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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (33 page)

BOOK: La Edad De Oro
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Éste era un virus mental desarrollado por los señoriales Rojos. Faetón entendía por qué Dafne había ido allí para ahogarse. Ninguna otra mansión permitiría que alguien destruyera tan íntegramente su percepción de la realidad. Aunque despertara de nuevo, seguiría perdida. La estipulación viviente prohibía específicamente la extracción no solicitada de ese virus mental.

—¿Por qué no me dejas salvarla?

—Si puedes hacerlo sin violencia, procede. Pero su vida es de ella, para vivirla o destruirla tal como ella considere apropiado.

—¿Por qué hizo esto? ¿Por qué ella…? —Faetón no podía pronunciar las palabras en voz alta.
¿Por qué me abandonó? ¿Por qué me traicionó? ¿Por qué no me amó como debía?

—En un tiempo conocías la respuesta y te impusiste el olvido. En Lakshmi, Faetón nos dio órdenes de no responder esa pregunta. Esas órdenes siguen vigentes.

Faetón inclinó la cabeza hasta apoyar la frente en la superficie fría y vidriosa del ataúd. Sólo tenía que llamar a Radamanto y ordenar que abriera la caja de memoria. Esta espantosa incertidumbre, esta batalla con fantasmas, terminaría. Sufriría el exilio de los Exhortadores. Pero si Dafne, su Dafne, la mujer que había transformado su vida en una aventura heroica, la mujer que daba sentido a su existencia, si ella no estaba, ¿de qué le serviría el resto de su vida?

Se irguió. No debía sucumbir a la desesperación. Encontraría una manera. Su orgullo aún estaba alto.

—Estoy implicado en una causa legal que requiere que pruebe mi identidad. Me propongo citarla como testigo. Sea cual fuere su derecho a la intimidad, debe responder a una citación legal.

—Por cierto Faetón puede solicitar esa citación. Si nos la entregan, liberaremos a Dafne. Sin embargo, hemos realizado dos mil extrapolaciones del resultado de ese requerimiento ante la Curia, y todas concuerdan en que no triunfarás.

—No puedes saber eso.

—Faetón puede aferrarse a una esperanza engañosa, si así lo desea; no criticamos nada que te brinde placer, siempre que el placer sea real y duradero. Pero esa esperanza no durará. Las determinaciones de la Curia se han tornado tan previsibles como lo permiten la justicia y la normativa, así que los hombres razonables saben a qué atenerse. Determinar el resultado de las decisiones de la Curia es similar a determinar el resultado de una partida de tres en raya o de ajedrez; puede parecer misterioso para Faetón, pero no para nosotros. Los jueces realizarán un examen noético y verán que utilizas la citación sólo para invadir los derechos de tu esposa; su testimonio no tendrá el menor peso en la cuestión de tu identidad, la herencia de Helión o cualquiera de los otros temas de la causa.

Faetón aspiró e intentó de nuevo.

—Tengo un circuito de comunión que me otorga el derecho de examinar sus actividades mentales. Te pido que abras ese canal para permitirme ejercer ese derecho; el derecho no se puede usar mientras ella esté sumida en un sueño profundo…

Cuando falló ese argumento, probó suerte con otro. Y con otro, y otro.

Dos horas después, con la voz ronca, Faetón apretaba la mejilla contra la superficie vidriosa del ataúd, abrumado de fatiga. Sus manos aferraban las esquinas de la caja.

—Su testamento viviente no tiene validez porque se basa en la falsa premisa de que yo había hecho algo para escandalizarla u ofenderla… al margen de que haya dejado una estipulación para su despertar, pues ella querría que la despertaran si supiera que estoy aquí…

En la tercera hora probó suerte con súplicas, gritos, ruegos, amenazas, regateos, sobornos. En la cuarta hora se quedó mudo, incapaz de moverse ni pensar. En la quinta hora, se convenció de que existía una clave secreta u orden oculta que Dafne no había revelado a Estrella Vespertina, la cual abriría el ataúd y pondría fin al sueño en que estaba atrapada. Susurró cada palabra de amor, afecto o disculpa que pudiera imaginar ante ese rostro frío, quieto, silencioso.

