? —dijo distraídamente Faetón—. Qué comentario tan extraño. ¿Por qué la moralidad?

—Porque cuando un hombre honesto, un hombre que cumple su palabra, afirma que hará algo en el futuro, puedes estar seguro de que lo intentará.

—Entonces las máquinas siempre pregonáis la moralidad por motivos egoístas. Nos torna más previsibles, más fáciles de introducir en un cálculo.

—Muy egoístas… siempre que consideres que egoísta es aquello que más educa y más perfecciona el yo, haciéndolo justo, bello y verdadero. Y supongo que así quiere ser cada yo, ¿verdad?

—No puedo hablar en nombre de otros, pero no me contentaré con menos del mejor Faetón que pueda faetonar.

—Querido amo, ¿te estás usando a ti mismo como verbo?

—En este momento me siento bastante intransitivo, Radamanto.

—¿A qué vino este extraño tema, Faetón?

—Tengo la sensación de que ese encuentro… —Faetón señaló el nubarrón que se oscurecía a sus espaldas—. No sé… parece preparado para darme un mensaje, a mí y sólo a mí. Quería saber si tú, la Mente Terráquea o alguien más estaba detrás.

—Yo no. Y soy tan incapaz como tú de predecir qué hará la Mente Terráquea.

—¿Puede preparar coincidencias de cierta magnitud?

—Bien, podría haber contratado a ese hombre para que se acercara a decir esas cosas. Cielo santo, amo, él pudo haber sido Ella bajo un disfraz. Estamos en una mascarada. ¿A qué coincidencia te refieres?

—Justo en ese momento pensaba en abandonar este asunto, en olvidar este misterio. Era totalmente feliz antes de descubrir que había una laguna en mi memoria: totalmente feliz de ser quien creía que era. Quiero estar a la altura de la buena opinión que mi esposa tiene de mí, e ir más allá, si es posible.

—No entiendo, amo.

Faetón alteró su visión para que el cielo diurno fuera transparente en vez de azul, como si fuera de noche. Señaló la luna.

—Una vez mi esposa me dijo que piensa en mí cada vez que mira la luna y ve cuánto más grande parece, hoy en día, desde la Tierra. Ése fue uno de mis primeros proyectos. Más fama de la que yo merecía, quizá, sólo porque estaba más cerca de la Tierra, para que todos pudieran verla…

«Ella me buscó después de eso. Quería que posara para un retrato que incorporaría a una oniroescultura heroica de simulación. Imagínate cuan halagado me sentí. Cientos de estudiantes entrarían en simulación para olvidarse un tiempo de sí mismos y transformarse en un personaje basado en mí. Era como ser un héroe de novela. Nos conocimos en Titania, durante mi proyecto Urano. Ella había enviado un maniquí de sí misma porque temía viajar fuera del alcance mental de la Tierra. Me enamoré del maniquí, y necesitaba conocer al arquetipo que era su origen.

—¿Y?

—Y… maldición, Radamanto, tú conoces mi mente mejor que yo. ¡Sabes lo que voy a decir!

—Quizás, amo. En realidad querías ser la figura heroica de la que ella se enamoró. Sospecho que tú también te enamoraste del ideal heroico. ¡Realizar actos grandiosos y admirables! ¿Por eso sospechas que la Mente Terráquea quiso que conocieras a ese escultor de tormentas? ¿Para mostrarte que aún se podían realizar aquí en la Tierra actos impresionantes, con tu memoria tal como está? Pues sin duda ese hombre y su proyecto eran impresionantes. ¿Pensaste que la mejor parte del coraje podría ser la satisfacción? ¿Que un héroe auténtico es moderado, templado y vive dentro de sus medios? Vaya, no es un sentimiento indigno…

—¡Bah! —exclamó Faetón con desdén—. ¡Eso no es todo! Sólo accedí a tomarme un año de licencia laboral y venir a esta frívola mascarada porque mi esposa me dijo que podría inspirarme para decidir mi próximo proyecto. Mientras yo pensaba qué podía hacer de impresionante, comencé a preguntarme si el acto de descubrir un viejo delito o fechoría no podría interferir con eso. En tal caso, este pequeño misterio es sólo una distracción, así que debería olvidarlo. Pero conocí a ese hombre tonto y comprendí cuál es la verdadera distracción. Hallar la verdad sobre mí mismo no es una distracción. Debo conocerlo todo sobre mí antes de decidir cómo cumplir mis propósitos. La auténtica distracción es hacer lo que él hace.

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