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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (32 page)

BOOK: La Edad De Oro
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Más allá de la puerta había un espacio amplio, oscuro y solemne, donde un estanque examinador brillaba como un ojo de plata en la penumbra.

El diálogo con Helión había irritado a Faetón. Siempre se había prometido que borraría esa conversación no grabada, para que la evocación de su graduación y su rito de paso fuera un recuerdo dorado, un día perfecto, no contaminado por el sarcasmo y las dudas de Helión. ¿No era su derecho, si así quería recordarlo?

Pero nunca se había decidido a borrar ese recuerdo, y con el tiempo comprendió que no quería ni debía hacerlo. La irritación había sido real, parte del acontecimiento, parte de él mismo y de su vida. Si falseaba ese episodio, falsificaría ese momento y una parte de sí mismo.

Así que conservó el recuerdo. Ni siquiera lo almacenó en un archivo, sino que lo conservó en la cabeza.

Con el brazo hundido hasta el codo en la pantalla bidimensional del circuito de autoanálisis, Faetón sacó la mano de la caja de índices. Había visto el recuerdo que lo hacía vacilar. Era una advertencia que llegaba desde el pasado: Helión le había dicho que no confiara en los sofotecs, que las inteligencias mecánicas no protegerían su vida del temor y la pena. En cambio, Helión lo había instado a confiar en los Exhortadores, los custodios de la conciencia de la sociedad.

Faetón vio que la luz pálida que indicaba su deseo de que Helión lo ayudara se atenuaba y se extinguía. Los sofotecs lo ayudarían. ¿Acaso Monomarcos no había resuelto un problema aparentemente imposible?

Cualquier problema podía resolverse, mientras el encargado de hacerlo tuviera suficiente inteligencia.

En cuanto a confiar en los Exhortadores, ellos eran los que habían inducido a Faetón a mutilar su propia memoria. A olvidar a su esposa ahogada. No lo ayudarían. En todo caso, eran sus rivales.

¿Debería ir en persona al lugar donde guardaban el cuerpo de su esposa? Faetón vio que la línea roja que indicaba su nivel de temor subía cada vez más, formando aquello que los analistas psicométricos llamaban una burbuja de catástrofe. En un instante, el temor lo induciría a cometer una imprudencia, como telepresentarse donde yacía su esposa, cuando sabía que debía asistir en persona. ¿Cómo burlar ese temor creciente?

Faetón se inclinó y hundió el brazo hasta el hombro para llegar a las conexiones estructurales profundas que alimentaban su núcleo emoción/ acción. Elevó su lectura de orgullo al máximo nivel recomendado.

De pronto era invencible. ¿Acaso no era Faetón? El hecho de inspirar tanto temor en los Exhortadores era un indicio de su poder, un poder suficiente para burlar todos los obstáculos que surgieran. Había impulsado mundos y lunas hacia órbitas nuevas; había obrado milagros. ¡Rescatar a su esposa de las telarañas de la ilusión no podía ser una tarea tan ímproba!

Con gran satisfacción vio que sus niveles de temor descendían. Pero el retículo de emociones mostraba la formación de otra burbuja de catástrofe, una reacción ante una creciente impaciencia. El mismo orgullo que desdeñaba pensar en el miedo le impediría aguardar las horas o días que necesitaría para enviar su cuerpo físico al albergue del sofotec Estrella Vespertina, donde sin duda descansaba Dafne Prima. Además, alquilar un vehículo le obligaría a extraer dinero de la cuenta de Helión, y pondría a Helión sobre aviso con la antelación necesaria para interferir.

Por otra parte, la razón por la cual se había iniciado el movimiento señorial era que la telepresentación era más rápida y menos costosa que llevar un cuerpo físico a todas partes.

Un gesto ante un icono bastó para establecer una comunicación. Un instante después despertó en otra escena.

15 - El ataúd

Faetón se encontró en una silla de madera clara, adornada con inscripciones, junto a una mesilla que sostenía un tiesto con lirios, una poma y un estuche de bronce. En el suelo había una alfombra blanca y azul. Delante de él, flanqueada por dos urnas funerarias, una puerta conducía a una sala de mármol verde oscuro.

Era una sala sombría, cruzada por estrías de luz tenue y pálida, así que los detalles no eran claros. Pero tuvo la impresión de que a la derecha había grandes piedras cuadrangulares, quizá columnas, que se elevaban hacia un techo catedralicio.

La luz solar teñida de malva que penetraba por los altos vitrales de la izquierda le bañó el rostro, produciendo una sensación de tibieza aterciopelada y placer melancólico. Al levantarse, sintió que la luz tenue se deslizaba por su mejilla como una caricia.