Habló de la vida que habían compartido; de cómo se habían conocido; le preguntó si recordaba su ceremonia nupcial; si recordaba su primera luna de miel en los Jardines de Invierno Antarticos, o su aniversario en la versión reconstruida del París de la Tercera Era, o la época en que él había colapsado accidentalmente la pseudomateria que sostenía el ala este de su casa nupcial en la realidad, así que ya no concordaba con la versión de esa casa en la Mentalidad. Le preguntó sobre sus caballos, y el último drama que ella había escrito, y sus esperanzas para el futuro.

—Me gustaría estar solo con ella —dijo al fin.

La imagen de la mujer que representaba al sofotec Estrella Vespertina cabeceó gravemente y, por cortesía, en vez de desvanecerse, giró y se alejó caminando. Cada detalle era correcto; el taconeo de sus zapatos en el piso de mármol se atenuaba a medida que ella se alejaba, arrojó una sombra al pasar por una piscina de luz malva, y un centelleo recorrió la textura crepuscular de su vestido de seda.

Era muy realista: un sofotec Gris Plata no lo habría hecho mejor. Faetón esperó mientras ella se alejaba lentamente, carcomido por la impaciencia.

Estaba impaciente porque su orgullo aún era muy fuerte, como un fuego fatuo.

Y porque sólo tardaría un instante en ampliar su visión para abarcar varias longitudes de onda y rutinas analíticas. Su espacio mental privado, una vez invocado, pareció rodearlo con iconos negros flotantes, sobreimpresos sobre la escena real, con la espiral de estrellas en el trasfondo, más allá del ataúd de su esposa. Un gesto le dio acceso a los registros de manipulaciones biomédicas, y los comparó con el análisis que acababa de realizar sobre la nanomaquinaria médica suspendida en los líquidos que rodeaban a su esposa.

Las formas moleculares de la nanomaquinaria médica eran estándar; sería fácil contrarrestarla, y fingir una desconexión. El forro negro de su armadura podía producir los ensambladores necesarios en un momento de calor.

En su espacio mental privado también había una rutina de ingeniería que incluía un subprograma simple para estimar la fortaleza de las estructuras. Una segunda mirada le permitió analizar la tapa del ataúd y evaluar cuánta presión, aplicada en qué ángulo, bastaba para romper el material de superficie sin permitir que ninguna onda de choque penetrara en el interior.

Faetón se encogió de hombros. Guanteletes de admantio dorado crecieron desde sus mangas y cubrieron sus manos. Alzó la mano triunfalmente, formó un puño.

Con razón todos le temían. Esta armadura le permitiría entrar en el núcleo de una estrella sin sufrir daño. ¿Qué arma, qué amenaza, qué fuerza podía detenerle una vez que tomara la decisión? Hacía décadas que la Ecumene Dorada no presenciaba delitos. ¿Aún quedaban estructuras para detectar o impedir esas cosas? En ese punto el fuego se extinguió en sus ojos. Su furor y su orgullo se evaporaron, y su rostro se hundió en una inexpresiva desesperación. Una necedad. Sabía que era una necedad.

No obstante, bajó el puño. Una fuerza externa cogió su brazo y le obligó a apoyar suavemente la mano en la tapa del ataúd, sin dañarlo.

No, su brazo no. El brazo del maniquí. Él sólo estaba telepresente en el maniquí que estaba sentado en la silla de la sala de recepción. La armadura invulnerable que parecía usar sólo existía en su visión, una ilusión creada por Estrella Vespertina por cortesía hacia él. Estrella Vespertina había apagado el brazo cuando él le ordenó asestar el golpe.

