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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (17 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—¿A esto llamas fusión? ¿Un pingüino con armadura espacial?

—Amo, un pingüino no podría estar levitando junto a ti sin esa armadura. En términos realistas.

—No pareces tomar mis problemas muy en serio.

—El sentido del humor es muy útil cuando uno trata con seres humanos, amo.

—Y al parecer también cuando se trata con sofotecs. Tú y tus hermanos estáis informando a Helión sobre mis movimientos y acciones. ¿Esto también es una broma?

—Él sólo tiene derecho a conocer aquellas cosas que le conciernen, como, por ejemplo, cuándo estás gastando su dinero.

—¿Aunque mi amnesia haya bloqueado el hecho de que es su dinero y 20 el mío?

—Quizá no parezca justo, amo, pero tú aceptaste estas condiciones.

—Y al parecer he aceptado olvidar que he aceptado. Todos dicen que vivimos en una edad de oro. ¿No debería ser un poco más justa?

—¿Qué sugiere el joven amo?

Faetón arqueó la pierna y se desplazó hasta invertir la dirección de su cuerpo y apuntar hacia la esclusa. La estructura de su armadura cambió, desarrollando un microscópico sistema de impulsores en la espalda y la piernas. Partículas con masa de reposo muy baja, expulsadas a velocidad cuasilumínica, cobraron masa suficiente para acelerarlo hacia delante. Estrías de luz paralelas y delgadas como rayos y rojas como rubíes brotaron de su armadura.

Más allá estaba el primer segmento de la ciudad anular. A diferencia del puerto espacial que acababa de dejar, este segmento giraba para tener gravedad. Faetón avanzó a lo largo del eje. Este cilindro contenía formas tradicionales; arriba y abajo, las paredes curvas y distantes estaban cubiertas de bosques verdes y lagos azules.

—Quizá no debería sentirme obligado por compromisos que he olvidado.

—Pero, amo, eso crearía un incentivo para que todos escaparan de sus ligaciones con sólo borrar su recuerdo de ellas. Si hubieras querido incluir en el contrato una cláusula para zafarte de tus compromisos, presuntamente habrías podido hacerlo.

—Y presuntamente ellos (sean quienes sean) no habrían aceptado.

—Presuntamente.

Los otros tres cilindros eran neomórficos, y estaban llenos de extrañas formas y anfractuosidades. El cilindro siguiente estaba revestido con mares azul peltre, y la luz de la Tierra brillaba a través de las ventanas sumergidas. El cilindro que estaba más allá de la siguiente esclusa giraba con rotación más lenta, y en las paredes había esculturas que representaban los rojos desfiladeros y las nieves de hielo seco de Marte.

—¿Por qué nadie impidió que accediera a un acuerdo tan tonto? —preguntó Faetón.

—Eres libre de afiliarte a la Escuela Ortomnemonicista, que no permite alteraciones de memoria, excepto almacenaje antisenil, o a la Primitivista, que no permite ninguno.

—Sabes a qué me refiero. Los sofotecs sois más listos que yo. ¿Por qué me dejasteis cometer semejante tontería?

—Respondemos a todas las preguntas que nos permiten nuestros recursos y parámetros de instrucción. Nos complace aconsejarte, siempre que lo pidas.

—No estoy pensando en eso, y lo sabes muy bien.

—¿Estás pensando que deberíamos usar la fuerza para defenderte de tu propia voluntad? Un pensamiento indigno, amo. Tu vida tiene exactamente el valor que tú le atribuyes. Eres libre de dañarla o arruinarla como desees.

Las sinuosas losas de cristal de los Taquioestructuralistas revestían el cilindro siguiente. El estilo de vida de esta gente incorpórea, que había sacrificado su cerebro bioquímico en un intento de alcanzar la velocidad y complejidad del pensamiento sofotec, había sido superado tiempo atrás por los neptunianos, cuyas matrices cerebrales —más frías y superconductores— transportaban los pensamientos a mayor velocidad. Esa vastedad de cristal era quizás el único resabio de la otrora prestigiosa Escuela Taquioestructuralista.