Se sorprendió de encontrarse representado como si usara su armadura negra y de admantio dorado. El yelmo y los guanteletes estaban retraídos, de modo que su rostro y sus manos quedaban expuestos. La textura del aire que respiraba producía un deleite potente y delicado como vino en la boca, la nariz y los pulmones. Los objetos simples sobre los que posaba la vista, la silla, los lirios blancos, el lustre marmóreo y oscuro de la sala, todo parecía cargado con una magia y una triste belleza que no podía definir. El contacto de los brazos de la silla en sus palmas mientras se inclinaba para levantarse, la tenue fragancia de los lirios, generaban un temblor de éxtasis, pero el placer era frágil y transitorio. Después de levantarse, oyó o creyó oír los ecos trémulos y tenues de un gong, que casi lo hicieron llorar, tan plañidero y lúgubre era el sonido. Como un cosquilleo en la piel (otro placer transitorio) sintió que la onda de sonido ondulaba sobre él.

Faetón no desconocía este estilo de paisaje onírico: era típico del grupo señorial Rojo (al cual Dafne había pertenecido en un tiempo) exagerar las percepciones sensuales. El protocolo Rojo permitía la introducción de nuevas impresiones sensoriales (tales como la capacidad para sentir la textura de la luz solar, o las notas del gong) que no tenían correspondencia en la realidad.

No sabía si estaba en Sueño Superficial, en cuyo caso todos los objetos circundantes tenían correspondencias en el mundo real, o si estaba en Sueño Medio, que permitía que el entorno mental proyectara información adicional a su memoria. Los filtros sensoriales Gris Plata y Blanco normalmente estaban sintonizados para excluir todo lo que no fuera información de los canales de Sueño Medio; pero los Rojos permitían que las emociones, las conclusiones y los estados mentales fueran alterados por campos de información asociados con los objetos sensoriales, como un aura psíquica, como si las tonalidades y colores de los recuerdos infantiles sufrieran un movimiento en su interior profundo, quizá remembranzas de otras vidas o de sueños olvidados.

Algo acudió ante la llamada del gong. Faetón sintió una presencia, una presión en la lobreguez dulce y vinosa del aire, un estremecimiento de los nervios que le estrujaba el corazón. Una figura plateada y brillante se acercaba desde lejos por la penumbra de la sala, flotando sobre el reflejo que proyectaba en el suelo de mármol verde oscuro.

Parecía una mariposa o un ángel, un contorno luminoso y etéreo. Avanzaba como una reina, y una música altisonante hacía temblar el suelo ana ella. Su rostro era grave y remoto, solemne, dulce y triste, con una antigua sabiduría en lo profundo de sus ojos. Llevaba una estrella pálida en la frente. Faetón avanzó, protegiéndose los ojos con una mano. No era que la luz le encandilara, sino que era tan bella y sagrada que la visión le provocaba espasmos de placer, como si cada rayo plateado fuera una espada. Cruzó el umbral, y oyó que sus botas doradas campanilleaban en el mármol, Tabello sonido. Al apartar los ojos de esa luz sobrecogedora, vio que las columnas de la derecha enmarcaban un mausoleo.

Una docena de cofres de cristal oscuro, inclinados, se proyectaban desde la pared, como capullos de diamante viviente en bastidores de mármol. La superficie de todos los cofres, salvo uno, estaba polarizada; todos menos uno eran de una negrura aterciopelada; pero uno era claro, del color cristalino del agua ártica. Dentro estaba Dafne. Un solo rayo de luz le tocaba el rostro y los hombros; el resto del cuerpo estaba oscurecido por la penumbra y una nube brumosa atrapada en la superficie del cofre.

La presencia se aproximó; una luz plateada acarició a Faetón a pesar de la armadura; una sensación de pasmo, misterio y pesadumbre palpitó en su cuerpo como un segundo corazón. La emoción era intolerable; se hincó sobre una rodilla, las manos aún delante de la cara, derramando lágrimas. La rodilla de la armadura campanilleó contra la piedra, un sonido fantasmagórico.

—Soy Faetón —dijo—, vástago de Helión, de la casa de Radamanto. He venido a exigir la restauración de mi esposa. Si os oponéis, pagaréis las consecuencias. Deseo hablar con Estrella Vespertina.

—Estrella Vespertina está ante ti —dijo la presencia con voz de arpa—. Sabemos quién eres. Llora, Faetón, pues tus deseos no se cumplirán.

Una punzada de melancolía le apuñaló el corazón, pues supo que esas palabras eran certeras.

¿O no?

—Estás manipulando mi sistema nervioso. No lo hagas más. Soy Gris Plata. La cortesía exige que respetes mis protocolos.

Sus latidos disminuyeron, y él se enjugó las lágrimas y se puso de pie. La cámara perdió vividez. Aún había suelo de mármol, lúgubres cofres de diamante, columnas altas y luz solar tenue, pero las texturas ya no temblaban de melancolía; la luz se veía, pero no se sentía, y la forma angélica se redujo, se convirtió en una mujer vestida con un vestido de seda de color crepuscular. Un larga cola ondulaba detrás de ella en pliegues satinados, y colgaba de su mano izquierda. Todavía usaba una diadema con una estrella de zafiro en la frente, uno de los símbolos heráldicos del sofotec Estrella Vespertina.

Pero el resto de la escena permaneció igual. Dafne estaba allí, encerrada en un ataúd de diamante hilado, dormida, con semblante apacible.