Una luz plateada, titilante con haces de placer, brillando sobre sus hombros, y una sensación de espanto y pena, como una ráfaga de presión, le indicaron que el sofotec Estrella Vespertina había manifestado a su representante detrás de él. Su voz, como una sinfonía gloriosa, le llenó los oídos. Sintió las palabras como una caricia en el cuello y las mejillas. Sintió los diminutos pinchazos, como chispas, y su severa firmeza. El lustre de la tapa del ataúd era triste y fascinante; el relumbre de luz en las doradas e intrincadas articulaciones de sus dedos era un ballet.

Evidentemente Estrella Vespertina había llegado a la conclusión de que ya no era apropiado ser cortés con él; la versión del paisaje onírico que era propia de la Mansión Roja inundó los sentidos de Faetón.

—¿Faetón desea reintroducir el delito y la violencia en nuestra apacible civilización? —preguntó la voz desde atrás—. Hay muchas personas que desean cometer fechorías peores que el mero robo o la invasión de la intimidad. ¿Por qué deberían contenerse ellos, cuando parece que tú no estás dispuesto?

—No quiero oír un sermón, Estrella Vespertina —dijo Faetón con infinita fatiga.

—¿Llamo a los alguaciles para que te arresten?

—No intenté ningún delito. Admito que pensé en ello al levantar el puño. Pero al bajarlo, comprendí que no podía tener éxito, porque no estoy aquí físicamente. La estructura del modo de vida señorial nos impide causarnos daño. Siempre estamos a salvo. Puedes hacerme arrestar, si lo deseas. En verdad ya no me importa. Pero el secuestro, el robo y la invasión son delitos de intención específica. Yo no tenía esa intención en ese momento.

—¿Podemos examinar tu mente para verificar cuál era tu intención en el momento de bajar el puño? Ah, lo lamento, pero un cabeceo silencioso no es señal suficiente de asentimiento, legalmente hablando.

—Lo juro.

Un gran pingüino con sombrero de copa y negra bufanda de luto entró flotando y contoneándose en la sala. El protocolo de la Mansión Roja rodeó la imagen de Radamanto con tal atmósfera de humor irreverente que lastimó los ojos de Faetón. Retrocedió. Pero Radamanto tenía que estar en línea para efectuar la lectura noética.

Como Radamanto estaba presente, Faetón ajustó su filtro sensorial para conectarse. Faetón parpadeó, y la escena dejó de temblar y palpitar con tonos emocionales melancólicos. Los objetos eran brillantes y nítidos, aun en la luz penumbrosa; todo era claro y definido, incluidas las motas de polvo que flotaban en la luz del sol. Faetón había olvidado cuan preciso y regular parecía todo cuando se miraba con sentidos Gris Plata.

Estrella Vespertina, que volvió a ser una mujer, miró al pingüino inquisitivamente.

—Faetón dice la verdad —dijo el pingüino.

—¿Compartirás tus datos conmigo para que pueda hacer un modelo extrapolativo de la mente de Faetón? —preguntó la mujer—. Si, a mi juicio, su pena y su pasión lo inducirán a intentar actos delictivos en el futuro, ciertamente llamaré a los alguaciles. Pero si se trata de una aberración momentánea, un resultado de la matemática del caos, olvidaremos el asunto.

El pingüino se acarició el pico amarillo con una aleta, mirando reflexivamente a Faetón.

—Naturalmente, sólo puedo hacerlo con permiso del joven amo.

—Termina con esta farsa —dijo Faetón—. Sé que tus sistemas pueden interactuar en menos tiempo del que te lleva decir esas palabras. Sí, tienes mi autorización. No tengo nada que ocultar.

La representante de Estrella Vespertina asintió y desapareció. Quizá fuera otro pequeño indicio de descortesía para demostrar su disgusto, si el disgusto o cualquier otra emoción humana se podía atribuir a mentes como Estrella Vespertina. Quizás así era como ella interpretaba la solicitud de «terminar con la farsa».