—¿Otra insinuación? ¿Me dices que estoy destruyendo mi vida? En la fiesta, la gente dijo o insinuó dos veces que pondré en peligro la Ecumene Dorada. ¿Quién me detuvo?

—Yo no. Mientras la vida continúe, no se puede impedir que exista el riesgo. Para evaluar si vale la pena correr ciertos riesgos se requieren juicios de valor subjetivos. Aun los hombres razonables pueden discrepar en tales juicios. Los sofotecs no interferimos con esas decisiones.

Faetón atravesó dos cilindros donde prevalecían el calor y el hedor del viejo Venus. Aquí había Infernales de las mesetas de Lakshmi o Ishtar. Faetón vio sus ciudades pardas y grises, con forma de colmena, conectadas por diques de lava, o por sendas trazadas por máquinas reptantes. Sólo circulaban vehículos en un par de esas carreteras ardientes. Las formas Infernales habían quedado obsoletas siglos atrás, cuando se completó la terraformación venusina; pero los Infernales, por lo que fuera, preferían conservar la forma que tenían.

Hileras de pirámides opacas cubrían las paredes del cilindro siguiente, sin señales de vida en las avenidas desiertas. El siguiente estaba lleno de lo que parecían rebaños de bebés de tamaño excesivo, rodeados por doquier por curvas paredes de carne tibia y rosada, con leche que brotaba de cientos de pezones. Un tercer cilindro era gélido, lleno de zonas de oscuridad donde oscuridades mayores se movían y palpitaban. Faetón no reconocía ninguna de estas escuelas o sociedades.

—Si no tuviéramos en cuenta que tú eres dueño de tu propia vida —continuó Radamanto—, tu vida pasaría a ser de nuestra propiedad, y tú sólo serías su custodio o síndico. ¿Crees que en tal caso la valorarías más o menos? Y si la valorases menos, ¿no correrías riesgos mayores y tendrías una conducta aún más autodestructiva? En cambio, si cada hombre es dueño de su vida, puede experimentar libremente, arriesgando sólo lo que es suyo, hasta encontrar su mayor felicidad.

—Veo en estos cilindros los resultados de experimentos fallidos. Veo vidas desperdiciadas, y gente atrapada en mentalidades y formas que no conducen a ninguna parte.

—Mientras la vida continúe, la experimentación y la evolución también deben continuar. El dolor y el riesgo del fracaso no se pueden eliminar. A lo sumo podemos maximizar la libertad humana, para que ningún hombre esté obligado a pagar por los errores de otro, para que el dolor del fracaso sólo recaiga en quien corre el riesgo. Y no sabes qué modos de vida no conducen a ninguna parte. Ni siquiera nosotros, los sofotecs, sabemos adonde llevan todas las sendas.

—¡Cuan benévolo de vuestra parte! Siempre seremos libres para ser es-rápidos.

—Aprecia esa libertad, joven amo. Es básica para todas las demás.

—¿Y qué hay de la intimidad? Helión es uno de ellos, ¿verdad? Uno de las que se beneficia con mi amnesia.

—Es una presunción sensata. No creo violar ninguna confidencia al decirte que Helión debe de haber enviado a Dafne a hablar contigo.

—¿Qué? Pensé que tú, o esta versión de ti, no tenía permitido tener más conocimiento que yo acerca de lo que sucede.

—Sí, amo. Pero aun así puedo realizar deducciones lógicas. ¿Dónde estaba Dafne cuando la dejaste?

—En el tanque de sueños. Estaba por entrar en uno de sus juegos. Un —omento… yo esperaba que estuviera en simulación durante varios días. Ella no es novata en estos juegos.

—¿Competía por un premio?

—Creo que sí.