—Perdona la descortesía —dijo la imagen sofotec—. Como te proyectas desde un cofre público Caritativo, y no tienes a Radamanto, no había nadie que tradujera nuestro paisaje onírico a tu formato. No se nos exige reorganizarnos según tus preferencias. No obstante, lo hacemos por caridad y camaradería; el gasto, aunque pequeño para nosotros, es más de lo que puedes soportar. Ya tienes suficientes problemas.

Faetón no escuchaba. Se aproximó al ataúd y apoyó la mano en la superficie cristalina. A poca distancia de su palma estaba el rostro sereno de su esposa. En ese rostro había visto muchos estados de ánimo, pensamientos y emociones. Parecía extraño e imposible verlo tan quieto. Eran sólo cinco centímetros, unos micrones de diamante, cuatro centímetros y medio de entorno nanomédico transparente. Cinco centímetros.

—Despiértala —dijo Faetón. Estaba mirando un perfil de Dafne, el modo en que las pestañas casi le rozaban las mejillas. Se concentró en la curva de la mejilla, la delicadeza de la nariz, la exquisita elegancia de los labios. Era pálida como una muñeca de porcelana; el cabello era una nube negra que flotaba en la sustancia líquida donde estaba atrapada.

—Faetón sabe que no podemos hacerlo.

Él habló sin volverse.

—¿Existe una orden o contingencia oculta para despertarla? Ella te pediría que la despertaras si supiera que estoy aquí. Ella habría pensado en insertar dicha orden antes de hacerse esto. Sé que lo habría hecho.

—No hay tal orden.

Faetón se volvió hacía la figura regia que representaba a Estrella Vespertina.

—Despiértala sólo un instante, para poder decirle que estoy aquí. Si luego desea ahogarse de nuevo y borrar el recuerdo, que lo haga. Pero necesito una oportunidad de hablar con ella…

—En su testamento viviente no hay estipulaciones para semejante despertar, largo o breve.

—Genera una extrapolación a partir de sus recuerdos y consúltala en busca de órdenes…

—Lo hicimos desde el momento en que Faetón apareció aquí; nuestra versión extrapolada de Dafne está roja de furia y dolor; su única instrucción es maldecirte por tu traición, tu repudio a vuestros votos nupciales, tu egoísmo. Consideramos que esto es una representación precisa de lo que diría Dafne Prima si despertara. ¿Faetón desea oír todo el texto del mensaje?

Faetón apretó los dientes. Si quería oír a una copia de su esposa, podría haberse quedado con el maniquí, o descargado sus propios sueños de la memoria de su álbum matrimonial.

Además, en muchas ocasiones había discutido violentamente con su mujer en la vida real. Ella se negaba a acompañarlo cuando viajaba al sistema solar exterior en proyectos de ingeniería prolongados. Oír los reproches de un mero fantasma o reconstrucción, con la voz de ella y las palabras de ella, mientras él estaba frente al ataúd, lo habría destruido.

—No deseo oír el texto, gracias… pero debes decirme si hay una explicación para esto, para lo que ella se hizo. ¿Cuál es el motivo de este horrendo…? —Se le cortó la voz.

—Nuestra pena es grande. Faetón accedió neciamente, en Lakshmi, Venus, donde se encuentra nuestro sistema madre, a no conocer esta razón…

—¿Ella dejó un mensaje para mí? Debe de haber dejado una nota. Todos dejan una nota.

—No hay nota. Tienes a tu disposición una copia de su testamento viviente y todas las instrucciones. —La figura pareció extraer un pergamino, el cual entregó a Faetón. Cuando sus dedos lo tocaron, un circuito de Sueño Medio puso el texto de las instrucciones finales de Dafne en su memoria.

Era un programa de contabilidad, y detalles sobre la distribución de sus propiedades mientras ella dormía. No había nada acerca de él; ninguna estipulación, en ninguna circunstancia, que le permitiera despertarla de nuevo. No se nombraba a ningún agente o abogado, aparte de sus propiedades mentales en la Estrella Vespertina Roja. Si había palabras para despertar a su esposa, sólo su esposa las conocía.

Muchos soñadores mantenían un canal abierto, de modo que se pudieran insertar mensajes externos en el sueño, aunque se tradujeran para adecuarlos al fondo y la trama del universo onírico. Aquí no había indicios de semejante estipulación.

El documento no aclaraba qué programa se estaba ejecutando, pero mencionaba un programa de finalización transitoria que Dafne Prima se había infligido a sí misma; si alguna vez despertaba, un virus de sus pensamientos seguiría haciéndole creer que la realidad era falsa, una alucinación o un engaño, y que el mundo onírico era una realidad más elevada o más íntima cuya certidumbre no podía cuestionarse. Las mismas reacciones de química cerebral que inducían esa sensación de distancia, incredulidad e irrealidad que los recuerdos de un sueño producen al despertar se aplicarían a cualquier pensamiento o recuerdo de Dafne relacionado con el mundo real.

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