—Estrella Vespertina me pidió que te dijera que no te acusará de ningún delito ante los alguaciles —dijo Radamanto—. Ella y yo hemos comentado el asunto con cierto detalle, y ambos coincidimos en que no estabas actuando como es habitual en ti. Le dije que operabas bajo la influencia de una rutina de autoanálisis Caritativa que hallaste en un cofre público, y que te habías embriagado de vanagloria. —Radamanto enarcó un ojo de las antiparras—. Y no pudo pasar por alto que éste era el tipo de automanipulación emocional directa que está prohibido por el protocolo Gris Plata. Le dije que probablemente no volverías a cometer esos actos precipitados. Pero Estrella Vespertina espera alguna disculpa o compensación. Le aseguré que eras un caballero, y que estarías a la altura de esa expectativa.

Esta actitud condescendiente irritó a Faetón. Estaba de espaldas al ataúd, frente a Radamanto, y se alegró de que su esposa no pudiera ver esta escena.

—Los sofotecs nos tratáis como niños.

—No. Os tratamos como adultos. Los niños pueden ser perdonados sin castigo, porque son irresponsables.

—No tengo un céntimo. No puedo pagar compensaciones.

—El dinero no tiene nada que ver, mi querido Faetón. Ella pide un gesto que demuestre tu contrición, algo tan desagradable como para que te sientas aliviado de tu culpa y vergüenza.

—¿Y si me niego?

—¿Por qué te negarías? Joven amo, ¿crees que actuaste correctamente?

—No hice nada malo.

—Mmm. —El pingüino revolvió los ojos y golpeó el suelo con los pies palmeados—. No hiciste nada ilegal, es cierto, si nos atenemos a una lectura precisa de la letra de la ley. Pero no todo lo malo es ilegal.

Esta frase apaciguó a Faetón. Sintió que se disipaban los restos del orgullo excesivo que había invocado.

—Estrella Vespertina trata de evitar que yo tenga problemas con los Exhortadores, ¿verdad?

El pingüino asintió gravemente.

—A pesar de la cantidad y diversidad de los habitantes de la Ecumene, sería fácil para el Colegio de Exhortadores despachar un recuerdo al Sueño Medio, disponible para todos los que te mirasen, del modo en que dejaste que la furia te dominara, el desprecio que mostraste por la ley civilizada, la necedad de tratar de usar un maniquí de Estrella Vespertina para dañar una propiedad de Estrella Vespertina. La mayoría de las escuelas de la Ecumene apoyan estrictamente los boicots instigados por los Exhortadores.

—¿Por qué querría ayudarme ella?

—Estrella Vespertina sabe, al igual que yo, que la Mente Terráquea te habló directamente, y mostró que favorecía tu causa. Estrella Vespertina tiene más libertad de acción que yo. Por ejemplo, ella no necesita custodiar los intereses de Helión. En consecuencia, pudo consultar a un miembro de la Enéada, una de las nueve supermentes que la comunidad sofotec ha construido para formar la Mente Terráquea. La supermente que ella consultó dedujo las razones por las cuales Nabucodonosor Sofotec era reacio a asesorar o ayudar al Colegio de Exhortadores cuando redactaron el acuerdo de Lakshmi. Los humanos han dependido tanto tiempo de los sofotecs y las mentes colectivas en sus tareas legales que la práctica del arte del derecho está un poco atrofiada. El acuerdo de Lakshmi contiene un error crucial. A causa de este error, la supermente deduce que tú alcanzarás tus objetivos, los cuales también son propiciados por la Mente Terráquea, siempre que no abras la caja de antiguos recuerdos. Monomarcos ha volcado el resultado de la causa legal a tu favor. La facción que se te opone, incluidos los Exhortadores, carece de un dato crucial concerniente a la memoria y la disposición de Helión. Este hecho conducirá a una situación que tú considerarás, una vez que recuperes tu memoria, un triunfo satisfactorio.

BOOK: La Edad De Oro
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