—Y estaba en una mascarada, así que su posición se desconocía. ¿Quién rudo encontrarla, entonces, que tuviera la autoridad para interrumpir el juego, y quién pudo instarla a hacer algo que ella consideraría más importante que la competición? Tenía que ser alguien que también supiera dónde estabas…

—Dafne y yo somos pobres, ¿verdad? Si ella entra en un juego, o si yo ejecuto una rutina, o envío un mensaje, Helión recibe la factura. Supongo que puede deducir ciertos detalles de esas facturas. Y… ¡Santo cielo! Incluso sabe cuándo hablo contigo, ¿verdad?

—Hablar consume tiempo informático, sí. Helión no conoce el contenido de nuestra conversación, pero sabe en qué medida uso mi mente y mi tiempo.

—¿Y ahora sabe adonde vamos? ¿Sabe por qué me citó la Curia?

—Me sorprendería que no lo hayan citado también.

Faetón llegó al cilindro central, el que había sido el astillero espacial original en la cima del ascensor original. Era más pequeño de lo que Faetón esperaba, con un eje de pocos kilómetros de longitud. Arriba y abajo, a lo largo de las paredes curvas, estaban los famosos jardines de Ao Nisibus, que databan de la era anterior a la Quinta Estructura Mental, cuando se escogió ese sitio como una de las sedes del gobierno de la Ecumene Dorada.

Los jardines estaban trazados con diseños gráciles y clásicos. Cerca del eje, en microgravedad, flotaban esferas de arbustos de aire lunarianos y árboles esféricos, cada cual con un círculo de tierra en el centro. Enredaderas y lianas, viñas y hiedras de manufacturación marciana habitaban la gravedad menor del pabellón y las regiones medias. Debajo, a lo largo de las paredes, había ejemplares de flora terráquea: bosquecillos de árboles frutales dispuestos jerárquicamente en rectángulos que respetaban las proporciones de la medida áurea; columnatas y enrejados; estanques de lirios centrados en filas concéntricas de capullos coloridos, donde nacían sendas y caminos. Algunas plantas, extinguidas en la Tierra, existían sólo allí, para mantener el estado natural del famoso jardín.

Faetón buscó el juzgado, escrutando el Sueño Medio. Los significados simbólicos del color de las flores, y la forma y posición de los árboles y hojas, inundaron su cerebro. La experiencia era abrumadora, pues el arquitecto había superpuesto múltiples capas de simbolismo, y cada parte reflejaba la totalidad en todo el jardín.

Era dudoso que un cerebro (antes de la invención de la sofotecnología) pudiera concebir y realizar un plan donde cada parte o grupo de partes pudiera contener su propio mensaje simbólico mientras conservaba la integridad del todo; pero parecía que Ao Nisibus, el diseñador, lo había logrado. (Más asombroso aún, Ao Nisibus no tenía neuroforma Cerebelina.)

Los jardines y parques del lado opuesto del cilindro brillaban con un fulgor verdoso a la luz de largas ventanas, las cuales, como canales poblados de estrellas, iban a lo largo de las paredes paralelas al eje del cilindro. La Tierra —azul, enorme y deslumbrante— despuntaba en las ventanas del otro lado. La luz oblicua del Sol entraba por las ventanas del piso de abajo, cubriendo los jardines opuestos con franjas de luz donde alternaban el verde y el verde oscuro. Faetón comenzó a ver un patrón en todo ello. Miró con atención.

Arriba, el Monumento del Fundador y el estanque espejado formaban signos de significado masónico. Los rosedales, que representaban la pasión, estaban bordeados por castos lirios; y dos senderos, bordeados por eufrasia y ruda, verdad y arrepentimiento, se unían en una cruz (que representaba el sacrificio noble); pero la intersección era una rotonda (que representaba el mundo). En el centro de la rotonda había una loma con forma de monumento funerario, moteado de nomeolvides. Había un significado, un mensaje, una advertencia que indicaba a Faetón algo sobre la naturaleza de la verdadera memoria, la realidad fundamental y el universo…

El filtro sensorial activó una rutina automática que le impidió caer en trance ante esa belleza. Faetón parpadeó y recordó que debía concentrarse en la búsqueda del juzgado. Una senda bordeada por una armónica arboleda de majestuosos robles y umbríos fresnos conducía a un claro. En tres lados del claro había setos de boj que formaban complejos laberintos. En el claro, un círculo de olivos custodiaba un estanque oscuro y límpido. El simbolismo no habría sido más obvio si hubiera visto diosas con los ojos tapados, empuñando espadas y balanzas.

Faetón descendió oblicuamente y se posó en la hierba. Al estar más cerca, notó que el fondo del estanque era de cristal transparente; el estanque sólo parecía oscuro porque debajo había una gran cámara sin iluminación.

Cerca del estanque había una losa que debía estar hecha de paramateria, pues un hombre vestido de tela camaleónica azul y plateada atravesó la piedra y pisó la hierba. Usaba una capa corta y acordonada, y un casco de acero azul. En un guante blanco sostenía una pica más alta que el penacho del casco. Faetón lo reconoció.

—¡Atkins! Un placer verte de nuevo. Juro que eres el único hombre de la Ecumene Dorada que puede usar ese atuendo sin parecer ridículo.

Faetón miró sus correas y polainas.

—Buenas tardes —saludó el hombre con rostro impasible y voz impersonal, enérgica, cortés—. Soy Atkins Segundo, su parcial.

—¿Emancipado?

—No. Todavía nos consideran una sola persona. No gano demasiado con mi paga de soldado, así que envié mi copia parcial aquí para otra tarea. Este es el ministril y maestre de armas del tribunal. La ley de
posse comitatus
prohibe que los militares ejerzan funciones de policía, así que debo mantener otra identidad, eliminando todo recuerdo relacionado con cuestiones de seguridad militar.

Faetón lo miró con nuevo interés. Quizás ambos tuvieran algo en común.

—¿No te molesta tener lagunas en tu memoria?

Atkins no sonrió, pero las arrugas de las comisuras de la boca se ahondaron.

—Todo depende. Un soldado tiene que dar por sentado que los superiores saben lo que hacen, aunque no lo sepan. Si alteraron mi cerebro, sin duda fue por buenas razones.

—¿Y si no fue así?

Atkins no se encogió de hombros, pero un movimiento de sus cejas comunicó la misma emoción.

—Yo no he creado las reglas. Hago lo que se requiere. Alguien tiene que hacerlo. Quizá sea distinto para los civiles. —Su buen humor se disipó y su tono se volvió aún más enérgico y grave—. Por el momento, tendré que pedirte que desactives los circuitos de tu armadura. No se permiten armas en el juzgado.

Faetón sintió asombro y disgusto.

—¡Estás bromeando! No creerás que soy capaz de…

Atkins lo miró con paciente desinterés.

—No me incumbe saber de qué eres capaz. Sólo aplico las reglas.

Pero Faetón vio la mirada calculadora y profesional de Atkins. Quizá fuera una mirada de recelo. Quizás Atkins estaba evaluando a un enemigo potencial. La mirada era ofensiva.

—Es una vieja tradición —susurró Radamanto, tocando la rodilla de Faetón con el pico—. Nadie entra armado en presencia del Tribunal.

—Bien, no puedo ir contra la tradición —murmuró Faetón. Se quitó el casco y permitió que Atkins introdujera una sonda desactivadora en el traje negro. Los pensamientos grupales de la mente armadura se oscurecieron; todo lo que fuera capaz de manipulación energética quedó bloqueado, aun las simples rutinas de acción refleja. Faetón se tragó su orgullo; no sabía si tenía derecho a ofenderse, pues Atkins sabía lo que él había hecho en el pasado y él no. Le preguntó.

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